By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 22 de noviembre de 2017

El mundillo de la jaula 11

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 11

Catorceava parte.- 
Durante el segundo celo, tuve al Chepa al pie del cañón todos cuantos días podía salir a colgar, que, como ya tengo dicho, sólo podían ser los fines de semana, y siempre con permiso, claro está, de su majestad “doña atmósfera”. Para ello decidí que sustituyera al “Dulcineo” en el puesto de luz del Sábado, y al Tarta en el de la tarde del Domingo. En este sentido pues, dejándome de recomendaciones y demás zarandajas de los “sabelotodo” en esto de los catecúmenos, rompí con todos sus cánones.
El campo, ese celo, estuvo fatal desde principio a fin, por lo que fueron muy pocas perdices las que pude tirar. No me importó en absoluto, pues para un pajarero de mi filosofía, esto de matar perdices en el puesto, no pasó nunca de ser, cuanto más, la guinda que adorna el pastel. El auténtica pastel para mí fue siempre disfrutar de la Naturaleza, al ritmo de la emotiva tensión del siempre tan incierto desenlace de cada lance, culminado con éxito o no, y, por descontado, viendo el comportamiento de los reclamos, siempre y cuando, claro está, éste comportamiento fuere, al menos, aceptable, como, en este concreto celo me sucediera, pues si bien, tanto “El Dulcinea del Pedroso” como el Tarta fueron más "vaquillas de media obrá" que nunca, por lo poco que se “les corrían las campesinas” y las muchas dificultades que ofrecía el tiempo, El Chepa, por el contrario, en todos y cada uno de los puestos que le daba, demostró, inequívocamente, que, en efecto, llevaba todas las papeletas para ser un "fuera-serie". Y digo esto de que "llevaba todas las papeletas”, porque todos sabemos que, por lo general, hasta el tercer celo, un reclamo no nos garantiza lo que, realmente, lleva dentro y ya para toda la vida, por lo que, no antes, no debemos ilusionarnos en demasía, y asimismo, irnos un tanto de ligeros, para entregarles las credenciales. Y es que, como decía aquel viejo y sabio pajarero, maestro mío, llamado El Tío Bastián, " hasta el tercer celo, un pájaro no está fuera de “culero".
No fueron demasiados interesantes ni atractivos los puestos que di en ese celo, no obstante, sí quisiera detenerme en un puesto de mañana, que le diera a este fenomenal y muy despierto alumno - miren ustedes por donde - allá por nuestros ya conocidos parajes de "Las Cochineras".
Ese día, por contra a aquel espléndido día, desbordado de luz y bonanza, y que podríamos recordar como el de la infiel y redomada viuda, fue un día de cielo cenizoso y “panzaburrero”, aunque sereno, si bien, por la tarde, se le acentuó una neblina, un tanto “meona”, con aquel su menudo y casi imperceptible chirimiri, y que, no por tratarse de una tan suave lluvia, dejara de poner a uno como una sopa, así como para poner a gotear las ramas de los chaparros.
El Chepa, como siempre, tan pronto se vio despojado de la sayuela, salió con aquellos sus "engallaos" reclamos de cañón, que, por lo común, solían ser de siete u ocho golpes, y que, por la virilidad y bizarría que en ellos ponía, parecía inverosímil que pudieran escapar de aquel cuerpo tan menudo del liliputiense, como ya he dejado dicho por ahí en alguna que otra ocasión.
No tardó en "ponérsele al aparato" un macho, con vozarrón como enronquecida por el tabaco, por allá perdido entre las jaras de la ladera de una repinada colina, que se alzaba, justamente, frente al apacible corono en que tenía ubicado el tollo. La beligerante porfía de retos y “contrarretos” no se hizo esperar, y en ella comenzaron a pasarse minutos y más minutos, entre "un me acerco y un me retiro" del enronquecido campesino. Lógicamente, no tardé en sospechar que el puesto iba a transcurrir como la mayoría de los que, a esas alturas, ya llevaba dados: "mucho cantar, pero poco acudir". No fue así, sin embargo, pues cuando más desanimado me encontraba, ya que el campesino parecía haber hecho mutis por el foro, al no contestar a los insistentes “reclamos, cuchicheos y piñoneos” del trovador del pulpitillo, pude ver, de repente, al muy cantarín trovador del Chepa que, embolado y “enmoñado”, dejaba escapar unos apagados reclamos de embuchada.
-Ya está aquí el muy cabrón del retrancón, después de haber entrado de "callandillas".- Me dije, a la vez que me apresuraba a buscar con avidez al posible visitante, a través de la tronera, entre el clareo de la maleza que rodeaba al “entronizado” trovador. Sólo unos instantes después, pude ver, no a uno, sino a tres invitados, que por allí merodeaban un tanto recelosos. En efecto, se trataba de un macho con dos hembras.
El bígamo, ante la insistente y engañosa invitación del fariseo, se coló en la plaza, “curicheando”, engreído y amenazante, comenzando a darle vueltas al pulpitillo, buscando decidido el lugar más estratégico por el que encaramarse al retador y osado intruso, con las malas “jindamas” de asarlo a picotazos. Las hembras, entre tanto, como meras observadoras y en su papel de simples comparsas, allí permanecían al margen, sobre una praderilla de margaritas silvestres que, estando en su esplendor, daban la sensación de ser un apretado servicio de huevos fritos de codorniz sobre un verde y limpio mantel. Sentí la tentación, por la muy adecuada posición que tenían las dos pajarillas, de dispararles con la idea de hacer una carambola. Tentación en la que no caería, porque además de que siempre fui un gran enemigo de tales “pichinerías”, en aquella ocasión, se me estaba ofreciendo en bandeja de plata, una de las más codiciadas oportunidades, para poder analizar la verdadera valía de aquel empollón examinando, intentando cautivar y rendir a sus pies, nada menos, que a dos damas por separado, una vez que quedaran viudas, abatiendo al bígamo amante.
Fue, exactamente, lo que sucedió. Olvidándome totalmente de las amantes, esperé, con la escopeta ya encarada, a que el bígamo apareciera de detrás del pulpitillo, en una de sus vueltas. Le centré entonces el punto de mira en uno de los costados, y quedó fulminado y sin mover ni una sola pluma.
Las hembras, lógicamente, a la explosión del tiro, se volaron despavoridas. Viendo que el común esposo no acudía a ellas, comenzaron a llamarlo a lo lejos y como a porfía. Sus llamadas, ya de por sí tan desesperadas, llegaron a hacerse realmente patéticas, al comprobar que el amante, no ya sólo no acudía a su lado, sino que ni siquiera les contestaba. Y, entre tanto, el intruso galán, tras "una mortuoria" como de emergencia al recién abatido, acudía a lanzarles requiebros y más requiebros, con desbordada euforia y galantería, a las que tan fieles esposas parecían ser, reclamando al común esposo con aquellas tan sentidas y desesperadas cuitas de amor, y, por descontado, sin hacerle “ni puto caso” a aquel osado galán, que se les colara en su territorio como de matute, por más que el susodicho no desistiera ni se desanimara ante tan evidente desprecio y aún más descarado despecho.
Ninguna de las dos tuvo, por el contrario, la simple curiosidad de acercarse por allí por donde vieran, por última vez, a su común esposo, aunque sólo fuera con la intención de poder saber algo del desaparecido, si es que no, atraídas por la amorosa serenata del juglar.
En constante movimiento e, incluso, en desesperadas “volatas” rasantes de acá para allá, aunque siempre a más que prudencial distancia, no desmayaron en aquella su desesperada cantinela durante toda la santa tarde. Yo, por mi parte, sin embargo, tampoco llegué a perder en ningún momento las esperanzas de un posible lance, ni aún viendo que el día estaba dando las últimas “boqueás” con la noche ya en las mismas puertas. Y es que no era para menos, viendo el entusiasmo y la sabiduría con que aquella preciosidad de pollo de dos celos estaba intentando trajinárselas.
Si es que aún no lo tenía claro, esa tarde me quedó absolutamente despejado que la astucia más taimada es algo inherente a la propia naturaleza de toda fémina, pues ambas
esperaron a que el día estuviera entre dos luces, para acercarse a ver, protegidas por la penumbra del anochecer, lo que había pasado con el esposo, y fue entonces cuando apenas si pude ver a las dos damas relampagueando entre la maleza que rodeaba al pulpitillo, como dos misteriosas y escurridizas sombras. ¡Qué bien sabía yo que, tarde o temprano, tenían que acudir allí adonde vieran por última vez al amante! ¡Qué recibimiento el del Chepa! ¡Ya no sabía qué hacer, aún estando haciendo encaje de bolillo en su recibimiento! Tuve la oportunidad de tirar a una de ellas a la carrera y como a traición, pero...¿para qué...? No merecía la pena, además de que no estaba donde ni cómo debía estar. A partir de ese momento y con la noche, prácticamente, encina, la perdí definitivamente de vista y ya nunca jamás se supo de las apenadas y fieles viudas.
-Si este excepcional reclamo.- Me dije en esos entonces, a la vez que salía del tollo.- no ha reventado en el largo y arduo puesto que ha dado durante toda la santa tarde, ya no
reventará jamás. Con la poca cosa que es.- Pensé.- y los "peazos de güevos" que tiene el muy bribón. Fue este un puesto como para quedar grabado en el alma de cualquier aficionado por los siglos de los siglos, amén.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

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