By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 16 de marzo de 2016

Un Olivo se lamenta

¿Por qué tus lamentos? ¿Por qué tus quejas? ¿Por qué tus qué tú pena?

Era una tarde cualquiera de primavera. Discurría yo por un frondoso olivar, que agradecido, recibía gozoso las beneficiosas caricias del sol, cuando de entre ellos, oí salir una voz cuya procedencia ignoraba. Me paré, escuché una  y otra vez hasta que observé que, desde un pequeño olivo, remedando frases Calderorianas, salían estas lamentaciones "!Ay mísero de mí, ay infelices! Apurar gobernantes y procuradores pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros produciendo..."
Entre el estupor y la curiosidad, dudando si era real o soñado, me acerqué a él y le pregunté: ¿Por qué tus lamentos? ¿Por qué tus quejas? ¿Por qué tus qué tú pena?
Suspira, calla durante unos segundos y prosigue: ¿Y preguntas tú eso? ¿Es qué acaso ignoras mi situación? Le contesté, ¿ignoras tú que no soy olivarero? Con una cordura digna del mejor olivo, me invitó a que no nos perdiéramos en interrogantes —cual ser humano— y que le escuchara con atención.
Entre dubitativo  y curioso, como la tarde era apacible y grata, me senté a la sombra y me dispuse a escuchar y comenzó su relato:
He nacido en esta soleada tierra andaluza, rica y pobre a la vez, explotada y olvidada; me plantaron, eché raíces y crecí. Me asignó Dios como misión parir todos los años un producto que los hombres denominan aceituna. Desde que mi desarrollo me lo permitió, he cumplido fielmente esta con una regularidad cronométrica, y, cada día, encuentro más dificultades llevarla a cabo y los hombres se benefician de ella, y lo más lamentable, precisamente cuando la riqueza que genero es en su beneficio, hay muchos que no sólo fomentan esta riqueza, sino que la olvidan o la obstruyen.
El tema es interesante le contesté, pero tendrás que explicármelo al detalle, para que pueda tener elementos de juicio más claros sobre tus lamentaciones.
Claro, prosiguió, a ello voy...
Estaremos de acuerdo, en que lo que yo produzco es una riqueza más  país y que cual otro producto cualquiera debo ser protegido fomentado, mutado, con una planificación minuciosamente estudiada, que desemboque en  una producción a tope y en unos precios rentables.
De acuerdo le contesté.

Pues no es así, me dijo, porque el precio de lo que con tantos dolores de parto doy a los hombres, es ruinoso, con lo que mi propietario, se limita a alimentarme y medicinarme lo mínimo indispensable con el objeto de que subsista y evitar que los costos de mis hijas las aceitunas, sean superiores a los ingresos que les puedan proporcionar. Al objeto de evitar el endeudarme limitarse mi dueño a hacer en mí lo estrictamente indispensable, yo, raquítico y  enfermizo, no puedo cumplir la misión de producir en plenitud, por lo que tampoco puedo dar las jornadas de trabajo que quisiera y que tanta falta hacen a los hombres y mujeres andaluces, y, éstas, serán peor pagadas, con lo que dejo  Crear riqueza; la casi nula rentabilidad y la disminución de puestos de  trabajo, impide movilizar el dinero circulante a mi propietario y al trabajador y a la carencia de dinero circulante —quien no tiene no puede gastar— impide el crecimiento del comercio y su proliferación y expansión, dejando por tanto la creación de riqueza; desaparecen en potencia las posibilidades de implantara y ampliar industrias derivadas, con la paralela incapacidad para que nazcas nuevos puestos de trabajo, con lo que se deja de crear riqueza.
Entiendes ahora mis lamentaciones, entiendes mis penas, ¡tú, hombre con raciocinio!, lo que yo arbusto puedo lamentar, porque lo estoy sufriendo, pero no puedo comprender porque carezco de la facultad de pensar.
Comprendo si, tus justas lamentaciones le contesté, pero por más que pienso, no puedo saber el porqué de la situación, el de las inhibiciones de los hombres, el desinterés o lo que es peor el olvido de aquellos, que desde su atalaya  pueden remediarla, máxime si se trata de una comarca que como la nuestra, está deprimida y abandonada, no obstante tener los mismos derechos a ser atendida como cualquier gran urbe o zona industrial, aunque de estas salgan la mayoría de votos en unas elecciones.
Así será, me contestó. Por mi parte, ahí queda mi dolor y mi lamento.
Adiós frondoso olivo y gracias, porque has sabido y  ha sido capaz de denunciar una situación injusta —como ahora se dice— aunque entiendo, que mientras no haya consenso, nada habrás logrado.

Lorenzo Blanco Cabria
Revista de feria 1978

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