No
sólo de pan vive el hombre
Leía
yo una vez que, entre 1950 y 1970, la penuria del campo desvencijó
muchos hogares españoles, muchos miles de familias recalaron
en las grandes ciudades para reajustar unas vidas que eran pródigas
sólo en esperanzas, la gran ciudad era un espejismo propiciado
por el poder.
Muchas
veces me pregunto qué es lo que atraerá de tal manera a
la gente que deja todo por venir a la gran gran ciudad a malvivir,
anhelando, recordando con nostalgia y añorando toda la vida
del pueblo. Este puede ser el caso quizás, porque yo no hay
un solo día que no me acuerde, que no añore, que no
suspire un poco por mi GUADALCANAL. Comprendo que vengan a la ciudad
los ambiciosos, los profesionales que buscan un horizonte que no
encuentran en la provincia, los profesores e investigadores que
necesitan cátedra, laboratorios, bibliotecas; los
intelectuales que requieren auditorio, los artistas que no pueden
desenvolverse sin un ambiente propicio; los políticos, los
hombres de mundo...
Pero,
¿qué decir de los miles que llegan a ella y no alcanzan
ninguna de sus instituciones, que no gozan de la dulzura de la vida?
Otros han o hemos salido de nuestro pueblo quizás sin mucha
necesidad; unos hemos encontrado la meta deseada, pero el precio a
pagar por ello es muy elevado. Hemos cambiado la quietud de un pueblo
serrano por un medio ambiente que se respira mucho peor. Hemos
cambiado la blancura de unas calles por el tricolor de semáforos
y rótulos de publicidad. Hemos cambiado nuestro horario
voluntariamente, ya que para poder estar a tu hora en el trabajo,
tienes que adelantar mucho más el timbre de tu despertador.
Hemos cambiado el amable, sosegado y continuo "adiós"
o "buenos días" de la calle por ese caminar
silencioso y rutinario por no conocer a nadie.
Y
querido lector, aunque económicamente estés bien
remunerado, yo a esto le llamo malvivir. Muchas veces he oído
decir: "no sólo de pan vive el hombre", y es verdad,
aparte del sustento de cada día hace falta otra cosa. La
ciudad es un parásito que vive de su entorno y no devuelve
nada.
La
ciudad, como ya digo, es un parásito, en la que se dispone de
muchísimo menos tiempo libre, y con hipotéticas
oportunidades a las que difícilmente opta el emigrante, que
empezó en una chabola o piso de alquiler y quince años
después, dejándose la piel en el tajo, ha logrado
sesenta metros cuadrados en una urbanización, a unos pocos
kilómetros del centro. No es lógico cambiar tanto
esfuerzo por tan poco, y los tan pregonados efectos de esta
tecnópolis motivan ya —y que Dios así lo quiera—
una esperanzadora vuelta al campo; y si no es así, por lo
menos que consigamos que los que aún quedan en él no
tengan nunca que abandonarlo.
Siempre
deseamos aquello que no tenemos, pero si lo poseemos no sabemos darle
el valor real que tiene, es decir, que aquel que vive en ese bonito
pueblo serrano que es GUADALCANAL, desde estas páginas te digo
que, mientras pueda, contra viento y marea, sepa y pueda resistir en
él, ya que aunque no se dé cuenta, por el mero hecho de
estar residiendo en esta Bendición de Dios, ya está
VIVIENDO.
José
Baños Carmona
Revista
de feria 1981
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