By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 27 de julio de 2011

Bob Dylan


Portada de su segundo álbum 1963

El hombre que nunca estaba allí

Después de años y discos, la obra de Bob Dylan se nos presenta memorable, una crónica bestial, una proeza humana. En el fondo, poesía, una vida más desplegada a golpe de vértigo, el ojo interior y el exterior bailando su danza frenética e interminable.
Un lenguaje que se pega, una forma de cantar que hiere. Dylan supo pronto lo esencial, la verdad no está allí donde se espera, hay que ir a por ella y retorcer su sombra, seguir una ley: no hay mayor derrota que el triunfo, ni mayor triunfo que la derrota. A pesar suyo, y por su poder visionario, se convirtió en mensajero, y tuvo que soportar que se le colaran por la chimenea intrusos dispuestos a la revelación de primera mano, y no estoy hablando en metáfora.
Fue Dylan el que le dijo a los Beatles: “a ver si hacemos algunas letras de verdad y nos dejamos de tanto duduá”. Nació en un tiempo crucial, y aunque rió algo más que Buster Keaton, nunca lo abandonó ese estigma de seriedad, de profundidad y alcance. Pronto puso en titulares que los tiempos, como el río de Heráclito, estaban cambiando. Claro que el taimado tahúr ya se había apercibido que el río siempre es el mismo. Y, vaya que sí, eran los tiempos en que los poetas paraban las guerras, y la máquina política-militar se vio obligada a trabajar duro y reconvertir su estrategia para hacerse inmune a estos voceros iluminados del pueblo. Parece que lo consiguieron, ¿no? Pero Dylan, como Messi, nunca estaba ya cuando el defensa iba a cazarlo, su orgullo de judío errante lo protegió siempre, por cada paso y sendero.
Como un verdadero poeta, abrió puertas que nunca cerró, que nunca quedaron atrás, las del Edén y las del abismo, las de dentro y las de fuera, la portada principal y la humilde trasera que da al jardín. Cambió de fe, pero no de norma: hay que creer, dame un soporte y moveré el mundo. Le cantó al Papa, ¿y a quién le importa eso? Él siempre te espera en otra parte. Empezó con el folk y el blues, y lanzó al viento su grito desgarrado y solitario. Y desde ahí construyó un gran almacén del oeste maldito, en el que sonaba Rimbaud, en el que el mismísimo Walt Whitman podía dejar sus pertenencias sin problemas. Sin ser un erudito, bebió de las fuentes principales. Su hora más oscura, justo antes del amanecer, es la hora oscura del alma de San Juan de la Cruz. Lanceó las cintas como un caballero medieval, él, que nació en un pueblo sin historia. Su fiereza épica para describir su lucha y la de todos nos lleva hasta Homero, hasta el más puro origen de todo, a donde siempre se regresa.
Aunque sólo hace canciones, su fuerza telúrica, su hambre espiritual, lo ponen siempre delante de su tiempo como lo que quizás nunca quiso ser, un gran escritor. Muchos lo postulan para el Nobel de Literatura, a él, que no quiere nada, que lo tiene todo, que es un artista y no mira atrás. Como escritor admiró la poesía hip-hop de los noventa, la que infestaba las calles negras de la Nueva Providencia.
Y los tiempos modernos asisten a su crónica imparable. Es su escritura hipnótica la que le guía por los caminos circulares que transitó toda su vida, caminos de desolación, de rebelión, caminos de enfermedad y de amor. Y siempre fiel con su primera estación, el blues solitario y sentencioso que late siempre detrás de toda palabrería. Puedes pensar de Dylan que está en los premios, en los ranchos apartados, en giras interminables o en elegantes pesadillas, pero seguro que ya no está allí, se ha ido a otra parte. Pero, créeme, está tan vivo como su silencio. Y su poderoso aliento no está hecho de pretensiones, ni su valor está hecho de máscaras, es real y miserable como tú y como yo, gigantesco y glorioso como las cosas grandes de la vida, de nuestra vida misma. Gracias amigo Robert, seguiremos visitando los caminos, llorando por nuestro destino. Si tu maestro Woody Guthrie pudiera ver lo que has logrado…

KIKO VENENO

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