By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 16 de agosto de 2017

El mundillo de la jaula 4

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso

Cuarta parte.-

La llegada a la terraza del Chepa - que es cómo yo empecé a llamar al corcovado de Villar del Rey, desde el primer momento - fue toda una bendición, si bien es cierto que el apático e insolente neófito de Medina Sidonia, no debía pensar lo mismo, pues consiguió definitivamente que lo mandara al "carajo", sin ni siquiera esperar a darle una
oportunidad en la ya inminente apertura de la veda, ya que el muy "saborío", como resucitado de su desesperante apatía por el muy cantarín y revoltoso extremeño, no hacía sino “alambrear” y "hacer la carrucha" con tal tozudez, que, al sumarse a lo "malage" que ya era de por sí, se me hizo insoportable de todas a todas. Sin embargo, allí estuvieron al desquite El Tarta y El Dulcinea del Pedroso, que aunque nopasando de mostrarse medianamente voluntariosos, entraron en el juego del exultante y animoso giboso, y así la terraza, de ser un lúgubre y luctuoso velatorio, comenzó a transfigurarse en un jubiloso guirigay de gallinero.
Viviendo con el anhelo que estaba viviendo aquella tan entusiasta algazara de mis pájaros en la terraza, no veía la hora de la llegada del feliz advenimiento de la apertura de la veda “del pájaro”, de la que sólo faltaban unos días. No fueron sólo albricias, sin embargo, lo que recibiera durante esos días de vísperas, pues el muy bribonzuelo del extremeño de Villar del Rey, para no hacer la gracia completa, me confirmó de forma totalmente inapelable y sin opción al menor de los equívocos, lo que de él me dijera, tan sincera y honradamente, su antiguo dueño. En efecto, el muy bribón, a pesar de que, al parecer, estaba hecho de caoba, se solía mostrar la mar de inquieto, de saltarín y de desagradecido, así como muy poco sociable y casi intratable. Era, en una palabra, huraño y esquivo como él solo. No aceptaba, no ya mi presencia, a pesar de mi presta predisposición a mimarlo siempre con las más cariñosas carantoñas, sino que casi tampoco la de criatura alguna, que no perteneciera a su especie perdiguera.
Ni siquiera la de la cariñosísima y apacible perrita de mi entrañable hija Pepita Adoración, cuando acudía a tumbarse plácidamente en la terraza a tomar el siempre tan clemente solito del Otoño. De todas maneras esto de la perrita podía tener su explicación, porque un perro y una perdiz jamás hicieron “buenas migas”, pero es que era ver moverse, más o menos cercano a su casillero, algún mirlo o paloma del cercano Parque de Los Príncipes, y se descomponía. No parecía sino que veía a mismo Satanás en ellos. Y así se ponía a “alambrear”, llegando, a veces, a picotear los alambres de la jaula como con rabiosa desesperación, si es que no a dar saltitos hasta llegar a chocar la cabeza, en algunos de ellos, contra la cúpula de jaula con cierta contundencia. Algunas veces, incluso, se ponía a "hacer la carrucha", siguiendo con el pico el abovedado de su celda con tal terquedad, que llegaba a perder pie y a caer sobre el asiento, después de dar la voltereta de un malabarista.
Inadmisibles de todas a todas, estas "pichinerías" en un enjaulado que parecía tener madera de la buena, para llegar a ser todo un campeón, ya que tal actitud sólo es propia de los que llevan camino de ser unos despreciables maulas, o si no, que se lo pregunten al del Medina Sidonia.
Es que, incluso, llegaba a más, pues si algún hogareño e inofensivo gorrioncillo se le posaba en el comedero, para robarle - y siempre en la actitud del más timorato y receloso de los furtivos - algún grano de trigo o cañamón, le caía tan mal, que si lo acepta, era porque no tenía otro remedio, queriendo, a su vez, comérselo a picotazos.
Lógico pues que el que se mostrara tan poco sociable, tan cascarrabias y tan desconfiado y huraño, me cayera peor que una patada en "los mismísimos", y que, incluso, me trajera a "maltraer". No obstante, siempre acababa por venirme a conformidad, pensando que, con el pasar de los días, se iría acostumbrando a convivir con todos aquellos lugareños que su sino le tenía destinados, poniendo de manifiesto, donde fuere y ante el que fuere, la bizarría, la nobleza y la generosidad de las que, paradójicamente, solía hacer gala estando a sus anchas y sin incómodos testigos o visitantes, lanzando al aire con cautivadora galanura sus reclamos de cañón, así como sus rítmicos y acompasados “cuchicheos”, sus piñones, pitas o titeos.
No terminaban aquí mis preocupaciones, pues me perseguían otras bastante más inquietantes y de mucho mayor alcance y trascendencia, porque, claro, era evidente que el pollo de marras estaba hecho todo un valiente y apuesto gallito, habiéndose erigido, asimismo, en el arrogante y engreído capitán de la reunión - así que, indiscutiblemente, allí había madera y de la buena - pero aún quedaba la valiosa y artística talla que en ella se pudiera esculpir. Quiero decir que las verdaderas actitudes y virtudes que el neófito pudiera tener, donde realmente tenía que demostrarlas era en el campo y sobre el pulpitillo, por ser la hora de la verdad, a modo y manera de cuando el torero toma la espada para la muerte del toro. No olvidemos además, que una cosa es predicar y otra, muy distinta, es dar trigo.
Mis dudas, bajo este concreto aspecto, llegaban a agigantarse cuando pensaba en las más que vituperables actitudes del pájaro ante la simple presencia de su amo y de cualquier otro visitante, y así mis sospechas de que en el campo se mostrara igual de antipático e insociable, por no decir que igual de "gilipollas", ante la sola presencia de algún que otro bulto, más o menos, sospechoso, de los muchos que se nos podrían presentar “dando el puesto”, como bien podría ser una simple oveja, una vaca o una yegua, si es que no una simple liebre o un pobre conejo, y ¿para qué decir, si el sospechoso visitante era un zorro o una rapaz?
Era esto algo que no quería ni pensarlo, por lo que cuando acudía a mi mente, lo solía rechazar como una mala tentación.
Y es que, como por otra parte, me encontraba tan "escaecío" de buenos reclamos y ya en las mismas puertas de la apertura de la veda, el solo pensar que éste también me pudiera dar con la puerta en las narices, me ponía a temblar. Porque, claro, El Tarta y El Dulcineo, sí, mientras las circunstancias no fueran muy desfavorables, solían tener la suficiente vergüenza torera como para "dar la cara" con cierta dignidad, sin embargo, teníamos el problema que, cuando se presentaba alguno de los muchos contratiempos que acechan a esta tan delicada modalidad cinegética, ya los teníamos en el pulpitillo convertidos en auténticos mochuelos, si es que no perdiendo el culo por escapar de la jaula, y al dueño, entre tanto, allá en el tollo sobre el catrecillo, cabeceando, la soñolienta modorra que, necesariamente, tiene que acarrear el estar esperando a que cante una alpargata, si es que no echando fuego por los ojos con “el cabreo” de un elefante.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

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