By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 9 de febrero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 3


LA GEOGRAFIA POLITICA DE PLINIO

Plinio el Viejo compuso su Historia Natural en el último cuarto del siglo I, entre el 74 y el 77 d.C. En el primero de estos dos años suelen situar los historiadores la concesión por el emperador Vespasiano del derecho latino (ius Latii) a todos los hispanos, de la que Plinio da cuenta en el libro tercero, y del 77 es la larga carta de dedicaci6n de toda la Historia Natural al futuro sucesor de Vespasiano, Tito Flavio Vespasiano, emperador del 79 at 81, que era unos años mas joven que el autor, pero que había compartido con el tiendas de campana en operaciones militares.
El libro I de Plinio es un índice de toda la obra. En el II se tratan cuestiones generales de carácter filosófico: que es el mundo, cuales sus elementos, su forma, etc., incluso que es Dios “algo distinto de la naturaleza, todo él percepción, todo él visión, todo él audición, todo él alma, todo él inteligencia, todo él, el absoluto”. En el III, empieza Plinio ya su recorrido por tierras y mares, partiendo “de Poniente y del estrecho de Gades, por el que el Océano Atlántico irrumpe y se derrama por los mares interiores”. Para el, como para toda la cultura de la época, las partes del mundo son tres, Europa, África y Asia. Inmediatamente después de enunciarlas, pondera la importancia de la principal de ellas: “en primer lugar Europa, nodriza del pueblo vencedor de todas las naciones (es decir, del pueblo romano) y con mucho la mas hermosa de las tierras”. Dentro ya de Europa, lo primero que encuentra Plinio es “la Hispania  llamada Ulterior y también Betica”. En los treinta y cinco capítulos siguientes se ocupa el de toda esta provincia Ulterior y, a continuación, de la Citerior o Tarraconense.
Igual hace en el libro IV con la Lusitania, cuando, después de dar la vuelta, por así decir, al continente europeo de entonces, su texto regresa a los territorios occidentales de la península. Al terminar de explicar las Galias, llega a los Pirineos, en “cuyas estribaciones”, dice que “comienza Hispania”. Tras unas paginas dedicadas a los pueblos del norte, que pertenecían administrativamente a la provincia Citerior o Tarraconense, Plinio pasa a describir de norte a sur la tercera y mas reciente de las provincias hispanas, la Lusitania. “A partir del Duero comienza Lusitania”.
La geografía de Plinio comprende así toda la Península Ibérica de oeste a este y de sur a norte. Por su ordenación y su estilo es una geografía política —provincias, conventos jurídicos, poblaciones o ciudades de las diversas clases y estatutos existentes bajo la Republica y bajo el Imperio de Roma—. Pero junto a esas sistemáticas y completas enumeraciones de localidades de nativos o de romanos, se mencionan los accidentes geográficos: el mar o el interior, los ríos, los montes, valles y cordilleras con bastante precisión, de modo que una gran parte de ellos han podido ser identificados por los estudiosos modernos.
Un alto funcionario romano de amplios saberes como era Plinio, que disponía de la documentación oficial de la ordenada y sistemática administraci6n romana, ofrece en sus libros tres y cuatro un retrato muy creíble de lo que era la Hispania de la época, en unos anos y un lugar donde reinaba la “paz de las provincias”.
(En la Roma de este siglo I los conflictos políticos —incluso los mas graves y sangrientos, como los magnicidios y sus consecuencias—, ocurrían en la Urbe y en Italia y las guerras tenían lugar en las fronteras del norte de Europa o en Asia).
Las poblaciones de una provincia romana, como las de Hispania, tenían, según Plinio, uno u otro de los estatutos jurídicos y administrativos diferentes que se suelen corresponder con la distinta condición política y legal de las personas. Por ejemplo, en la Betica hay ciento setenta y cinco poblaciones, “de las que nueve son colonias, diez municipios de ciudadanos romanos, veintisiete de derecho latino antiguo, seis libres, tres federadas y ciento veinte tributarias”.
(Las “colonias” como Corduba, Hispalis, Itálica y las otras seis de la Betica y en Lusitania Mérida, eran localidades de ciudadanos romanos, antiguos soldados, y otros, también ciudadanos, cuyos mayores habían venido de Italia, y fueron establecidos e instalados por la autoridad con tierras en lugares nuevos o junto a poblaciones anteriores no romanas. Los municipios se gobernaban a si mismos en cuestiones locales con magistrados propios y bajo una lex municipalis. Sus vecinos disfrutaban ordinariamente del derecho latino, que desde Vespasiano fue extendido a toda Hispania y que era una especie de estadio intermedio entre la condición de peregrini o “extranjeros” y la plena ciudadanía. Civitates libres o federadas, en la practica eran algo semejante a las poblaciones municipales en su capacidad de administrar los asuntos locales, y buena parte de ellas conservaban esa denominaci6n como residuo histórico de prestigio. Finalmente, las localidades “tributarias”en latín stipendiariae—, las más numerosas, eran las poblaciones que en su correspondiente provincia estaban sujetas al pago de tributo).
Eran “colonias”, igual que numerosas ciudades de Italia, las capitales de los “conventos jurídicos”, como se llamaba a los lugares donde habían de acudir para pleitos o problemas legales los vecinos de las diferentes comarcas y localidades.
En la Betica estas circunscripciones judiciales eran cuatro, las de Gades, Hispalio, Corduba, Astigis (Ecija). Seis eran las de la Tarraconense y tres las de Lusitania.
La Betica, la más desarrollada económica y políticamente de las provincias hispanas, pertenecía al orden de las «senatoriales». No había en ella guarnición militar y sus gobernantes eran «oficialmente» nombrados por el senado romano, aunque habitualmente fuera por inspiración del emperador. Las otras dos provincias eran de las “imperiales”, al frente de las que con un titulo u otro mandaban los «legados» del Cesar y en nombre de este, si bien en ese siglo I en Lusitania no había fuerzas militares, mientras que eran dos las legiones estacionadas en la Citerior Tarraconense.
A los centenares —casi un millar-- de localidades que menciona Plinio con indicación de su status constitucional, hay que añadir los que llama “pueblos», que en muchos casos, o no tenían una situación legal consolidada o esta seria imprecisa y con vocación transitoria. Probablemente no pocos de ellos abarcarían poblaciones dispersas en zonas no urbanizadas. Pero la mera enumeración de estas agrupaciones étnicas o locales demuestra que la administración romana llegaba hasta ellas, y que su territorio y sus habitantes, quizá no del todo latinizados, eran algo conocido por los magistrados romanos en tiempos de Plinio, o sea en los decenios finales del siglo I.

LAS RIQUEZAS DE HISPANIA

Tanto Estrabón como Plinio ponderan las riquezas minerales de España. En la BeticaTurdetania para Estrabón— había sobre todo plata al sur y al norte del Anas (Guadiana) y cinabrio, y también en otra región no muy claramente identificada, «mucho cobre y oro».
Era particularmente importante la riqueza minera de Sierra Morena, que en algún escrito tardio se llamo cordillera marianica (montes Marian). La ponderan diversos autores contemporáneos. Personajes procedentes de esa región, a la que Plinio y otros escritores llaman la Beturia, que eran propietarios o explotadores de sus minas, llegaron a ser muy influyentes en los principales y mas poderosos círculos sociales de la Urbe.
Uno de esos hispanos de tiempos de Tiberio, el sucesor de Augusto (14-37 d.C.), fue Sexto Mario que habitualmente residía en Roma. De el dice el ilustre historiador Cornelio Tácito que era el hombre mas rico de las provincias de Hispania (ditissimus Hispaniarum) .
Por cierto, que este hispano tuvo un final verdaderamente trágico, sobre cuyas causas y antecedentes hay versiones contradictorias, alguna de las cuales no le deja del todo en mal lugar. Según una de esas informaciones se le acuso de incesto con una bellísima hija suya, a la que se había dejado de ver en los medios sociales de la Urbe. Según otras informaciones había sido el padre el que se la había llevado fuera de Roma para que no cayera en manos del emperador, cuyas intenciones estaban claras a todas luces. Finalmente, Sexto Mario fue condenado a muerte por Tiberio como culpable de incesto y se le ejecuto arrojándolo desde la roca Tarpeya, casi en el centro de la Urbe, tal como disponía el derecho penal romano vigente para ese crimen. Los bienes de Sexto Mario fueron confiscados por el Príncipe y sus minas, riquísimas para aquellos tiempos, pasaron a incorporarse al tesoro imperial. No se sabe con precisión donde estaban esas minas de Mario. Muy probablemente seria en la Beturia y cerca de las «vías» que atravesaban la parte central de Sierra Morena y enlazaban a Itálica e Hispalis o a Astigis (Ecija) con Merida.

Antonio Fontán, Marques de Guadalcanal
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte.


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