By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 9 de junio de 2012

Nostalgia del pasado

Montar un arco con un «chupón de olivo»... y como no jugar a la pelota

GUADALCANAL, !Qué distante quedas en el tiempo, y qué próxima te encuentro en la memoria! Porque sigues siendo un presente cuajado de imborrables vivencias que perduran en mi mente a través los años, recuerdos de toda una vida transcurrida entre la blancura de tus encolados muros, la suave brisa de su inconmensurable PALACIO o las agrestes Sierra del Viento, del Agua, donde en las primaverales tardes subíamos en busca de hinojos o «quinquis», o nos entrabábamos en las cuevas naturales de la Serenita (junto a la Piedra de Santiago, en la nuestros asombrados ojos comprobaban la huella en forma de casco de caballo, que según nos contaban, había dejado el brioso corcel del mismo Santiago), portando suelas de alpargatas encendidas que, a modo de teas, alumbraba tenuemente sus angostas paredes, inundándolas de fantasmagóricas figuras, y que solía terminar con alguna que otra madura en nuestros humildes atuendos o en nuestras propias carnes; son tantos y tantos los recuerdos que a veces agolpan en sucesión de imágenes que desfilan inenterrumpidamente por mi mente y que en la mayoría de las veces ponen una amarga nota en mi semblante, haciendo que alguna subrepticia lágrima brote de los ojos al volar el pensamiento en el túnel del tiempo hasta la época de mi niñez y adolescencia.
Eran aquellos tiempos duros, llenos de vicisitudes, pero tenían la fragancia de esa inocente edad que todo lo ve, bajo el prisma del color rosado de los pocos años. Nuestros juegos eran sencillos; eran como nosotros. Jugábamos a la billarda, al aro, a guardias y ladrones y, ¡cómo no!, a la pelota. Pero cuando regresábamos a nuestras casas lo hacíamos contentos, cansados, pero contentos; no había problemas psíquicos, llegábamos hambrientos y dispuestos a terminar con todo cuanto de comer hubiera, que, desgraciadamente para muchos, no era todo lo que hubiera sido de desear por nuestros progenitores. 
No sé si los niños guadalcanalenses seguirán jugando a los mismos juegos que nosotros jugábamos, pero si no es así, si les ha invadido la superabundancia de juegos prefabricados, lo siento por ellos, porque con esa abundancia de medios han ganado en comodidad, pero seguro que han perdido en inventiva, porque ya no irán a buscar ruedecillas a la vía del ferrocarril con las que fabricarse un rústico patín que ruede a las mil maravillas por las empinadas calles de ese bello pueblo.
Ya no cogerán, seguramente, «gaviluchos» que criar con saltamontes o residuos del matadero; ya no habrán de montar un arco con un «chupón de olivo»... En una palabra, ya no tendrán que agudizar su ingenio para nada, porque todo está hecho y al alcance de los sufridos bolsillos de los padres...
Pero habría que saber si con todas estas cosas son más felices que éramos nosotros en aquella época, con todas nuestras necesidades; es difícil, porque si todas las comparaciones son subjetivas, en este caso sería imposible establecer un paralelismo entre dos tiempos distintos en todo. La evolución en el entorno que nos rodea no podría haber dejado a la niñez al margen de ella, pero yo, desde estas líneas evacuativas del pasado, me permitiría aconsejar a esos niños guadalcanalenses que no desaprovechen el inmenso tesoro de ese pueblo; que correteen esas benditas Sierras; que suban hasta lo más alto de sus cúspides hasta extenuarse, y cuando lo hagan, compro la inmensa sensación de paz que produce infinitamente superior a jugar con un sofisticado «robot», o el modelo más estilizado de un «Mercedes», o a fumarse uno de esos «porros» tan en boga en el momento. El sentirse en contacto directo con la madre Naturaleza será siempre superior a toda otra clase de diversión, y, al mismo tiempo, le hará sentirse desligado de este materialismo que nos inunda día a día, y que si no ponemos remedio nos llevará a la destrucción de los valores humanos y, cómo no, del propio hombre.

Antonio Benítez
Revista de feria 1981

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