By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 19 de septiembre de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 8

Duque de Montpensier

Capitulo VIII

UN AGITADOR COMEDIDO

Las esperanzas que pudieron quedarle a Ayala de escalar los  pináculos gubernamentales se desvanecieron completamente. O'Donnell fué arrojado de Palacio, primero, y después, bajó a la tumba. El partido que el Duque de Tetuán acaudillara no gobernaría nunca. Y si Ayala, desde las deshechas filas de la Unión Liberal, pretendiera pasarse a los reaccionarios, éstos no le habrían readmitido.
Pero Narváez murió también, y González Bravo, su sucesor, no inspiraba aquel espanto que contenía a los revoltosos. Se empezaba a conspirar contra Isabel II, juzgándose posible revolver el río, con ganancia segura para los pescadores. Y hemos explicado que nadie tenía tantos y tan ardientes deseos de una pesca de cargos públicos como nuestro biografiado.
Ayala se dedicó, pues, a conspirador. Pero afiliándose al grupo de los conspiradores sensatos. Esto es, de los que no querían arriesgarse a salir de la Monarquía, ni de la borbonería siquiera. De aquellos que se contentaban con pasar la corona a la Infanta Luisa Fernanda, y a su esposo, el Borbón-Orleans Duque de Montpensier, organizando una revolución familiar. La familia real seguiría reinando y continuaría gobernando la familia gobernante, sin más que los naturales ascensos en los miembros postergados de ambas familias. Este era el proyecto que cautivó a Ayala.
No hemos de decir nada sobre lo elegante de proyecto tal. Aunque sí defenderemos un poco a Isabel II, perfectamente defendible contra sus adversarios de la aludida banda. La Reina era un tanto absolutista y otro tanto la ladrona, y como mujer resultaba un perfecto pendón. Y atacarla por su manera de reinar y aun por su modo de vivir estaba bien que lo hiciesen quienes jamás le hubieran tolerado ninguna de ambas cosas. Pero ¡caramba!, que lo hiciesen políticos que el Gobierno y la Administración ocuparon con ella, acaudillados por un hombre que con ella ocupó el lecho... A esos les molestaba solamente que Isabel II tuviese otros ministros y otros favoritos. Iban nada más que a probar fortuna con Montpensier, y aun con Luisa Fernanda, si le daba por ahí.
Ayala formó con estos nobles y honestos caballeros, haciendo ascos no más que a Prim y a los republicanos. Con los republicanos todavía transigió algo, porque creía firmemente, y así lo declaró después, que no podrían aspirar a traer la República. Pero con Prim no quiso trato ninguno, mientras fué ello posible, adivinando que el general demócrata se impondría y que consideraría incompatibles la democracia y los Borbones. E hizo más que no querer tratos con el héroe de los Castillejos: procuró eliminarle de la acción revolucionaria.
Mas antes de hablar de esto queda algo y aun algas por decir. Montpensier había repartido su confianza entre Ayala y el general Dulce, y éste, guerrero mejor que intrigante,, dejó todos los manejos de la conspiración a su colega político. Así fué Ayala quien pactó con Serrano, el general bonito, que decía Isabel II cuando fué su amante, deshonrando el movimiento que en nombre de la honra iba a hacerse. Sin perjuicio de redactar después el célebre Manifiesto de Cádiz, que todo lo atribuye a la defensa del honor público y privado. La jefatura de la Revolución por Ayala la tuvo el Duque de la Torre.
De la habilidad, de la astucia, del arte con que conspiró Ayala hay que hacer elogios. Siendo el alma de los trabajos prerrevolucionarios; consiguió que no sintiese la, tierra los pasos que daba en esa dirección. Cierto que fué desterrado a Lisboa; pero en aquellos momentos se desterraba a todo el mundo. Y a Ayala se le permitió volver pronto a España, fijándole la residencia en Guadalcanal, y aun consintiéndole que pasase en seguida a Sevilla, donde estaba el Duque de Montpensier. Allí no visitó una sola vez a éste, bien que estuviese a diario en contacto con él.
Gertrudis Gómez de Avellaneda les servía de agente de enlace. Pues Ayala utilizaba una vez más de su doble profesión. Entonces escribió como nunca había escrito, publicando multitud de artículos y poesías, para encubrir con sus trabajos literarios sus políticos manejos. Y a casa de la poetisa llegaba todos los días en clase de colega. Ella, todas las noches, acudía a la tertulia de la Infanta Luisa Fernanda. De este modo iba conspirándose, entre floridos párrafos y musicales estrofas.
Además, Ayala, por si la política le salía una vez más torcida, preparó entonces mucha de esa labor teatral, que ya le resultaba siempre a derechas. En aquel tiempo planeó y escribió trozos de una obra sin título, con la que se proponía ridiculizar las formas del Yo más idólatras; una zarzuela en tres actos, que titulaba El cautivo, y cuyo protagonista sería Cervantes durante su africana esclavitud; un drama lírico, El último deseo, en el que avanzó mucho, y otro drama, El texto vivo, del que sólo hizo el argumento, que por cierto coincide con el de la novela Incesto, de Zamacois. Pero no terminó nunca ninguna
(.le estas obras, pues la Revolución lo hizo ministro, y ya no se ocupó más de la literatura. Sólo mucho después había de acudir, y como cosa excepcional, al Teatro, con su comedia Consuelo.
Ocultando así la labor revolucionaria bajo el pretexto de sus trabajos de escritor, llegó Ayala a formar el frente único contra el trono de Isabel II. Ya no era posible prescindir de Prim,  r` pues incluso con los republicanos se había puesto de acuerdo, encargándoles de la tarea de preparar las guarniciones de Ceuta y Melilla. Vallín, Peralta, Rancés, Sánchez Silva, Salvoechea, Cala y La Rosa estaban al fin en contacto con Ayala. Y todavía éste ni se comunicó con los' progresistas de Madrid, ni habló con Merelo, que representaba a Prim en Sevilla. El mismo Montpensier .tuvo que advertir, alarmado, a su segundo del peligro que encerraba semejante apartamiento.
La Avellaneda llevó el recado. "Se sabe que, de no traerse a Prim, vendrá solo y por su cuenta." Ayala, entonces, envió el barco en que había de hacer el viaje desde Londres hasta Gibraltar el refugiado en Inglaterra. Pero todavía quiso hacer que el movimiento se produjese antes de la llegada de Prim. Y, al efecto, se precipitó personalmente en la acción.
Con el otro barco, que salía para traer de Canarias a los generales desterrados Duque de la Torre, Caballero de Rodas, Serrano Bedoya y López Domínguez, partió el propio Ayala. No quiso encomendar a nadie el cuidado de recoger a Serrano y sus lugartenientes, temeroso de que cualquier falta de celo ocasionara siquiera un retraso. Tal era su impaciencia por tener quien se pusiese a la cabeza •del movimiento, dejando a Prim en un puesto secundario, desde donde no pudiera torcer el rumbo apetecido. Ese rumbo, que conducía a la continuación del régimen monárquico, con también una hija de Fernando VII en el trono y un Orleans consorte en clase de borbónico incremento.
Semejante mínimo cambio era todo lo que pretendía Ayala; para hacerlo, y que no se hiciera nada más, conspiró, y a una revolución que solamente eso trajera fué a la que se lanzara. Si luego las cosas vinieron de otro modo, trayendo, cuanto trajeron, no ocurrió por culpa de Ayala, en verdad, quien al actuar de agitador procedió con perfecta mesura.
Claro que, como entre lo que traían las cosas al venir desbordadas estaba una cartera, no resultaba posible resistir la tentación de tomarla a un aspirante a ministro con múltiples años de antigüedad. Y el más convencido de los montpensieristas admitió formar parte del Gobierno provisional, aun cuando ya no era de creer que al hacerse definitivo el Gobierno ocupase el trono Luisa Fernanda.
Pero antes de terminar con Ayala conspirador, queda un dato que añadir. Y lo añadiremos, pues revela su prudencia y apunta su probidad.
Tenía Ayala, mientras duró la conspiración, abiertas las cajas del Duque de Montpensier. Sin obligación ni posibilidad de dar cuenta de su empleo, manejaba fondos cuantiosísimos. Y vivía muy pobremente, en casas de huéspedes baratas, no permitiéndose lujos ningunos.
Así probaba a los espías del Gobierno que su vida era la de un escritor, sin otros ingresos que los de su trabajo. Y así hacía ver a los compañeros de conspiración que del dinero dado para hacerla nada distraía en provecho propio.
Conspirando fué, pues, Ayala prudente y probo, á la par. Un hombre de orden que el desorden fraguaba muy ordenadamente.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX


Madrid, 1932

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