By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 28 de febrero de 2018

El mundillo de la jaula 18



El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 18

Capitulo 22

Recuerdo aquel puesto que le diera al Chepa, aquella tarde de cielo gris y tristón en el codiciado coto de caza menor de "Judío", en especial, porque se me hizo eterno. Todas las circunstancias del mundo - unas reales y otras creadas por aquella, al parecer, mi enfermiza imaginación, empujadas por las circunstancias que parecían haberse confabulado para que las creara.
¡Vaya un martirio psíquico que, tan absurdamente, me creé!
Me había invitado mi buen amigo y excelente aficionado a la jaula, Paco Ahillones. Optamos por ir en su "cacharreta", que era como él le solía llamar a su "2CV", ya que había llovido bastante el día anterior, y los carriles debían estar infernales, y este coche, por ser tan poco pesado y ágil, se “carrileaba” por caminos embarrizados como los propios ángeles.
Una vez que dejamos la carretera asfaltada de Alanís de la Sierra, para coger uno de los carriles que se adentraban en el coto de marras, empecé a espiar a través del parabrisas, buscando un lugar para mi puesto que, por lo menos, medio me gustara. Y así, al no mucho de nuestro “carrileo”, pude ver, aledaño al carril y frente a nosotros, un montículo que me pareció bastante apropiado, por su afable estampa y por el clareo que en sus laderas ofrecía entre los tomillos y romeros que en ellas crecían. Una vez que nos encontramos a su altura, le pedí al chofer que parara, diciéndole que aquel “morrete” me gustaba bastante para un puesto de tarde. A mi amigo Paco, por el gesto que, de forma tan espontánea, reflejó en la cara, también le debió gustar. De todas maneras, ayudándome a sacar el pájaro y los bártulos del coche, me dijo que él tampoco se iba a retirar mucho de allí. Que cuando calculara que se encontraba a la debida distancia, para que no se pudieran escuchar los reclamos entre ellos, haría el tollo por allí por donde mejor viera. Que en "Judío" había muchas perdices, y que cualquier sitio era bueno para colgar. Me deseó suerte, y allá endilgó con su “Citröen”, carril adelante.
Era temprano aún, y como, por otra parte, allí había matorral y broza como para hacer un tollo en "un decir amén", me tomé la cosa con cierta parsimonia, pero aún así, me pareció que era demasiado pronto, para que el disparo que oí, fuera de mi amigo Paco, ya que llegó a mí en el momento de emboscarme en el tollo. Tiro, por cierto, que retumbó como un desatentado trueno.
-¡Qué tiro tan extraño!.- Pensé, oteando, instintiva e inútilmente, a través de la tronera.- Demasiado tempranero para ser de Paco. Y si de él no, ¿de quién si no? De todas maneras, sea de quien sea, ¿a cuenta de qué ese misterioso zambombazo, que más que un tiro de escopeta, me ha parecido como un bombazo de ultratumba?
Aquí arrancó, precisamente, aquel mi estúpido e increíble martirio. Me dio por reinar en ello, conduciendo mi imaginación por los peores y más pesimistas caminos, y empecé a sentirme, dentro del tollo, más amargo que la retama, por la preocupación, en que me había sumido aquel tiro, no sólo por lo tempranero, sino por aquel tan descomunal sonido para ser de una simple y vulgar escopeta.
¿Dónde estaba aquella mi tan jubilosa felicidad, que yo siempre sentía, por el solo hecho de estar metido en un tollo...? Intentaba, una y otra vez, quitarme de encima aquellos tan feos auspicios de mi imaginación, como si se tratara de una mala pesadilla, pero...¡qué va! Aquello era como una cansina y molesta “mosca cojonera”. No veía la hora de que se acabara el puesto, para saber qué es lo que realmente había sido aquello.
A partir de entonces, no me encontré a gusto en ningún momento, a pesar de que, tan pronto como El Chepa abrió el pico, ya tenía una collera de perdices en la plaza. Ni un minuto tardó. Se presentó, además, sin previo aviso. A la carrera y sin lanzar al aire ni un solo reclamo, ni por parte de él, ni por parte de ella. Abatí primero a la hembra y, al
disparo, el macho apenas si dio una cortísima “volata”, tras la que entró ciego de celo y como "un miura", comenzando a dar vueltas y más vueltas en torno al pulpitillo, respondiendo, como un valiente, a los “cuchicheos” y pitas del juglar. En una de ellas se quedó con “las ruedas p´arriba” junto a su ya difunta esposa. Era todo el pescado que había que vender por allí, así que, una vez despachado en sólo unos breves minutos, estábamos pintando allí menos que un gato en una matanza.
Y no era esto lo peor, pues la desazón de mis imaginarios y torpes auspicios, acarreados por aquel no ya tempranero, sino extemporáneo disparo y su extraña y un tanto anómala
explosión, no teniendo más lances en que distraerla, me recomía más y más como una mala carcoma.
El Chepa, no obstante, tan generoso y animoso como siempre, siguió lanzando al aire sus bizarros cantos, buscando y comprometiendo a otros posibles invitados, esperanzado en nuevos lances, pero allí ya no había más “personal” disponible. Cierto que nos llegaban, aunque muy espaciados y un tanto lejanos, algunos reclamos, pero desangelados y sin ninguna convicción, por lo que, en vez de irse acercando a las invitaciones del cantor, muy por el contrario, cada vez se comenzaron a oír más y más remotos. La de veces que el muy voluntarioso del Chepa, cansado de que no le hicieran ni “puto caso”, lanzó al aire "la engañifa" de “pichearse”, para levantar al campo. Pero ni así. Y a todo esto, toda la santa tarde por delante. Así que, por si éramos pocos, parió la abuela, pues esta era una nueva circunstancia que se sumaba, para contribuir a hacerme más interminable aquel tan aciago puesto de mis culpas.
Miraba y remiraba el reloj, y cada minuto me parecía un siglo. Así que un puesto que, por lo general, se suele ir en un suspiro, en esta ocasión, me pareció una eternidad. Cada vez más impaciente y nervioso, con aquel maldito tiro aferrado a mis sienes como un indómito halcón, decidí echarme fuera del tollo cuando aún faltaba medio siglo para que el sol llegara a sus encames, y allá me fui a orillas del carril, dispuesto a esperar, con infinita avidez, que "la cacharreta" llegara por dónde y cómo quisiera, pero que llegara. Y es que no se me iba de la cabeza aquel disparo que me hacía sospechar lo peor y siempre pensando que mi amigo Paco hubiera tenido un terrible accidente. La cosa empezó a pasarse un tanto de rosca, si es que aún no estaba lo suficientemente pasada, cuando, prácticamente anochecido, el "2CV" no aparecía ni vivo ni muerto por ningún sitio. Aquello ya no era como una falsa o infundada pesadilla, es que ni los chaparros más cercanos, por la caída de la noche, se podían ver, si es que no era como bultos sospechosos. La cosa pues se ponía demasiado fea. Sabía que había pajareros que aguantaban en el puesto lo indecible, pero, por Dios bendito, es que la penumbra del anochecer ya estaba saludando a la misma noche en sí.
Tembloroso como un flan, decidí caminar, carril adelante, con la esperanza de, cuanto menos, dar con el coche por allí aparcado a orillas del camino, pero otra nueva contrariedad acudió a engrosar la suma, y ésta además de ser real y tangible, era tan patética como peligrosa.
Dos mastines, auténticos ejemplares de exposición ambos, me salieron al camino con roncos y amenazantes ladridos.
Seguir adelante con aquello guardianes ante mí, por descontado, que no, pero es que, por otra parte, cada paso que yo daba hacia atrás, el mismo que los perros daban hacia adelante. Menos mal que tuve la providencial precaución de coger la escopeta, en tanto que al pájaro y a los bártulos los dejaba escondidos por allí, al pie de un chaparro, y, por si las moscas, me la eché a la cara mientras retrocedía. Gracias a Dios que, por fin, todo se vino abajo como un castillo de naipes, en un solo segundo, ya que los faros del coche relampaguearon de pronto entre la oscuridad de aquellos tan solitarios lugares. No tardó el tan pacienzudo pajarero en enfocarme allá en mitad del carril, encañonando a los perros.
Sorprendido, pegó un frenazo, y, bajando el cristal de la ventanilla, fue a pararse junto a mí, no ocurriéndosele otra cosa, sino la de soltar una estruendosa carcajada. Era lo único
que me faltaba para que mi “cabreo”, que ya era de elefante, se agigantara hasta lo indecible. De todas maneras me mordí la lengua, para no se me escapara algún “palabrón” que debía tener en la punta de la lengua. ¿Para qué, si mi cara lo decía todo? Claro que, con la oscuridad, Paco no me la debió ver, porque si me la llega a ver, queda electrocutado en el acto.
De todas maneras, "el tozudo moroso" se me excusó, diciéndome que dio con un tollo ya hecho y que por no molestarse en hacer otro nuevo, lo aprovechó, limitándose sólo a retocarlo un poco, y que al primer reclamo del pájaro se le vinieron a vuelo una collera y que, viendo que no podía coger la hembra, le disparó al macho, y que, a la espera de le
entrara la hembra, que escurridiza y desconfiada no hacía sino “ratonear” por los alrededores del pulpitillo, esperó hasta última hora, sabiendo que estas astutas viudas suelen entrar al oscurecer, y de ahí que se levantara un poco tarde.
Que, por cierto.- Concluyó diciéndome.- había que ver como retumba un simple disparo de escopeta, cuando revoca en las paredes de un tajo, ya que estuvo puesto, exactamente, en la base del Tajo de La Torcaz, que bien sabía él que se encontraba allí un poco más allá.


©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

No hay comentarios:

Publicar un comentario