By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 10 de marzo de 2012

En el cincuentenario de la muerte de López de Ayala 1/3

D. Adelardo Presidente Congreso
1ª parte del magnífico artículo publicado por el periodista Juan G. Landero en el diario ABC (edición de Andalucía) de fecha 31 de Diciembre de 1929
Ayer lunes, 30, se cumplió el L aniversario de la muerte de Adelardo López de Ayala, honra y prez de la Iiteratura patria.
Al recordar esta fecha nos parece justo y obligado rendir un homenaje, modesto y mezquino, por la pobreza de mi pluma, pero henchido de devoción y de respeto a aquel peregrino ingenio que supo renovar las glorias de nuestros dramáticos del Siglo de Oro.
Ayala fue político, orador, poeta y autor dramático. Si el político descendió al olvido, el poeta y el autor dramático permanecerán siempre enhiestos en la historia de nuestra literatura.
No fue nunca Ayala amante del trabajo; era indolente, perezoso; por eso su obra, aunque rica en intensidad, es corta en extensión.
De esto tuvo mucha culpa la política, esa dama veleidosa y asaz tentadora, que, flirteando con Ayala, malogró en parte su obra de gigante; !Lamentables amoríos, que le absorbieron durante algunos años, en perjuicio del arte!
Y vamos a estudiar someramente la figura prócer de este vate lírico, que penetró por derecho propio en el templo de la inmortalidad.

Su vida.-
Ayala nació en Guadalcanal (Sevilla) el 1º de mayo de 1828, pasando varios años de su niñez en Villagarcía (Badajoz).
Estudió sin gran aprovechamiento la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla, dándose a conocer como poeta por el hecho siguiente: acordado por el Claustro de la Universidad hispalense que los estudiantes no usaran el sombrero calañés y la rapa corta, provocó Ayala contra esta orden un verdadero motín entre sus camardas, enardeciéndoles en su protesta con unas briosas octavas reales, que fueron celebradisimas.
En el teatro de Guadalcanal reprepresentáronse sus primeras producciones escénicas, que ofrecían la particularidad de carecer de mujeres entre sus personajes, por lo difícil que era encontrar quien interpretara dichos papeles.
El conde de San Luis, prócer que protegía espléndidamente a los incipientes jovenes literatos, acogió con gran cariño a Ayala entregándole éste su primer drama, Un hombre de Estado, que se representó en el teatro Español, el 25 de enero de 1851.
Ocupó en la Academia de la Lengua la vacante de Alcalá Galiano, versando su discurso de ingreso sobre Calderón. sucediénole a él a su muerte el ilustre Gabino Tejado.
La Naturaleza se mostró pródiga con Ayala; en lo físico era realmente un hombre hermoso y arrogante. Sobre su cuerpo, recio y fornido, alzábase una cabeza enérgica de obscura cabellera; cabeza que en vida llegó a merecer los honores del elogio. Teniaojos grandes, de mirada penetrante, poblados bigotes y abundante perilla, daban a su rostro la semejanza con un caballero de la Corte de los Felipes.
Era un hombre de fuerza asombrosa. Se cuenta que en cierta ocasión forzó el barrote de una reja arrancándola de cuajo, para introducir por el hueco respectivo el presente amoroso, que dedicaba a la dama de sus pensamientos.
Afectuosísimo, agradable y ameno en su trato. Tenía una imaginación rica y poderosa. unida a un entendimiento privilegiado. Era ocurrente e ingenioso, y su gracejo no donaba ni la afección bronquial que padecía. Una noche, aludiendo a su tos, dijo a sus contertulios: “Ya lo sabéis: mi epitafio no será el de costumbre: "aquí yace Adelardo” sino este otro “Ya no tose”.

El político y el orador.-
Corno politico, fue Ayala un elemento templado, de poca iniciativa, y su idiosincrasia especial y manifiesta abulia hizo que se dejara arrastrar por los amigos.
Corno orador fue cosa muy diferente; si hubiera tenido mayor facilidad de palabra, habría sido un verdadero tribuno. Sin embargo, no le faltaba elocuencia en ocasiones; hablaba con gran corrección y pureza, y cuando algún poderoso sentimiento se apoderaba de su alma, rayaba a gran altura.
Poseía, sin duda alguna, casi todas las condiciones que exige el verdadero orador: inteligencia poderosa, sensibilidad exquisita e imaginación rápida.
Su estilo era sobrio; sus ademanes, perfectos; sus actitudes solemnes, y su expresión, magnífica.
Desde luego que no era orador de diario y de batalla; su elocuencia, como decía Fernández Bremón, necesitaba de largas íntermitencias para causar efecto seguro en ocasiones solemnes.
Notabilísimo fue el que pronunció cuando se discutía la ley de Imprenta de Nocedal.
También fue primoroso el dirigido contra los republicanos de Cádiz, durante el cual, y con motivo de una impertinente interrupción, nervioso y fuera de sí, arrojó al hemiciclo de la Cámara la cartera de ultramar, que desempeñaba.
Pero su obra maestra fue el discurso necrológico que pronunció siendo presidente del Congreso y con motivo de la muerte de la Reina Mercedes.
Cuéntase que a los ofrecimientos que le hicieron para que se preparara antes de hablar, replicó: "Mejor será que cuente lo que he visto”. Así fue sencillo e improvisado, y pronunció una oración tan hermosa, que se comparaba con las mejores de Bossuet. Sin duda fue tan elocuente como algunas de las pronunciadas por el águila de la Iglesia francesa.
La Cámara, al oírle, quedó hondamente conmovida por tan tierna y hermosa elegía.

Centro de Estudios Turolenses.- Archivo Histórico Nacional

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