By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 17 de enero de 2018

El mundillo de la jaula 15


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 15

Capitulo 19
A partir del cuarto celo, la fama del excepcional campeón que ya era El Chepa, empezó a correr entre mis amigos pajareros, no sólo en Sevilla, donde vivía, o en el luminoso pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, Guadalcanal, donde ejerciera los primeros años de mi Magisterio y donde dejara, después de mi traslado a Sevilla, muchos y grandes amigos, por lo que aún seguía acudiendo a él como cazador, sino entre otros muchos y buenos amigos también que, por circunstancias de la vida, tuvieron que abandonar estas nuestras sureñas tierras de Andalucía, para afincarse en otros lugares, más o menos alejados, como en Alcalá de Henares, por ejemplo, o en Hospitalet de LLobregat, donde emigraron, incluso, familiares y paisanos míos de allá del granadino y bendito pueblecito, donde yo naciera, Alicún de Ortega, o del también granadino pueblo de Pedro Martínez, también muy entrañable pueblo para mí, porque, además de que de él era natural la santa de mi madre , en él me criaría y me haría un hombre de bien. Y es que, de una u otra manera, todos los mencionados sabían de la valía de tan excepcional Reclamo.
Claro que esta fama del Chepa no lo era de forma gratuita, pues al margen – que también – tuviera en su dueño y señor todo un "Crisóstomo" que, a la menor ocasión que se le ofrecía, ante cualquiera de los amigos pajareros, ya estaba predicando las excelencias y virtudes de tan colosal Reclamo, lo era también por los hechos, por sí solos, los que lo proclamaban como tal en todos y cada uno de de los lugares a los que éramos invitados a cazar celo tras celo.
A propósito de esto que estoy diciendo, se me viene a la memoria que, por aquellos entonces, contrajo su enlace matrimonial nuestro muy querido ahijado Edy, y para asistir a la ceremonia y consiguiente ágape, tuvimos que trasladarnos, mi esposa y yo, a la histórica ciudad de Alcalá de Henares, donde este nuestro ahijado vivía con sus padres y, lógicamente, compadres nuestros, José y Antonia, desde que el mencionado hijo entrara en el Cuerpo de la Policía Nacional, con destino en Madrid.
Eran de Nerva, importante población de la Cuenca Minera de Riotinto, donde nacieran y vivieran hasta que Edy, su hijo, aprobara como miembro de la Policía Nacional -como termino de referir - teniendo que marchar a Madrid, ya que allí fue destinado, aunque se afincaron en Alcalá de Henares como ciudad dormitorio.
Sería en Nerva donde hice una muy estrecha y sincera amistad con tal familia, a lo que contribuyó la muy buena vecindad y mucha estima que mutuamente había entre ellos y la familia de la que, por aquellos “antaño”, era mi prometida y que llegaría a ser mi esposa.
José Maestre Negrete, nombre del padre de esta tan extraordinaria familia, que además de tan buen amigo, llegara a ser compadre de mi esposa y mío, ya que apadrinamos a su hijo en El Bautismo, era en eso de la escopeta, en general, y en esto otro del pájaro, en particular, todo un maestro. Tanto que, en el mejor sentido de la palabra, había que echarle de comer aparte.
¡Qué pocos cazadores he conocido - y son muchos estos mis colegas – que atesoraran la sabiduría, la afición, la resistencia y el sacrificio, en una palabra, el bien y buen hacer en todo esto de la escopeta, que éste tenía ejerciendo este tan atractivo y sacrificado deporte de la caza!
Tan buen vecino de mi novia y su familia, siendo además tan aficionado a la caza, fueron las credenciales de emprender nuestra amistad, además, por supuesto que sí, de la excelente persona que siempre fue.
Cuando lo de la boda de su hijo y ahijado nuestro, - ya hace sus años de eso - hacía ya bastantes años que no nos veíamos, por lo que rato al que le podíamos echar el guante durante el ágape de la boda, rato en el que se nos iba el santo al cielo, recordando aquellos ya algo lejanos años de Nerva, así como contándonos nuestras respectivas y más cercanas andanzas caceriles. Por cierto que me comentó que el policía, como buena astilla del tal palo de su padre, se había hecho un montero de campanillas, recorriendo magníficos cotos por esos Montes de Toledo, para lo que le había entregado, como regalo de bodas, un "todoterreno", que le había costado un "güevo" y parte de otro.
A modo y manera de mi Pepita Adoración, también tenía este buen hombre una especial gracia para con los animales, y así, entre otras muchas cosas al respecto, recordamos a "Yago", un loro cenizoso y de cola roja, al que enseñó a decir y a hacer cosas tan pícaras y rocambolescas, que sin duda alguna, hubiera sido el número estrella del mejor circo del mundo.
Recordamos también y en especial, a aquel perdigón que, por aquellos años en que nos conocimos, le seguía por las calles de Nerva como un mimoso perrillo faldero, y al que cazaba a estilo compadre: aquí me siento y allí me levanto, según iban mandando las circunstancias, hasta llegar a colgarlo en seis o siete pulpitillos diferentes. Y el reclamo,
entre tanto, como si tal cosa y tan conforme y feliz, "trabajándose el artículo" como los buenos.
Fue entonces cuando le empecé a hablar de mi Chepa, y he aquí entonces al "Crisóstomo", con el más excelso de los panegíricos en los labios, loando las gloriosas y grandiosas gestas de su tan fenomenal reclamo. Sin embargo, cuando le hablé de su tipo de liliputiense y de aquella sus feos caprichos de saltarse en la jaula, a mi compadre se le pusieron, de súbito, los ojos como alpargatas, al tiempo que me decía que imposible de los imposibles que un perdigón, tan esquivo y con tan poca nobleza en el trato, pudiera llegar a ser el colosal reclamo que yo le estaba describiendo.
De momento, ahí quedó la cosa, pero miren ustedes por donde, ese año, mi compadre tuvo que venir a Nerva, en el mes de Febrero precisamente, a arreglar no sé qué asuntillo.
De vuelta a Alcalá, al tener que pasar por Sevilla, lógicamente, se llegó a casa a saludarnos. De cajón era que, en aquella su visita - ¿cómo no? - le enseñara mis pájaros y, en especial, aquel soberbio campeón, del que yo le hablara, allá en Alcalá de Henares. Por cierto que, temiéndome que sus endémicos saltos fueran aún de mayor contundencia que los que solía dar normalmente, ante la presencia de tan extraño forastero, se lo enseñé como “furtiveando” a través de la puerta entreabierta de la terraza.
Cuando el bueno de mi compadre se echó a los ojos aquel pájaro con tipo de pigmeo y con la cabeza desplumada y transparentando, entre las plumas dislocadas, una calvicie en la que la sangre estaba llamando a la puerta, me miró y, con irónica sonrisa, -exclamó.-
-¡Hombre, compadre, déjate de bromas, ¿no?
-Mañana es Sábado.- Acudí a decirle, totalmente decidido.-El día lo tengo libre y como, por otra parte, tú tampoco tiene nada que hacer por obligación allá en Alcalá, ¿ por qué no te quedas, para acercarnos a las sierras de Nerva, allá por "La Horceta", por ejemplo, lugar en el que tanta querencia siempre tuviste para tus cacerías, para darle el puesto de mañana? En el coche eso está a ahí, a un “santiamén”. Con ello puedes matar varios pájaros de un tiro. Varios pájaros te digo, como el que tú vuelvas a disfrutar de lugares tan queridos por tí y que, seguramente, tanto debes añorar, como también el que, después de tantos años sin cazar el pájaro, puedas volver a gozar de esa afición, tan maravillosa y tan tuya... y cómo, por fin, podía ser el que, de una vez por todas, te pudieras desengañar por tus propios ojos, si lo que te digo del pájaro es verdad o es mentira.
Mi compadre se quedó pensándoselo, con los ojos como perdidos en el vacío. Reaccionó de pronto y me dijo.- Pues sí, ¡qué coño!, me voy a quedar-.
Y, en efecto, a unas horas bastante madrugadoras del Sábado, nos encontrábamos los dos compadres en aquellos enmarañados y bravíos parajes de "La Horceta", con la escarpada Ribera de Huelva a nuestros pies, construyendo un espacioso y cómodo tollo para ambos, con jaras, retamas y demás malezas de aquellos prietos matorrales, en tanto que El Chepa, ya enarbolado en una achaparrada madroñera, que le adaptamos como pulpitillo, se encontraba a la espera de que le quitáramos la sayuela, para meterse en "el fregao".
A los reclamos de cañón, que El Chepa emitió de salida, tan pronto se vio despojado de la sayuela, se nos vino sin previo aviso y de vuela una viuda, al parecer, desesperada y ardiendo de celo, en busca de aquel inesperado y sorprendente galán.
El compadre, a quien le entregué los trastes de matar, quedando yo a su lado como mero espectador, viendo que la pajarilla estaba en plena sazón y que no se separaría de aquel encarcelado novio tan fácilmente, me dio a entender por medio de gestos, que la iba a dejar durante un tiempo, por allí merodeando en torno al reclamo, con el doble objetivo de poder disfrutar durante el mayor tiempo posible de la grata tensión del lance, y, por otro lado, poder analizar y comprobar, con mayor detenimiento, a aquel campeón que en
tan grandes dudas le tenía, desde que, allá en la boda del hijo, le hablara, por primera vez, de sus extrañas e inconcebibles manías.
No parecía sino que se lo habían dicho al bueno del Chepa, pues mientras la viuda estuvo allí, dando vueltas en su entorno, se lució con tal arte, con tal maestría y con tal galanura, que obligó a su incrédulo fiscal a hacerme como un incontenible gesto de rostro, en el que reflejaba toda su complacencia y aprobación sobre los muchos y valiosos quilates que, sorprendentemente, estaba viendo en aquel enano descalabrado.
Una vez saciado de tan bella y tensa escena, abatió a la pobre y desesperada viuda, quedando con la baba caía, viendo el aplomo, la delicadeza y hasta el señorío con que el pequeño trovador se quedó “haciéndole el entierro”.
El Chepa, tan pronto como cumplió con su respetuosa "mortuoria" hacia la que acababa de morir a sus pies, volvió a salir de cañón, buscando un nuevo lance. No tuvo que insistir mucho, pues, al poco, conectó con un campesino que, por el ronco y bravío tono de sus reclamos, tenía que ser todo un señor verraco de exposición. No se amedrentó, sin embargo, el pigmeo, sino que, por el contrario, insistió, echándole a la cosa aún más "reaños". Los diferentes cantos del invitado nos iban delatando, con toda claridad, su posición, e, incluso, de cómo iba avanzando poco a poco y sin prisa, pero tampoco sin pausa.
Venía acompañado de su hembra, pues la infeliz, seguramente que envalentonada por el bravo mocetón que traía a su lado, también se dejaba caer, de vez en vez, con algún que otro jubiloso "chachará".
Y El Chepa, entre tanto, - vuelvo a repetir - parecía que le habían dicho que tenía allí un adusto e inapelable juez examinándolo, pues daba la sensación de que estaba poniendo, con especial interés, todos sus sentidos, para lucirse en todos y cada uno de sus cantos, así como en la actitud que tomaba en los mensajes que en ellos quería trasmitir.
Una vez que empezó a sentirlo cercano, no le dejaba respirar, riñéndole impaciente con autoritarios e inquisitoriales "guteos”, para que, desistiera en sus cantos y avanzara. Y el incrédulo juez - ahora sí - espejeando una jubilosa sonrisa en los ojos, me miró, volviendo a gesticularme, incontenible, que, en efecto, El Chepa, aunque no lo pareciera, era todo un colosal campeón.
En sus riñas e impacientes “cuchicheos” se encontraba el trovador, cuando, de repente, se rebajó lo indecible en casi imperceptibles “cuchicheos y titeos”, a la vez que aquel garañón, embolado y beligerante, entró arrastrando el ala. El recibimiento que entonces le hizo El Chepa, no soy capaz de describirlo, por lo que sólo me limitaré a decir que como para quitarse el sombrero y hacerle una reverencia.
Mi compadre me dio a entender que, desobedeciendo un tanto las reglas que debe seguir el buen pajarero, iba a tirar primero al macho, con la idea de tener la posibilidad de seguir disfrutando de aquel tan delicioso pájaro, por aquello de que las hembras, por lo general y una vez que se les mata el macho, suelen hacerse de rogar demasiado, para volver a entrar al del pulpitillo, si es que llegan a decidirse a ello.
Fue exactamente lo que sucedió. La hembra, una vez que viera morir a su amante, prácticamente, a sus pies, se voló y por allí anduvo merodeando, astuta y recelosa, durante todo el largo rato que aún teníamos por delante para finalizar “el puesto”, en tanto que el galán del pulpitillo le hacía verdaderos malabares, intentando conquistársela. Muy a última hora, la pudo abatir, por fin, aquel excelente aficionado que siempre fue mi compadre José Maestre Negrete, aprovechando una de las pasadas de la desconfiada viuda, en un pequeño claro que ofrecían dos tupidas aulagas.
Cuando todo terminó, se limitó a exclamar emocionado.
-¡Increíble, pero cierto! ¡Qué delicia de Reclamo!
Realmente, ha merecido la pena, compadre.
Yo, por mi parte, lejos de reprocharle su tozuda
incredulidad, me limité a bromearle, diciéndole que, por lo menos, iba a poder comer arroz con perdiz de "La Orceta", después de tantos años, junto a mi comadre Antonia y a mi ahijado Edy, allá en su querida Alcalá de Henares.

©José Fernando Titos Alfaro

Nº Expediente: SE-1091 -12

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