By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 5 de septiembre de 2015

López de Ayala o el figurón político-literario 7

Juan Prim y Prats
Capitulo 7
Culminación literaria y político descenso

Mientras pausadamente iba haciendo así su camino por el terreno de la política, el deseo de avanzar con rapidez volvió a Ayala al terreno de la literatura, que tan lejos conduce con los triunfos escénicos.
Desde el fracaso rotundo de La Estrella de Madrid y los éxitos nada más que relativos —si se habló de tales obras fué sólo protestando de que el Gobierno las persiguiese— de Los comuneros y El Conde de Castralla, Ayala no había dado nada al Teatro. Pero conocidos nos son sus cambios, que para la personalidad del escritor antes poco favorecido por el público y la crítica, trajeron los cinco años comprendidos entre 1856 y 1861, haciendo populares sus artículos y sus poesías, sobre proporcionarle la consideración de los periódicos. El momento de estrenar una obra era acaso llegado, y "por las dudas", como dicen los americanos, Ayala estrenó dos: El tejado de vidrio y El tanto por ciento.
Un buen éxito de público y de crítica obtuvo la primera de las citadas producciones; pero fué obscurecido por el triunfo clamoroso de la segunda, del que todo lo que se diga hoy resultará poco, pues al correr de los tiempos no puede llegarse a comprender...
Al terminar la representación de El tanto por ciento, todos los espectadores, puestos en pie, aplaudiendo y vitoreando, tributaban al dramaturgo un homenaje delirante. Y fué que, de pronto, a los pies de Ayala, que saludaba en el escenario, cayó un ramo de flores, entre las que se veía un papel. Recogido éste, se leyeron en él los siguientes versos, escritos con lápiz por ignorado autor:

Al eminente poeta 
Quien estas flores te arroja
el alma entera te da;
¡no serán dignas quizá
de que Ayala las recoja!
Ninguno a tu ingenio iguala,
que se eleva más que el sol.
¡Salva al Teatro español,
y Dios te bendiga, Ayala!

Y al siguiente día la Prensa, abundando, en el mismo entusiasmo, prodigó los elogios. Con decir que hubo crítico que llegó a manifestar que Calderón había resucitado y que la fecha del estreno de El tanto por ciento jamás se olvidaría... Hoy sabemos que Calderón continúa difunto, y para recordar que esta obra de Ayala fué estrenada el 18 de mayo del 61 hay que actuar de erudito. Pero entonces, tal vez el autor de ese juicio había tenido en cuenta la condición de ministrable de Ayala y aspiraba a un destino del Estado. Todo cabe en lo posible con los críticos teatrales y los revisteros taurinos.
Sin embargo, siempre quedaban los versos anteriormente reproducidos, que pudo no escribirlos el empresario, y los aplausos y los vivas de los espectadores, aun cuando se descontase lo que aplaudiera y lo que gritara la claque. Y a esta manifestación del pueblo, los intelectuales pensaron que debían sumarse, para lo cual se formó una Comisión, tan nutrida como seleccionada, según vamos a consignar. En ella estaban, por la Academia Española, D. Tomás Rodríguez Rubí y D. Severo Catalina; por la Universidad Central, D. Emilio Castelar; por la Junta de Autores Dramáticos, D. Juan Eugenio Hartzenbusch y D. Luis Mariano de Larra; por la Prensa, D. Nicolás María Rivero, D. Francisco de Paula Madrazo, D. Ramón de Navarrete, D. Daniel Movara, D. Amalio Ayllón, don Juan de la Rosa, D. Juan Valera y D. Carlos Navarro; por los publicistas, D. Miguel Agustín Príncipe y D. Ramón de Campoamor; por los compositores, D. Emilio Arrieta y D. Francisco Asenjo Barbieri; por los actores, D. Julián Romea y D. Joaquín Arjona, y por los empresarios, D. Francisco Salas y D. Pedro Delgado. Esto es, cuanto entonces significaba algo en el mundo de la intelectualidad y aun nombres que todavía significan bastante.
Esta asamblea decidió abrir una suscripción para regalar a Ayala una corona de oro y entregarle también un álbum con poesías de todos los congregados. La suscripción produjo 25.433 reales, con lo que pudo encargarse la corona al artífice y esmaltador Jaime Fábregas, que hizo una verdadera joya. Y el álbum se nutrió de versos, si no buenos todos, por lo menos todos ponderativos, apologéticos, pindáricos. La entrega de ambos obsequios constituyó una manifestación pública, pues a los comisionados se unieron, en el acto de hacerla, otros muchos escritores y artistas y buen golpe de aficionados.
Ya había logrado Ayala su propósito de ser dramaturgo laureado. Y continuó dando obras a la escena, seguro de triunfar siempre. Así consiguió ser aplaudido y alabado con El agente de matrimonios, zarzuela que musicó Arrieta, y hasta con  un juguete cómico: El nuevo Don Juan. Mas como había tomado en serio lo de la resurrección de Calderón, encarnado nuevamente en su oronda persona, quiso arreglar lo que en ese avatar le hubiese quedado flojo. Releyó, pues, El alcalde de Zalamea, y decidió refundirlo.
Se ha llamado traidores a los traductores —tradutori traditori –, y no sé qué cosa terrible habrá de llamarse a los arregladores, pues más que el delito espantoso de traición cometen. Esto en general. En particular, el arreglo que Ayala hizo de El alcalde de Zalamea es igual a todas las refundiciones que de las obras clásicas se hicieron el pasado siglo y aun en los comienzos del siglo presente. Ya se ha comprendido que eso no se puede hacer; que las obras clásicas deben representarse como sus autores las escribieron, o no representarlas, que es lo más sencillo. Pero entonces gustaban adaptaciones semejantes y se aplaudió y se elogió la sacrílega labor de Ayala.
Mantúvose la hipótesis atrevida de que Calderón había resucitado, y partiendo de ella, se agradeció al genio nuevamente encarnado que se molestase en corregir su obra magna para dejarla en forma definitiva a la admiración de las generaciones presentes y del porvenir.
No es broma. Un panegirista de don Adelardo ha escrito lo que sigue: "Ayala, en esta comedia de Calderón, hizo lo que Leandra Moratín con las quintillas famosas de su padre don Nicolás describiendo la fiesta de toros: que escritas por el padre, han quedado en la Literatura como el “ hijo las corrigiera y enmendara." ¡Ni más ni menos!
Es decir, que sin la ayuda de Adelardo López de Ayala, ese pobre Calderón en vano, hubiese creado el carácter de Pedro Crespo y construido la armazón pedestal de la altiva figura, pues se habría quedado yaciendo dentro de  la tumba del olvido "por los siglos de los siglos, amén".
Exactamente como estaba a punto de ocurrirle a Ayala respecto de la política. Su carrera en ese campo había quedado detenida. Las buenas esperanzas de hacerle ministro que la Unión Liberal le diera, se frustraban. Tras de cinco años de gobernar, cayó O'Donnell sin haber incorporado a Ayala al Gabinete.
En las Cortes de 1863., formadas por el Marques de Miraflores, de la misma situación unionista y pariente del Duque de  Tetuán, figuró también Ayala como diputado, pero en una elección parcial por la ciudad de Badajoz, después de haber sido derrotada su candidatura en Castuera. Y durante el breve tiempo que duraron estas Cortes, sólo fué Ayala nombrado miembro de las comisiones parlamentarias de corrección de estilo y asociaciones benéficas, que equivalía, y equivale, y equivaldrá a no ser nombrado nada.
Vinieron luego las Cortes moderadas del 64, y Ayala ya no fué ni diputado siquiera. Y si al volver O'Donnell al poder el 65 nuevamente obtuvo Ayala el acta, no pasó de ahí. Era, pues, Ayala únicamente un diputado de la mayoría cuando su partido gobernaba, y cuando su partido estaba en la oposición, ni eso. Un diputado, en las veces que lo era, de los de "sí" y "no", pues sólo votaba con el Gobierno, cumpliendo obligación primordial. Ya no intervenía en los debates. Alzar la voz durante la oposición le resultaba imposible, porque entonces no tenía asiento en los escaños. Y haberse opuesto al Gobierno de su partido fuera inútil. El moderado, del que defeccionó una vez, no volvería a admitirle entre sus fieles. En cuanto al progresista, lo representaba entonces Prim, al que Ayala siempre tuvo miedo. Ni el recurso de desertor le quedaba a Ayala por carecer de campo al que pasarse.
Sólo podía esperar, y esperaba desesperando, con desesperación que llegaría a arrojarle hasta extremos verdaderamente extremados. Mas esto merece capítulo y aun capítulos aparte, por lo que no hablaremos de ello en el capítulo presente. Terminaremos éste, pues, consignando que, triunfante ya como literato, no triunfaba  Ayala en la política.
Y todavía haremos notar algo más. A Ayala, favorecido por la política para abrirse camino como literato, llegó la política incluso a perjudicarle en su carrera literaria. Bien que esto porque no era el maestro todo lo ventajista que a ser han llegado sus aprovechados discípulos, los simultaneadores de hoy. Examinemos el caso. 
Fué que el último Gobierno unionista, para compensar a Ayala de no darle cabida en su seno, le nombró director del Conservatorio de Música, y Declamación. Pero Ayala era diputado entonces, y alguien señaló la incompatibilidad de tal cargo con la representación parlamentaria. Y Ayala, sin intentar defender su permanencia simultánea en ambos puestos, renunció a la dirección del Conservatorio y no volvió a sentarse en el escaño durante el resto de aquellas Cortes.
Ser así político, además de literato, dejó de resultarle beneficioso a nuestro biografiado. ¿Qué haría, pues?... Abandonar las políticas actuaciones y actuar sólo literariamente parecía lo lógico. Pero lo lógico era lo que Ayala hizo: abandonar la literatura y dedicarse a la política únicamente.
En efecto; nada le quedaba por ser en lo literario a quien, como dramaturgo, ocupaba la vacante de don Pedro Calderón de la Barca, y en lo político, al diputado de la mayoría, que ni el acta lograba cuando la oposición, le quedaban tantas cosas que ser...

A serlas todas iba a lanzarse Ayala con la furia del tigre que salta sobre la presa.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932

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