By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 8 de febrero de 2017

Guadalcanal, un pueblo en la memoria 16

XV Curiosidades 
Recordado a nuestra peseta
Ocurría por el año de 1886, nuestro paisano Adelardo López de Ayala, poeta y político, escribió un manifiesto revolucionario que provocó el derrocamiento de la reina Isabel II. Por decreto del nuevo Gobierno Provisional de España, del que formó parte nuestro paisano don Adelardo, en fecha 19 de octubre de 1868 nace la peseta como unidad monetaria de España. Primero se acuñaron las monedas y posteriormente los billetes, que no verían la luz hasta el 1 de junio de 1874. Ciento treintaiocho años hemos tenido la citada peseta, hasta que el 1 de enero del año 2002 fue sustituida por el potente euro, con un valor de 166,38 pesetas, siendo actualmente una de las monedas más fuertes del mundo.
En este apartado he tratado de reseñar aquellas cosillas de nuestra historia, que siempre han suscitado curiosidad al guadalcanalense y de las que yo he sabido dada mi dilatada experiencia en el trato diario con él. Uno de los temas que más ha interesado a nuestros vecinos es la cuestión de los oficios en Guadalcanal.
En las Ordenanzas de la Villa de Guadalcanal del año 1674 se recogen una serie de oficios, de los que paso a enumerar aquellos que hace tiempo desaparecieron:
ALMOTACÉN: responsable de los pesos y medidas.
ALAMIN: veedor de las labores de los tejedores.
MONTARAZ: guarda de campo.
RASTRERO: encargado de la compraventa del ganado.
REGATÓN: comprador de productos al por mayor.
RECUERO: regulador de la calidad y precios del pescado.
TRAPERO: vendedor de paños.
TEJERO: fabricante de tejas y ladrillos.
También se localizan algunas palabras ya en desuso de las que entresacamos las siguientes:
BARDAL: seto protector de las viñas.
BARBASCO: envenenamiento de las aguas.
BLANCAJE: renta sobre las reses a sacrificar.
BARDA: ramaje encima de las tapias.
FOVO: argamasa para la construcción de tapias.
MOJINERO: medida-gradación y precio del vino.
MULADAR: sitio específico para arrojar basura.
VALLADAR: defensa de vados y setos.
Tenemos datos muy curiosos sobre el Guadalcanal del siglo XIX, cuando corría el año 1855:
Con motivo de la declaración del cólera morbo en los pueblos comarcanos y para evitar aglomeraciones de personas, fue suspendida la feria de ese año. A los pocos días, el 13 de septiembre, se declaraba en nuestra villa la temible enfermedad, que se mantuvo hasta finales de diciembre, cobrándose cuarenta y ocho víctimas que fueron enterradas en el nuevo cementerio inaugurado el 4 de julio en el prado de San Francisco.
Por aquel tiempo, los médicos diagnosticaban las enfermedades de esta guisa: cólera morbo, calenturas, de resultas de una quemada, esternuación, dolor de vientre, afección corbútica, diarreas, perlesía, afección de pecho, dolor de costado, ataque cerebral, de no poder mamar, flujo de sangre, mal de orina, emoción cutánea, aneurisma, tarvardillo, mala constitución, carbunco, lombrices, pulmonía, dolor cerebral, quebradura, insulto, de tos, sobreparto, cólera, postema de pecho, de no poder alimentarse, de hígado, tifus, viruela, inflamación de garganta, derrame interno, fiebres intermitentes, cólico nervioso, picada de una víbora, erisipela, guartana, etc.
Era también muy frecuente certificar la muerte del enfermo poniendo “de repente” y “parada del corazón”.
En el referido año, las profesiones y oficios de Guadalcanal se repartían de la siguiente manera: 5 abogados, 5 sacerdotes, 2 organistas, 2 sacristanes, 2 cirujanos, 1 médico, 2 farmacéuticos, 2 escribanos, 4 militares, 3 maestros, 32 zapateros, 21 molineros, 30 alhamíes, 10 herreros, 2 panaderos, 4 lenceros, 4 carpinteros, 16 arrieros, 1 sillero, 2 tintoreros, 5 tejedores, 13 comerciantes, 11 taberneros, 4 jaboneros, 4 sastres, 3 posaderos, ,5 mineros, 3 estanqueros, 1 medidor, 8 barberos, 1 jalmero, 1 herrador, 1 romanero, 1 de Correos, 1 calderero, 1 botinero, 1 hojalatero, 34 pastores, 6 chalanes, 6 esquiladores y 4 alguaciles. El resto de la población lo componían propietarios, labradores, jornaleros, cabreros, porqueros, mujeres dedicadas a sus labores y niños.
Debemos decir que los números de las casas no se comenzaron a poner hasta el año 1855, y el año siguiente, el 23 de agosto de 1856, empezó a colocarse el empedrado en las calles.
Desde el siglo XIX hasta hoy, nuestro pueblo ha tenido estos habitantes:
AÑO
HABITANTES
1829
4.000
1885
5.530
1900
5.870
1930
7.668
1940
7.520
1960
6.470
1980
3.364
1990
3.200
2001
3.108
En la actualidad se mantiene esta última cifra. Los nacimientos anuales son similares a las defunciones, entre cuarenta y cincuenta personas, aunque las perspectivas que existen es de que vaya en aumento el número de habitantes debido a que algunas familias que se fueron de esta villa están volviendo, por el empadronamiento de algunos extranjeros y también por la creación de nuevas empresas industriales que tienen solicitada su instalación en nuestro pueblo. Con vistas a este crecimiento, nuestro Ayuntamiento ha construido en menos de dos años más de cincuenta viviendas de protección oficial, y en la actualidad continúan construyéndose algunas más, lo que ha hecho que alcancemos la cifra de 1.800 casas en Guadalcanal.
Cuando comenzaba a andar el siglo XX, ocurrieron hechos en nuestro pueblo que deseamos recordar, y, aunque no los vivimos, los hemos oído contar a personas mayores que ya se fueron.
Llegaban a nuestra villa las primeras fotografías y la luz eléctrica, se terminaba el túnel del ferrocarril del puerto y a la estación llegaba el primer tren, cuyo recibimiento fue una verdadera fiesta, a la que acudió gran cantidad de gente y las autoridades, acompañando la banda de música para celebrar el acontecimiento.
Por estas fechas se plantaba el pino solitario de La Utrera.
Más tarde llegaban los primeros aparatos de radio, aunque comprarlos no era tarea fácil, solo algunos los tenían, hasta que los pusieron en las tabernas, donde los podían escuchar todos. Recordar aquellas canciones, Mi jaca, de Estrellita Castro, La bien gagá, de Miguel de Molina, La salvaora, de Manolo Caracol, los éxitos de Antonio Machín Angelitos negros, Madrecita, Dos gardenias..., y las famosas canciones de Concha Piquer, que parecían novelas de un solo capítulo, con las letras de aquellos famosos Quintero, León y Quiroga, que pasaron a la historia como célebres compositores y poetas.
También se comenzaba a celebrar en el Coso la feria de Guaditoca, después de haberla celebrado tantos años en el santuario. Había espacio para todo, atracciones como el Circo, los Cuadros, los Güitomas, las Carmelas, los Espejos —los Gordos— los Cristobitas, el Tren de la Bruja, las Barcas, los Caballitos y el Sube y Baja, donde la música la hacía un hombre golpeando un latón con dos cucharas. Algunos años traían a la feria una plaza de toros portátil.
Empezaron a venir después orquestas que organizaban concurridos bailes en las casetas y en la terraza La Palmera, delante del actual bar Andrea, y en Villa Manuela. También era corriente ver al hombre del organillo y al de los barquillos de canela.  
Se le dio un gran sitio al “rodeo”, donde hoy se ubican la piscina y el cuartel de la Guardia Civil, que era donde payos y calés hacían los tratos de compraventa de burros, mulas,   caballos y otros animales. Los tratos comenzaban a las tres de la tarde del primer día de feria, sirviendo de señal la tirada de un cohete. Se solían reunir en los puestos y tabernas que se instalaban con palos y ramas de castaño, donde servían los buenos caldos que criaban en las abundantes viñas que había en todos estos pagos y el rico aguardiente, del que hubo varias fábricas en nuestra villa: Flor de Guadalcanal, Flor de la Sierra, Flor  de Jara y alguno más.

Las bestias que compraban en el “rodeo”  a los gitanos se usaban después en el acarreo de mercancías, seras de carbón, materiales para la construcción, hierbas aromáticas para los distintos molinos de zumaque (ruda, orégano, poleo, etc.), hasta que llegó el primer camión.         
Durante los días feriados, del 4 al 7 de septiembre, se comerciaba con toda clase de mercancías traídas por los vendedores de los pueblos comarcanos.
La feria de Guaditoca tuvo tanto éxito que no había otra parecida en muchas leguas a la redonda. El “rodeo” disponía de abundantes pastos y abrevaderos, siendo punto de encuentro de cientos de personas interesadas en hacer un buen trato, y los comerciantes acudían en mayor número cada año, reuniéndose en nuestro pueblo por  esas fechas sobre unos seis mil habitantes. Aunque el medio de vida era muy deficiente en lo que a economía se refiere, se vivía principalmente de la agricultura, y precisamente por estas fechas había la costumbre de renovar por un año los acuerdos o contratos de los trabajadores del campo (caseros, muleros, pastores, manijeros, cabreros...) con el señorito, pretendiendo una mejora, aunque no siempre la conseguían. Eran otros tiempos y había que conformarse con lo poco que había para criar a los hijos.
El Coso era también el sitio que preferían los muchachos de entonces para jugar a aquellos juegos de los que ya solo quedan en la memoria: el aro, la billarda, el pinche, los bolis, la tanga, a piola, al escondite, a guardias y ladrones, al trompo, a los tantos, al hoyito inglés, a los médicos, luna, las cruces, los queques, el cine... Las niñas también tenían sus juegos preferidos: las casitas, la comba, la rueda, el yoyó, el diábolo, al truque, el teatro, las máscaras, la gallinita ciega y otros...
Allí, en ese soleado y luminoso Coso, donde celebraban los muchachos sus juegos, al que un día nuestro querido amigo don Juan Collantes de Terán llamó “pozo de luz”.
Pasaron algunos años y llegó a nuestro pueblo el cine, que durante mucho tiempo fue el rey de los espectáculos y el             deleite dé niños y mayores. ¡Cuantos recuerdos nos trae a la memoria aquel viejo local con techo de cartón y butacas de madera! Y el Jardín Cinema de verano, con los olores a dama de noche, jazmín y dondiego, donde además se podían comer pipas y ver la Luna, que parecía mirar a las parejas de enamorados que acudían al cine a pasar una velada agradable. Después, a la salida, una vuelta al Palacio, donde ya interpretaba el último pasodoble nuestra banda de música subida en el “tablao”.
Los chiquillos iban los domingos a la función infantil a ver y sentir aquellas célebres aventuras de Kit-Carson, Tarzán y otras, con el cartucho de almendras recién tostadas de Manuela o las avellanas de Joaquinita. Con poca cosa había que conformarse, pero así fueron aquellos tiempos que, aunque no fueron mejores que los de ahora, muchos de sus valores son dignos de alabanza, porque lo de hoy es... OTRA HISTORIA. 

Copyright.- Rafael Rodríguez Márquez

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