By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 11 de octubre de 2017

El mundillo de la jaula 8

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 8

Novena parte.-

En efecto, en el puesto del debut, no nos comimos una rosca, pero eso a mí, habiéndolo vivido totalmente embobado en el arte, la generosidad y galantería del que se destapara como todo un consumado campeón, me importó un rábano.
No sé si el debutante hubiera dicho lo mismo. Para mí lo realmente trascendente fue que aquel "novillero", del que yo era apoderado, saliera a hombros por "La Puerta del Príncipe", después de que viviéramos una tan magistral faena en tan vibrante y emotiva tensión, por lo incierto del lance, que miren ustedes por donde, es, precisamente "la quintaesencia", como ya he dejado dicho por ahí, de esta tan cautivadora como bella modalidad cinegética.
Ni a los tobillos le llegó el puesto que, aquel mismo día por la tarde, le diera al Tarta, aún habiéndose trabajado tan admirablemente las dos hembras y el macho, que le tiré. Tres perdices en un solo puesto es casi como para echar las campanas a vuelo tocando a gloria, y no fueron cuatro porque ni el tiro merecía una "vicaria" que, muy a última hora, allí se presentó como de "curioseo o excusandeo", y por lo mismo, más inexpresiva e insensible que si hubiera sido de escayola, por lo que El Tarta se debió sentir tan humillado y despreciado, que no le hizo “ni puto caso”. La ignoró absolutamente, y, claro, abatir una perdiz en un lance, rodeado de tan deprimentes y despreciables circunstancias, no es sino un vulgar y vil asesinato, y que, como tal, sólo puede ser cometido por el que es un desdeñable "pichinero", que no por un servidor de Dios y de ustedes, ya que siempre me jacté de ser, cuanto menos, un honrado pajarero.
A partir de aquel fin de semana, aún me quedaban tres fines de semana más, para los que pensé atrochar por mitad del barbecho (en cuanto al educando me refiero) y, cuanto
menos, sacarlo el Sábado o el Domingo, si es que no los dos días seguidos, dejándome de tantas recomendaciones y demás "chuminás de la Tía Carlota", ya que, cada vez, estaba más y más convencido de que lo del pájaro es algo tan sumamente aleatorio y enigmático, que hay que decir, humildemente, lo que ya dijera aquel eximio sabio: "sólo sé que no sé nada", o aquello otro de que “lo que sabemos es una gota de agua, siendo un océano lo que nos queda por saber”. Y así sólo tres puestos más le pude dar, en lo que quedaba de celo, al pigmeo y descalabrado saltarín, si bien, a la hora de la verdad, demostró ser ese codiciado y señorial reclamo por el que todo buen aficionado hubiera suspirado.
"Sólo en uno de ellos, no le pude tirar, cuya causa, por supuesto, no fue su falta de generosidad y buen hacer, ya que en el tal puesto”, como en los demás, "se trabajó el artículo" como sólo saben hacer los buenos. Y es que, claro, la tarde fue infernal y de lo más desapacible con aquel encañonado y raseado airazo, que sacudía las copas de los olivos como a marionetas desarticuladas.
No olvidemos, por otra parte, que uno de los mayores enemigos de la caza con el reclamo de perdiz es, precisamente, la ventolera, ya que las perdices del campo se suele amojonar al socaire de cualquier “recacha”, mata o peñasco, y además de que no hay manera de que hacerles abrir el pico, a ver quién es el guapo que las saca de su resguardo, para dar un paso adelante. A pesar de todo, el animoso Chepa no se vino abajo ni por un solo instante, sino que allí permaneció al pie del cañón, predispuesto, como los valientes, a lo que fuere, y demostrando lo bien puestos que los tenía.
Desde el mismo instante en que despojé la jaula de la sayuela, “salió de cañón” como el más bizarro de los líderes, aunque siempre haciendo alguna que otra oportuna callada, que aprovechaba para poner el oído, con ostensible gracia y astucia, esperanzado en oír la más pequeña y lejana contestación. En este puesto no tuvimos la suerte de oír ni una “pitá”, sin embargo, él no dejaba de insistir. Llegó hasta a "pichearse", como hacen los avezados campeones para levantar al “campo”, y la verdad es - y así lo confieso – que tan embobado quedé, que me dejó como con "la baba caída”.
Sin embargo, allí no había quien diera señales de vida.
Aquello era "el huerto de los callaos", que es como los castizos llaman a los cementerios. Aguanté, no obstante, como amojonado también allí en “el tollo”, por el sólo placer de oír a aquella delicia de joven reclamo, cuya actitud, por sí sola, bien podía ser capaz de ilusionar a un muerto.
En uno de los otros dos “puestos” puestos, sólo pude tirarle un macho que, por cierto, era todo un "cácarro" de los del colmillo retorcido, y que se pueden considerar como viejos con sus días prácticamente cumplidos y “todos sus agostos hechos”, sin embargo, ¡olé ahí los pollos "bragaos" y con señorío, para conseguir meterlo en la plaza!, ya que el viejo guerrero campesino, además de saber más que “Briján”, ante las insistentes llamadas de su hembra que, a lo lejos, no dejaba de reclamarle su presencia, si daba un paso hacia adelante ante el retador, daba dos hacia atrás a las llamadas de “la parienta”, hasta que, entre un sí y un no, se encaramó en lo alto de un peñasco, con la idea de hacerse visible a la una y al otro desde tal atalaya, pues, al parecer, no terminaba por decidirse en aquella lucha en que se debía estar debatiendo interiormente, dando la impresión que debía parecerle una cobardía imperdonable acudir a las llamadas de “la esposa”, sin antes "cantarle las cuarenta" a aquel intruso que, tan osada y temerariamente, había invadido su territorio, intentando, incluso, meterle las cabras en el corral.
Más de una hora se tiraron ambos contendientes en sus beligerantes y ardorosos retos, hasta que el "cácarro" de marras que, seguramente debería estar ya hasta “los mismísimos” de la pertinaz provocación del intruso jovenzuelo, aprovechó unos instantes en que la "parienta" dejó de llamarlo, para descolgarse de aquel risco y acudir, como un chispeante rayo, a aquel tan tozudo y comprometedor joven galán.
El recibimiento que le hizo El Chepa, de verdad, insuperable. Aún superior que el que le hiciera a la viuda de "Las Cochineras", a pesar de que la “pícara molinera” no tragara. Pero es que, una vez abatido el campesino, "cargó el tiro" con tal señorío que, como dicen los sevillanos, aquello fue "pa morí, compare, porque es que no se podía aguantá".
¡Qué maravilla de pájaro, Santo Dios!
El último puesto que le di en aquel su primer celo, ya fue "la repanocha", pues siendo el último día de la temporada, el campo estaba más que "jauleao y espigao", sin embargo, El Chepa, como si se hubiera convertido, por arte de magia, en algo así como en "un reclamo escoba", fue como barriendo los desperdicios que otros fueron dejando atrás. Y es que tres viudas "resabiás" en un solo puesto, son muchas viudas, y aún más a esas alturas del celo, para poder meterlas en la plaza.
Toda una valiosa joya de reclamo este Chepa, que había que guardar como oro en paño, para venideras temporadas, aunque - la verdad sea dicha también – una vez concluida la
temporada, el díscolo discípulo terminara con la cabeza – con perdón - de un Santo Cristo, coronado de espina, y que, junto a su joroba y a aquel su tipejo de cheposo enanoide, cierto es que, al que no lo conociera, seguro que le debía producir tanto asco como pena.
¿Quién lo diría, Señor mío!? ¡Hay que ver cómo, a veces, ser pueden dar equivocaciones, si es que no injusticias tan enormes en este “joío” mundo por la naturaleza!

Algo así como esos hombres o mujeres que, en tanto los unos presenta una estampa de armónica, viril y perfecta escultura, las otras son sexy diosas de belleza indescriptible, sin embargo, como personas, tanto los unos como las otras, son cadáveres que apestan y, consecuentemente, asquean hasta a los pedernales, estando en el extremo opuesto y muy por el contrario, esos también seres humanos, de uno u otro sexo, que presentando una figura que deja mucho que desear, por deformada, contrahecha o, sencilla y simplemente, por quedar un tanto al margen de los cánones que llaman de la belleza, sin embargo son cristalinos manantiales de dignidad humana por su comportamiento, por su inteligencia, por sus sentimientos, por su espirito de sacrifico, por su generosidad, por su tolerancia y, en fin, por todo ese admirable rosario de valores humanos y éticos que tanto subliman al ser humano.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12 

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