El Chepa
Un
Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 23
Capitulo 29
Como ya dije en su momento, este
excepcional e incomparable campeón pasó sus últimos días en una amplia y cómoda
canariera - por esos días deshabitada - que, aprovechando un muy apropiado
recodo en La Portería del Colegio, "Juan Ramón Jiménez" de Sevilla,
en el que yo ya llevaba unos Cursos impartiendo mi Magisterio, alguien había tenido
la feliz idea de adaptarlo para echar canarios, y que yo, viéndola vacía y
pensando en que mi adorable Chepa pasara los días, que aún Dios le diera de
vida, lo más cómodo y con la mayor libertad posible, pensé en ella, y así lo
primero que
hice, fue limpiarla y
desinfectarla, para dejársela de dulce como cómodo aposento.
Está este prestigioso Colegio,
prácticamente, a las afueras de la Capital, en la Barriada del Carmen del
Tardón y muy cercano al encantador Parque de Los Príncipes, rodeado por doquier
por un amplio patio arbolado, por lo que la luz y el color del incomparable
cielo de Sevilla le entra a raudales por sus amplios ventanales. En la
canariera, por supuesto, que también.
En una de las esquinas de este su
nuevo y señorial estancia, hice una especie de troje, que llené de suave arena,
para que se bañara en ella siempre que lo deseara.
En otra de las equinas, le
construí como una caseta, que acondicioné con mullidos abrojos, previniendo que
se pudiera refugiar en ella, bien por el frío, cuando llegara el invierno, o bien
rehuyendo la presencia de los alumnos, sabiendo lo poco amante que fue siempre
a las visitas y que las de estos, las iba a tener a porrillos, allí ante la
amplia tela metálica que tenía como frontal, ya que cualquier novedad, siempre
supuso una gran curiosidad para cualquier niño.
A ella lo llevé a los pocos días
de cerrarse la veda y, por lo tanto, con los doce celos recién cumplidos.
La última vez que vi a mi
inolvidable y entrañable Chepa, fue el mismo día que cogí mis vacaciones de
verano. No tengo ni que decir que, antes de dejar el Colegio, con mis
vacaciones en el bolsillo, lo dejé en manos de la buena y muy amable mujer, que
era La Portera, a quien le dejé más que repetidas todas las recomendaciones
habidas y por haber sobre mi entrañable Reclamo, que ella aceptó amabilísima,
dejándole, asimismo, una bolsa, hasta la boca, de una mixtura de cañamones,
trigo, alpiste y negrillo, así como un bebedero de loza, estratégicamente
situado junto a la tela metálica, para evitarle incomodidad de tener que entrar
en el recinto cuando tuviera que reponerle el agua, y lo pudiera hacer desde
fuera.
Le prometí, por otra parte, que
algún día que otro, si es que no todos, mientras no me fuera de vacaciones
fuera de Sevilla, me daría una vuelta por allí, por el solo hecho de estar un ratito
al lado de mi muy entrañable Chepa.
Todo fue inútil, porque, claro, el hombre
propone, pero Dios dispone, así que Dios dispuso que el pobrecito del Chepa amaneciera
muerto en aquella amplia jaula que era la canariera, al día siguiente que yo
saliera del Colegio con mis vacaciones de verano en el bolsillo.
Aún me encontraba en la cama,
cuando me telefoneó la amable encargada, que, con voz compungida y preocupada, me
lo soltó a bocajarro.
-Don José Fernando, el pájaro de
perdiz ha amanecido muerto.
-No se preocupe usted.- Le
contesté, procurando disimular el terrible impacto de dolor y tristeza, que sus
palabras terminaban de producirme.
- Que Dios se haya apiadado de él.
- Añadí en tono de broma,
sobreponiéndome a mi pena.
-Sí, más ha perdido la pobre
perdiz que nosotros.
- Me contestó la amable Portera,
siguiendo mi farisaica broma.
-Le voy a pedir un gran favor,
sin embargo.- Le dije como el que mendiga con infinita humildad.
- Por favor, no lo tire usted a
los contenedores de la basura.
Le tenía un gran afecto a ese
animalito, y le rogaría que lo enterrara en “el
arriate”, que hay a la derecha de la puerta de salida al patio de recreo, en
el que crecen algunas matas de geranios. Perdone usted, porque podría ir yo a
hacerlo, pero me falta entereza y no sé
si lo podría aguantar, sin
echarme a llorar como una Magdalena. No se puede usted ni imaginar lo que yo
quería a ese pobre animal y lo de entrañables recuerdos que me deja.
Y casi sin despedirme de la buena
mujer, puesto que un río de lágrimas se me empezó a desbordar de pronto en los
ojos, a la vez que me ahogaba las palabras, me vi en la urgente necesidad de
colgar el teléfono.
Fin del libro.-
©José Fernando Titos Alfaro
Nº
Expediente: SE-1091 -12
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