By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 6 de abril de 2013

El tiempo nos toma el pelo

Tiempo de inocencia
de Carme Riera

 Para bien o para mal, hay muy pocas cosas de la vida de Carme Riera que no tengan su punto de partida en la infancia. Por eso tira del hilo de la madeja trenzando recuerdos en el calidoscopio del pasado. Objetivo: “Resucitar a la niña que maté para tratar de ver de nuevo el mundo con sus ojos, dejando constancia escrita de su mirada”. Una niña tímida, temerosa, asustadiza y feúcha cuyo “Tiempo de inocencia” duró hasta los once años.
¿Acaso no inventamos la literatura para escribir sobre cuanto hemos perdido? Riera se acerca al agujero de la cerradura de la puerta del alma, y mira en su interior, consciente de que “el alma de las personas consiste en su memoria”. Tiene claro que “no quiere enmendarle la plana a la niña que fui”, y aunque “nuestra niñez no fue demasiado feliz, por lo menos la mía”, le gustaría “volver a ser niña”. Ser niña en aquella Mallorca de los años cincuenta que en nada se parece a la de hoy en día. El libro absolutamente libre de Riera es un inventario de extrañezas y hallazgos, de encuentros y desencuentros. Dulce como cerezas enlazadas. Amargo como lágrimas ocultas. Tan real como los sueños de volar. “El futuro no es nuestro, nuestros son únicamente los años y los días que hemos dejado atrás”. Claro, y por eso se nutren de esa sensación de pérdida (la primera) de un paraíso privado: su infancia era un paisaje de olores y de sonidos desaparecidos para siempre.
Un mundo poblado de rostros. De rastros. “Mi madre era muy guapa. Yo, por el contrario, fea y muy parecida a mi padre”. Su padre llevaba bigote: por eso su hija odia los bigotes. La niñez está llena de claves de la vida adulta. Claves y sonrisas enmarcadas. Risas de agua. La mano del padre que protege. Y las memorias ajenas habitadas por amores frustrados. El tiempo nos toma el pelo. El tiempo lo manda todo a pique. Naufragios, y también escenas que navegan por el placer de los demás: aquellas orquestas de cruceros tocando un vals mientras los camareros de charol servían cócteles multicolores. La memoria del escritor siempre está escribiendo páginas del futuro.Y cuántos sueños. Despierta y dormida. Por ejemplo, que a la casa sobre el acantilado le brotara una escalera para llegar a la orilla. Tocar las olas. Un sueño eterno. O poder volar: tocar el cielo… Escribir es hereditario y Riera lo lleva en el ADN, como lleva las historias del hombrecillo del sueño con un saco de arena que la ayuda a dormir grano a grano, latido a latido.
Sabores, olores, sensaciones: dicen que quien ha tenido frío de pequeño tendrá frío toda la vida. “Por eso sigo teniendo frío”. Sabañones en la memoria, y miedos recalcitrantes: a las tormentas. Palabras prohibidas que suenan por primera vez (“democracia”), monjas fantasmas, relojes iniciáticos en la muñeca y muñecas Gisela.
La princesa está triste, sí. Cuentos llenos de palabras con alas que le permitían volar. Bibliotecas cerradas con llave que abrían la puerta a la necesidad de entrar en ellas, abrazos a olivos de ramas dulces, tiempos felices de junio con días largos, la ropa ligera y el vivir a placer. Sueños de ser ángel, ángel travieso que “pinta” una pared tirándole huevos o finge cojeras. Y los tambores de la memoria invitan a entrar en la gran memoria Ram, mientras suenan voces seductoras que entran en el túnel de la literatura que embruja, esa mezcla de emoción, magia y simulacro que la mirada del alma de Carme Riera observa en su escalera hacia el cielo que toca las olas. 
La mirada del alma
TINO PERTIERRA

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