By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 29 de octubre de 2016

Recuerdos de una feliz niñez

Aquellos maravillosos kioskos

Sinopsis del libro.-
Volver a la infancia... ¿A quién no le gustaría, aunque fuera por un instante, ser otra vez el niño o la niña que fuimos? Tener de nuevo nuestros juguetes, correr por la calle tras un balón con el bocata en la mano y la camisa por fuera, lleno de chorretes y de costras en las rodillas. En definitiva, viajar en el tiempo y ver cómo era nuestro mundo entonces, cuando éramos inocentes y absorbíamos ávidamente la vida, que era aquello que pasaba a nuestro alrededor mientras estábamos ocupados en completar la colección de cromos de turno. Ven, entra en nuestra máquina del tiempo de papel y vuelve a sentirte como entonces. Échale un vistazo a aquellos juguetes con los que tanto disfrutaste, únete a la pandilla para vivir unas cuantas aventuras de descampados, cole y kioscos y contempla aquellos viejos anuncios que te hacían pegarte a la pantalla embelesado confeccionando tu lista de los Reyes Magos. Mira cómo era la vida cotidiana cuando éramos pequeños... Te aseguramos que vas desempolvar un montón de recuerdos dormidos. ¿Preparado? Bájate a jugar a la calle con nosotros y pídele de paso a tu madre unas cuantas monedas para el kiosco, unas chuches no nos irían mal. ¡Ah!... y ¡no te olvides de la merienda!

Biografía de los autores.-

Juan Pedro Ferrer es uno de los mayores coleccionistas de recuerdos infantiles de nuestro país. Exexplorador, y funcionario en una concejalía del Ayuntamiento de Alicante, este rescatador de material de kiosco y juguetes de los años 60 y 70 administra desde hace 8 años el conocido y aclamado blog El kiosco de Akela (uno de los más importantes de su género). Miguel Fernández. Martínez es un afamado ilustrador y diseñador, y guionista profesional, trabaja para Disney, Mattel, Fox y Dreamworks. Nostalgista vocacional de las mismas décadas, Miguel creó hace cinco años el blog Those were the days, donde se relatan recuerdos de infancia de una forma documentada y socialmente descriptiva. Miguel lleva dibujando para Disney desde que terminó la mili, tocando todos los personajes estándar de la casa (Mickey, Donald, Winnie the Pooh y todas sus respectivas familias de personajes).
Foto del autor
Mis recuerdos.-
A veces llega a nuestras manos un libro que como buen lector y observador te introduce en su historia,  empiezas a leer con atención y te das cuenta que tú eres protagonista directo de esas historias que te relatan sus autores.
Así me ha sucedido con este libro, “Aquellos maravillosos kioskos”, esta lectura me retrotrae al final de los años cincuenta y siguientes años sesenta, en aquella España en blanco y negro con su enseñanza y libros que trataban de impregnarnos de color, la nostalgia, esa añoranza por lo que ya no vuelve, tiene un caladero sin fondo para los que fuimos  niños en aquellos maravillosos años y me hacen  viajar a los quioscos del barrio de Ventas de Madrid para comprar chicles bazoka, pistolas de agua, indios y americanos de plástico, yoyós de Fanta, cromos o chucherías, recuerdos, recuerdos.
Mis primeros años en Guadalcanal en la escuela de Dña. Paquita (escuela de los cagones) en la que mis padres me dejaban en mí más tierna infancia los fríos inviernos para irse a coger aceitunas, aquellos primeros juegos y primera cartilla de letras    grandes que juntas se   convertían   en palabras “e-s-c-u-e-l-a”, ”c-a-b-a-l-l-o”, el catón… aquel colegio de la calle Camacho de D. Francisco Oliva Calderón, en la que empecé a entender aquellas letras juntas y convertirlas en frase  y sumar o restar números, a empaparme con la Enciclopedia del Álvarez “Intuitiva, Sintética y Practica” que  se leía en la portada y que me enseñó los primeros conocimientos de la vida y la historia, enciclopedia que conservo como un tesoro encontrado en mi niñez, recuerdos, recuerdos.
Aquel maestro de repaso, Antonio “el cojo” que por  las tardes iba a mi casa de la calle Minas para darme repaso y enseñarme a leer y comprender el significado de lo leído con sus interminables dictados, a sumar y restar como solo el sabia y a perfeccionar la escritura con las libretas de Rubio…, mi padre que me dejaba copias con su impoluta caligrafía y que nunca he conseguido igualar, la academia de D. José Tito a la que me enviaba mi abuela Aracelis en verano cuando mis padres me mandaban al pueblo y que gracias a él aprobé el Ingreso, aquel Septiembre en mí regreso a Madrid, recuerdos, recuerdos.
Aquella triste despedida de mis compañeros y amigos de la calle  Camacho y mi traslado con toda la familia emigrando a Madrid, mi  etapa en el colegio Onésimo Redondo, antiguo hospital de la guerra civil en el barrio de la Elipa, aquel internado en los Salesianos de Madrid, gracias a no ser muy mal estudiante y conseguir una beca y de paso quitarse una boca que alimentar  de lunes a viernes mis padres, aquel salesiano D. Cirilo, de triste recuerdo para mí, que me tuvo una semana repitiendo  la  frase “Joze zaca el zaco al zor para que ze zeque”, pobre ignorante, quería quitarme aquel bonito seseo que traía de Guadalcanal y  solo consiguió crearme un trauma cuando salía al recreo y mis compañeros se reían de mí, luego pensé, gracias  Cirilo, solo conseguiste que amara más mi acento que practicaba en familia por rebeldía  y mi procedencia serrana,  claro que esta mala experiencia solo duró un año, al curso siguiente no me renovaron la beca o simplemente me echaron por pobre, dejé de limpiar las aulas y habitaciones, de rellenar la estufa de leña para que se calentaran mis compañeros de pago y volví a mi entrañable colegio del barrio de la Elipa, con mis amigos andaluces, gallegos, extremeños, castellanos viejos…, allí sí que D. Cirilo lo hubiese tenido complicado para quitarnos el acento de procedencia, recuerdos, recuerdos.
Aquel quiosco de chapa y techo de uralita de la Av. de Daroca, centro y lugar litúrgico para comprar, vender y cambiar cromos de futbol o de aquellas fabulosas colecciones: Vida y Color, Ben Hur o Maravillas del Mundo y otra sobre pájaros que era mi preferida, en las que invertía el duro, si, cinco pesetas que me daba mi madre de paga semanal y que yo convertía aquella vida en blanco y negro de un barrio de emigrantes y casas bajas en el colorido de los cromos, para después durante toda la semana trapichear con los repetidos o jugármelos a los montones, recuerdos, recuerdos.
Quiosco donde  empecé a comprar cigarrillos de chocolate “Lucky” para impresionar a las chicas y luego con mis amigos de fechorías, nuestros primeros cigarros Rocío mantelados de verdad que nos fumábamos furtivos debajo del puente del cementerio…, el bachiller, mis primeras conquista, mi primer jersey  de terlenka y pantalón vaquero Wangler que sustituían los domingos a los jersey de punto y los pantalones de pana o tergal que me hacía mi madre, recuerdos, recuerdos.
Que inolvidables años, los niños podíamos jugar en la calle a la pelota, a tu la ligas, al patín hecho con una tabla y cuatro piñones metálicos como ruedas, calles con olor a pueblo y vecindad,  sin apenas coches, esas calles que nos enseñaba casi todo de la vida, algunas sin asfaltar. Más tarde, la adolescencia,  los billares, lugar sagrado para confesiones a los amigos de adolescentes amoríos, Isabel, mi primer amor secreto y platónico y juegos a peseta, cuya mayor competición era quemar  la testosterona que nos emergía  a flor de piel, recuerdos, recuerdos
Todo esto son recuerdos de los que habitamos ya en la tercera fase, es decir, en el resto de la etapa que nos queda por vivir y que según dice un amigo comienza cuando cumples sesenta y… años, aquella oscura época de poco pan y muchas carencias, de amigos y fechorías inolvidables, fueron años difíciles para la mayoría de mi generación, pero a pesar de ello, son recuerdos de una feliz niñez.
Rafael Spínola Rodríguez
Teruel, Octubre 2016

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