By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 31 de diciembre de 2016

El cateto

Siempre hablando de mi pueblo

Todos sabemos que de todos los animales de nuestro mundo es el hombre por su inteligencia el que predomina sobre los demás. También sabemos que es un ser sociable por naturaleza, pues salvo raras excepciones el hombre intenta siempre relacionase con sus semejantes, vivir en comunidad, crear amistad, etc. Pero aparte de estos rasgos na­turales de la raza humana, el hombre con sus semejantes también tiene su parte negativa. 
Una de ellas es la mofa hacia los demás, es decir, si vemos una persona muy fea y estamos con unos amigos, rápidamente salta el chiste, la burla o chan­za que los rasgos físicos de esa persona nos proporciona para tal fin y la guasa que tal asunto comporta.
Otro caso muy corriente que es el que me lleva a escribir estas líneas, es el de calificar de cateto a una persona cuando la vemos con ropas de provinciano o de ademanes o andares toscos. Yo he a muchos “listos” de ciudad las miraditas entrecortadas y sonrisas irónicas al ver un tipo de esta clase.
A mí mismo, no hace muchos me­ses en Sevilla me ocurrió un caso con una persona que nació y se crió en el mismo pueblo donde me crié yo. Bajaba las escaleras de un cen­tro social, cuando en la planta ba­ja de dicho centro, me encontré con una familia de mi pueblo, como es natural, te embarga la lógica ale­gría de ver a unos paisanos. Cuando llegué a la altura de ellos profirien­do las muy naturales palabras de salutación, la respuesta de una de ellas fué: ¡Hombre el cateto!. Por supuesto que se referían a mí, pues no más lejos de pensar estaría yo que se refiriera a uno de los lados de la figura geométrica en que así le dio en llamar ese monstruo in­mortal griego.

Claro que no lo tomé a mal y ni jamás rozó tal cosa los barrios de mi cerebro, pero, posteriormente pienso que a cualquiera le hieren cosas así en su orgullo, en esa arrogancia y vanidad, exceso de estima­ción propia que queramos aceptar o no todos lo llevamos dentro de sí. No sé si estas personas que subestiman a sus semejantes, que se enorgulle­cen, que se empeñan “en no ser de pueblo” aún siéndolo, se crearán superdotadas, y cuan equivocadas es­tán, pues por no tener no tienen ni la calidad humana de saber no reírse de los demás, de ayudarles en lo que puedan y no menospreciar a un ser que a lo mejor tiene más valía que él mismo.
Yo la visión que tengo de todo es­to es totalmente lo contrario, pienso que nadie debe reírse de personas por ejemplo, como dicen otras, que desde lejos “huelen” a pueblo, o por­que te pregunten por esta calle o la otra, porque no sepan “andar” por la ciudad, y creo que no tienen por qué ser motivo de mofa o guasa, porque a la larga cualquier “cateto” de es­tos tiene un coeficiente de inteligen­cia igual o superior al tuyo, y pienso que para llegar a ser una persona culta y responsable, creo que no hay necesariamente que vivir en la ciu­dad.
Y aquél que se marchó del pue­blo a la misma, haga más o haga menos tiempo, no se olvide que de cualquier manera todos por mucho que vivamos, jamás olvidamos el mundo de las primeras cosas. Las primeras sensaciones se van urdien­do unas a otras en una incesante lí­nea de vivencias imperecederas. Nunca sabemos lo que hicimos hace dos meses, pero nadie deja de recor­dar horas y minutos de estrenos vi­tales.
No os sintáis más hombres por proferir palabras soeces, ”no confun­dáis la hombría con la grosería, leía yo una vez”. Y esto me da pie a pen­sar esto de: No os sintáis más listos por vivir en la ciudad: No confun­dáis la sensatez con la estupidez hu­mana.
Yo he conocido “catetos” muy lis­tos y “listos” muy tontos. Y digo es­to porque el lugar de nacimiento no lo elegimos, como tampoco la vida, la vida se nos da, y en estos días en que nos ha tocado vivir donde el hambre en el mundo, la miseria mez­cladas con el afán de protagonismo, el orgullo, el lujo, el egoísmo, la in­modestia y principalmente la droga hacen ocupar al hombre de pueblo —me atrevo a decir— un lugar envidiado en nuestra sociedad, en esta sociedad corroída por el paro, porque el paro es una droga que mata el honor y la reputación moral de un hombre y que en nuestro caso “siempre hablando de mi pueblo” el trabajo es el que dignifica nuestra vida, pues todos demostramos nuestra solidaridad humana defendiendo los auténticos valores de nuestro pueblo y nos enorgullecen al en cumplir con nuestros deberes laborales, sociales y de convivencia que sirven como ejemplo de civismo y educación para todos. Y si alguno piensa que cateto puede ser sinónimo de ignorante, amigos míos, grandes ciudades se encuentran llenas de ellos.

Revista de feria 1978
Un  cateto

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