By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 3 de abril de 2010

CAPÍTULO DE UN LIBRO INÉDITO




HISTORIA DE UN RECLAMO DE PERDIZ

(El siguiente Artículo que a continuación exponemos, es uno de los Capítulos del libro inédito original de D. José F. Titos Alfaro, titulado: "HISTORIA DE UN RECLAMO DE PERDIZ" Así mismo le hacemos notar a los lectores, que el mencionado libro está escrito en formo autobiográfica o sea que el mismo RECLAMO es el que cuenta su vida.)

Anoche me desvelé. No había manera de coger el sueño, ni siquiera contando hasta “mil ovejitas”, como hacen los niños buenos.
He tomado con tal ilusión y tales anhelos esto de mi autobiografía, que al terminar un capítulo no hago otra cosa sino pensar y pensar cuál va a ser y cómo hacer el capítulo siguiente.
Pues bien —como digo—, puesto que anoche me desvelé y por otro lado hacía una divina noche primaveral, en la que la Luna y la dulce brisilla llenaba hasta rebosar aquel claustro de paz celestial y pálida luz, pensé que lo más provechoso sería no pasar el tiempo pensando en las musarañas y me dispuse a escribir sobre mi vida.
Aquello fue coser y cantar. Cuando me quise dar cuenta, aunque ya un poco rendido por el sueño, puesto que eran altas horas de la madrugada, tenía, nada más .y nada menos, que tres capítulos escritos, y... ¡en verso, como el que no dice nada! Con lo que paso algunas veces para buscar la palabra o ripio exacto, para que cuadre perfectamente en la métrica del verso o en la rima más o menos aconsonantada. Anoche, sin embargo, no tuve ni tan sólo un “atrancó”. Aquello fue ir sobre ruedas.
Pero esta mañana, antes de darles un pequeño repaso y pasarlos a limpio, y a pesar de que tengo los ojos un poco enmarañados e hinchones, como el que se levanta después de haber dormido una buena “pea”, me he propuesto ponerles, como pórtico, una pequeña reseña sobre este pueblo serrano y sevillano ¡Casi ná!, de nombre Guadalcanal, cuna bendita donde yo nací.
Guadalcanal es un pueblecito más bien pequeño y humilde, no así su nombre que, por una serie de circunstancias, ha sido enormemente cacareado en el mundo entero.
¿Quién no ha oído el nombre de Guadalcanal dentro de nuestra querida piel de toro y fuera de ella...?
Como digo, varias causas han contribuido a que este nombre de mi pueblo haya sido tan cacareado.
Por un lado la Emisora de T. V. E. enclavada sobre el empinado cerro de Hamapega, y hoy, gracias a Dios, por propagar sus ondas con absoluta perfección, pero antes —que todo hay que decirlo— por la famosa «camisa a rayas», que con frecuencia aparecía en las pequeñas pantallas hogareñas, sobre todo —y esto era una fatalidad— en las retransmisiones más populares, como partidos de fútbol y corridas de toros. ¿Quién hubo en aquellos tiempos y en momentos tan apasionantes de los toros o del fútbol, que al aparecer las “fatales rayas” no se acordara de la “madre”, “el padre” y toda la generación de este pueblo para maldecirles o en el mejor de los casos para hacer caer sobre ellos —¡pobrecitos!— sus “necesidades mayores”...? Hoy, como he dicho, la cosa ha cambiado y sobre Guadalcanal caen, por boca de todos, en vez de excrementos, fragantes flores.
Por otro lado, ¿en qué rincón del mundo, por muy escondido que estuviere, no retumba aún los ecos del nombre de Guadalcanal, debido a aquella sangrienta e infernal batalla, que durante la Segunda Guerra Mundial se diera en aquella isla del Pacífico, que nuestro ilustre paisano Ortega Valencia descubriera en el siglo XVI y bautizara asimismo con el nombre de este pueblo que le viera nacer...?
Guadalcanal, sí, es un pueblo pequeño y humilde, aunque no pobre, pero su nombre es famoso y conocido en el mundo entero.
Este pueblo de la Sierra Norte de Sevilla es muy antiguo.
Ya en tiempo de los Romanos era famoso —según noticias escritas de los historiadores latinos Estrabón y Polibio— por sus ricas minas de plata y a las que yo en mis furtivas correrías cinegéticas he visto más de una vez, ya viejas, abandonadas y derrumbadas, por allá por el Molinillo.
El nombre de “Guadalcanal”, sin embargo, es bastante más moderno. Es un nombre árabe, sin lugar a dudas, por ese prefijo tan conocido y repetido de “guad”, sobre todo por tierras andaluzas. Pero, en fin, dejémonos de profundidades históricas y científicas, puesto que este no es mi propósito, ni soy muy amarte, por otro lado, en meterme en lo que por aquí se llama “camisa de once varas”. Estas investigaciones las dejaremos para nuestro ilustre y nunca bien comprendido paisano, el joven y gran poeta Andrés Mirón, que creo tiene escritas verdaderas maravillas, aunque aún inéditas, de la Historia de nuestro querido pueblo.
Mi propósito era en un principio, más que nada, hacer una sencilla y simple descripción de mi pueblo y de sus campos.
Guadalcanal es un pueblo —como dije— pequeño, humilde y luminoso. ¡Ah!, y también blanco como una paloma, como todos los bellos pueblos de Andalucía.
Antes, cuando el campo daba lo que por aquí se llama “hierba buena”, y que los gitanos llaman “parné”, debería ser riquísimo, puesto que ubérrimo es su campo. Para sospechar esto, no hay nada más que echar una ojeadita a sus casas y casi todas, una sí y la otra también y en vez en cuando la del medio, son verdaderos palacios, y si no palacios porque parezca la cosa un poco exagerada, por lo menos sí que son enormes casonas, donde cabría holgadamente un Regimiento de Caballería, y que entonces se llenaban de trigo, pares de mulos y lana de oveja merina.
A pesar de todo, hoy por hoy, Guadalcanal es un pueblo limpio, alegre y luminoso. ¿Cómo no? ¡Es serrano y por añadidura sevillano!
Está enclavado en un precioso y amplio valle e inclinado en leve y humilde reverencia hacia el gran Rey de Andalucía: el Guadalquivir.
Enmarcado está por redondeadas sierras y rechonchos cerros. Los más cercanos, cuajados de olivos de manzanilla y picuda; los más lejanos de gigantescas encinas y alcornoques gigantescos y algún que otro cerrete entre éstos, más pequeño y redondeado, cubierto de matorral y montebajo.
Las tierras más fértiles y en explotación de minifundio son ubérrimos huertecillos de los que viven muchas familias de mediocre economía y que aquí se les llama, con ese profundo gracejo sevillano, «los Cebollinos», por ser el cebollino una de las plantas que en ellos se cultivan.
Nombre —dicho sea de paso— transmitido a la Sociedad Deportiva Recreativa, por estar formada casi en su totalidad por esta clase media, en contraposición al otro “casino”, al que concurren los dueños de grandes olivares y encinares, que se llama el de “los señoritos”.
¿Diferencias de clases...? No, no, ni hablar. Son pequeños residuos de un bello tiempo que ya pasó.
Una de las cosas de las que Guadalcanal está muy orgulloso es de su agua, que además de abundante es cristalina e inmaculada. Arroyuelos por doquier saltarines y repletos de bucólico lirismo. Su campo, por eso, es, en casi todo tiempo, una continua alfombra de pujante verdor y adornado por aquí y por allá de miles y miles diferentes florecillas, cuyo nombre, tal vez, desconozca la misma ciencia, según feliz frase de Bécquer.
Además de la aceituna, este suelo de bucólica poesía es la base del principal recurso económico de Guadalcanal: la ganadería.
En él abundan los rebaños de ovejas merinas, de cabras, y en menor escala, la vaca holandesa y la retinta andaluza.
Y punto final a esta pequeña reseña de mi Guadalcanal querida. Pero antes de terminar no quiero dejarme en el tintero lo de la recentísima fuente de ingresos, determinada por el enorme y desorbitado valor que han tomado mis hermanas las perdices. Valor que se hace aún más enorme si pensamos que son pagadas en dólares, marcos, libras y francos. Pero... ¿quién se aprovecha de ese dinero...? ¡Ah!. Eso es harina de otro costal Pero. En fin, uno más, otros menos, en el pueblo queda,
Lo único cierto es que los “ojeos de perdices” son para Guadalcanal hoy una gran fuente de ingresos, como el del que dice una gran mina de oro, porque... ay que ver la cantidad tan bárbara de perdices que se crían en estos campos de Dios. Guadalcanal es el paraíso de las perdices, gracias a ese furtivismo redimido y purificado, con permiso de Ciudad Real, Toledo y Guadalajara.

Revista de feria 1972

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