By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 19 de mayo de 2012

Paseo por el Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla

Loma de Hamapega y Rivera de Benalija

Rufino llevaba tiempo diciéndome que quería subir a la Loma de Hamapega, entre los pueblos de Alanís y Guadalcanal, dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla. Con Eugenio somos tres los que hemos quedado y nos vamos para allá el domingo 13 de noviembre. Desayunamos en Cantillana y, por El Pedroso y Cazalla, llegamos a Alanís y seguimos en dirección a Guadalcanal. En el kilómetro dos hay una carreterilla que lleva a una cantera, junto a ella he localizado por Internet un carril que nos puede llevar hasta arriba. No hemos hecho nada más que bajarnos del coche cuando llega una C-15 conducida por un paisano mayor, para junto a nosotros y empieza a hablarme con la ventanilla cerrada.
Como es normal no me entero de nada, y se lo digo con gestos. Abre la puerta y me dice que no se puede subir por ahí. Le pregunto por qué y me contesta que aquello es “nuestro”. Sale del coche y cierra la cancela del carril sin dejar ninguna otra opción. Como no tenemos ganas de bronca, desistimos de discutir con el testarudo serrano, y seguimos con el coche cinco kilómetros más por la carretera, hasta llegar a la altura de la pista que sube a unas antenas y al repetidor de televisión que coronan la Loma de Hampega, ya en el término de Guadalcanal (km 7).  
Subimos con el coche, aunque la pista estaba bastante mala, y aparcamos entre dos grandes torres, una con antenas y la otra con el repetidor de TVE.. El día está bastante nublado, pero, aún así, hacia el sur teníamos extensas vistas de las dehesas serranas. Abajo, siguiendo la falda de la loma, discurrían las vías del ferrocarril.
Un poco disgustados por no haber podido subir por donde queríamos, empezamos a buscar un senderillo que nos permitiera caminar por la loma, porque aquello era un verdadero mar de matorrales, entre ellos estaban las temidas aulagas, que no te permiten dar un paso sin pincharte. Junto a la gran antena del oeste encontramos una pequeña senda de cazadores que nos permitió internarnos entre la espesa vegetación.
Abundaban los madroños cargados de frutos maduros, así que, mientras caminábamos, nos íbamos comiendo algunos.
También nos fuimos encontrando puestos de cazadores, algunos estaban muy sucios, llenos de cartuchos abandonados.
Poco a poco, despacio, conseguimos ir avanzando por la loma. Al volver la vista atrás vimos las dos grandes antenas y, a lo lejos, Guadalcanal y la Sierra del Viento, donde está el punto más alto del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, La Capitana (959 m), que ya subimos en otra ocasión.
Llegamos a una casetilla que parecía abandonada, estábamos a 905 m de altura, casi tan altos como el vértice geodésico del Hamapega que esta a 909 m.
Bajamos un poco, por una zona que se ve que ardió no hace mucho, ya que de los árboles sólo quedaban los troncos secos y quemados; arbustos y matorrales han ocupado su lugar. Encontramos el carril por donde no nos habian dejado subir un rato antes, y quedaba comprobado que nos hubiera llevado hasta arriba.
Dejamos el carril, que bajaba haciendo curvas, y nos llegamos hasta otra pequeña elevación desde la que se veía muy bien el pueblo de Alanís.
A partir de aquí la loma bajaba hacia la cantera, así que decidimos volvernos. Por lo menos conseguimos, ya que no subir, caminar por la parte alta y así quitarnos el gusanillo montañero.
Las cornicabaras ponían una bella nota de color otoñal, estaban dispersas por toda la loma y por las laderas de la montaña.
Cuando pasamos junto al coche camino de la cumbre principal, Eugenio aprovechó para dejar los gallipiernos y madroños que había cogido por el camino.
Llegamos a las proximidades del antiguo repetidor de televisión y vimos que todo el recinto estaba vallado y cerrado, así que no pudimos hacernos la foto en el vértice geodésico.
Poco más de tres kilómetros, entre ida y vuelta, habíamos podido caminar por la Loma de Hamapega, pero tampoco aquello daba para mucho más. Bajamos y, después de un kilómetro, paramos junto a un castaño rodeado de zumaques que estaban con sus colores otoñales.
Unos metros más abajo había un endrino cargado de hermosos frutos, eran casi como uvas de grandes.
Cerca de la carretera vimos más castaños, un pequeño bosquete, parecía que no estaban cuidados para aprovechar sus frutos, sino, más bien, para aprovechar sus finas ramas para varear los olivos, ya que estaban podados como en Constantina.
Un par de horas echamos en esta rutilla. Después volvimos otra vez al kilómetro dos para hacer otra pequeña incursión por el río Rivera de Benalija.
Aparcamos junto a un cartel que daba información de la Cañada Real de Estaban Núñez o de las Merinas, que pasaba por allí. A unos metros teníamos las limpias aguas del río Rivera de Benalija, con un extraordinario bosque de ribera formado por chopos, sauces, olmos y álamos.
Eugenio -su fuerte es la botánica- me señaló unas pequeñas matitas en el suelo, eran collejas.
Todavía eran muy pequeñas para cogerlas, pero cuando crezcan estarán muy gustosas en una tortilla.
Por delante del cortijo pasa un arroyo, el Arroyo del Pueblo, que va a desaguar al Rivera de Benalija que se ocultaba detrás de una loma. Una cancela cerraba una pista que parecía dirigirse hacia el cercano Molino de Neto, según los mapas.
Si en ese momento hubiéramos sabido que por la cancela pasaba la Cañada Real de las Merinas estaba claro que nuestra exploración habría seguido por ese camino, pero lo que hicimos fue remontar el Arroyo del Pueblo que tenía buena pinta.
El problema era que olía mal y el agua se veía que estaba sucia. En pocos metros nos fuimos encontrando hasta tres caparazones de galápagos muertos. Seguro que la contaminación del arroyo (que pasa por Alanís) era la causa.
Una verdadera pena, porque el paisaje era muy pintoresco y se podía caminar sin gran dificultad por el sendero que iba por la orilla del arroyo.
Los cochinos ibéricos buscaban bellotas por las laderas correteando libremente.
Nos encontramos un laurel, pero estaba demasiado amarillo, seguro que al agua sucia, también, le estaría afectando.
Poco fue lo que pudimos caminar por allí, pronto nos encontramos las consabidas alambradas que cruzaban el arroyo de lado a lado. De todos modos no creo que quedara mucho terreno hasta la carretera, se escuchaban los inconfundibles sonidos de las motos cuando pegan los acelerones.
Desde que dejamos el coche habríamos caminado unos tres kilómetros en plan tranquilo, una hora más o menos. Eran cerca de las dos de la tarde y nos sentamos a comer los bocadillos. Es lamentable como nos estamos cargando la Naturaleza. No sabemos quién o quienes serán los responsables de estos vertidos, pero esto no debería ocurrir.
Después volvimos al coche, ya sin tantas pausas, en tres cuartos de hora estábamos de vuelta. Y así dimos por terminada esta visita a la Sierra Norte de Sevilla, donde hay bastantes problemas para la práctica del senderismo, salvo en aquellos pocos lugares habilitados para ello, la mayoría de las veces bastante masificados.


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