By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 13 de junio de 2012

Retrato de un joven malvado

Sobre dandis y malditos

"El malditismo interesó siempre a Umbral, que lo reflejó en su obra y asimiló en gran medida la figura"

Lector de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Wilde o Proust —no un maldito, pero sí un dandi— y otros autores que, en su opinión, unieron en su obra —o en su vida— dandismo y malditismo, Umbral se pregunta qué es un poeta maldito. Como escritor enfrentado a la sociedad burguesa, su aparición o no depende de la situación económica de esa burguesía, lo que explica la difícil existencia de poetas malditos en España. En Amar en Madrid pasa revista a los presuntos malditos madrileños, “porque alguno hay”, pero en todos los casos señala su relativa adscripción a la figura. Valle-Inclán se acerca bastante “a ese concepto francés de maudit, pero en España no hay sensibilidad ni temple para esas cosas”. A Alejandro Sawa, “ciego y subversivo”, le faltaba talento literario. A Baroja le aparta del malditismo el ser un provinciano irredento: “tenía una panadería y eso es definitivo para descartarlo”, etcétera.
En Lorca, poeta maldito, Umbral testifica y profundiza en una concepción del malditismo, casi como un elemento del subconsciente, de la más profunda intimidad del poeta, que determinará la actitud externa de su existencia: “Solo a partir de una frivolidad incorregible puede haberse entendido como maldito al poeta, al artista que desordena su vida y se tambalea por las esquinas de la Historia. Para el arte y la conciencia burguesas, maldito es el que no se integra en la sociedad de esa manera convencional que la sociedad exige”. Y más adelante: “El concepto de maldito solo puede nacer de un entendimiento profundo del mal entronizado en un hombre o en una obra, en su obra”. Esa entronización supuso, obviamente, el descubrimiento de la belleza del Mal y por tanto la glorificación del mismo, con satanismo incluido. Recordemos la pregunta retórica de Baudelaire en el “Himno a la belleza” de Spleen e ideal: “¿vienes del cielo o surges del abismo / oh Belleza? Tu rostro infernal y divino, / vierte confusamente la felicidad y el crimen…”. Una atracción casi erótica hacia el mal, que Umbral denominará “la voluptuosidad del pecado”.
La exaltación de la belleza del Mal supone un “arraigo estético y humano en los poderes demoníacos o, cuando menos, daimónicos”, escribe Umbral a propósito de Lorca, un adentrarse en las zonas oscuras del subconsciente, frente, en muchos casos, a una actitud externa que lo camufla (la actitud vital del dandi, por ejemplo) y que provoca en el poeta un desdoblamiento de personalidad, que puede llevarle a la angustia o el miedo. Lo biográfico pasa a ser la constitución externa del maldito, un signo relevante a veces de que la sociedad castiga al individuo distinto, que no se integra en su seno: el asesinato de Federico, la cárcel de Verlaine o la negación del genio incomprendido de Valle-Inclán, en el que no se supo ver más que su “extravagancia”.
Es también, dentro de esa amplia reflexión umbraliana sobre el malditismo que constituye su libro sobre el poeta granadino, donde Umbral señala como grandes y, al fin, posibles malditos españoles a Larra, Valle-Inclán y el mismo Lorca. A ellos, como es sabido, dedicó sendos estudios: el citado Lorca, poeta maldito (1968), Larra. Anatomía de un dandy (1965) y, tras algún texto anterior, Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué (1998). ¿Cuál sería el determinante biográfico que llevó a estos malditos españoles a sentirse extraños, distintos, en la sociedad que les rodea, y que provocará esa señalada distorsión de personalidad? A Larra pudo marcarle su condición de hijo de afrancesado, con el rechazo que debió sentir aquel niño que volvió de Francia sin saber el castellano. Un extraño en el mundo burgués y mediocre que le rodeó, hasta hacerle vivir entre los límites contrapuestos de su profundo amor a España y ese sentirse diferente a un país que mató la esperanza en su corazón y puso en sus manos la pistola del suicidio. Lorca, tras la imagen de su encantadora y alegre presencia, vivió la tragedia, entonces, de su homosexualidad. Y Valle-Inclán, el dandi provinciano, se defendió tras la máscara de sí mismo que creó, cuidó y mantuvo toda su vida.
A propósito de Darío, escribe Umbral: “Rubén es un posible poeta maldito —complejo familiar y de raza, complejo de feo, furor sexual y dipsomanía, verlenismo, angustia económica, desdoblamiento perpetuo entre lo apolíneo y lo dionisíaco—, que se frustra como tal maldito para lograrse —o malograrse— como embajador”. ¿Fue también Umbral un maldito malogrado? En Retrato de un joven malvado recuerda los lejanos días en que su posible malditismo fue una actitud vital aún no transfundida en literatura: “Hubo un tiempo en que yo quería vivir a contracorriente, ser un mentís al Universo. Es cuando se anhela la inversión, el suicidio, la autodestrucción, el terrorismo, cualquier forma de negación, cualquier actividad al margen de los ciclos naturales […]. Un día descubrí que, mejor que la locura sexual o el suicidio, mejor que la renuncia a la familia o la destrucción, la literatura venía a completar esa actitud al margen”.
Todos recordamos el cuidado atuendo —dandismo— de Umbral, configurando a ese hombre/texto que el escritor ha señalado en aquellos autores de finales y principios de siglo —del XIX al XX— que, como los románticos, tenían que forjarse una leyenda o, en su defecto, “una cabeza”. En esa línea Umbral se caracterizará —máscara o imagen— por aquellos especiales abrigos entallados, con cuello de garra, las chaquetas cruzadas, las camisas rosas —en épocas en que no eran habituales—, los chalecos y la inconfundible bufanda. La imagen asumida la cuidará al máximo. Por ejemplo, en Un ser de lejanías, comenta su negativa a adoptar diversas posturas ante un fotógrafo: “Eso no es Umbral. Hay que estar siempre haciendo Francisco Umbral”. Pero esta actitud fue eliminándose al transcurrir los años. Y en 1999 escribirá sobre una serie gráfica que están haciendo: “Pienso luego, a solas, que esta es la imagen que me gustaría dar de mí ahora mismo, de vuelta de la provocación, el reto o la agresión estética. […] Una imagen donde, me reconozcan o no los demás, me reconozca, por fin, a mí mismo”.
Pero penetremos más allá de las máscaras sucesivas umbralianas para ir, como él quería, a lo que podemos averiguar acerca de aquel abandonado —¿totalmente?— malditismo interior, el que puede hacerle dudar, incluso, de la propia imagen creada. Recordemos las condiciones que Umbral achacaba a Darío, otro maldito frustrado. Primero, el sentirse rechazado, distinto, dentro del panorama social coetáneo. En Umbral es evidente que fue una situación que tuvo que sufrir, y mucho, en su condición de hijo ilegítimo, de hijo de madre soltera. El tema obsesivo de la madre es, en cierta medida, una respuesta a la injusticia vivida: “…madre, vives en mí con toda tu sangre valiente de mujer sola”. En Los cuadernos de Luis Vives, declarará que en ese constante volver sobre la figura de la madre no sabe si hay “tanta devoción materna como imagen literaria”. Análogo proceso de literaturización sufre la aún más difícil situación de la ausencia de un padre, a quien le sustituye simbólica y literariamente un uniforme de húsar escondido en un armario, y para quien forja una literaria e increíble biografía en Los helechos arborescentes. Pero no todo es derivar hacia la literatura una difícil situación de infancia y adolescencia, que pudo motivar su vinculación a un temprano malditismo. Razones de exclusión de una integración social, que él ha estudiado —y casi sentido como propias— en las motivaciones de los poetas malditos.
Porque hay, posiblemente, una perenne angustia en Umbral, que le llega de ese fondo del subconsciente, y que él centra en un miedo que confiesa en ese diario de intimidad que es Un ser de lejanías, en unos largos párrafos inolvidables. Miedo, ¿a qué? No lo sabe pero declara: “El miedo está en mi vida, en mi no/vida”. Y en esta situación, en que Umbral se desdobla entre el ser angustiado de su interioridad, y el vitalista y triunfador escritor, abierto a todas las sensualidades, es cuando tal vez pudiera empezar a gestarse el libro que, definitivamente, le aleja de todo malditismo: Carta a mi mujer, escrito entre el otoño de 1985 y julio de 1986, publicado póstumamente en 2008 y dirigido a María, como receptora de la carta. Pero ese María, se sustituye como ritornello entrañable por la palabra amor, amor, amor, Maríamor, maríamor (con mayúscula o con minúscula). Y es, efectivamente, una carta de amor, que constituye un homenaje: “Uno de los últimos que puedo hacerte ya. Y un penúltimo intento por fijar en mí (y/o en el libro) el lirismo de una vida, la tuya, que es el espectáculo callado del ser incendiado lentísimamente por el tiempo”.
Maríamor es, en el libro, la muchachita provinciana que conoció y amó y la esposa que, tras tantos años, está poniendo paz en su vida: “Aquí te tengo, amor, allí te tengo”. El poeta —sí, el poeta— convierte casi en símbolo de sus vidas el viejo Citroën GS que, ya derrumbado, pero existente, persiste, salvado de la destrucción, en su garaje: “María, maríamor, nuestro larguísimo eterno matrimonio me ha transmutado en un citroen GS, y quiero morir como él”. Es decir, acogido al reposo, al silencio de Maríamor, “ese silencio tuyo, laborioso [que] llena toda la casa y toda la vida de confianza y reposo”. Maríamor es “una referencia concreta, segura, salvadora”, y el poeta apela, sin nombrarlo, a Dickens, y escribe: “Tu sueño, bien entrada la mañana, es el grillo del hogar que pone un cimiento leve y consistente a mi vida, María”.
Rubén Darío perdió su frustrado malditismo cuando escribe: “Francisca Sánchez, acompáñame”. Umbral creo entender que lo perdió también definitivamente cuando le dice a Maríamor, en palabras de un verso de Neruda: “Para sobrevivirme te forjé como un arma”.

Mª del Pilar Palomo
Revista Mercurio

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