By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 30 de agosto de 2017

El mundillo de la jaula 5

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso

Quinta parte.-

Y el feliz y anhelado día de la apertura de la veda de “la caza del pájaro” llegó, pero, de momento, el extremeño quedó a la espera de los días de mayor celo y siempre al acecho de las mejores y más propicias condiciones de todo tipo, que un puesto puede ofrecer, para el debut de un catecúmeno.
Mucho y bien han escrito conspicuos y sabios pajareros sobre "el cuándo", "el cómo", "el cuánto" y "el dónde" se debe cazar a un pollo de un celo, aunque cierto es que no siempre yo estuve en total acuerdo, por lo que, de todo lo que han dicho, siempre procuré espigar lo que está más acorde con mi propio saber y entender, formándome así mi personal doctrina sobre el particular, y que siempre procuré seguir al pie de la letra.
Expongamos pues, aunque sólo sea a vuelapluma, lo de los unos, lo de los otros y lo de mi propia cosecha.
En lo referente al "cuando", hay puntos en los que la coincidencia es unánime, como el que el tiempo sea de lo más bonancible y sereno, estando entre sus más apetecibles características el que sea luminoso y, en especial, exento de ventolera. Sin embargo, en tanto que unos opinan que da igual que sea en “el puesto de alba”, en “el de luz” o en “el de la tarde”, otros optan sólo por “el puesto de alba”, argumentando que, a esa tan bucólica hora del amanecer, las campesinas se revuelan desde los encames a los comederos, no sin antes saludar al nuevo día con eufóricos y alegres reclamos, convirtiendo al campo en un jubiloso gallinero, por lo que, apestando a cadáver tenía que estar un examinando, para no contagiarse de tan campestres y jubilosas albricias y no entrar de inmediato en el bullicioso y alegre juego de tan festiva algazara.
Parecen razones de peso, pero...¡cuidado! que no hay que abusar, porque ni así, todo el monte es orégano, por lo menos, para mí, ya que siempre fui un educador bastante exigente que, aunque lejos, muy lejos de aquella terrible educación espartana a sus futuros guerreros, aún siendo niños, de meterles un gato con las uñas aferradas en la barriga, con la idea de que si, al tirarle del rabo al felino, al menor grito de dolor, el examinando fuere desechado en el acto, tampoco fui muy adicto a ponerles las bolas de billar como, según dicen, se las ponían a no sé qué rey.
Quiero decir con esto que “el puesto de alba”, podía ser, por cómodo y favorable, bastante recomendable, pero... ¡cuidado que no hay que pasarse! Como arranque a la larga carrera que le espera al posible futuro Reclamo, le puede venir de perlas, pero sin abusar. Y es que además, es tan rápido este puesto, que la quinta esencia de esta tan sugestiva modalidad cinegética, cual es la tensa incertidumbre del lance, por lo laborioso, precisamente, que suele presentarse, por lo común, en los distintos “puestos”, puede quedar muy en segundo lugar en estos “puestos de alba”, por lo que el educando, acostumbrado a tales comodidades, puede que no quede lo suficientemente preparado, para cuando la cosa pinte en bastos.
Hablar sobre "el cómo", por el contrario, es tan sencillo como poco complicado. Y es que aquí no caben polémicas ni discusiones. Basta decir que como mandan los santos cánones de esta bellísima y, a su vez, tan sumamente frágil cacería, y que podríamos condensar diciendo que abatiendo al invitado en el lugar adecuado y en el momento preciso, o sea, siguiendo, rigurosamente, las órdenes que, inequívocamente, va dando el del pulpitillo que, en definitiva, es el cazador, y, por lo tanto, el que sólo puede ordenar y mandar.
Desobedecer alguna de estas órdenes, puede tener consecuencias tan fatales como imprevisibles, porque si ya, en un reclamo hecho, puede hasta llegar a crearles un terrible e incurable resabio, pues ya se pueden imaginar lo que puede suponer en un novato y frágil educando. Cuanto menos, por frustrados, quedaran atrozmente resentidos para posteriores “puestos”, si es que no muertos en vida. Dicho de otra manera, que puede que se acabe diciendo aquello de que "aquí se acabó la presente historia, amén Jesús".
No hay que olvidar - vuelvo a decir - que, “dando el puesto”, el verdadero cazador es el Reclamo, en tanto que el amo pasa a ser su escudero. Escudero este que si, en todo caso, ha de ser fiel y obediente servidor a la órdenes del amo, en este caso ha de serlo especialmente, ya que el caballero al que sirve, por meticuloso y exigente, puede quedar
terriblemente afectado si se le desobedece en cualquiera de sus órdenes o mandatos, y siempre, claro está, en mayor o menor medida, según la importancia o trascendencia de lo que fuere ordenado y no obedecido. Ya digo este tan singular y sensible caballero puede quedar en tal depresión o decepción, ante lo que para él debe ser tan humillante e imperdonable desobediencia, no haciendo las cosas que él manda y cómo las manda, que puede quedar para "el arrastre" por los siglos de los siglos.
En cuanto a eso otro de "cuántos puestos" se le deben dar a un imberbe aprendiz, también difieren en mucho los distintos doctores pajareros. Unos dicen que cuantos más, mejor.
Algunos que sólo moderadamente. Y los más que tan sólo dos o tres puestos en circunstancias muy favorables, y a esperar el celo siguiente. Dicen éstos, al respecto, que atracar a un jovenzuelo de cualquiera de los placeres de la vida, puede dejarles ahítos y asqueados por lo poco avezados que en ellos están. Y yo digo que, como elegante y bonita frase, no está mal, pero que, para frase bonita y elegante, en cuanto a esto en lo que estamos, ya tenemos aquella de "in medio, virtus",que ya dijeran los grandes sabios de la antigüedad.
Y ya, por fin, vengamos a “aquesto” otro del "donde". Por lo obvia que es la respuesta, parece que la pregunta es una "perogrullada", sin embargo, la cosa tiene sus "intríngulis".
Lógicamente que el lugar debe ser de lo más propicio en cualquiera de los sentidos: que no esté "jauleao"; que sea tranquilo, recogido y silencioso; que sea mínimamente propicio a inoportunos visitantes, ya del género racional o del irracional, al margen de las buenas o malas intenciones que puedan llevar; y, en fin, a otras muchas más indeseables circunstancias que, por sabidas por todos, paso de largo.
Antes de seguir adelante y aunque sólo sea a manera de inciso, sí quisiera decir, en cuanto a eso de "los inoportunos visitantes, ya del género racional o irracional", que, en mi ya larga vida de pajarero, me han entrado en la misma ”plaza” - de entre los racionales - desde el ciclista de montaña, vestido a lo "Induráin", o el ávido buscador de espárragos trigueros, hasta el que, dándoselas de cazador y vestido, como tal, de punto en blanco, se ha presentado, escopeta en ristre, en busca del cantor.
Y entre los irracionales, desde la andariega liebre o el juguetón conejillo o, incluso, el despistado "vareto", por mencionar algunos de entre los inofensivos y nada peligrosos, hasta maese zorro, la taimada culebra, la alada rapaz o el omnívoro "cochino navajero", entre los peligrosos y de muy malas intenciones.
Disquisiciones al margen, retornemos a todo esto de los primeros pasos de los educandos, por ser lo que yo me traía tan cuidadosamente entre manos por aquellos entonces, con miras a aquel pollo que, a pesar de ser "el de la triste figura",(no sólo por sus locas actitudes, sino también por su desaliñado tipo) yo vaticinara como todo un futuro y muy famoso caballero andante, al que hasta el muy valeroso y aguerrido Amadís de Gaula se le podía quedar a la altura de los tobillos.
Para la elección del lugar del primer puesto del Chepa, sólo tenía clara una cosa, amén de las ya antedichas bonanzas y otras de menor importancia. Se trataba de algo en lo que siempre estuve totalmente de acuerdo con todos los buenos aficionados. El de colocar el tollo dentro de la circunscripción en la que se moviera una viuda, después de que la tal pasara cuatro o cinco días de haber perdido su marido, en el tan desgraciado revés, cual es el de acudir, arrastrado por los malditos celos, a algún trovador que, desde un pulpitillo y con la desvergüenza de hacerlo dentro de su propio territorio, requebrara a su amante.
Las razones para pensar en el puesto de un novato en un territorio así, caen por su propio peso, pues ¿qué se puede esperar de una pobre viuda que, después de haber probado los inefables placeres del amor, llevara ya unos días a dieta total...? Pues que debiera estar que se saltaba las paredes por encontrar un novio, por lo que pocos requiebros debía necesitar, para acudir, con las bragas en las alas, al galán que no deja de “tirarle los tejos”.
Que lo que digo es una cruda y palpable realidad, lo prueba el hecho, que yo mismo pudiera vivir en cierta ocasión, en la que saliera a probar un pollo en una circunscripción en la que sabía que había una de estas viudas que, desesperada y "como
loca perdía", buscaba un nuevo esposo.
El examinando de marras, una vez que se vio despojado de la sayuela, allá en lo alto del pulpitillo y ante los bucólicos parajes de aquellos campos, intentó escapar a ellos, buscando, enloquecido y como un poseso, una posible salida en la jaula.
Sólo unos minutos le fueron suficientes, para desengañarse de que lo que pretendía era absolutamente inviable, y entonces rompió a dar contundentes y alocados saltos contra la cúpula de su prisión, expuesto a dejarse los sesos pegados en la tal en uno de ellos. Y, entre tanto, la pobre viuda, aún estando totalmente ajena e ignorante de que no lejos tenía un galán que se estaba debatiendo a muerte por escapar de su celda, por allá divagaba, pertinaz e incansable, con sus desesperadas cuitas de amor en el pico. Pero el decepcionante galán, sorprendentemente, cuantas más cuitas de amor oía, más y más eran los alocados saltos que pegaba. Tanto era así, que, a cada salto que daba, el aire de sus pulmones, lógicamente, se comprimía, por lo que tenía que buscar salida por la vía natural de la garganta, en la que, al rozar las cuerdas bucales, producía como una especie de quejido perdiguero. Fue más que suficiente, para que la ardiente viuda acudiera al simple sonido de estos no pretendidos ni buscados "quejíos" de dolor del insolente y cobarde galán.
El desenlace de este sainete, mitad patético, mitad grotesco, mejor es que no lo cuente, porque, de todas maneras, se prestaría a polémicas, así que dejémoslo a la libre imaginación y fantasía de cada "quisque", ya que en tal encrucijada, es la salida más airosa que, de momento, se me ocurre. ¿Qué os parece? 

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12 

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