By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

El mundillo de la jaula 7

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 7

Septima parte.-

Desde que aquella tarde, aquella pícara y desvergonzada "perdigalla" quedara viuda y a sus anchas en la colina de "Las Cochineras", - que así se llamaba aquel paraje – aún faltaban cinco días para el Sábado, que no antes podía acudir allá, para el esperanzador debut del extremeño.
Se me hicieron una eternidad, si bien procuraba venirme a conformidad, pensando que eran, justamente, los días que los más doctos y avezados pajareros creen necesarios, para que estas viudas se encuentren en su justa sazón, por no decir que como “jigos jinchones” y con la miel en el culo, que era cómo el muy deslenguado de Pepiyo "El Calandria" solía expresar esta concreta madurez de las tales perdices.
Claro que, por otra parte, también sospechaba que aquella perdiz, por parecerme demasiado calentona y desahogada, nada de extraño podía tener que, durante esos días de mi espera, se ofreciera a cualquier “enjaulado” que por allí apareciera o a cualquier “campesino” que se le cruzara en el camino, incluso, aún yendo éste acompañado de su adorada esposa, pues no sería el primer perdigón bígamo que apechara con dos hembras.
Su osada actitud ante El Tarta y ante las mismas narices de su marido, me inducían, irremisiblemente, a tales sospechas.
Cierto que a la súbita explosión de mi escopeta y viendo a su esposo tan trágicamente con "las ruedas p´arriba" tan cerca de ella, se voló aterrorizada, sin embargo, no le importó volver, veloz y solícita, al rítmico y suave cuchicheo del “entronizado en el pulpitillo”, el tartamudo trovador, mientras estaba "cargando el tiro" o "haciéndole el entierro" al que terminaba de entregar su alma al Señor, aunque debemos confesar que, en esta ocasión y para que el demonio no se ría de la mentira, la que terminaba de quedar viuda, no acudió al “don juan” tan coquetona y provocativa, como se comportara hacía sólo unos minutos, sino que mirando para un lado y para otro, taimada y recelosa, y sacando un pedazo de cuello que ni el de una jirafa.
Cuando, al parecer, se pudo desengañar de que su marido estaba allí más muerto que "Tutankamón”, se "picheó" despavorida.
Ya no volvería a entrar en la plaza, pero tampoco dejó de dar la lata, por aquellas cercanías del pulpitillo, con su "cháchara", repitiéndose más que una cigarra. Tal vez, arrepentida y contrita, se dedicara a llamar a su esposo, allí muerto y más tieso que las alpargatas de un "regaor", después de haber intentado ponerle los cuernos de aquella manera tan descarada.
Aún sabiendo que allí ya estaba todo el pescado vendido, no obstante, seguí emboscado en el tollo durante un "ratejo" más, sin perder del todo las esperanzas en un nuevo lance, que de ninguna manera esperanzado a que volviera a entrar en la “plaza” la insolente putilla.
Algo, por otra parte, que tampoco deseaba, ya que mi primordial objetivo era, precisamente, dejarla con vida, para el debut del Chepa. De todas maneras la cosa estaba más clara que el agua, porque, después de que se "picheara" al disparo y por más que siguiera merodeando por allí, cantando más que una chicharra, bien sabía yo que, de momento, al menos, no volvería “a entrar al de la jaula”, así se lo mandara el Santo Padre de Roma.

Octava parte.-
Por lo pronto, tuvimos suerte en cuanto al tiempo, para el anhelado debut del pollo de Villar del Rey. El día no podía ser más bonancible. El azul del cielo, de limpio, parecía transparentarse, estando, a su vez, profusamente iluminado por un sol radiante a más no poder.
No importaba pues que la colina de "Las Cochineras" se encontrara a su buen tirón del pueblo, ni aún menos que fuera un paraje recóndito y apenas comunicado por un descarnado camino de bestias, ya que para eso, si caballo o burro no, allí tenía yo mi vieja Vespa que, por su mucha costumbre de rodar por veredas de tal catadura, “carrileaba” que era un encanto.
Tenía esta colina una amplia y afable ladera, sólo acosada, por rodales de salvaje y prieto matorral. Clareaba, por lo tanto, en alguna que otra “calvera” de riscales, mateadas por algún que otro desperdigado y humilde chaparro o retama de estrafalarios varetones, aunque lo más común era que lo fueran como por el moteado de endebles y salteados tomillos en deprimente indigencia. La cima estaba ocupada por los despojos de lo que, en un tiempo no muy lejano, fueran unas burdas cochineras de piedra, y de las que apenas quedaban los muros, aunque, en algunos tramos, totalmente derruidos, y en otros, “desportillados” y como a punto de sucumbir al menor soplo, en tanto que su entorno se encontraba sembrado de piedras dislocadas y en total libertinaje, delatando con descaro sus ruinas.
En el ángulo de una de las esquinas de estas ruinosas cochineras, cuyos muros aún se mantenían a cierta altura, tenía yo levantado - ya de antiguo - un amplio y cómodo “tollo”, que era el mismo en el que dejamos viuda a aquella osada y provocativa hembra, así que, para el debut del Chepa, sólo tuvimos que cambiar la ubicación del pulpitillo y, lógicamente, la tronera. Todo lo demás, tal cual.
Aunque, al parecer, todas las circunstancias nos eran favorables, sin embargo, una vez todo preparado, para que comenzara la función, tuve mis grandes dudas, y es que, al quitarle la sayuela al debutante, pude ver, totalmente descorazonado, que tenía la cabeza con las plumas dislocadas y hasta algo sanguinolentas, pues el muy díscolo y caprichoso
chepudo neófito, cuando en casa le puse la sayuela y la esterilla, para su transporte, se mostró como un poseso, pegando más saltos que un cigarrón enloquecido.
-De todas maneras.- Intenté conformarme.- pues si el muy bribón del extremeño me “las daba con queso”, allí estaba al desquite El Tarta, al que como precaución llevaba para sustituirle.
No llegamos a vernos, ni mucho menos, en tal emergencia, pues si bien, al quitarle la sayuela, permaneció, durante unos minutos, como momificado y sin reaccionar, por fin, comenzó a mirar como queriendo orientarse, hacia los distintos puntos cardinales, hasta que, levemente embolado, se dio una sacudida a guisa del que, de pronto, se estremece ante un repentino susto, y, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, salió decidido “de cañón”, sonándome a divinidad aquellos animosos reclamos en el misterioso mutismo y soledad de aquellas solitarios parajes de las sierras de Guadalcanal.
Al instante se le, "puso al aparato" la tan esperada viuda.
Por lo ardiente y enamoradiza que demostró ser en “el puesto” en el que “las palmó” el esposo, esperaba que se nos presentara en “la plaza” a todo correr o a vuelo en menos de
un decir “amén”, sin embargo y sorprendentemente, los “chacharás” de contestación, rápidamente me pusieron de manifiesto que, muy por el contrario, comenzó a acercarse con exasperante parsimonia, demostrando en ello un atroz recelo y aún mayor prudencia.
El Chepa, entre tanto, parecía no caber en la jaula de gozo y felicidad, a la vez que no dejaba de entremezclar, con impresionante elegancia y maestría, reclamos, cuchicheos y
piñoneos. Hubo, incluso, un momento en que viendo que la dama no avanzaba al ritmo que le iban marcando sus requiebros, entreteniéndose en continuas paradas, para lanzar sus "chacharás" y más "chacharás", procuraba interrumpírselos, riñéndole con magistrales "guteos", con el objetivo de que se olvidara de sus cantos y siguiera avanzando. Y entonces, el que no cabía en el tollo era su amo.
¡Qué sabiduría, qué maestría y qué talento tan impresionantes los del examinando! Hasta lo indecible e insospechado llegaron a parecerme, llegando hasta agigantárseme, pensando que el que estaba demostrando tal sabiduría y talento era sólo y tan solo se un inexperto neófito.
Sin parpadear y absolutamente atento a través de la tronera y - ¿cómo no ? - en la más vibrante tensión, miraba y miraba entre los claros de los tomillos que rodeaban el pulpitillo, buscando la posición de la invitada, que no llegaba a ver, pero que intuía muy cercana.
En ello estaba, cuando, de pronto, veo que, dulce y enternecedor, el pequeño, pero egregio y galante trovador, después de lanzar dos o tres reclamos de embuchada, se embolaba, exultante de gozo y con el pico pegado a la esterilla, a la vez que, simulando el astuto engaño de ofrecer un exquisito bocado, con la ternura y delicadeza de una clueca, llamando a sus pollitos, comenzó a coclear a la hembra, que si yo aún no, él sí debería estar viendo por allí camuflada entre el clareo de la maleza.Los ojos se me salían de su órbita y las palpitaciones del corazón se me disparaban, mirando por acá y por allá en la más vibrante tensión, y fue entonces cuando apenas pude ver como relampaguear entre los matojos una huidiza sombra que se escurría sin saber cómo ni por donde. La cosa pues debía estar al caer de un momento a otro, viendo aquel impresionante y magistral recibimiento de aquel consumado maestro, que no neófito novato. Sin embargo, pasaban y pasaban los minutos, y la invitada no terminaba de dar la cara.
Y ahora sí, había momentos en que la podía ver a la muy desconfiada viuda con toda claridad y como jugando "a ratón que te pilla el gato", buscando el oportuno escondite tras este o aquel tomillo. Me daba la impresión que, en aquel su tan escurridizo “ratoneo”, lo único que pretendía era llevarse al inamovible galán tras ella, que de ninguna manera entrar allí de lleno en su busca, tal vez, pensando lo que allí “se podía cocer”, recordando la trágica muerte que, allí mismo y en muy similares circunstancias, le sorprendiera a su esposo, hacía sólo unos días. Y es que, al parecer, “la muy zorra”, además de serlo por calentona, parecía serlo también por astuta.
No hubo un solo instante, sin embargo, en que el examinando se pusiera nervioso ni se descompusiese. Su serenidad, por el contrario, fue en todo momento la de todo un avezado y consumado maestro. Su generosidad, toda corazón. Su porte, el de todo un caballero de pies a cabeza, y su mimosa galantería, la del más tierno galán de los que han sido, son y serán. No obstante, la dama no tragó. Por lo visto no se le había olvidado el puesto del Tarta, en el que tan trágicamente las palmó su esposo, y debía, estar, terriblemente, recelosa y "resabiá".
Me costó convencerme, pero cuando vi que, cansada de “ratonear” en torno a su pretendiente, sin conseguir llevárselo tras ella, intentándolo entonces pasando, en vuelos rasantes exactamente por encima de la jaula, fue cuando, definitivamente, entendí que allí no había nada que hacer. El pobre novato estaba siendo un juguete ante los caprichos de tan taimada y redomada "pajarilla", y más que decepción, sentí pena, por lo que, aprovechando uno de aquellos vuelos de tan astuta viuda, alcé y zarandeé los brazos con ostentación, para que me viera y, aterrorizada, se fuera de allí definitivamente “al quinto coño”, por no decir que a los mismísimos infiernos.
Aunque sin ningunas esperanzas de poderla abatir, aún permanecí en el tollo un rato más, con la idea de que todos nos tranquilizáramos y así poder dar el puesto por finalizado.
Todavía la muy bribona de la perdiz, aunque ya bastante más distanciada, aún siguió con su alocado y pertinaz "chachará", en tanto que el inocente e inexperto pigmeo seguía llamándola y llamándola con las esperanzas intactas.
Después de lo visto, ni me llegó a pasar por la cabeza que aquel "peazo" de campeón siguiera con aquella su fea costumbre de saltarse en la jaula, por lo que, una vez dado por concluido “mi puesto”, me salí del “tollo” y, todo tranquilo y confiado, me fui hacia él con la sayuela en las manos, chasqueándole los dedos mimosamente y como queriéndole expresar mi cariño y admiración, con aquella especie de "piñoneo" que producía aquel mi chasqueo de dedos, pero aquello de saltarse en la jaula, al parecer, por innato en el del Villa del Rey, debía ser imborrable, ya que, en sólo unos segundos, pasó a ser, del mejor, más generoso y más noble reclamo del mundo, al más saltarín de los cigarrones.

A modo de posdata, quisiera terminar diciendo que, menos mal, que todos los buenos pajareros coinciden en que el mejor puesto para un aprendiz es aquel en el que esté merodeando por sus alrededores una viuda. Yo, después de lo vivido en el primer “puesto” que le diera a mi Chepa, debo añadir que así debe ser en la mayoría de los casos, pero con sus excepciones, entre los que podíamos contar el que yo le terminaba de dar al liliputiense giboso en Las Cochineras.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12 

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