By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 13 de septiembre de 2017

El mundillo de la jaula 6

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 6

Sexta parte.-
Ese año, habían caído sus buenos chaparrones durante gran parte del Otoño, por lo que "la otoñá" se presentó esplendorosa, y, consecuentemente, también magnífico el llamado “El Celo del Rabanillo” o “Picailla” en los pollos de perdiz que, nacidos a finales de Primavera o primeros días de Verano, se encontraban en El Otoño ya “Igualones” o “Tomateros”, y que al tener perfectamente formado el collar y apuntándoles los espolones a los machos, no se distinguían de los padres prácticamente. Febrero, el mes llamado del “Pájaro” o del “Celo”, también se presentó ese año bastante lluvioso.
Los “yerbazales” crecían vigorosos, haciendo de las sierras de Guadalcanal, en donde estaban mis cazaderos, como una mullida y verde alfombra, bellamente moteada, a veces, por los primorosos y campestres macetones, que parecían ser los almendros en flor, así como otros muchos frutales tempraneros, en tanto que la arboleda silvestre, aún desnuda, comenzaba a difuminar el casi imperceptible verdor de los brotes reventones con los que se cubrían las ramas, anunciando, asimismo, las bucólicas albricias de la exuberante y primorosa Primavera de Andalucía.
“El Celo” pues se presentaba que ni a pedir de boca. Las perdices, ya “acolleradas”, habían inyectado en su siempre tan bravía sangre, los frescos y vivificantes jugos de hierbas de tan delicioso sabor para sus picos, como son, en especial, las cerrajas, las amapolas y los berros, así que estaban que destellaban vida y salud, a simple vista, por los cuatro costados. Lógico pues que durante los primeros días del celo, en particular, las campesinas entraran a la jaula, y que en tanto ellos (los machos) lo hacían como meteoritos desbocados, ellas (las hembras) lo hacían asimismo encendidas y sensuales, como rosas de la mañana. Sin embargo, yo, obsesionado en que el primer puesto que se le diera a aquel esperanzador como díscolo pollo de Villar del Rey, en el que tantos anhelos tenía puestos, no podía ser otro sin embargo, sino que además se dieran las específicas posibilidades de que, al menos, le entrara, a sus posibles reclamos, una viuda, más o menos, desesperada y necesitada de un amante, por lo que no terminaba de decidirme a sacarlo hasta dar con uno de estos “puestos”.
Entre tanto y sabiendo que “el celo” estaba que trinaba, me conformaba con "colgar" al “Dulcinea del Pedroso”, siempre en “el puesto de luz”, y al Tarta, en “el de la tarde” siempre.
Como, por otra parte, sólo podía salir a dar el puesto, debido a mis sacrosantas obligaciones de La Escuela, los Sábados y Domingos - que no las fiestas de guardar, puesto que el muy "puñetero" de Febrerillo ni una sola tenía en su calendario -me bastaba con los dos reclamos, aunque, bien sabía, muy a mi pesar, que ambos habían nacido con el maldito sino de ser, no más, de "vaquillas de media obrá", pues ni el uno ni el otro solían cumplir con la jornada completa que todo “puesto” requiere, pues muy mollar se tenía que poner la cosa, para que no se quedaran "en mitad de la estacá".
Por simple curiosidad y antes de meternos en harina en cuanto al primer puesto que le diera al pigmeo cheposo de Villar del Rey, no quisiera dejarme en la punta de mi bolígrafo la extraña peculiaridad y específico atractivo que, al parecer, tenían, indistintamente, cada uno de los dos Reclamos con los que contaba en aquellos entonces. Parecía que El Tarta, por su parte, le debía hacer bastante más gracia a las hembras que a los machos, con aquellos sus grotescos tropezones y tartamudeos, en especial, en los reclamos de cañón y en los “cuchicheos”, pues no había “puesto” que le diera, en el que no se le presentara en la plaza alguna de las féminas, en tanto que los machos, por lo general, se le solían retrancar a cierta distancia, quizás recelosos - llegaba a pensar yo - porque aquella tan anómala forma de cantar, les debiera parecer que no podía ser emitida sino por un individuo de muy sospechosa catadura, por no decir aquello otro de burlón y caricato. ¿Quién o qué era aquel tipo cantando de tan extraña manera….? ¿….un cachondo o un loco?
Era exactamente lo contrario que solía suceder con El Dulcineo, al que, a las primeras de cambio, en tanto que los muy guerreros campesinos le solían entrar como centellas encendidas, tal vez por parecerles, por el afeminado tono de sus cantos, un muy débil contrincante, las muy coquetonas damas, no es ya que no le llegaban a entrar en la plaza, sino que, si alguna le contestaba en la distancia, parecía haberlo hecho por equivocación, ya que, aún siendo insistentes y más que pertinaces las llamadas del que estaba en el pulpitillo, debían parecerle, por amaneradas en su tono, las de un fulano que, al menos, había que poner en cuarentena en eso de su virilidad, por lo que, lógicamente, no volvían a abrir el pico.
-Nada de extraño.- Me decía.- pues si en lo del Tarta tengo mis dudas, en lo del “Dulcinea”, por el contrario, la cosa está más clara que el agua.
Y es que el tono en los distintos cantos del “Dulcineo” del Pedroso delataba, a todas luces, a uno de esos que, unos llaman "los de la acera del frente", en tanto otros los califican como "los que pierden aceite" y todos, en todo caso, sencilla y simplemente, "mariquitas", “sarasas” o los de “la cáscara verde”. Y tanto era así, que todos y cada uno de sus diferentes cantos, parecían ser emitidos por la garganta de la más delicada y femenina de las pajarillas. Y, claro, lesbianas en el misterioso mundo de la perdiz, aunque pocas, pero haberlas, haylas, llegando, incluso, a tener su propio y específico apelativo, cual es el de "vicarias", pero en eso otro de los "gays", estoy totalmente seguro que ni a un solo pajarero le he oído nunca que haya conocido jamás a un perdigón de tal calaña.
Lógico pues - digo yo - que ante tan femenina llamada, no acudiera ni una hembra, que de tal se jactara, y sí, por el contrario, los machos, si es que, asimismo, lo eran en toda su integridad, bien esperando encontrarse con una coqueta señorita que clamaba enloquecida, pidiendo desfogarse con un valiente galán, o bien viendo en él un intruso que, por la debilidad de su voz, les iba a durar menos que un caramelo en la puerta de una Escuela.
Decía que sólo podía contar con los fines de semana, para salir al "colgar" el pájaro, pues bien, el segundo Domingo que saliera, después de que se abriera la veda, sucedió que en “el puesto de la tarde” que le diera al Tarta, tan pronto como “saliera de reclamo por alto”, se le vino a vuelo una collera.
Esto de que las perdices se le venga al del pulpitillo a vuelo, suele suceder con cierta frecuencia, pero, en este concreto caso, me pude dar cuenta que el macho había acudido allí, materialmente arrastrado por su hembra, porque tan pronto se posaron cercanos al pulpitillo, contrario a lo que se podía pensar, la iniciativa la llevaba, totalmente, la "parienta".
Jamás vi infidelidad más descarada y desvergonzada, pues en tanto que la fémina, relegando a un muy segundo lugar a su esposo, y olvidándose, absolutamente, de él, intentaba avanzar, con provocativo y afectado coqueteo, hacia el que la requebraba desde el pulpitillo, el despreciado y “carnudo” marido, lejos de echarle en cara, hecho un basilisco, aquella su desahogada y putesca infidelidad, o, incluso, llamarla al orden con alguna que otra “regañina”, el muy “calzonazos” intentaba interceptarle el paso, bien en actitud de sumiso suplicante, o bien haciendo ante ella galantes arcos, arrastrando el ala por el suelo cual bizarro y varonil gallo, y embolándose como queriendo lucir ante ella sus mejores galas de macho.
No era la primera vez que, en mi ya larga vida de aficionado a la jaula, pudiera contemplar tan humillante escena, aunque, desde luego, jamás con tan evidente patetismo, tanto por la descarada desvergüenza de ella, como por la actitud de desesperado y sumiso "cornudo" de él. Yo de todas maneras me quedé hecho una pieza. Llegué a pensar, incluso, que, después de la vergonzosa humillación que estaba sufriendo aquel pobre "cabroncete", abatirlo además, ya era "demasié". Y es que eso de que "después de cabrón, apaleado".... ¡manda cojones! Pero, claro, por otra parte, pensaba también que aquella tan desahogada y ardiente "perdigalla", podía ser la viuda soñada, para que mi liliputiense tuviera la más anhelada oportunidad, para que su primer puesto pudiera ser de los de bandera, por lo que, mandando al garete aquella mi compasión por el de los cuernos, viuda dejamos a su tan infiel compañera, aunque, la verdad es, que muy a pesar mío.
Jamás pude saber si también lo había sido a pesar del Tarta, porque yo nunca se lo pregunté, ni él me lo confesó nunca jamás tampoco.

©José Fernando Titos Alfaro 
Nº Expediente: SE-1091 -12  t

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