By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 11 de noviembre de 2015

!Ojalá me hubiese ido antes!

Al encuentro de un desagradecido

!Ojalá me hubiese ido antes! Esta fue la contestación de un paisano y buen amigo mío que, por las circunstancias y problemas que encierran los pueblos de La Sierra Norte de Sevilla, tuvo que irse, como otros muchos emigrados de su patria chica.
Esto ocurría en una tarde netamente veraniega, en el hermoso y envidiado paseo de El Palacio de nuestro querido pueblo.
Aquel hombre, ya casado, tuvo que abandonar por las circunstancias antes citadas, esta casi limbiana tierra, cuna y testigo de su desarrollo juvenil, tierra que no pudo darle otro nombre más hermoso que el de Guadalcanalense. Hombre este de una mediana estatura, de ojos pequeños y de unos treinta años de edad.
Aquella luminosa tarde veraniega —repito- con un olor a tierra mojada, pues el suelo estaba recién regado, con una brisa mariánica, llegada como en exclusiva, para este bonito pueblo; aquí donde yo creo que la existencia de cualquiera, se desbordaría en bucólica felicidad, estaba yo con aquel amigo, con aquel amigo que con su “Ojala me hubiese ido antes" me dejó un poco confuso y un mucho perplejo, no por el significado de la frase en sí, sino por proceder de quien procedía y por la forma irónica con que me había "largao" su "ojala". Un poco dañado en mi honor de hijo ofendido e indignado por la referida ironía, que puso en sus palabras el mencionado amigo, le pregunte:
—Bueno amigo, si tú aquí en Guadalcanal ganaras, no lo digo ni más ni menos que donde estas, si ganaras igual ¿volverías a tu pueblo?
—iNO! Fue la respuesta, una respuesta clara y tajante, una respuesta que ni siquiera un momento aquel hombre se había parado a pensar  para responder a mi pregunta.
-¿NO? Insistí nuevamente.
—Que va hombre, si esto es morir de pena, ¡caramba!, vaya si hay poco ambiente aquí. Aquí vuelvo yo y me muero.           
No sé expresar, queridos paisanos, lo que sentí en aquel momento, fue, un momento, fracciones de segundos quizás, pero dentro, de mi pecho sentí como si se hubiese desatado un mar de rabia de odio, de un desprecio tal que casi gritando le dije:
—Dime que es lo que te ha quitado a ti Guadalcanal? ¿Dime que es lo que te ha quitado?
Aquel hombre de mediana estatura, de ojos pequeños, pero guadalcanalense, quiera o no, bajó la cabeza y con la mirada dirigida al suelo, con un tono de voz más suave, que casi calmó por un momento mi ira, respondió:
—Nada, no me ha quitado nada.
—¿Y qué es lo que te ha dado?, le volví a preguntar,
—¿Que que es lo que me ha dado a mi Guadalcanal...? A mí no me ha dado nada. Pero para vivir la vida por esos mundos y no en esta pocilga.
No comprendía de momento a aquel hombre que decía que ni le había dado ni le había quitado nada Guadalcanal, y que por añadidura ofendía a esta bendita tierra, que lo vio nacer. No comprendía a aquel hombre que hablaba de un ambiente erróneo. ¿Que ambiente puede tener un hombre que no ve en todo el día a sus hijos, por irse a trabajar a las cinco de la mañana y regresar a las diez de la noche? No comprendía aquel hombre, que despreciaba y tiraba por tierra, esa tierra que le vio nacer, para avalar el medio ambiente de las grandes ciudades.
Pronto me di cuenta que aquel hombre de mediana estatura, de ojos pequeños, estaba completamente equivocado, equivocado y mucho. Pues si Guadalcanal no le quito nada, como él decía, si le dio mucho. Le dio la gracia de ser del pueblo más bonito del mundo entero, le dio la honra de ser un hijo mas, le dio la escuela y el ejemplo del trabajo, le dio veintidós años de envidiada juventud, y le dio una fiel compañera madre de sus hijos. ¿Y no le había dado nada Guadalcanal...?
¿Desagradecimiento?, no sé si llamarlo así.
Si yo, queridos paisanos, algún día por desgracia, tengo que emigrar de mi pueblo, con dolor y con pena lo haré. Pero de lo que dudo mucho, es de  que olvide a mi bendito pueblo. Esto sería inconcebible y por otro lado canallesco, sé que le ofendería como aquel desagradecido hombre de mediana estatura y ojos pequeños.
!Pero! ¿Cómo pueden olvidarse unos recuerdos que perduran toda una vida? Pues son los recuerdos de la niñez, los que quedan insertos en nuestras mentes hasta que la muerte los borre. ¿Cómo se puede olvidar lo que yo creo que se debe añorar, hora tras hora, día tras día? !No!, yo no olvidaría nunca a mi Guadalcanal, este Guadalcanal, limpio, cristalino, blanco como un copo de nieve, que bien calificado esta, pues no parece sino de esos inmaculados copos que el sol no ha irradiado suficiente energía para poder derretir.
Este Guadalcanal que por estar más cerca del cielo, no parece sino reverberar el resplandor de las estrellas, haciéndose así, dueño y señor de este valle que ocupa, con unas sierras a su alrededor siempre vigilantes, como si ellas mismas por mandato de la sabia naturaleza, se hubiesen rehecho a un lado y a otro para dejar sitio al trono que ocupa.
Si, queridos paisanos, ustedes mismos podéis juzgar y diréis conmigo que aquel hombre de mediana estatura y ojos pequeños, no era un hijo agradecido y noble, de este noble señor que es Guadalcanal, entronizado en la sierra de Sevilla y por eso muy cerca de las estrellas y de Dios.

José Baños Carmona

Revista de Feria 1973

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