By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 15 de junio de 2013

Cinco sentidos extasiados a la vez


El sexto sentido


La Fiesta es un banquete de sensibilidad que sirve de alimento para los sentidos. En una tarde de toreo caro, el humo del puro envuelve bajo un manto de sabor añejo al olfato, el oído se enloquece al golpe unísono del olé, la vista se pierde en el interminable natural que devora al propio espacio, el gusto paladea el aroma de compartir copa con el vecino de localidad y el tacto derrite la mano cuando toca la chaquetilla el torero, que tras el triunfo, es portado a hombros al pasar por el dintel de la puerta grande.
Cinco sentidos extasiados a la vez. Cinco sentidos rotos por la inexplicable consagración del rito. Cinco sentidos que desmaterializan al propio hombre y que lo convierten en felicidad etérea.
Porque el toreo es generoso y es capaz de parar el reloj, y entregar el tiempo a quien goza de sensibilidad para amarlo.
Pero al toreo le falta el sexto sentido, el sentido común. Unas veces por anclarse en la dejadez y la desidia. Otras por el inmovilismo de la tradición mal entendida. Y muchas veces, muchas, por los que se lucran desde el poder de un sistema que necesita no evolucionar para seguir parasitando sobre sus lomos.
Y es que no hay sentido común cuando se arroja a la cantera a las fauces de novilladas desproporcionadas en plazas de postín, que sirven de mal ejemplo para cosos de categoría mas modesta.
No hay sentido común cuando la televisión ha impuesto un modelo de feria Standard, si en la idiosincrasia de cada ciudad, país o plaza, con su toro, su toreo y sus toreros.
No hay sentido común cuando en la plaza, se presenta al toro de lidia bajo el reflejo de una tablilla, donde el peso pretende devaluar al bravo como si fuese animal de abasto.
No hay sentido común cuando un toro, después de ser criado durante 4 ó 5 años bajo los máximos cuidados de su ganadero, sea dejado a su suerte una vez es sacado de la finca portado en un cajón, dejando ser "responsabilidad" de su criador para ser juzgado y, en muchos casos sentenciado, por tecnócratas de carrera faltos de afición.
No hay sentido común cuando muchos de los que reclaman los llamados "encastes minoritarios" hayan sido los culpables de su extinción, denostando su presentación y estandarizando su tipo sin tener en cuenta la procedencia hasta convertirlos en la sombra de lo que un día fueron.
No hay sentido común cuando el mercado dicta el futuro inminente de las vacadas, sin reparar en que cuando una ganadería no es del favor del público, toreros o empresas, dejando de lidiarse, acaba desapareciendo y con ello su patrimonio genético.
No hay sentido común cuando se deja en manos de políticos de paso, y algunos interesados, el futuro de plazas y ferias, obligando a que el sector trague con pliegos ilógicos, abusivos y en muchos casos anti taurinos.
 No hay sentido común cuando un torero no gana su sitio delante del toro, y el despacho impone su cromo a cuenta de la sangre que otros derramaron el año anterior.
No hay sentido común cuando a un matador, después de liquidar su tarde, no le queden monedas ni para tomar un café. No hay sentido común cuando un ganadero se ve en la obligación de vender corridas por la tercera parte del coste de su producción.
No hay sentido común cuando estos dos actores principales —torero y ganadero- son los "sacrificados en el reparto del parné y los primeros en recibir la pasta sean los actores secundarios y hasta incluso los tramoyistas.
No hay sentido común cuando el sistema empuja a que toreros buenos no toreen nada, las figuras recorten su temporada, los nuevos sean medidos como viejos y los malos tratados como buenos.
Pero ante todo, el toreo es capaz de revolucionar un cuerpo entero, penetrando hasta en su alma. Es capaz de cambiar el estado de ánimo de miles de personas a la vez convirtiendo los tendidos de una plaza de toros en epicentro de la felicidad (¿verdad Morante?).
Para ello se necesitan sentidos receptivos a la sensibilidad, que sepan desnudarse ante la emoción y la estética -épicas o líricas—y no tengan miedo a expresarse.
Pero ese mismo toreo es incapaz de reconocerse ante su propia realidad, la cual pisa terrenos comprometidos al hilo del pitón de un sistema que cada vez le da más la espalda, ayuno del sexto sentido, el sentido común.


Juan Iranzo
Tauromaquia- La fragua del pensamiento

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