By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 6 de diciembre de 2017

El mundillo de la jaula 12

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 12
  
Capitulo 15 
El que se cierre el periodo hábil de cacería de esta apasionante modalidad cinegética de la caza de la perdiz con reclamo, no quiere decir que sus aficionados se tengan que poner a sestear, si es que no a vegetar, (sólo, claro está, bajo el aspecto cinegético) como, en este sentido y en tales circunstancias, les sucede a los cazadores de las demás modalidades, ya que los aficionados al Reclamo de perdiz tenemos el específico e intransferible privilegio de mantener, nuestros anhelos, nuestras esperanzas y nuestras complacencias de pajareros de forma permanente y tan intactos, como estando en plena actividad cinegética. Y es que en esta tan sugestiva y quijotesca modalidad de caza, los tiros sólo son, como mucho, - ya lo he dicho - sólo la guinda que adorna el pastel, que ni mucho menos el pastel en sí.
Para los aficionados “al pájaro”, una vez cerrada la veda, la simple preparación de los terreros - por mencionar el más inminente quehacer en esta incipiente inactividad - y el poder contemplar a sus reclamos “tomando tierra” con sus electrizantes estertores de alas y el inefable placer que deben sentir - tanto que se les puede oír gemir de gusto – bañándose en ella, ya es toda una deliciosa bendición. Desde este punto, hasta que, anunciando la proximidad de un nuevo celo, se les vuelve a sacar de los terreros, para recortarlos y meterlos, un año más, en la jaula, vayan ustedes echándole hilo a la cometa
en eso de los gratos placeres del pajarero, observando a sus reclamos, contemplándolos y cuidándolos como si fueran delicadas e valiosas joyas.
Todo el que piense lo contrario o, incluso, no llegue a comprender cuanto termino de decir, creo que sólo se debe a que son unos consumados ignorantes de la tal modalidad cinegética, porque, claro, ¿cómo se puede entender o amar lo que no se conoce? ¿Y qué decir de los que, atrochando por donde pueden, que no por donde deben, dedican esas "lindezas", tanto a la tal cacería en sí, como a sus seguidores, que, por irrespetuosas y hasta, en algunas ocasiones, por tan malintencionadas y ofensivas, resultan tan hirientes como humillantes....?
Yo a todos estos les diría lo que el extraordinario pajarero, Don Ignacio Escavias de Carvajal, escribe en su delicioso libro "Cómo Cazar la Perdiz con Reclamo", con esa delicadeza, con ese respeto y con esas tan buenas maneras de decir las cosas, tan propias siempre de un hombre que, en eso del “arte del bien decir”, lo es de los pies a la cabeza.
“El conocimiento por parte del aficionado.- Escribe Don Ignacio.- de cuanto significan todos los cantos de su “reclamo según sus tonos y circunstancias: el saber “interpretar debidamente las actitudes que adoptan en cada “momento, el dominar y conocer los secretos de este o “aquel puesto con sus muchas peripecias, que son el hilo, “raíz e historia de un desenlace, son de un placer y de una emoción", que no podría comprender jamás quien ignora “este mundo de la caza de la perdiz con reclamo.

Capitulo 16
En pleno verano y después de estar, nada menos, que doce años a mi lado, se me murió mi entrañable e inolvidable Chepa, como creo que ya he dejado dicho por ahí.
Sería pues prácticamente imposible el que yo fuera recordando en esta su biografía, una por una, las heroicas y memorables gestas que librara este excepcional “pájaro de perdiz” durante tantos años, por lo que tendremos que limitarnos sólo a espigar en ellas algunas de las más vibrantes y emotivas, así como a alguna que otra anécdota que, en tan largo tiempo, tuviera que vivir.
Efectivamente, he de adelantar que este excepcional reclamo consiguió por fin y definitivamente, todo un excelente Doctorado, con un "Sobresaliente cum Laude", que no ya un simple "Bien" o "Notable", en el adecuado y preciso celo en que se debe conseguir, es decir, en el "tercero".
La decisión para otorgarle el tan merecido y encomiable Doctorado, tuvo lugar ya en los inicios del mencionado celo y en un puesto de bandera, en el que tuvo que debatirse con un bando de "monjes". (“Torá” le llaman en algunos lugares a estas pequeñas comunidades de monjes marginados). Imperdonable, por otra parte, que este tan memorable puesto pueda quedar en el aire y sin que quede en letra impresa para orgullo del Chepa y de su amo y para admiración de todos los pajareros de bien y envidia de todos los demás de los siglos venideros.
Para entendernos mejor ya desde el principio, creo que debo explicar qué es y en qué consiste eso de "los bandos de monjes”, (a los que en algunos lugares llaman “torás", y en otros, no sé qué) por si alguno de nuestros amables lectores no tiene una idea, más o menos, real de lo que, en realidad, son estos bandos de los tales fulanos, y que para no dar lugar a equívocos, lo vamos hacer copiando lo que de ellos se dice de la prestigiosa Enciclopedia de la Caza de Jorge Palleja.
Se escribe en esta Enciclopedia sobre el particular lo siguiente: No tardan los pollos de perdiz en usar y abusar de su superioridad sobre los hermanos, con pujas de galleo que dan lugar a continuas reyertas entre ellos, consiguiendo hacerse el amo del cotarro a fuerza de picotazos, el más valiente y vigoroso de ellos, logrando así "la jefatura del bando o compañía". Una vez que el padre, el antiguo jefe, entrega la tal jefatura , emite un ajeo o canto de gallina, abandonado "la compañía" para ir a refugiarse a otro bando. Si el gallito de este bando no lo recibe, de nuevo vencido, tendrá que irse a una "torada" o bando de monjes, uno de tantos bandos vergonzosos formado por machos vencidos y cobardes, que fueron expulsados de su "compañía”.
Pues bien, uno de estos vergonzosos bandos, formado, nada menos, que por siete de estos monjes, fue el que se nos presentó, sorprendentemente y sin pretenderlo, aquella tibia mañana de Febrero, precisamente, en el que fuera un “puesto” muy conocido por aquellos lares por lo querencioso que era para las campesinas, y - qué miren ustedes qué puñetera coincidencia - se encontraba en un lugar que se llamaba “La Tebaida”.
Era este un “tollo” de piedra, que se encontraba casi en la base de un montículo de prieto matorral y ante el que se extendía un terreno de labrantío, que llaneaba como en amplias y suaves olas y que, ese año, estaba sembrado de trigo, y que, a esas alturas del Otoño, verdegueaba vivificante y lujurioso, aunque en las crestas de la olas del terreno alomado, clareaba levemente como el que comienza a quedarse calvo.
Caminaba a su encuentro con mi Chepa a las espaldas, y escopeta y demás bártulos al hombro, espejeando anhelos y esperanzas, que se me agigantaron cuando, aún a cierta distancia, pude intuir que aquel puesto aún estaba virgen. En efecto, cuando llegué a él, pude comprobar que ningún otro pajarero se me había adelantado, y eso siempre es bastante positivo, lo que no quiere decir que, el que un puesto esté ya dado, siempre sea un contratiempo tan decisivo, como para no divertirse en él, cazándolo de nuevo, e, incluso, en una tercera vez. He de confesar al respecto y como inciso, que yo he dado puestos con excelentes resultados, cuyo “tollo” tenía pulgas de lo usado que estaba.
El día, como ya he apuntado, transcurría sereno y templado, si bien el sol parecía jugar al escondite, escondiéndose y volviendo a aparecer entre retozones nublos que parecían vellones de algodón.
Retocando “el tollo” me encontraba, con El Chepa ya “entronizado” en el pulpitillo, aunque, lógicamente, aún encapillado, cuando le oigo que, de improviso, comenzó a reclamar como de buche. Era la primera vez que lo hacía en esas circunstancias, así que, un tanto sorprendido, miré instintivamente hacia donde estaba, al tiempo que pensaba, que por lo visto, el enano parecía venir ese día que escupía por un colmillo. Me pude apercibir, sin embargo, que la cosa no era para tanto, porque, claro, las perdices estaban
cantando por aquellos labrantíos y matorrales, y a ver cómo se podía contener el fogoso Chepa a la tentación que debía sentir al escuchar a las campesinas y más estando oliendo el bucólico aroma de la sierra, que no viendo por estar aún en la oscuridad de su cárcel bajo la “sayauela”.
Una vez más - y no me cansaré de repetirlo - cuando le quité la sayuela, tuve que salir hacia “el tollo” que escarbaba, si es que no quería que se desnucara en uno de los saltos.
Quiero recordar que era el primer “puesto” que le daba ya en el tercer celo.
Sólo unos instantes le bastaron al Chepa para liar la de Dios. Todos aquellos parajes parecían un gallinero en revolución, y yo, entre tanto, más ancho que largo. ¡Qué felicidad tan inefable allá sentado tan plácidamente en mi silletín, oyendo las campesinas “patirrojas” cantar en la solemne soledad de la sierra, y como haciéndose eco de mi reclamo!
¡Algo realmente indescriptible!
Observando a través de la tronera, pude distinguir, allá a lo lejos, en uno de los clareos de la sementera, una collera, plácidamente careada. Por lo visto, no estaban por la labor,
pues, sin prestarle la menor atención al del pulpitillo, se fue alejando paulatinamente, hasta que la perdí de vista. Fue en esos instantes precisamente, cuando la función, que nos esperaba, se empezó a cocer, pues, en tanto que yo, un tanto distraído, observaba por donde se me había perdido de vista la collera del labrantío, me pude apercibir de que el trovador, ahogaba de repente unos reclamos y, rebajándose, comenzó a reclamar de embuchada.
-¡Esto ya está aquí!.- Pensé como sorprendido de súbito.-
¡Algún campesino debe estar acercándose de "callandillas"
¡ El muy hijo puta, pues no ha dejado escapar ni una sola "pitá"!
Agucé oído con toda atención, a la vez que busqué al posible visitante con ojos ávidos a través de la tronera. Ver, de momento, no, pero sí pude oír como un tímido y casi imperceptible “curicheo”, allí, prácticamente, pegado a mis pies. Y he aquí que, inesperadamente, empecé a ver, sobresaliendo entre el verde trigal, en cuya linde se alzaba el pulpitillo, cabezas y más cabezas de los que, indecisos y como despistados, parecían ponerse de puntillas para salir en una foto, al tiempo que acudía a la plaza, inesperadamente y repentizando una carrerilla, el que “cuchicheaba” casi pegado a mis pies. Al parecer, era éste como "el abad o padre prior" de aquella tan extraña procesión de monjes. Debió acudir después de ordenar a sus súbditos que esperaran allí, en tanto él se acercaba a ver qué era lo que pretendía aquel impaciente e intruso predicador allí en el púlpito. Entró como temeroso y en clara actitud de paz, mirando al intruso con el cuello de a metro y como diciéndole: “Pero bueno, ¿a qué viene esto?"
¡Bastantes peleas y humillaciones hemos sufrido ya, como para enzarzarnos ahora en una nueva reyerta"!
No le dio tiempo a mucho más, pues viendo que El Chepa lo estaba recibiendo, transfigurado, como de costumbre, en una tan farisaica como amorosa clueca, allá quedó panza arriba y sin decir ni "mu".
A la explosión del tiro, sólo algunos de los acompañantes se volaron, pues pude ver que, por lo menos, dos ni se coscaron, quedando allí inmóviles y mirando aún más despistados de lo que ya lo estaban, y como sin saber por donde había sonado aquel tan extraño e inesperado trueno. Daban la sensación de encontrarse a la espera del "Padre Abad", pero que, viendo que ni se movía, aún estando tan cerca, comenzaron a inquietarse un tanto.
Haciendo la "mortuoria" estaba el trovador, cuando uno de ellos se adelantó con pasos “quedos” y recelosos, entrando en la plaza, seguramente que en busca del jefe, aún más desangelado y pío que entrara el prócer. El primer sorprendido fue el propio trovador que, rápidamente, se vio como obligado a transformar aquel su fúnebre responso, en el que le estaba haciendo “la mortuoria” al Prior, por el de las albricias de un nuevo y jubiloso recibimiento de emergencia, por lo que no tardó en llegar lo que, en tales circunstancias procede: un nuevo disparo y otro difunto más que se apuntaba en el libro de los caídos en este guerra.
Con los dos cartuchos de la del "dieciséis" disparados, y viendo “correrse” entre el monte, que no volarse, al que estaba en compañía del recién caído, aproveché para recargar la escopeta con nuevos cartuchos, por supuesto que con toda premura y no menos tacto. Casi no me dio tiempo, pues El Chepa, de nuevo, tuvo que olvidarse de la "mortuoria" del segundo abatido, para ponerse con toda urgencia a recibir a un nuevo visitante.
Y así, una vez que los seguidores de aquella especie de secta se cercioraron de que el jefe y el que, seguramente, debía ser el segundo de a bordo, junto al asistente, estaban más muertos que el tatarabuelo de Nefertitis, los restantes fueron entrando al patíbulo, uno tras otro, como sumisos dolientes en llorosa comitiva, y, entre tanto, El Chepa, como loco, sin saber si dedicarse a cantar responsos en las "mortuorias" o ponerse a recibir a los que iban llegando.
Siete, fueron siete los caídos, y a todo esto casi en menos que canta un gallo corralero. Estaba casi seguro, por otra parte, que los siete eran machos, cosa que, por más que lo pensaba, no me lo quería creer, aunque cierto era que, en alguna que otra ocasión, había oído comentar a algún amigo pajarero, que existían unos bandos como de machos amariconados, que cuando se tenía la suerte de pisar el terreno de alguno de ellos y se le mataba al jefe, allí se armaba la de “la mundial”.
Tenía todavía algún tiempo por delante, para seguir dando “el puesto”, pero estaba que no vivía por escapar del “tollo” para satisfacer mi ávida curiosidad, cerciorándome de lo que, realmente, era aquello. Tanta curiosidad tenía por comprobarlo que, cuando, por fin, me decidí dar por concluido “el puesto”, casi me olvidé que, estando El Chepa en el pulpitillo, lo primero que había que hacer y con toda premura además, era acudir a ponerle la sayuela, si es que no quería que se descalabrara, dando saltos y “alambreando”, conforme me veía acercarme a él.
Efectivamente, cuando los tuve en mis manos y pude ver los "peazos" de espolones que todos y cada uno de ellos lucían en sus patas, se me despejaron todas las dudas. En efecto, todos eran machos, formando una de esas vergonzosas toradas de monjes, con la que yo jamás había dado, y que, en aquella ocasión, fui a dar con una de ellas, precisamente, en "El famoso Puesto de “La Tebaida", conocido por “el puesto del Sacristán”. Y...¿dónde mejor - digo yo - para que acudiera a él una comunidad de “monjes”, ya que de alguna manera olía a Iglesia?
A guisa de posdata quisiera dejar reflejada en esta Biografía del Chepa un “puesto” de muy similares características, y en el que también entregaran su alma a Dios una comunidad de “monjes”, que diera mi gran amigo Antonio Moyano a un magnífico “pájaro” al que, por haberlo comprado allá por los predios de La Iglesia disidente de “La Santa Faz” en El Palmar de Troya, lo bautizara con el nombre de “El Papa Clemente”, porque así se llamaba El Jefe espiritual de la tal Iglesia disidente. Por cierto -¡Qué coincidencia tan curiosa! – el aguardo era un viejo tollo de piedra, conocido entre los pajareros con “el puesto del Cura”.
Este puesto mío con El Chepa, también se trataba pues de un muy conocido aguardo y, asimismo, se dio la puñetera coincidencia, como para que en él, además de que entregaran su alma a Dios un bando de “monjes, de que se le conociera como “El Puesto del ”Sacristán”, (como ya he dejado dicho) el que sin llegar a la categoría, en eso del nombre, del que diera mi amigo Moyano, en eso otro de la renta conseguida, sin embargo, no le fue a la zaga.
Tal anécdota quedó expuesta en mi Libro: “Anecdotario del mundo del Reclamo de Perdiz”, y hasta puede que en algún que otro también, como es posible que sea en el de “El mundo del Reclamo”.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

2 comentarios:

  1. Buscando información sobre los maquis en la provincia de Sevilla he llegado a este blog. Mis padres son naturales de Guadalcanal y agradezco enormemente haber topado con esta página llena de historia sobre el que también para mí es mi pueblo.
    Saludos.

    P.D. ¿Tenéis página en facebook para seguiros?

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    1. Gracias por tu comentario, si quieres seguir este blog en facebook tienes que entrar en Rafael Spinola Rodriguez

      Un saludo,

      Rafae Spínola

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