By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 5 de marzo de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 20

Cánovas del Castillo 
Capítulo XX 
En la cúspide política

Encontrándose Ayala en tan grata situación, dispúsose que abrieran las Cortes su segunda legislatura del año 78. Y Cánovas del Castillo, árbitro absoluto de la política, aprovechó tal circunstancia para colmar las aspiraciones de su antiguo amigo y nuevo correligionario. Este había confesado que ningún puesto público le atraía como la presidencia del Congreso.
La verdad que sobre cargo tan elevado sólo existe la jefatura del Gobierno. Y aun, aun..., pues que las fórmulas parlamentarias, dentro de las Cámaras, colocan a quienes las presiden por encima del mismo presidente del Consejo de ministros, siendo más numeroso y más popular el Congreso que el Senado, y, por tanto, más presidente el del primero que el del segundo. Pero, aparte de esto, para hombre como Ayala, lugar ninguno existe mejor que aquel donde quien preside nuestro Congreso se sienta.
Porque no hay sitio más apropiado para colocar en él un fantoche. Alto estrado, larga mesa y en el centro empinado sillón. De frente los escaños y las tribunas pero dominados los primeros, y las segundas, sólo más levantadas para contemplar. El banco de los ministros tan por bajo que hay que inclinarse para mirarlo. La mesa de los pobres taquígrafos como en el fondo de un estanque. Los maceros detrás, en arcaica guardia de honor. Y por arriba, únicamente, el dosel y la claraboya: palio y cielo.
Un hombre que en lo físico sea vulgar y corriente, aun cuando en lo espiritual constituya excepción, allí no luce por exceso de escaparate. Pero ¡qué adecuadamente se exhibirá allí quien esté dotado de excepcionales condiciones físicas y tenga humor para hacer que resalten! Imaginaos, lectores, a Ayala, ocultas sus piernas cortas bajo la mesa, y enseñando su torso de gigante, coronado por su testa de guerrero y trovador a la para imagináoslo, y os sentiréis niños, otra vez en el Guiñol de vuestra infancia, admirados ante el muñeco formidable.
Ayala se debió de considerar allá subido, y encontrarse muy bien. Su presencia impondría. Y luego, su vozarrón encauzando los debates... "Ahí quiero ir", se diría a sí mismo, primero. Después, animóse hasta decírselo a los demás. Cánovas, que gustaba de servir a su gente, le complació.
Algún trabajo hubo de costarle esto al que todo lo podía entonces en España. La cosa resultaba un poco fuerte para los diputados, entre los que habíalos de las diversas facciones políticas abandonadas, sucesivamente, por el campeón de la inconsecuencia, en sus múltiples cambios de partido. Los antiguos moderados no asistieron a la sesión del 16 de febrero de 1878, día en que había de .votarse a Ayala. Y de los 282 diputados que tomaron parte en la votación, si bien 177 dieron sus votos al candidato ministerial, 81 se los otorgaron a Sagasta, uno a Posada Herrera y 21 depositaron las papeletas en blanco. También recibió la urna dos papeletas "desechadas para los efectos del escrutinio", según el Diario de Sesiones. Esto, en el eufémico lenguaje oficial, quería decir que contenían burlas crueles.
No obtuvo, pues, una votación brillante Ayala en su elevación a la presidencia del Congreso. Este cargo suele proveerse de acuerdo mayoría y minorías y se acostumbra a votar por unanimidad casi completa. Sin embargo, hasta diputados ministeriales omitieron dar sus votos a Ayala o los dieron en contra. No tenían razón, empero. Es decir, razón y aun razones sobraban en abono de su conducta, por la conducta del candidato de Cánovas. Con todo, procedieron los opositores equivocadamente.
¡Jamás había tenido ni tendría el Congreso un presidente tan decorativo! Insistimos en mantener esta opinión nuestra. Pero, además, no fué Ayala un mal presidente, ni muchísimo menos. Y todavía, por ser presidente, Ayala pronunció lo que se ha llamado "el más bello discurso que oyó el Congreso". De ambos extremos nos ocuparemos después.
Por el momento hemos de consignar, en apoyo de que los contrarios en el Congreso a que les presidiese Ayala se equivocaron, las opiniones emitidas sobre el caso por los periódicos. Son interesantes no sólo como muestra de que ya la Prensa iba tomando la costumbre de apoyar al Gobierno, sino también porque dieron lugar a un gran suceso literario. Entendemos nosotros que, inspirado por tales reseñas .periodísticas, se lanzó Ayala a escribir Consuelo y a estrenarla en seguida.
Los articulistas "sacaron el caballo”, según frase del oficio tomada del arte... taurómaco, prodigando elogios al literato, ya que no era posible dedicar ninguno al político. Así quedaban bien con Cánovas, que dispensaba mercedes a los chicos de la Prensa, sin demostrar que traicionaban las idealogías de sus diarios. Y son de leer —para reírse, claro está— los piropos que Ayala recibió como dramaturgo con motivo de su subida al sillón presidencial congresil. Ni cuan- do pasó a ocupar el otro elevado sillón, el de la Academia de la Lengua, se alabó tanto su literatura.
Así, El, Imparcial decía haber sido nombrado presidente del Congreso "el eminente poeta don Adelardo López de Ayala"; El Mundo Político hablaba del "talento sin igual del laureado autor de El tanto por ciento"; Los Debates no creyeron posible dejar de aludir a "su fenomenal inteligencia, la entereza de su genio, su profundo conocimiento de las pasiones humanas", y hasta El Globo, el periódico de más sañuda oposición, tras de censurarle por "sus contradicciones e inconsecuencias como hombre de partido", dijo que alzaba su voz "para ponderar las glorias y grandezas literarias del más inspirado y vigoroso dramaturgo".
Y aun quedaban "los chicos de la Prensa", los humildes gacetilleros, que juzgaron deber hacer algo por el "maestro de periodismo". Y lo hicieron, según la noticia que copiamos de El Diario Español: "Los redactores de los, periódicos que asisten a la tribuna para reseñar las sesiones felicitaron ayer, por medio de una carta, que firmaron todos, al Sr. Ayala con motivo de su elección de presidente del Congreso."
De este modo, al verse Ayala culminando políticamente, comprendió lo que allí podía sostenerle, y se apoyó con firmeza en la literatura, tomándola al fin como puntal.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX

Madrid, 1932

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