By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 4 de abril de 2012

Coleccionistas de libros y pergaminos


"Un bibliófilo está siempre en tensión cinegética, como el tigre en las selvas del Indostán...

El coleccionista de papel no limita sus búsquedas al incunable o al gótico, al pliego de cordel rarísimo o al libro de caballerías inencontrable, sino que amplía sus pesquisas a todo aquello que se ha escrito de forma manuscrita sobre papel –o papiro, o pergamino– y, de manera muy especial, a los impresos. Antes de la Bibliade 42 líneas de Gutenberg existían, por supuesto, bibliófilos. Un ilustre monarca del reino de Aragón del Cuatrocientos, Alfonso V el Magnánimo, no dudaba en asaltar, en plan pirático, las naves que venían de Oriente cargadas de códices griegos. El rey asirio Asurbanipal reunió en su capital, Nínive, una asombrosa biblioteca en la que figuraba, en doce tablillas de escritura cuneiforme, ni más ni menos que la Epopeya de Gilgamesh, la primera obra maestra, sin paliativos, de las letras universales.
Desde hace más de cincuenta años vengo ejerciendo de coleccionista de papel. Primero fueron los tebeos, que iba reuniendo poco a poco, cuaderno tras cuaderno, con la intención de que las colecciones que emprendía se completasen desde la primera entrega hasta el número final. Luego, a partir de los diez o doce años, los libros (sin que por ello dejase de perseguir tebeos: aún lo sigo haciendo). Tal vez esté barriendo para casa, pero pienso que uno de los placeres más intensos, más hondos, con menos contraindicaciones, que se puede experimentar es encontrar el libro –o el tebeo, o el cromo– que se anda buscando. Puede uno buscar un libro individual, desvinculado por completo de la serie en que se inscribió o de la firma editorial que auspició su salida, pero también puede uno buscar los libros que le faltan para completar una colección, o puede uno coleccionar Quijotes, o atlas geográficos e históricos, o fotografías decimonónicas: todo eso tiene que ver con la bibliofilia, que es una enfermedad que afecta a nuestro tiempo libre y empobrece nuestra ya de por sí maltrecha economía, pero que es un mal del que puede decirse que acaba convirtiéndose en bien y enriqueciendo nuestros espíritus.
Cualquier texto escrito es un mensaje introducido en una botella y lanzado al mar con la esperanza de que alguien, en alguna parte, se tope con él, lo suba a bordo de su atención lectora y lo comparta con su autor. Aprovecho, pues, la coyuntura para explicitar una desazón de bibliofilia. ¿Recuerdan ustedes la colección Cuadernos Literarios de Calpe, donde vieron la luz Manual de espumas de Gerardo Diego o Geografíade Max Aub, entre otros muchos títulos? Pues tan solo me falta un número para completar esa serie, ni más ni menos que El boxeador y un ángel del gran Francisco Ayala. Esta desfachatez a la hora de hacer pública una carencia resulta intolerable desde muchos puntos de vista, pero ilustra a la perfección acerca de la naturaleza esencial de un coleccionista de papel: nunca pierde ocasión de revelar sus deficiencias para intentar subsanarlas. El bibliófilo –yo lo he llamado“coleccionista de papel” para acercarlo al común de los mortales– está siempre en tensión cinegética, como dicen que lo está el tigre en las selvas del Indostán, y es tan cruel y sanguinario como el tigre cuando se trata de defender la pieza cobrada del asedio de otros bibliófilos o de ocultar un dato a sus rivales. Pero le pierde el exhibicionismo. Todavía recuerdo lo que el poeta X me contó un día acerca de cómo había ido perdiendo una serie de libros muy cotizados de poesía española contemporánea en una época en que su amigo el poeta Z visitaba su biblioteca con frecuencia. Él no establecía una relación causa-efecto entre esas visitas y esas pérdidas, pero yo la vi clara desde el principio. Entre bibliófilos, no hay lealtad que logre resistirse a la pulsión del coleccionismo.

Revista Mercurio.- LUIS ALBERTO DE CUENCA

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