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D. Adelardo Presidente Congreso |
1ª
parte del magnífico artículo publicado por el
periodista Juan G. Landero en el diario ABC (edición de
Andalucía) de fecha 31 de Diciembre de 1929
Ayer
lunes, 30, se cumplió el L aniversario de la muerte de
Adelardo López de Ayala, honra y prez de la Iiteratura patria.
Al
recordar esta fecha nos parece justo y obligado rendir un homenaje,
modesto y mezquino, por la pobreza de mi pluma, pero henchido de
devoción y de respeto a aquel peregrino ingenio que supo
renovar las glorias de nuestros dramáticos del Siglo de Oro.
Ayala
fue político, orador, poeta y autor dramático.
Si el político descendió al olvido, el poeta y el autor
dramático permanecerán siempre enhiestos en la historia
de nuestra literatura.
No
fue nunca Ayala amante del trabajo; era indolente, perezoso;
por eso su obra, aunque rica en intensidad, es corta en extensión.
De
esto tuvo mucha culpa la política, esa dama veleidosa y asaz
tentadora, que, flirteando con Ayala, malogró en parte su obra
de gigante; !Lamentables amoríos, que le absorbieron durante
algunos años, en perjuicio del arte!
Y
vamos a estudiar someramente la figura prócer de este vate
lírico, que penetró por derecho propio en el templo
de la inmortalidad.
Su
vida.-
Ayala
nació en Guadalcanal (Sevilla) el 1º de mayo de 1828,
pasando varios años de su niñez en Villagarcía
(Badajoz).
Estudió
sin gran aprovechamiento la carrera de Derecho en la Universidad de
Sevilla, dándose a conocer como poeta por el hecho siguiente:
acordado por el Claustro de la Universidad hispalense que los
estudiantes no usaran el sombrero calañés y la rapa
corta, provocó Ayala contra esta orden un verdadero motín
entre sus camardas, enardeciéndoles en su protesta
con unas briosas octavas reales, que fueron celebradisimas.
En
el teatro de Guadalcanal reprepresentáronse sus primeras
producciones escénicas, que ofrecían la particularidad
de carecer de mujeres entre sus personajes, por lo difícil que
era encontrar quien interpretara dichos papeles.
El
conde de San Luis, prócer que protegía espléndidamente
a los incipientes jovenes literatos, acogió con gran cariño
a Ayala entregándole éste su primer drama, Un hombre
de Estado, que se representó en el teatro Español, el
25 de enero de 1851.
Ocupó
en la Academia de la Lengua la vacante de Alcalá Galiano,
versando su discurso de ingreso sobre Calderón. sucediénole
a él a su muerte el ilustre Gabino Tejado.
La
Naturaleza se mostró pródiga con Ayala; en lo físico
era realmente un hombre hermoso y arrogante. Sobre su cuerpo, recio y
fornido, alzábase una cabeza enérgica de obscura
cabellera; cabeza que en vida llegó a merecer los honores del
elogio. Teniaojos grandes, de mirada penetrante, poblados bigotes y
abundante perilla, daban a su rostro la semejanza con un caballero de
la Corte de los Felipes.
Era
un hombre de fuerza asombrosa. Se cuenta que en cierta ocasión
forzó el barrote de una reja arrancándola de cuajo,
para introducir por el hueco respectivo el presente amoroso, que
dedicaba a la dama de sus pensamientos.
Afectuosísimo,
agradable y ameno en su trato. Tenía una imaginación
rica y poderosa. unida a un entendimiento privilegiado. Era ocurrente
e ingenioso, y su gracejo no donaba ni la afección bronquial
que padecía. Una noche, aludiendo a su tos, dijo a sus
contertulios: “Ya lo sabéis: mi epitafio no será el
de costumbre: "aquí yace Adelardo” sino este otro “Ya
no tose”.
El
político y el orador.-
Corno
politico, fue Ayala un elemento templado, de poca iniciativa,
y su idiosincrasia especial y manifiesta abulia hizo que se dejara
arrastrar por los amigos.
Corno
orador fue cosa muy diferente; si hubiera tenido mayor
facilidad de palabra, habría sido un verdadero tribuno. Sin
embargo, no le faltaba elocuencia en ocasiones; hablaba con gran
corrección y pureza, y cuando algún poderoso
sentimiento se apoderaba de su alma, rayaba a gran altura.
Poseía,
sin duda alguna, casi todas las condiciones que exige el verdadero
orador: inteligencia poderosa, sensibilidad exquisita e imaginación
rápida.
Su
estilo era sobrio; sus ademanes, perfectos; sus actitudes solemnes,
y su expresión, magnífica.
Desde
luego que no era orador de diario y de batalla; su elocuencia, como
decía Fernández Bremón, necesitaba de largas
íntermitencias para causar efecto seguro en ocasiones
solemnes.
Notabilísimo
fue el que pronunció cuando se discutía la ley
de Imprenta de Nocedal.
También
fue primoroso el dirigido contra los republicanos de Cádiz,
durante el cual, y con motivo de una impertinente interrupción,
nervioso y fuera de sí, arrojó al hemiciclo de la
Cámara la cartera de ultramar, que desempeñaba.
Pero
su obra maestra fue el discurso necrológico que
pronunció siendo presidente del Congreso y con motivo de la
muerte de la Reina Mercedes.
Cuéntase
que a los ofrecimientos que le hicieron para que se preparara antes
de hablar, replicó: "Mejor será que cuente lo que
he visto”. Así fue sencillo e improvisado, y
pronunció una oración tan hermosa, que se comparaba con
las mejores de Bossuet. Sin duda fue tan elocuente como
algunas de las pronunciadas por el águila de la Iglesia
francesa.
La
Cámara, al oírle, quedó hondamente conmovida por
tan tierna y hermosa elegía.
Centro de Estudios Turolenses.- Archivo Histórico Nacional
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