By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 9 de mayo de 2018

El mundillo de la jaula y 23


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 23

Capitulo 29

Como ya dije en su momento, este excepcional e incomparable campeón pasó sus últimos días en una amplia y cómoda canariera - por esos días deshabitada - que, aprovechando un muy apropiado recodo en La Portería del Colegio, "Juan Ramón Jiménez" de Sevilla, en el que yo ya llevaba unos Cursos impartiendo mi Magisterio, alguien había tenido la feliz idea de adaptarlo para echar canarios, y que yo, viéndola vacía y pensando en que mi adorable Chepa pasara los días, que aún Dios le diera de vida, lo más cómodo y con la mayor libertad posible, pensé en ella, y así lo primero que
hice, fue limpiarla y desinfectarla, para dejársela de dulce como cómodo aposento.
Está este prestigioso Colegio, prácticamente, a las afueras de la Capital, en la Barriada del Carmen del Tardón y muy cercano al encantador Parque de Los Príncipes, rodeado por doquier por un amplio patio arbolado, por lo que la luz y el color del incomparable cielo de Sevilla le entra a raudales por sus amplios ventanales. En la canariera, por supuesto, que también.
En una de las esquinas de este su nuevo y señorial estancia, hice una especie de troje, que llené de suave arena, para que se bañara en ella siempre que lo deseara.
En otra de las equinas, le construí como una caseta, que acondicioné con mullidos abrojos, previniendo que se pudiera refugiar en ella, bien por el frío, cuando llegara el invierno, o bien rehuyendo la presencia de los alumnos, sabiendo lo poco amante que fue siempre a las visitas y que las de estos, las iba a tener a porrillos, allí ante la amplia tela metálica que tenía como frontal, ya que cualquier novedad, siempre supuso una gran curiosidad para cualquier niño.
A ella lo llevé a los pocos días de cerrarse la veda y, por lo tanto, con los doce celos recién cumplidos.
La última vez que vi a mi inolvidable y entrañable Chepa, fue el mismo día que cogí mis vacaciones de verano. No tengo ni que decir que, antes de dejar el Colegio, con mis vacaciones en el bolsillo, lo dejé en manos de la buena y muy amable mujer, que era La Portera, a quien le dejé más que repetidas todas las recomendaciones habidas y por haber sobre mi entrañable Reclamo, que ella aceptó amabilísima, dejándole, asimismo, una bolsa, hasta la boca, de una mixtura de cañamones, trigo, alpiste y negrillo, así como un bebedero de loza, estratégicamente situado junto a la tela metálica, para evitarle incomodidad de tener que entrar en el recinto cuando tuviera que reponerle el agua, y lo pudiera hacer desde fuera.
Le prometí, por otra parte, que algún día que otro, si es que no todos, mientras no me fuera de vacaciones fuera de Sevilla, me daría una vuelta por allí, por el solo hecho de estar un ratito al lado de mi muy entrañable Chepa.
 Todo fue inútil, porque, claro, el hombre propone, pero Dios dispone, así que Dios dispuso que el pobrecito del Chepa amaneciera muerto en aquella amplia jaula que era la canariera, al día siguiente que yo saliera del Colegio con mis vacaciones de verano en el bolsillo.
Aún me encontraba en la cama, cuando me telefoneó la amable encargada, que, con voz compungida y preocupada, me lo soltó a bocajarro.
-Don José Fernando, el pájaro de perdiz ha amanecido muerto.
-No se preocupe usted.- Le contesté, procurando disimular el terrible impacto de dolor y tristeza, que sus palabras terminaban de producirme.
- Que Dios se haya apiadado de él.
- Añadí en tono de broma, sobreponiéndome a mi pena.
-Sí, más ha perdido la pobre perdiz que nosotros.
- Me contestó la amable Portera, siguiendo mi farisaica broma.
-Le voy a pedir un gran favor, sin embargo.- Le dije como el que mendiga con infinita humildad.
- Por favor, no lo tire usted a los contenedores de la basura.
Le tenía un gran afecto a ese animalito, y le rogaría que lo enterrara en “el arriate”, que hay a la derecha de la puerta de salida al patio de recreo, en el que crecen algunas matas de geranios. Perdone usted, porque podría ir yo a hacerlo, pero me falta entereza y no sé
si lo podría aguantar, sin echarme a llorar como una Magdalena. No se puede usted ni imaginar lo que yo quería a ese pobre animal y lo de entrañables recuerdos que me deja.
Y casi sin despedirme de la buena mujer, puesto que un río de lágrimas se me empezó a desbordar de pronto en los ojos, a la vez que me ahogaba las palabras, me vi en la urgente necesidad de colgar el teléfono.
Fin del libro.-

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

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