Loma de
Hamapega y Rivera de Benalija
Rufino
llevaba tiempo diciéndome que quería subir a la Loma de Hamapega,
entre los pueblos de Alanís y Guadalcanal, dentro del Parque Natural
de la Sierra Norte de Sevilla. Con Eugenio somos tres los que hemos
quedado y nos vamos para allá el domingo 13 de noviembre.
Desayunamos en Cantillana y, por El Pedroso y Cazalla, llegamos a
Alanís y seguimos en dirección a Guadalcanal. En el kilómetro dos
hay una carreterilla que lleva a una cantera, junto a ella he
localizado por Internet un carril que nos puede llevar hasta arriba.
No hemos hecho nada más que bajarnos del coche cuando llega una C-15
conducida por un paisano mayor, para junto a nosotros y empieza a
hablarme con la ventanilla cerrada.
Como es normal no me entero de
nada, y se lo digo con gestos. Abre la puerta y me dice que no se
puede subir por ahí. Le pregunto por qué y me contesta que aquello
es “nuestro”. Sale del coche y cierra la cancela del carril sin
dejar ninguna otra opción. Como no tenemos ganas de bronca,
desistimos de discutir con el testarudo serrano, y seguimos con el
coche cinco kilómetros más por la carretera, hasta llegar a la
altura de la pista que sube a unas antenas y al repetidor de
televisión que coronan la Loma de Hampega, ya en el término de
Guadalcanal (km 7).
Subimos con el coche, aunque la pista estaba bastante mala, y
aparcamos entre dos grandes torres, una con antenas y la otra con el
repetidor de TVE.. El día está bastante nublado, pero, aún así,
hacia el sur teníamos extensas vistas de las dehesas serranas.
Abajo, siguiendo la falda de la loma, discurrían las vías del
ferrocarril.

Abundaban los madroños cargados de frutos maduros, así que,
mientras caminábamos, nos íbamos comiendo algunos.
También nos fuimos encontrando puestos de cazadores, algunos estaban
muy sucios, llenos de cartuchos abandonados.
Poco a poco, despacio, conseguimos ir avanzando por la loma. Al
volver la vista atrás vimos las dos grandes antenas y, a lo lejos,
Guadalcanal y la Sierra del Viento, donde está el punto más alto
del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, La Capitana (959
m), que ya subimos en otra ocasión.
Llegamos a una casetilla que parecía abandonada, estábamos a 905 m
de altura, casi tan altos como el vértice geodésico del Hamapega
que esta a 909 m.
Bajamos un poco, por una zona que se ve que ardió no hace mucho, ya
que de los árboles sólo quedaban los troncos secos y quemados;
arbustos y matorrales han ocupado su lugar. Encontramos el carril por
donde no nos habian dejado subir un rato antes, y quedaba comprobado
que nos hubiera llevado hasta arriba.
Dejamos
el carril, que bajaba haciendo curvas, y nos llegamos hasta otra
pequeña elevación desde la que se veía muy bien el pueblo de
Alanís.
A partir de aquí la loma bajaba hacia la cantera, así que decidimos
volvernos. Por lo menos conseguimos, ya que no subir, caminar por la
parte alta y así quitarnos el gusanillo montañero.
Las cornicabaras ponían una bella nota de color otoñal, estaban
dispersas por toda la loma y por las laderas de la montaña.
Cuando pasamos junto al coche camino de la cumbre principal, Eugenio
aprovechó para dejar los gallipiernos y madroños que había cogido
por el camino.
Llegamos a las proximidades del antiguo repetidor de televisión y
vimos que todo el recinto estaba vallado y cerrado, así que no
pudimos hacernos la foto en el vértice geodésico.
Poco más de tres kilómetros, entre ida y vuelta, habíamos podido
caminar por la Loma de Hamapega, pero tampoco aquello daba para mucho
más. Bajamos y, después de un kilómetro, paramos junto a un
castaño rodeado de zumaques que estaban con sus colores otoñales.
Unos metros más abajo había un endrino cargado de hermosos frutos,
eran casi como uvas de grandes.
Un par de horas echamos en esta rutilla. Después volvimos otra vez
al kilómetro dos para hacer otra pequeña incursión por el río
Rivera de Benalija.
Aparcamos junto a un cartel que daba información de la Cañada Real
de Estaban Núñez o de las Merinas, que pasaba por allí. A unos
metros teníamos las limpias aguas del río Rivera de Benalija, con
un extraordinario bosque de ribera formado por chopos, sauces, olmos
y álamos.
Todavía eran muy pequeñas para cogerlas, pero cuando crezcan
estarán muy gustosas en una tortilla.
Por delante del cortijo pasa un arroyo, el Arroyo del Pueblo, que va
a desaguar al Rivera de Benalija que se
ocultaba detrás de una loma. Una cancela cerraba una pista que
parecía dirigirse hacia el cercano Molino de Neto, según los mapas.
Si en ese momento hubiéramos sabido que por la cancela pasaba la
Cañada Real de las Merinas estaba claro que nuestra exploración
habría seguido por ese camino, pero lo que hicimos fue remontar el
Arroyo del Pueblo que tenía buena pinta.
El problema era que olía mal y el agua se veía que estaba sucia. En
pocos metros nos fuimos encontrando hasta tres caparazones de
galápagos muertos. Seguro que la contaminación del arroyo (que pasa
por Alanís) era la causa.
Una verdadera pena, porque el paisaje era muy pintoresco y se podía
caminar sin gran dificultad por el sendero que iba por la orilla del
arroyo.
Los cochinos ibéricos buscaban bellotas por las laderas correteando
libremente.
Nos encontramos un laurel, pero estaba demasiado
amarillo, seguro que al agua sucia, también, le estaría afectando.
Poco fue lo que pudimos caminar por allí, pronto nos encontramos las
consabidas alambradas que cruzaban el arroyo de lado a lado. De todos
modos no creo que quedara mucho terreno hasta la carretera, se
escuchaban los inconfundibles sonidos de las motos cuando pegan los
acelerones.
Desde que dejamos el coche habríamos caminado unos tres kilómetros
en plan tranquilo, una hora más o menos. Eran cerca de las dos de la
tarde y nos sentamos a comer los bocadillos. Es lamentable como nos
estamos cargando la Naturaleza. No sabemos quién o quienes serán
los responsables de estos vertidos, pero esto no debería ocurrir.
Después volvimos al coche, ya sin tantas pausas, en tres cuartos de
hora estábamos de vuelta. Y así dimos por terminada esta visita a
la Sierra Norte de Sevilla, donde hay bastantes problemas para la
práctica del senderismo, salvo en aquellos pocos lugares habilitados
para ello, la mayoría de las veces bastante masificados.
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