By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 6 de julio de 2016

La vieja Pipota y el vino de Guadalcanal 1

Recorrido literario por los vinos de Cervantes y su época (primera parte)

En la obra cervantina son muy numerosas las referencias al vino, pues en el Siglo de Oro resultaba insustituible como alimento del cuerpo y estimulante del ánimo, que en ocasiones tan decaído traían los soldados y los poetas.
Quevedo, Vicente Espinel, Lope de Vega, Tirso de Molina, Mateo Alemán, y una larga lista, se desvivieron en elogios hacia el néctar de la uva. Pero probablemente en ningún otro autor como en Don Miguel de Cervantes se manifiesta la cotidianeidad, digamos, la familiaridad con el líquido elemento que hace felices a los hombres. En el texto que sigue, sacado de mi libro "A la mesa con Don Quijote y Sancho", se pasa lista de todos los vinos que Cervantes citó en su obra inmortal, y se vislumbran las preferencias enológicas del autor.
Fue Cervantes lo que en sus tiempos se llamaba un “mojón”, y hoy diríamos un degustador fino, un catador o una buena “nariz”. Distinguía por el olor y el paladar, al igual que Celestina, las diferencias de gusto que dan a sus vinos las diversas tierras y viñedos de España, y hasta presumía de ello. Amaba el vino y, como a Sancho, le resultaba duro verse obligado a pasarse sin él: 
"Mas sucedióles otra desgracia, que Sancho tuvo por la peor de todas, y fue que no tenían vino que beber." (Parte I, Cap. XIX) 
En otra parte: 
"Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber todo  fue uno; mas como al primer trago vio que era agua, no quiso pasar adelante y rogó a Maritornes que se lo trujese de vino”. (Parte I, Cap. XVII)
 En forma más explícita, sin cabe, en el Capítulo XXXIII de la Segunda Parte: 
"-En verdad señora –respondió Sancho-, que en mi vida he bebido de malicia: con sed bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita; bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo, y cuando me lo dan, por no parecer o melindroso o mal criado, que a un brindis de un amigo ¿qué corazón ha de haber tan de mármol, que no haga razón? Pero aunque las calzo, no las ensucio: cuanto más que los escuderos de los caballeros andantes casi de ordinario beben agua, porque siempre andan por las florestas, selvas y prados, montañas y riscos, sin hallar una misericordia de vino, si dan por ella un ojo."

(Parte II, Cap. XXXIII) 
Y aún podemos incluir esta sabrosa referencia de un inspirado y pacifista Sancho: 
"Yo no quiero repartir los despojos de enemigos, sino pedir y suplicar a algún amigo, si es que lo tengo, que me dé un trago de vino, que me seco." (Parte II, Cap LIII) 
Pero Cervantes sabía beber, y, desde luego, nunca llegó a contarse “en el número de los que llaman desgraciados, que con alguna cosa que beban demasiado luego se les pone el rostro como si le hubiese jabelgado con bermellón y almagre”, por utilizar una expresión de su propia cosecha, que entresacamos de La ilustre fregona. Es más, no se le ocultaban al insigne novelista las desgracias que suelen acompañar a los excesos etílicos; y así las representa por boca de don Quijote, sirviéndose de esta máxima de universal e inmortal memoria, con la que el hidalgo encarece a Sancho la norma de la sobriedad: 
"Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra." (Parte II, Cap. XLIII) 
Y en otra parte, es el doctor Pedro Recio de Tirteafuera quien amonesta con severidad al escudero: 
“…y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida”. (Parte II, Cap. XLIII) 
El discreto estudiante manchego que, según relata el propio autor en el prólogo del Persiles, le acompañó durante buena parte del último viaje en burro que el ya consagrado escritor hizo de Esquivias a Madrid, pocos días antes de morir, diagnosticó a Cervantes hidropesía, y con la mejor intención del mundo le recomendó: 
"Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna." (Persiles, Prólogo) 
Puede que, al hacer pública esta advertencia, don Miguel estuviese confesando una afición al vino, tal vez un poco desmedida para lo que se entiende juicioso en un hombre ajado por la vida, que se acercaba ya a los setenta; pero la cosa no tiene mayor importancia. Evidentemente Cervantes se había merecido poder disfrutar de su pasión por los buenos vinos, que sin duda saboreaba con deleite en su propia casa, en la tasa y medida que él mismo se fijase. Y puede que en ocasiones esa tasa superara lo que es óptimo para la salud; en mayor medida durante su juventud y en la asendereada etapa en que trabajó como publicano o comisionado de la requisa del trigo y del aceite en Andalucía, épocas en las que con más frecuencia visitó las tabernas y los bodegones.
No vemos delito en ello. También tuvo el alcalaíno cierta debilidad por las mujeres, y un poco de vicio por el juego, según se infiere de varios fragmentos de su obra, y de algunos datos biográficos, pero no más que otros cuantos de sus ilustres contemporáneos. 
En todo caso ¿cuáles fueron las preferencias enológicas de Cervantes? 
Don Miguel sintió un especial y lógico afecto, expresamente manifestado, por el vino de Esquivias, porque siendo esta localidad toledana la patria chica de su esposa, doña Catalina Salazar, fueron sus vinos los que con mayor facilidad podía el escritor procurarse para su propio consumo, máxime cuando la familia de Catalina era propietaria de viñedos. En el prólogo del Persiles el Manco ensalza los “ilustrísimos” vinos de Esquivias, y también hace lisonjera mención de ellos en El coloquio de los perros, donde los compara con otros tres de los grandes vinos de España: los de Ribadavia, Ciudad Real y San Martín de Valdeiglesias; y en El Licenciado Vidriera, al incluirlos en el amplio catálogo de los buenos vinos españoles e italianos del momento.
Pero, sin duda, los dos vinos que prefirió Cervantes, por encima del néctar de los pagos de Esquivias, fueron los de Ciudad Real (blancos y tintos) y los blancos de San Martín de Valdeiglesias. Conviene precisar que, mientras el “vino del Santo” (“el mejor vino blanco de España”, en la autorizada opinión de Luis Zapata, y “medicina cordial contra la melancolía”, según el juicio científico del doctor Sorapán de Rieros) provenía exclusivamente del pueblo madrileño que le da el nombre, y se vendía como vino caro o precioso en las mejores tabernas de Madrid, Segovia, Valladolid y otras ciudades de Castilla; por vino de Ciudad Real se entendía a finales del XVI no solo aquellos producidos en el término municipal de “la imperial, más que real ciudad, recámara del dios de la risa”, circunloquio que Cervantes utiliza en El Licenciado Vidrierapara referirse a la capital manchega, sino que con el nombre genérico de “vino de Ciudad Real” se daban a conocer también los de otros muchos lugares de La Mancha, que no gastaban nombre propio de producción de excelencia (denominación de origen, diríamos hoy), pero cuya calidad estaba igualmente contrastada. 
De hecho, asegura Miguel Herrero-García en su excelente tratado sobre las bebidas en el siglo XVII, de entre todos los cosecheros y bodegueros manchegos de la época, tan solo los de La Membrilla (Ciudad Real) salvaban el nombre de procedencia en la marca de sus vinos. Ni siquiera los vinos de Valdepeñas se vendían entonces con su propia denominación de origen. 
Encontramos encendidas alabanzas al vino de San Martín en la obra literaria de Jorge Manrique, Fernando de Rojas, Juan de Espinosa, Lope de Vega, Mateo Alemán, Antonio de Guevara, Tirso de Molina, Vicente Espinel, y Quevedo, por citar tan solo los nombres más gloriosos y conocidos de las letras del Siglo de Oro español, pues ningún vino obtuvo nunca en España mayor reconocimiento literario. Cervantes, por su parte, mostró su aprobación al licor del Santo en El Vizcaíno fingido. 
Pero si el vino de San Martín, por razón de ser de entre los de calidad el que con mayor facilidad podía adquirirse en Madrid, fuera seguramente, junto con el de Esquivias, el que más frecuentemente bebía Cervantes de soltero durante sus estancias en la corte madrileña, la predilección absoluta del escritor se decantó abierta y definitivamente por los vinos manchegos o de “Ciudad Real”.  


Autor: Pedro Plasencia

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