By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 2 de agosto de 2017

El mundillo de la jaula 3

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 
 Tercera Parte.- 
Lógicamente y como la mayoría de los mortales, siempre tendí más a lo poco y bueno, que a lo mucho y malo. Esto, sin embargo, no siempre es así, en especial, en el peculiar mundillo de la jaula, ya que hay muchos aficionados que nunca se ven hartos en eso de poseer perdigones por muchos que estos sean, sin saber, en la mayoría de los casos, ni por donde respiran la mayoría de ellos. Yo, no obstante y bajo este concreto aspecto, siempre estuve en el extremo opuesto.
Nunca me gustó tener más de dos o tres “pájaros”, ya probados y en la brecha, y otro, (generalmente pollo del año) en retaguardia y a la espera, esperanzado a que pueda superar mis muy exigentes exámenes durante el primer y segundo celo y, en especial y definitivamente, en el tercero, si es que a él llegaba, siempre y cuando fuera viendo en él que me iba ofreciendo ciertas garantías en cuento a la madera de que estaba hecho, y siempre anhelante - por supuesto que sí - de que apareciera alguno de pura caoba, aún sabiendo que estos neófitos suelen estar más escasos que los Padres Santos de Roma.
Con ello, cada celo, además de satisfacer mi apasionada afición a cazar el pájaro, iba cribando la paja y seleccionando el grano, con estas pruebas a los catecúmenos. Cribas estas, por cierto, que, por tupidas y exigentes - ya lo he dejado apuntado - difícil es que se me pudiera colar alguno como de matute, por lo que la mayoría de los examinandos solían terminar “en los corrales como desecho de tienta y para la carne”.
En esos días en que me llegara el pigmeo de Villar del Rey, con la apertura de la veda - como ya dije en su momento - a la vuelta de la esquina, sólo tenía tres pájaros: dos de ellos, viejos guerreros de cuatro y cinco celos respectivamente, y tanto el uno como el otro de un comportamiento meramente aceptable, siendo el tercero un pollito de un celo que comprara, al final del Verano, en Medina Sidonia, pues me habían dicho que, a pesar de ser de granja, de allí solían salir unos reclamos magníficos.
Quizás fuera verdad, pero, por lo visto, éste había quedado en fuera de juego, pues, por lo que le venía viendo, su permanente actitud era la de ser más "esaborío" que un guiso
de coles, que decía aquel, y así, cada día que pasaba, me iba temiendo más y más, que "la absoluta" la tenía, como una espada de Damocles, amenazándole inapelablemente la cerviz.
Uno de los susodichos guerreros era natural de Las Sierras de Guadalcanal, concretamente de La Sierra del Agua y el otro de allá de las sierras del Pedroso. Sierras estas, por cierto, de enorme prestigio por la aguerrida raza de perdigones que se solían criar en ellas, sin embargo estos debían haber heredado los genes a medias, pues tanto el uno como el otro pasaron los exámenes de catecumenado “por los pelos” y casi dejándose las plumas en la “gatera”, obteniendo en el definitivo “tercer celo”, un Aprobado raspado, porque aunque solían ligar bastante aceptablemente, sólo era en condiciones muy favorables, y aún así, una vez que, más o menos, se llegaba al ecuador de cada puesto, se solían mostrar muy poco voluntariosos, si es que no titilando como pabilo de candil, que se está quedando sin aceite. Eran pues lo que los aficionados suelen llamar a los Reclamos mediocres: dos auténticas "vaquillas de media obrá", pero...¿a ver qué remedio, si ya llevaba dos o tres celos metido de lleno en mis años de vacas flacas, ya que no tenía la suerte de que llegara a caer en mis manos un Reclamo, que si no de "Sobresaliente cum laude", por lo menos lo fuera de un "Notable", más o menos, alto.
En gratitud a mi muy estimado amigo Isidro Escote Gallego, (que Dios tenga en su Santa Gloria) guadalcalanense de pro y excelente escritor de temas cinegéticos, así como cazador de muchos quilates (que de raza le venía al galgo), quiero dejar constancia que el guerrero de La Sierra del Agua me lo regaló él, que capturó con sólo unos días a dos pasos de la magnífica casa de campo, que construyó en la misma cima de esta empinada Sierra y colindante con el famoso Repetidor de la incipiente TVE, y que él con tanto orgullo llamaba “La Ponderosa”.
A éste lo bauticé con el nombre de "El Tarta", pues el muy "joío" tartamudeaba tan sensiblemente en sus reclamos, que parecía atragantarse. En un principio sobretodo, llegué a sentir cierta nostalgia al oírlo, pues me recordaba a otro de tal calaña en su canto que, siendo yo niño, tenía uno de mis maestros en esto de la escopeta, allá en el cortijo del término de Alicún de Ortega, donde me criara. Se lo había mandado un hijo que emigrara a Cataluña y que capturó, después de alicortarlo, cazando por los entornos del Monseny. Recuerdo, dicho sea de paso, una coplilla que le dedicara uno de los cortijeros con vocación de juglar, y que por ahí debe andar perdida en alguno de mis libros. Más o menos venía a decir así: 
Con tu cantar tartajoso, al más avispado lías, parlando, so entrañas mías, ese parlar tan lioso, de “las catalanerías”.
El de Las Sierras del Pedroso me lo regaló mi gran amigo Antonio Blandez, dueño, junto a sus hermanos y hermanas, de la valiosa y fértil finca de “La Venta”, que se extiende a los pies de otra de las sierras de Guadalcanal, en dirección al extremeño pueblo de Fuente del Arco, llamada La Sierra del Viento.
Muy por el contrario al Tarta, tenía este Perdigón un reclamo tan sumamente afeminado y melodioso que más que el de un aguerrido guerrero de la jaula, parecía ser el de un consumado sarasa. Tanto era así que, en un principio, llegué a dudar, incluso, si el tal, colándoseme como de rondón, era una "perdigalla" o, como mucho, una "lesbiana vicaria", pues para mayor "Inri", tenía un pequeño espolón en solo una de las patas. De todas maneras, no hubiera sido el primer pajarero que, después de estar cazando un perdigón como reclamo macho, durante dos o, incluso, tres celos, éste se presentara "con la sopa-ensalá" de dejar caer, sobre la esterilla del asiento de la jaula, un huevo - un huevo, por descontado, que en su sentido más académico, que no “metaforeado” - . Un día le oí “titear”, y, por fin, pude salir definitivamente de mis dudas, por ser este canto absolutamente exclusivo de los machos. No obstante no pude escapar de la tentación de bautizarlo con el nombre de “El Dulcineo del Pedroso” a guisa de satírico juego de palabras con aquel otro de “Dulcinea del Toboso” con el que evocara Don Quiote al amor de sus amores.
Pues bien, en resumen, esta era la cuadra con la que contaba por aquellos entonces en que llegó a mi poder El Chepa, y que dicho sea de paso, sin ser para echar las campanas a vuelo, tampoco era para que doblaran con la triste cadencia de cuando doblan a muerto.
Opté por colocar al recién llegado junto al "sosote" y apático pollo granjero de Medina Sidonia, pensando que, al menos, los nervios del extremeño pacense pudieran despertarle de su desvergonzada apatía y permanente indolencia, si bien es cierto también que, por especial recomendación de su donante, le dejé la sayuela a media jaula, pues siendo tan nervioso y saltarín, lo podía ser aún más al extrañar tanto a su nuevo dueño, como a sus nuevos cofrades, e, incluso, aquel su nuevo hogar que, por otra parte, no podía ser otro sino la terraza de mi piso, bajo la que, por cierto, los viandantes por las aceras, por un lado, y los coches por la calzada, por otro, eran una ruidosa y caudalosa riada, y más a esas horas, en que la mañana se encontraba en su plenitud.
No sé por qué insondable misterio, pero “el Cuasimodo” de Villar del Rey me entró por el ojo desde el primer momento en que le vi, a pesar de todos los pesares, por lo que, una vez en su casillero, no hacía sino espiarlo - y siempre a hurtadillas, por aquello de las recomendaciones de Don Vicente - para ver sus reacciones y, asimismo, poder analizar todos y cada uno de sus movimientos y actitudes.
Durante los primeros minutos y con gran sorpresa para mí, ni se inmutó siquiera. Y lo cierto era que yo no llegaba a saber, por más que lo observaba, si esta su actitud era la del que se encuentra desorientado y como perdido en un lugar que desconoce totalmente, o la del que, desconfiado y receloso, estudia con todo tacto y astucia el oportuno instante, para escapar de la manera que fuera de aquel tan extraño lugar para él. Pero he aquí que, inesperadamente, "El Tarta", que ya llevaba unos días entrando en celo, le dio por dedicarle, de repente, al recién llegado - ¿a quién si no? - un reclamo de
embuchada que, por su evidente timidez, bien parecía haber sido emitido con mucho más miedo que vergüenza. Nunca lo hubiera hecho, pues el forastero, como el que despierta, de súbito, de un enigmática letargo, se engalló y, con insolente descaro y como queriendo humillarlo atrozmente y sin la menor piedad, acudió a replicarle, como con urgencia, con una reclamada de siete u ocho golpes, perfectamente enlazados y con tal poderío y sonoridad, que parecía imposible que aquellos reclamos tan pletóricos de pundonor, de bizarría y de señorío pudieran emanar de un cuerpo que era tan poca cosa.
"El Tarta", como el que se ve sorprendido, miró como atónito para un lado y para otro, pero ya no tuvo la vergüenza torera de volver a decir ni este pico es mío. "El dulcineo del Pedroso", por su parte, como despertando, a su vez, de una apacible apatía, apenas si se reaccionó como en un simulacro de desperezo. El insulso gaditano de Medina Sidonia, tal vez aterrorizado por la sorprendente bizarría de aquel “pequeñazo” corcovado, que terminaba de llegar, se puso a alambrar con tal poderío y tozudez que, seguramente, debí exclamar algo así como: ¡Santo Dios! ¿quién lo diría? Por fin, te veo moverte con la energía del que es un ser de sangre caliente, pues siempre creí que, de tener alguna sangre, sería de esa que llaman de “sangre de horchata”.
El recién llegado, no obstante, insistió con una nueva reclamada, tan engallada y egregia como la primera. Y yo, de forma tan espontánea como incontenible, hasta inconsciente, tal vez, debí dejar escapar un "¡olé ahí los tíos con reaños!" o algo parecido, con tal fuerza, que debió retumbar en todo el piso, pues oí a mi adorable esposa que, sorprendida, me gritaba por allí perdida en sus quehaceres hogareños, que si me había vuelto loco o qué. ¿Que a quién le jaleaba con tanto sentimiento y entusiasmo....?
-¡Ocho golpes, ocho, de un tirón.- Me apresuré a decirle, acudiendo a ella como con premura carrera.- ¿Tú sabes lo que son ocho golpes de un tirón en un catecúmeno...?
Y mi esposa se limitó a gesticular el atornillarse una de las sienes, en tanto difuminaba una tan misteriosa, como socarrona sonrisilla.
-¡Pues te lo voy a decir.- Agregué imparable.- ¡Ocho golpes de un tirón, seguro campeón!
Y “la parienta” volvió a contestarme con otra sonrisilla tan misteriosa y de perfiles de tan clara socarronería como la primera, y por supuesto sin dejar atrás, a su vez, aquel su
simulacro de atornillarse una sien.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

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