By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 15 de octubre de 2016

Trazos, letras y acordes XI

Rafael Rodríguez Márquez, un hombre con corazón de trovador

",,, es el nexo de unión entre los dos mundos; es el puente que hace que hoy Rafael Rodríguez Márquez se haya convertido en inmortal, porque uno sólo se muere cuando se olvidan de él, y no sólo estará en nuestros pensamientos, sino que también lo tendremos a nuestra disposición y de las generaciones futuras en nuestras bibliotecas.- 
Comentario de Alberto Bernabé en la presentación del libro Guadalcanal, un pueblo en la memoria, Guadalcanal, Cine Emperador, sábado 6 de diciembre de 2008

Aquel martes dos de Enero de 2007 día de san Basilio Magno, apareció Guadalcanal frío e impregnado de una ligera niebla procedente de la Sierra del Agua, altanera y velando por este pueblo serrano que tanto amó nuestro amigo Rafael.
A pesar del frío reinante, transcurría la jornada casi lúdica por la recién pasada fiesta de fin de año y la proximidad de la festividad de los Reyes, por los Mesones y la calle Santiago bullía la gente organizando compras y saludando a paisanos que por estas fechas señaladas nos acercábamos en nuestro pueblo a pasar unas pequeñas vacaciones e impregnase de amistad y cariño de familiares y amigos, de pronto, parece que todo se detiene, la noticia va de boca en boca, a muerto Rafael el de Electrovira, a pesar de que familiares y amigos eran conscientes de que el martillo de la vida estaba golpeando la salud de Rafael y que esto nunca resquebrajó su espíritu, la sombra de la muerte vino a buscar a este hombre noble y amigo de todos, para los que le conocimos, con solo el comentario de la lectura de un libro, el murmullo de unas palabras en una conversación de café, sus largos paseos por "su" paseo del Palacio con los amigos o el comentario sobre cualquier noticia de actualidad, te hacían entablar conversación con una de las persona más afable, sencilla, de gran corazón y culta que yo he conocido en Guadalcanal.
Su nacimiento el 1 julio del 1938 fiesta de san Simeón, cuando España se encontraba inmersa en una fratricida guerra civil y más tarde, su difícil infancia debido a las condiciones familiares y una España devastada, forjaron a un hombre justo, honesto de trato entrañable y un amor y compromiso con su pueblo, pueblo al que encumbró a través de sus artículos en la revista de feria y en su libro legado póstumo "Guadalcanal un pueblo en la memoria", que fue presentado por su hija Mari Carmen en homenaje póstumo el sábado 6 de diciembre de 2008 en el cine Emperador (actual cine-teatro Municipal), libro que nos introduce y describe a través de la historia y la memoria de Guadalcanal desde la prehistoria hasta los personajes más ilustres de la villa, recreándonos en datos, fotos o curiosidades recogidas para la memoria.
Memoria que en mi caso particular, me hace retroceder hasta el verano del año 1.994, cuando me lo encontré cerca de la Plaza de Abasto, curiosamente los dos llevábamos la revista de feria de ese año bajo el brazo, y me comentó que mi artículo Diccionario Humano (Bebeagua) transmitía nostalgia y amor por Guadalcanal, manifestándome lo que ambos amábamos el pueblo, independientemente que nos encantaramos en Guadalcanal o por la diáspora de la emigración, fuera de él, articulo que fue premiado como el mejor articulo de aquel año en la revista.
Su amplio currículo no se limita solo a la participación en el aumento de la riqueza y la cultura de Guadalcanal con su contribución en diversas empresas locales, fue el caso del único cine de Guadalcanal de la época y la organización de diversos eventos y espectáculos, que recuerdos..., aquel cine de verano luego transformado en el Cine Emperador (considerado en su día como el más moderno de la comarca), con sus películas punteras en la época y su finalización siempre con la música del pasodoble, creo que "en er mundo"; fue así mismo, socio fundador de la primera caseta particular en el Real de la feria, presidente del Guadalcanal C.D durante muchos años, relanzó la revista de feria y la enriqueció con sus artículos sobre el día a día de nuestro pueblo, fue mayordomo de la Hermandad de Guaditoca en momentos difíciles, formó parte de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús, de la que era gran devoto, Para terminar esta pequeña glosa sobre Rafael Rodríguez Márquez, hijo, padre y abuelo de guadalcanalenses y guadalcanalense de corazón, aun cuando por las circunstancias de la guerra naciera en Corral de Calatrava (Ciudad Real).
Reproduzco el prólogo que escribió su gran amigo José Fernando Titos Alfaro del libro editado en el año 2008 y que enardece la amistad y grandeza de corazón de su gran amigo Rafael: 

Prólogo.-
Conociendo como creo conocer a Rafael Rodríguez Márquez —que bastantes años ha que tuve la dicha de empezar a disfrutar de "la güena sombra" de tan leal y fiel amigo—, puedo decir que, ante todo y sobre todo —porque así lo parió la santa mártir de su madre—, es un hombre con corazón de trovador, por lo que me sorprendió verle como historiador y cronista del que siempre fue el bendito pueblo de "su arma". Y es que un trovador, por ser hombre, por lo común, de sentimientos tan delicados como frágiles, difícilmente se puede limitar a ser un simple historiador, por lo menos, en su sentido más académico.
Me explico. Quiero decir que me resulta muy difícil concebir a mi buen amigo Rafael caminando por las sendas de la historia o de la crónica como tales, por estar estas veredas, por lo general, tan desnudas de sueños, de colorido, de luz y de poesía. Para esta "güena gente" que, además de sencilla y espontánea, tiene alma de poeta, como es el caso del autor del presente libro, nada puede tener sentido, si es que no le hace vibrar por la emotividad que pueda conllevar en sí mismo, por lo que este o aquel hecho histórico o esta o aquella histórica reseña que, por su propia naturaleza de históricos precisamente, tan pegados han de estar siempre a la realidad de la vida y, consecuentemente, tan alejados de la fantasía del azul del cielo, nada extraño nos podría resultar que, cuanto menos, sospecháramos que casi obligaran al bueno de Rafael a poetizarlos, para elevarlos en lo posible a las estrellas y así poder sentir la dulce templanza que siempre anhela sentir el alma de un soñador ante lo que se ama.
En este sentido, y solo dentro de él, es en el que podemos valorar la historia que ha escrito Rafael de este, ciertamente que sí, tan idílico como montaraz y luminoso pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, llamado Guadalcanal, por la sencilla razón de que es en este sentido, y solo dentro de él, en el que el autor se ha dejado el alma y el corazón escribiéndola, que eso otro de la ciencia y de la investigación es otro cantar para el bueno de Rafael, entre otras cosas porque como venimos diciendo— no pueden ser estas las flores que pueden adornar su camino, por lo que Rafael se limita tan solo a recoger — eso sí, con la delicadeza y el mimo que las cosas de su pueblo requieren— lo ya investigado por otros muchos historiadores e investigadores, procurando sublimarlas, sobre todo si es que ve que arañan un poco el alma.
Pero es que si, además y por si fuera poco, añadimos que este hijo de Guadalcanal, por lo bien nacido que es, tan agradecido fue siempre, ya nos están sobrando todas las palabras con respectó a las susodichas ponderaciones, ya que caen por su propio peso.
Podríamos resumir diciendo, no obstante, que, siendo mi buen amigo Rafael un hombre tan profundamente humano y de convicciones tan hondas, no solo por ser el hombre de bien que es, sino por ser —¡ahí es nada!— ese castizo andaluz de ancestral estirpe y a la antigua usanza, tiene necesariamente no ya solo que amar al pueblo que le vio nacer, sino que venerarlo, por lo que .—vuelvo a repetir— tiene que dulcificar hasta la más cruda realidad histórica, con la idea de darle ese colorido, ese sentimiento y esa poesía que siempre anidan en el alma de un soñador. Cierro los ojos por ello y puedo ver diáfanamente a este trovador como extasiado ante la idílica belleza de este su pueblo, allá encumbrado en la mítica Sierra Morena.
¡Dios bendiga a esta mi tierra,
pues, como arrancando vuelo,
parece escapar del suelo
y allá encumbrarse en la sierra
para estar cerca del cielo!
Lo termino de insinuar, pero creo que debo decirlo con la claridad con que el pueblo sencillo suele decir eso de que al pan se le llame pan y al vino se le llame vino, no vaya a ser que alguno confunda en mis dichos las churras con las merinas. Así pues, que sepan todos que jamás quise decir que los hechos puramente históricos que Rafael relata en su libro no sean historia en su sentido más estricto y, como tales, dignos de la mayor credibilidad. ¿Cómo voy a decir yo que los capítulos que tratan estrictamente de la historia y que escribe Rafael sean como un fantasioso castillo de fuegos artificiales, que solo en unos instantes puede convertirse en algo tan volátil y efímero como el humo? ¡Ni mucho menos! Lo que, en definitiva, yo he dicho o, cuanto menos, he querido decir es que cualquier hecho referente a la historia de este su pueblo, en manos de Rafael, por el amor y la veneración que le profesa a esta su tierra, lo suele adornar a guisa de como pudiera adornar el dosel de la santísima patrona de Guadalcanal, la Virgen de Guaditoca, por poner algún ejemplo, bien con las bellísimas flores que "suelen brotar en los idílicos campos de Guadalcanal o con esas otras flores que, por brotar del alma, solo pueden ser místicas, como son los requiebros que de una u otra manera puedan florecer en los labios de cualquier hijo de este pueblo ante la presencia de tan bellísima y querida Madre.
No quisiera terminar sin referir algo que quizás pudiera sorprender a cualquiera viendo a Rafael como autor de este primoroso libro que nos traemos entre manos, pensando que Rafael, no siendo "hombre de pruma y letra", según el decir de los más castizos lugareños al referirse a un hombre que no ha vivido de los libros y entre los libros, se haya aventurado en esta hazaña, siempre tan delicada como apasionada y ardua, de escribir un libro, añorando a sus más entrañable ancestros. A esto he de contestar, sin embargo, que nada tiene de sorprendente —¿por qué?— tratándose de un guadalcanalense de bien, además de ser un hombre —vuelvo a reiterarme— de un corazón tan gigantesco como arrollador.
Quisiera poner el broche de oro a esta especie de homenaje de mi sincera amistad a mi muy estimado amigo Rafael contando una anécdota de aquellos nuestros ya tan remotos años del nacimiento de nuestra tan leal amistad, sobre todo p6íque nos viene —como dice el dicho popular—como anillo al dedo con respecto a las palabras que termino de escribir en el último párrafo. Viendo, cada vez más y más, las inquietudes y el talento que tenía Rafael, además de lo emprendedor que era en todo y para todo, me planté en un momento dado ante él y no se me ocurrió decirle otra cosa sino que, si él hubiera nacido en tiempos del descubrimiento de América, el que hubiera conquistado el imperio azteca, el imperio inca e, incluso, el que hubiera descubierto el Amazonas hubiera sido él y solo él, porque ni Hernán Cortés ni Francisco Pizarro ni Fernando de Orellana hubieran tenido nada que hacer en sus respectivas hazañas.

Rafael Spínola Rodríguez

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