By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 30 de octubre de 2013

Inicio de la Mundalización

Una expedición que ya forma parte del Registro de la Memoria del Mundo


La Ítaca de los pueblos ibéricos fue, durante la baja Edad Media, la costa india de las especias.
Los portugueses se llevaron la palma –y la canela – y entre unos y otros, queriendo enlazar por mar Europa y Asia, terminaron conectando los cinco continentes e inaugurando la Edad Moderna. En justo reconocimiento a un “catalizador” de la globalización que cambió la historia”, la crónica del primer viaje de Vasco da Gama, que se conserva en Oporto, ha sido inscrita por la UNESCO en su Registro de la Memoria del Mundo.
Aunque la admisión se produjo a las puertas del verano, el calor estival invita a la lectura de este auténtico libro de aventuras marítimas repleto de encontronazos culturales y de rocambolescas primeras veces. Por ejemplo, la primera jam session de la historia bien podría haber sido la improvisada por los marineros de Vasco de Gama y la tribu africana con la que se toparon en la costa de la actual Sudáfrica en 1498.
Los nativos no tardaron en sacar una especie de flautas y la marinería marinería portuguesa se unió al buen rollo con sus trompetas, admirados por el sentido musical de aquellos hombres semidesnudos.
Todavía no habían superado el cabo de Buena Esperanza y la singladura ya prometía.
Este es uno de los muchos episodios increíbles de la crónica del primer viaje de Vasco de Gama a la India, destacada ahora por un programa de la UNESCO que desde hace veinte años vela por la conservación y difusión de documentos fundamentales de la humanidad.
Aunque se trata de una obra sin ambición literaria, escrita en portugués por un miembro de la expedición cuya identidad todavía se discute –Álvaro Velho o João de Sá, ambos escribanos –, es un testimonio de primera mano que echa por tierra muchos lugares comunes sobre la época de los descubrimientos – léase la codicia y el afán evangelizador como únicos motores –. Aunque la crónica difícilmente pueda ser objetiva, lo cierto es que es difícil  no conmoverse ante la humanidad, la valentía, la tenacidad y la curiosidad de aquellos pioneros.
No hay, por ejemplo, ni un ápice de racismo en el encuentro entre ibéricos y africanos, o entre ibéricos e indios. “Venimosa buscar cristianos y especias”, le dijo un marinero que sabía árabe a uno del lugar, al ser interrogado.
La gracia es que los portugueses encontraron auténticos cristianos indios (malabares) en la costa africana, donde comerciaban.
Estos les recibieron con una enorme alegría –los portugueses también dispararon no pocas salvas – al grito de “Cristo, Cristo”, viéndolos como aliados en una época en que el poder islámico en India estaba a punto de llegar a su apogeo.
Sin embargo, por escasas millas, el almirante de Gama y los suyos no dieron con ellos en la costa India, a la que llegaron tras secuestrar a un piloto nativo o árabe. El adelantado ducho en algarabía (quizás un judío converso) al que mandaron a tierra certificar que, efectivamente, había moros en la costa, se llevó una sorpresa mayúscula tras verificar que, efectivamente, habían alcanzado la India.
Tras casi un año de navegación plagada de peligros, en gran medida en aguas nunca surcadas por europeos –aunque sí por árabes, indios y hasta chinos – cuando este hombre llega finalmente a su Ítaca –el emporio de las especias de Cálicut – le sale al paso un individuo que al reconocer su indumentaria se le dirige con estas palabras literales y en castellano: “¡Por todos los diablos! ¿Qué te trajo aquí?”. Luego en el barco, aquellos marineros curtidos no daban crédito a sus oídos, y según otras crónicas, se les saltaban las lágrimas. Aquel providencial informador era un antiguo cautivo tunecino, Monçaide, que además de árabe hablaba castellano y genovés y al que, tras muchas peripecias, finalmente se llevarían de regreso a Lisboa Un regreso que se hizo esperar y que estuvo apunto de no producirse.
Luego encontraron otra fuente todavía más útil para la corona portuguesa en un comerciante judío asentado en la costa malabar pero que era nativo de Alejandría, hablaba veneciano y conocía todos los intríngulis económicos y políticos de India.
El reyezuelo hindú de Cálicut recibió a los portugueses desdeñosamente en su corte –escupiendo en su enorme escupidera de oro – y era tan rico que sus visires rechazan sumariamente los regalos de aquellos pobretones llegados de Europa.
Desde su escala en la costa africana, los portugueses habían tenido tiempo de darse cuenta de que su animadversión hacia los musulmanes era justamente correspondida por estos. En más de una ocasión salvaron la piel sólo porque creyeron que eran turcos.
Y no cabe duda de que la gasolina de dicha animadversión es la rivalidad comercial.
Los portugueses salvaron el pellejo por los pelos y gracias a la enorme astucia del almirante Vasco da Gama. El zamorín o rey de Cálicut, a instancias de los mercaderes árabes, que eran conscientes de lo que se les venía encima si los ibéricos llegaban directamente a la India –esto es, la pérdida del monopolio de las cotizadísimas zadísimas especias, que también iba a significar el declive de Venecia –, mandó una armada para liquidarlos.
No lo lograron las armas, pero sí, en parte, el escorbuto.
Aunque los portugueses ya conocían los efectos de la falta de vitamina C, cuando logran hacerse con naranjas en África, ya es demasiado tarde para gran parte de la tripulación.
Entonces, como ahora, abundaban los malentendidos. Los portugueses no dieron con los cristianos en la India –y eso que en Malabar los había a miles desde hacía un milenio – y en su lugar, toparon con los indios conversos al Islam y con los hindúes. ¡Confundieron un templo de Vishnú con una iglesia! Creyeron que sus ídolos eran santos desconocidos y que sus deidades femeninas eran versiones locales de la Virgen María.
A pesar de ello, Vasco da Gama demuestra astucia en la crónica, aunque por otras fuentes conocemos su rigidez. Uno de los pocos brotes de crueldad es el bombardeo al navegar frente a Mogadiscio, puro despecho ante el acoso que acaba de sufrir, instado por los árabes, en su huida de la India. La derrota de Vasco de Gama (derrota en el sentido original de ruta, no de fracaso) fue publicada hace apenas un par de años en excelente versión castellana con un prólogo de la especialista de la UB Isabel Soler en Acantilado.
Una refrescante lectura veraniega y una odisea ibérica verídica, de ida y vuelta, donde Ítaca huele a pimienta, canela y jengibre.


Aunque el Portugal de la época de los descubrimientos tiene su verdadera Odisea literaria en Los lusíadas, de Luís de Camões, el afán mitificador de este a veces enturbia la imagen de la India, por mucho que el escritor tuviera un conocimiento de primera mano del subcontinente.
JORDI JOAN BAÑOS

No hay comentarios:

Publicar un comentario