By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 3 de enero de 2018

El mundillo de la jaula 14


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 14

Capítulo 18

En tanto que de Madrid para abajo, más o menos, existe una apasionada y muy extendida afición “al pájaro”, de Madrid para arriba, sólo se conoce la tal modalidad cinegética, cuanto más, de oídas, por no decir aquello otro que se dice "de que si te vi, no me acuerdo".
En este sector se encontraba Don Juan Rodríguez Barrueco, un salmantino de bien que, ya maduro, llegó aquí a Sevilla a impartir la enseñanza de Las Lenguas Clásicas, como Catedrático, por oposición.
Campero por los cuatro costados también y un apasionado amante de la escopeta, como un servidor de Dios y de ustedes, coincidimos, casualmente, y a poco de afincarse en La Ciudad de la Giralda, en "una cacería al salto", a la que fuimos invitados por nuestro común y excelente amigo, el insigne Pediatra Don Salvador García, y en la que comenzamos a echar las raíces de la que llegaría a ser la gran amistad que, a partir de entonces, nos uniría de forma tan sincera como fraternal.
¡Vaya con el salmantino cazador sabiendo andar por el campo y manejando "la del doce"!
A los pocos minutos tan sólo de abrirnos en "aquella guerra galana", así llamada también la "mencionada cacería al salto”, me pude dar cuenta -pues he de confesar que tenía mis grandes dudas- que era una liebre atrochando por aquellos “matorrales” y que ni un campeón de campeones disparaba con mayor rapidez y acierto. El salmantino, catedrático de Latín y Griego - autor, por cierto, de uno de los libros de texto de las tales
asignaturas, aprobado, naturalmente, por EL Ministerio de Educación y Ciencia, y recomendado por todos los Centros de Enseñanza  si en Lenguas Clásicas era toda una figura, tampoco se quedaba muy atrás en esta otra complicada asignatura de la Cinegética.
En posteriores cacerías, no sólo nos lo confirmó, sino que no se podía uno dormir en los laureles, si es que no quería quedar, a su lado, a la altura de una alpargata vieja.
Pero a lo que, realmente, venía yo, era a la específica cacería de la perdiz con reclamo, de la que, como ya he dejado apuntado, este gran cazador salmantino se encontraba, si es que no en eso de no saber hacer la "o" con un canuto, por ahí lo andaba rozando.
Un día en que le empecé a hablar de ella, me contestó tan campante y con toda espontaneidad, que por allí por su tierra, había oído hablar alguna vez de ella a alguno de sus amigos cazadores, pero que él lo había escuchado con la misma indiferencia y apatía con que se la comentaban. Que, sin embargo y por el contrario, se estaba dando cuenta que por aquí, por Andalucía, esto “del pájaro” era como una droga.
Que qué significativo era ver en una fachada sí y en la otra también - en especial, en las zonas rurales - dos o tres reclamos, por lo menos, enjaulados y sobre sus casilleros, tomando el clemente solito de la deliciosa pre-primavera de estas tierras, en tanto que sus dueños e, incluso, los viandantes se quedaban contemplándolos con la boca abierta.
-Supongo.
- Le comenté.- que, aunque sólo sea por pura curiosidad, te decidirás, algún día, a conocer este tan intrigante y sugestivo modo de cazar la perdiz.
- No me importaría.- Me contestó sin dudarlo.-- pues, en todo caso, si es que no por la tal cacería en sí, debo sentirme feliz, necesariamente, por el solo hecho de estar disfrutando del campo.
Y, de momento, ahí quedó la cosa.
Esa misma temporada y a los pocos días de comenzar "el celo", le telefoneé, recordándole que si aún seguía firme en su propósito de conocer eso de la cacería “del pájaro”. Y de nuevo, no dudó en contestarme que, por supuesto, que sí.
Al día siguiente, como previamente quedamos, me acerqué con el coche a recogerlo a casa. Serían las del alba, pues el coto se encontraba a su buen tirón. Me acompañaba, lógicamente, como mero espectador, así que sólo tuvo que poner "su cuerpo serrano", según se dice, que ni escopeta, ni "na de na".
Durante el camino, le fui explicando - según mi entender y saber, claro está, y lo más detalladamente posible que pude -cuantas cosas me iban acudiendo a los labios-, referentes a nuestra ya inminente cacería: los diferentes cantos del reclamo; sus respectivos mensajes; sus distintas actitudes, siempre en consonancia con las del campesino con el que se entra en lid; los muchos e imprevisibles contratiempos y adversidades que se podían presentar en cualquier momento, y - ¿cómo no? - también le hablé del tollo, de la plaza, del pulpitillo, amén de los mil y un detalles más que, sobre la marcha, se me iban ocurriendo, sin dejarme atrás - pues no faltaba más - el más fervoroso y enardecido panegírico del reclamo que llevábamos, que, naturalmente, era El Chepa.
Al aventajado discípulo de Homero y de Cicerón, convertido en aquel viaje en circunstancial alumno mío, se le veía por encima del pelo que, por la tensa atención con que me oía e, incluso, por los espontáneos e incontenibles gestos de admiración, que iba reflejando en los ojos ante mis explicaciones, aquello le empezaba a fascinar.
Recordándole la lección, ya sobre el propio terreno, pude darme cuenta que se la había aprendido a la perfección, así que, una vez que todo quedó a punto, le cedí el pilotaje de la nave, en tanto yo quedaba a su lado como copiloto y mero monitor, emprendiendo así nuestra aventura.
Para no quedar con el culo al aire en puesto tan comprometido, llevaba como predicador -como ya he dejado dicho - a mi Chepa que, como mi propio invitado, creo yo que sabía Latín, si es que aún Griego no, siendo además tan voluntarioso, una vez que se veía en el pulpitillo despojado de la sayuela, que una vez que salía de cañón – que lo era al instante - ya no se callaba ni metiéndole la cabeza debajo de agua, entremezclando, conveniente y oportunamente, reclamos por alto o de embuchada, “cuchicheos”, “titeos” y, si era necesario e, indistintamente, “tuteos”, “piolíos” y lo que hubiera que hacer.
Entre las muchas cosas de las que previne a mi alumno, estaba aquella de que, a veces, los campesinos se pueden colar en la plaza en sólo segundos e, incluso, sin piar, o sea “de callandillas”. Y miren ustedes por donde, fue, exactamente, lo que sucedió. Al primer reclamo de salutación del Chepa, se nos vino a vuelo un macho que, embolado y estallando de celo, entró al "trapo" como un "miura", arrastrando el ala por el suelo como gallo enloquecido, en tanto que el retador lo recibía con la elegancia y maestría con las que él solía cumplir con este quehacer. Y es que este excepcional reclamo, si para todas y cada una de las diferentes facetas de cada lance, era un extraordinario maestro, "recibiendo", en particular, era, absolutamente, maestro y medio.
También había prevenido a mi invitado de que, si no tanto las damas “patirrojas”, sus aguerridos y apuestos galanes, una vez que entran en la plaza, se ponían a darle vueltas al pulpitillo, buscando el lugar más estratégico, para encaramarse a la jaula y entrar en abierta batalla con el que, desde su atalaya, no deja de retarles. Que había que aprovechar el oportuno momento de que, ya en la primera vuelta, al quedar tapado al pasar detrás del pulpitillo con relación a la tronera, se debe encarar la escopeta, ya que estos bichos tienen vista de lince y que, al menor movimiento, que sospechan....¡Adiós, Lucas, que diría aquel! Que, asimismo, una vez encañonado, lo esperara en una de las vueltas y siempre, estando recibiéndolo el retador, le disparara, y siempre también, de espaldas o de costado. Que nunca jamás de pechuga.
El alumno lo hizo todo a la perfección, pero algo debió fallarle, pues el que acudió a la jaula como un “miura”, se le fue con más vida que traía. La cara que se le quedó al Catedrático cazador, no era para contarlo.
-¡”Me cachi en Satanás”!.- Se lamentó, totalmente, avergonzado.- ¿Cómo es posible que se me haya ido una perdiz, a la que he disparado "al parandón"...? Esto no le ocurre ni al más novato de los cazadores!
-No te preocupes.- Acudí a consolarle.- Esto es muy corriente entre los pajareros. La tensión con que se vive el lance, como bien habrás podido comprobar, le hace a uno vibrar intensamente, y, claro, disparar una escopeta, temblándole a uno el pulso....cualquier cosa puede pasar ¿no crees?
-De todas maneras.- Me dijo ya algo más tranquilo.- esto es algo realmente fascinante. ¡Claro que, en efecto, al disparar, me latía el corazón a mil por hora! ¡Cierto que es una cacería de una enorme y tensa emoción! Desde este momento, quedo integrado en esta tan sugestiva y maravillosa cofradía de cazadores.
Esperanzado en nuevos lances, puesto que a además de que no habíamos hechos nada más que empezar nuestra cacería, el incidente de que, después de marrar el tiro, se nos volara de la plaza el campesino, siendo este un fallo que de forma tan misteriosa y profundamente grave suele afectar, por lo general, al que lo está recibiendo, no fue así en El Chepa, que siguió tan campante en su trabajo como si allí no hubiera pasado absolutamente nada.
A manera de inciso creo que es el momento oportuno para comentar – aunque creo que ya he comentado algo de esto por ahí - que esto de que “se marre” un campesino de la plaza, estando recibiéndolo el del pulpitillo, llega afectar, por nadie sabe qué misteriosa e insondable causa, tanto a los Reclamos, y más en particular a los catecúmenos e, incluso, a algunos pájaros ya hechos, que hasta puede acabar con ellos, como Reclamos, para el resto de sus días.
De momento no quise comentarle nada sobre el particular al catedrático en Lenguas Clásicas, y aún menos viendo al de Villa del Rey que no sintió ni el más leve rasguño en su orgullo ni en su alma, así que me limité a decirle que no era el momento de hacer comentarios sobre el particular, puesto que ya habría tiempo para ello, sino callar y seguir atentos a ver qué era lo que en adelante podía pasar, ya que, prácticamente, aún teníamos todo el puesto por delante.
Desgraciadamente, aquel limón había dado, con el patirrojo de marras, todo el zumo que tenía que dar, y por más que lo intentó el bueno del Chepa - y lo intentó por "activa", por "pasiva", por "ambas perifrásticas" y hasta por la particular "voz media" de la Lengua Griega, al parecer, por especial deferencia al invitado Catedrático en Lenguas Clásicas - pero allí ya no hubo nada que ventilar De esto hace ya sus años, y hoy, este tan buen amigo mío y tan excelente persona, que es Juan Rodríguez Barrueco, es un extraordinario y modélico pajarero, aún siendo de los que yo suelo llamar de “vocación tardía” e, incluso, habiendo tenido un bautismo tan desnudo de triunfalismos y pomposas felicitaciones.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

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