By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 23 de julio de 2016

Relatos de Caza a la luz del candil 2

¡Qué sorpresa tan grata la del “Capitán Páez”! (2)

La Sesión Escolar de la mañana se encontraba en sus últimos suspiros, cuando de pronto veo aparecer un mozalbete en la puerta y que, frenándose en seco bajo el quicio, con más miedo, al parecer, que respeto, me decía, sin más preámbulos ni protocolos, que El Capitán Páez había llegado aquella mañana y que le había mandado a decirme que me esperaba en el Molino de su cuñado José María. Que, tan pronto como terminara La Escuela, me fuera para allá. Y sin más, escapó con los mismos protocolos con que llegó.
Era exactamente el once de Octubre. Al día siguiente, día de La Hispanidad, y por lo tanto Festivo, se abría La Veda, por lo que no me inquieté demasiado por aquellas sus urgencias, pensando en que, estando recién llegado de Igni, vendrían propiciadas por el apremio de saber si estaba o no preparada ya la cacería de rigor del día siguiente, que nunca jamás ni llegué a sospechar en alguna otra causa, y aún menos, en alguna posible sorpresa, que me pudiera tener preparada.
-Este.- Pensé.- ha llegado con el tiempo un tanto apretado, y querrá saber qué tengo organizado para mañana en eso del pim, pam, pum, y, por descontado, si he contado con él.
No obstante, los pocos minutos que aún quedaban de Escuela se me hicieron interminables, pues siempre resulta enormemente grato el reencuentro con un buen amigo, después de un año de ausencia, así que, terminar la Sesión Escolar y estar en la puerta del Molino, fue todo una. Me colé en él "como Juan por su casa". Lógico que así fuera, después de haberlo visitado tantas y tantas veces, sobretodo en la temporada de caza del Reclamo de Perdiz, en busca de José María, ya que este buen amigo, como yo, también era un acérrimo aficionado a tan sugestiva modalidad cinegética del “pájaro”.
En esta ocasión hube de llegar hasta la sala donde a través de las tolvas, iba cayendo la harina en los respectivos sacos abocados en ellas. En ella me encontré con el molinero y su cuñado hablando relajadamente, y en tanto "el legionario" aparecía con su abundante cabellera negra, levemente nevada por el polvo de la harina, el molinero era un auténtico boquerón enharinado. El Capitán, tan pronto me vio aparecer, acudió a mi encuentro, a estrecharme en un fraternal abrazo, en tanto que José María, incontenible, al parecer, se chivaba runruneando que cuando viera en el patio lo que me había traído "el militar," me iba a quedar "con los güevos colgando". Miré al Capitán con ojos sorprendidos e interrogantes, pero él, sin decir ni "mu", me echó el brazo amigablemente por los hombros y me invitó a seguirle en dirección al enorme portón metálico que conducía a un muy amplio corralón. No me podía ni imaginar de lo que se pudiera tratar, puesto que el amigo Páez, siempre tan comedido en todas sus cosas, ni me pió jamás de un posible regalo y aún menos de lo que éste pudiera ser.
Al mismo desembocar en él, se me escaparon los ojos, casi instintivamente y con la velocidad del rayo, hacia dos cachorrotes que, amarrados al tronco de una frondosa acacia, dormitaban a su sombra y que, tan pronto como notaron nuestra presencia, saltaron de su duermevela como relámpagos en vibrante tensión.
-¿Qué te parece la collera de braccos?.- Me susurró El Capitán, conforme nos acercábamos a ellos y, señalándomelos con un muy significativo gesto de ojos, en tanto que yo, con los ojos como fuera de su órbita y más que sorprendido, sobrecogido, susurraba como en un eco, que ya, a primera vista, me parecían dos auténticos cromos.
Se trataba, en efecto, de un macho y de una hembra de perros, de raza "bracco alemán," de unos seis meses de edad, de armoniosa y bellísima estampa. Ambos, a pesar de su corta edad, eran la escultura más perfecta y definida de los de esta tan prestigiosa raza de canes de caza. De movimientos eléctricos y mirada fija y penetrante, parecían derramar vitalidad e inteligencia por todos y cada uno de los poros de su cuerpo. Lustrosos y limpios también estaban como los mismos chorros del oro. En el dibujo de la piel, sin embargo, eran bastante diferentes, pues en tanto el macho tenía grandes manchas marrones, repartidas, caprichosamente y de forma desigual, por todo el cuerpo sobre una capa de marrón blanquecino y moteado, la hembra, a excepción de la cara y de las orejas que eran, asimismo marrones, todo el cuerpo lo tenía profusamente salpicado de pintas castaño oscuro sobre un fondo que quería como blanquear. La vitalidad y la inteligencia, como ya he apuntado, les chispeaba en los ojos, también de color castaño, en aquella su actitud de atenta alerta y sagaz acecho. El rabo, cortado a un tercio de su longitud, contribuía con descaro a la atractiva elegancia de tan agraciada estampa, si bien - pensé yo - que nada tendría que ver aquello del rabo, con que sus prestaciones fueran de mejor o peor calidad.
Contemplándolos estábamos y haciendo algún que otro comentario sobre las más que constatadas virtudes de esta tan acreditada raza de perros de caza, cuando, de pronto, oí al legionario Capitán que me decía que eligiera el que más me gustara de los dos.
-Pero… -Tartamudeé como cortado y sin saber qué decir
-¿Recuerdas lo del canario...?.-Insistió.- Un héroe es cualquiera.-Agregó.- pero eso de estar presto y atento a los deseos más intranscendentes de un amigo que, por intranscendentes precisamente, más significativo debe ser su agradecimiento, eso, amigo mío, eso ya es otra historia muy distinta. Y, de momento, ahí quedó eso.
Elegí la hembra que, aunque un tanto más menuda, de tórax algo más estrecho y no de tan aguerrida y egregia presencia, aunque sí tan armoniosa y elegante como su hermano, tenía la convicción de que la hembra, en todas las especies, por lo general, siempre fue, además de más mimosa y sacrificada, mucho más vivaz y astuta que el macho, que era lo que, a la postre, podía proceder en el presente caso.
Una vez elegida, le comenté a mi anfitrión que si aún no le tenía puesto el nombre, yo iba a tener el santo gusto de bautizarla con el nombre de la diosa romana de la caza, es decir, el de Diana, pues tenía la corazonada que, como la de una diosa, iba a correr su fama muy pronto entre los cazadores de Guadalcanal. Después resultó que rebasaría con creces estos límites - permítanme este comentario de paso - pues se hablaría de ella en algún que otro círculo cinegético de los pueblos limítrofes, como en Constantina, Cazalla, Alanís e, incluso, pasando las lindes de Andalucía, en los extremeños y colindantes pueblos de Fuente del Arco, Malcocinado o Azuaga.
-Perfecto.- Se limitó a contestarme el lacónico y siempre endémicamente serio Capitán.
Y aún seguimos allí bajo la acacia y, sin dejar de contemplar aquellas dos preciosidades, robándole minutos, al menos, por mi parte, a la apremiante hora del almuerzo, durante los que mi benefactor me embaucara contándome la odisea - así como suena, la odisea - que los cachorros tuvieron que sufrir hasta llegar allí al corralón del Molino.
En cuanto a la tal odisea, sin embargo, no me especificó demasiados detalles, referentes, en especial, al viaje que hubieron de hacer, en un viejo avión militar, por cierto, desde la misma Alemania hasta “Sidi Ifni”. Tan sólo me los dio a entender muy así por encima y como dejándolos en alas de mi imaginación. Sólo se limitó a referirme, al respecto, que, a pesar de llevar totalmente en regla un montón de papelotes, faltó un tric que se los requisaran en no recuerdo ahora qué aeropuerto militar, en el que tuvieron que hacer escala, para no sé qué tramites. Que, incluso, viendo que la cosa se ponía más que fea, hubo de echar mano, con toda urgencia, de toda su astucia, así como buscar ayuda en algún que otro cómplice, para hacerles desaparecer como por arte de magia, entre los materiales que transportaban.
El capítulo de la odisea que sí me contó minuciosamente y con todo detalle, fue el referente al que se le presentó, de forma tan inesperada como impredecible, a los pocos días de estar en “Sidi Ifni”, ya que un moro se "los birló". Lo de complicados pasos que hubo de dar el bueno de Páez y lo de legionarios que hubo de "compincharse" e, incluso, lo de moros, que hubo de sobornar, hasta dar con el ladrón.....
Que el viaje, por fin, a la Península, también en un viejo avión militar, al margen de la abundante documentación que hubo de preparar de nuevo, todo saldría, por el contrario, que ni a pedir de boca y que, gracias a Dios, allí estaban vivitos y coleando.
La hora me acuciaba más y más, porque el almuerzo y la Sesión Escolar de la tarde, allí estaban ya pisándome los talones, y asimismo se lo dije al Capitán que, rápidamente, acudió a desatar la perra y a ponerme la correa del collar en las manos, así como una carpeta llena de papeles, tanto en alemán como en castellano. Papeles que - permítanme el nuevo inciso - yo aún guardo, después de tantos años, como una santa reliquia en una urna.
Nos despedimos a más que aprisa y corriendo, si bien con el pasar del tiempo y ya con toda tranquilidad, la narración de la odisea de marras tendría una nueva edición aumentada en mucho, si es que no corregida en nada. Pero, de momento, hube de escapar del corralón como si el apremio de la hora me quemara las plantas de los pies, aunque, eso sí, "más alegre que unas Pascuas," con aquel tan gratísimo regalo trotando incontenible a mi lado, no sin antes, claro está, quedar con mi buen amigo Páez en vernos en El Casino al caer de la tarde, para que ya, con todo el tiempo del mundo por delante, concretar todo lo referente a la cacería del día siguiente con la apertura de la veda.
Iba yo por aquellas calles, con mi perra del collar hacia mi casa, que cualquiera me tosía. Iba, como se suele decir a lo castizo, "que escupía por un colmillo”.

Vida, Obras y Milagros de una Excepcional Perra de Caza

©José Fernando Titos Alfaro Nº Expediente: SE-1091 -12

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