By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 7 de enero de 2012

PUEBLO EN PROFUNDIDAD

AQUÍ ME TIENE A SU DISPOSICIÓN PARA LO QUE GUSTE MANDAR

Andalucía derrocha la suficiente cantidad de cal en las paredes como para unir a su extrema fisonomía el color blanco, que viene a ser, según la hora, excitador de retinas al mediodía o fría palidez del mismo color en el desvelo de las noches con lunas.
Así es también Guadalcanal. Además, por su situación geográfica en la región está encargada de recibir al forastero que baja hacia el sur con los ojos cargados todavía de recuerdos romanos de Mérida y despedir al que sube con la misma tarjeta de visitas –paramentos, fachadas, azoteas- que exhibe desde su hondonada cuando se la contempla desde la altura de la Estación. Allí está como para ofrecerse al que entra en Andalucía y para el que la abandona, y su “aquí me tiene a su disposición para lo que guste mandar” no es ni más ni menos que ese efluvio blanco que desde abajo sube de tanta pared encalada y de tanto resplandor extendido como un pañuelo puesto a secar en tan buena tierra de olivos y encinares.
Presiento que en el pueblo todo se reduce también a saber calar el sentido de todas las dimensiones, porque este juego de las profundidades puede comprobarse además desde el mismo recinto de la población. Pongamos por caso desde la calle López de Ayala. Desde arriba hay un descenso de cal recortado tan sólo por el empedrado de la calle y los aleros de los tejados, entre uno y otro un complejo contraste de luces en el mismo tono blanco. Y en primer plano, un pozo –¡que palabra tan verdinegra!, como decía Juan Ramón Jiménez- viene a dar una nueva dimensión a la calle, la hondura. Entonces habrá que hacer otro contraste de color: del deslumbrante blanco de la cal en las paredes a la intensa oscuridad en el interior del pozo. Como para quedar cegados en un instante. Si no fuera por el reloj al fondo de la calle, en el campanario de la iglesia, hubiésemos perdido también la noción del tiempo. Al final, la sierra empinada como telón de fondo desde donde se podrán medir otra vez alturas insospechadas.
Otro poeta español, Jorge Guillén, decía que en los jardines está el “tiempo en profundidad”. A mí se me antoja que para describir la fisonomía externa de Guadalcanal basta con sólo dos palabras: pueblo en profundidad.

Por Juan Collantes de Terán
Revista Feria 1961

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