By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 17 de diciembre de 2016

Turriano, inventor en las minas de Guadalcanal

El relojero y el emperador

Juanelo Turriano o Giovanni, -Cremona (Italia) 1501 + Toledo (España), fué un ingeniero e inventor hispano-milanés

Llegó a España en el año 1529 llamado por Carlos I, y ya como Juanelo Turriano, fue nombrado Relojero de Corte y construyó para este rey el famoso Cristalino, reloj astronómico que le hizo ser conocido en su época, porque era capaz de indicar la posición de los astros en cada momento, con objeto de interpretaciones  astrológicas.
Al final de la vida de Carlos I, construyó parte del palacio del rey en Yuste. Uno de los estanques construidos por Torriani o Turriano produjo una acumulación de aguas estancadas que generaron la proliferación de mosquitos, que picaron al rey y le produjeron su muerte tras un mes de agonías y fiebres por paludismo.
Felipe II, le nombró Matemático Mayor. Reclamado por el papa Gregorio XIII, participó en la reforma del calendario. Vuelto a España, Juan de Herrera le encarga el diseño de las campanas del Monasterio de El Escorial.
Trabajó y vivió en Toledo desde 1534, donde murió el 13 de junio de 1585 en la indigencia. Es fama que allí construyó un autómata de madera, llamado el  Hombre del Palo, una calle de la ciudad lo recuerda por este hecho. Además inventó una especie de ametralladora rudimentaria y algunas máquinas voladoras, diseñadas y también construidas por él.
Por lo que es más conocido es por la máquina hidráulica que construyó para subir el agua a Toledo desde el río, conocida como el Ingenio de Toledo o Artificio de Juanelo. Sobre su funcionamiento hay aún controversias, más o menos aclaradas desde el clásico trabajo del ingeniero Luis de la Escosura Morrgh (1888), hasta el más reciente modelo con escaleras (2009) (siendo incluso recreado en la Exposición Universal de Sevilla en 1992 con el objetivo de hacer funcionar un reloj y durante la cual se mantuvo en funcionamiento). Lo cierto es que la máquina conseguía llevar el agua del río Tajo hasta el Alcázar, situado a casi 100 metros por encima del cauce del río. Basado en el uso de la propia energía hidráulica del río Tajo, constaba de gran cantidad de “cucharas” o “brazos de madera”, engranados de modo ingenioso, que se iban pasando el agua los unos a los otros, en altura creciente, de tal manera que podía elevar gran cantidad de agua salvando el desnivel. Al parecer se mantuvo en funcionamiento, con un rendimiento cada vez menor a medida que envejecía y se deterioraba, hasta el año 1639. Se ha calculado que en su mejor momento podía ascender en torno a 16-17 metros cúbicos al día (16-17 mil litros).
Según las fuentes escritas, se construyeron dos artificios semejantes: el primero, encargado por el Ayuntamiento, debía llevar el agua hasta el Alcázar como cota más alta de la ciudad, pero el ejército, propietario del Alcázar, se negó a repartir estas aguas con la ciudad. Así, el ayuntamiento encargó otro, que Juanelo ejecutó.
El problema de Juanelo, que prácticamente le llevó a la tumba, era que nadie quería pagar el primero de los artificios, el Ayuntamiento porque no recibía las aguas y el ejército porque no había firmado ningún contrato. Entre unos y otros, Juanelo se arruinó y fue enterrado modestamente en un convento toledano.
A Juanelo se la atribuyó ser el autor de los Veintiún Libros de los Ingenios y Máquinas, obra editada en su integridad por la Fundación Juanelo. El léxico ha descartado su atribución al ingeniero cremonés. Al parecer también escribió otros muchos libros y tratados, aunque como eran de temas militares se consideraron secretos en la época en la que vivió y no llegaron a ver la luz en su momento, siendo publicados muchos años después.
Turriano fue contemporáneo del también célebre científico e inventor Blasco de Garay, quien también residía en Toledo e igualmente estaba al servicio del Emperador.
Al servicio del Rey Felipe II.-
A la muerte del emperador en 1558, Turriano pasó al servicio de su hijo Felipe II, no tan aficionado a los relojes como su padre, aunque, según Zapata, tenía un reloj en un anillo que señalaba las horas picando levemente el dedo. Posiblemente este reloj fue heredado de su padre y fabricado también por Juanelo Turriano.
Otra maquinita del cremonés para curiosidad de Felipe II, fue un molino tan pequeño que cabía en una manga, según Ramelli.
Felipe II era muy aficionado a las grandes obras de ingeniería, entre ellas los canales de riego y abastecimiento de agua, en las cuales Turriano realizó mediciones para la construcción del canal del Jarama y la presa de Colmenar, obras difíciles en las que habían fracasado grandes ingenieros como el italiano Sitoni. A Turriano se le consultó frecuentemente para los problemas que presentaban algunas grandes obras, como la presa de Tibi, en Alicante, o ingenios para elevar el agua y desaguar minas, como el de Guadalcanal en Andalucía.
Los trabajos de Turriano para Felipe II fueron de lo más diverso. Al relojero se le pidió su opinión, por ejemplo, sobre las campanas que se iban a montar en las torres de la iglesia de El Escorial, respondiendo con unas atinadas observaciones sobre los tonos de los toques de las campanas, en función de su tamaño.
Entre las intervenciones de Turriano hay una que tiene más que ver con la astronomía.
Se trata de la reforma del calendario, cuestión en la que el pontífice de Roma tenía un extraordinario interés debido a la descompensación que se había producido entre el tiempo astronómico real y la fecha del calendario, que alcanzaba ya más de una decena de días a mediados del siglo XVI. Fueron consultados varios científicos, entre ellos Juanelo Turriano, quien elaboró un Breve discurso en torno a la reducción del año y reforma del calendario, junto con unos instrumentos para acomodar el calendario actual al nuevo.
La máquina más importante que realizó Turriano fue un ingenio en Toledo para elevar el agua, que en realidad era un inmenso reloj de madera de más de cien metros de altura, que se movía gracias al impulso del agua del Tajo. Las torres elevadoras tenían forma humana y se movían al ritmo acompasado de una música acuática formada por el chapoteo del agua que elevaban. Seguramente esto es lo que dio origen a la leyenda del “hombre de palo”, de la que hablábamos antes.
El artificio dio a Juanelo una fama universal, pero causó su ruina. Como la ciudad de Toledo no recibió agua al ir toda al Alcázar Real, nunca pagó la parte que debía a Juanelo Turriano y el relojero murió el 15 de junio de 1585, viejo y cansado, dejando en la miseria a su familia.
La personalidad del hombre que hizo los admirables relojes planetarios que hemos descrito favoreció sin duda la leyenda que después se creó en torno a Turriano.
Su aspecto, corpulento y algo siniestro, contribuía a considerar al que lo contemplaba como el autor de artificios ocultos que encerraban algo mágico y misterioso. Veamos cómo describe a Turriano uno de los hombres que le conocieron, el cronista Esteban de Garibay:
“Fue alto y abultado de cuerpo, de poca conversación y mucho estudio, y de gran libertad en sus cosas: el gesto algo feroz, y la habla algo abultada, y jamás habló bien la española; y la falta de dientes por la vejez le era aún para la suya italiana de grave impedimento”.
El escultor Leone Leoni, que no tenía ninguna simpatía a Juanelo, a pesar de que le había esculpido una medalla y posiblemente también un busto, va más lejos al decir que era «un buey con figura humana», expresión seguramente exagerada, aunque los retratos que se conservan de Turriano, y no sólo los de Leoni, traducen su fealdad y una mirada excesivamente severa. Podría ser que la envidia del escultor hacia el relojero se debiera a que Juanelo era capaz de dar movimiento a las figuras que fabricaba, mientras que las esculturas de Leoni permanecían inmóviles, con lo que la fama del relojero era mayor que la del escultor.
En contraste con su aspecto físico, Juanelo tuvo un ingenio que maravilló a sus contemporáneos y se granjeó la estima de Carlos V y de su hijo. Luis Cabrera de Córdoba, cronista de Felipe II, dice que éste:
“... favoreció a los artistas y premió a los eminentes; entraba en los obradores, y hablaba en los que le tocaba con ellos;
y más a Juanelo, milanés, geómetra y astrólogo tan eminente que, venciendo los imposibles de la naturaleza, subió contra su curso el agua hasta el Alcázar de Toledo, e hizo que los movimientos de los cielos y contracursos de los planetas se gozasen en sus relojes, admirable maravilla”.

Es así como Juanelo Turriano consiguió que un emperador y un rey, olvidasen por un tiempo los graves asuntos de un imperio, para recrearse en las admirables máquinas de un relojero.
Hemerotecas

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