By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 30 de mayo de 2012

D.Fabrique Enríquez de Ribera


Comendador de Guadalcanal y primer marqués de Tarifa

Nacido en 1476 en la casa de la collación de Santa María de Sevilla y fallecido en esta misma ciudad el 6 de noviembre de 1539, hijo de Pedro Enriquez de Quiñones, IV Adelantado Mayor de Andalucía y de Catalina de Ribera, Marquesa de lo Morales, Señora del Coronil y las Aguzaderas y descendiente de Don Alonso Enriquez, Almirante de Castilla.
En 1499 se desposó con Dña. Elvira Fenández de Córdoba conocida como “Elvira de Herrera”, de su matrimonio no tuvo descendencía, si de otras uniones extra conyugales con Isabel Martel Azamar y con Mayor Ponce de León, con quienes tuvo una hija en cada caso.
Entre otros títulos poseía los de Adelantado de Andalucía, Comendador de la villa de Guadalcanal, Marqués de Tarifa, alcalde mayor de Sevilla, señor de Alcalá de los Gazules y Caballero de la Orden de Santiago
Parece que el titulo de Comendador de Guadalcanal que le fue concedido en 1494 cuando apenas contaba 18 años, fue un titulo honorífico debido a su linaje y descendencia de la casa Enriquez que tenía gran afinidad con nuestra villa, aun así parece que la resolución en su cargo fue longeva, así lo demuestran algunos documentos encontrados datados en 1513, fecha en la que se le cita como comendador de la villa de Guadalcanal. Existe en documento de fecha 8 de septiembre de 1511 en el que dicta una sentencia de resolución de un litigio entre dos moradores de esta villa sobre la propiedad en extramuros de una morada y huerto aledaño de ajuar por méritos de guerra del primero de ellos y herencia maestral reclamada por el otro, resolviendo a favor del primero.
Hay que destacar el litigio que mantuvo el comendador Enríquez con los curtidores de la villa, al encontrarse las tenerías en el centro de la villa y abasteciéndose estos de las aguas de la fuente que existía en la Plaza Mayor, ordenó el traslado a otro lugar no tan céntrico, los artesanos del gremio se opusieron alegando al Concejo que la manipulación de pieles era vital para la villa, beneficiando incluso a las rentas del maestre, encontrándose en la villa los canónigos como visitadores, restringieron el agua a los curtidores en favor del comendador y favoreciendole en tres días a la semana del agua de la citada fuente, para abastecer su casa y regar las huertas de palacio, los curtidores acatando la orden, no pudieron disfrutar del privilegio de las aguas y tupieron que construirse pozos particulares en sus industrias y teniendo que acondicionar la salida de aguas sucias por desagües para que no corrieran por la calle De Las Huertas, el incumplimiento de esta sentencía sería denunciada con seiscientos maravedies a los que quebrantaran la orden de esta sentencia.
Don Fabrique, pro hombre ilustrado fue especialmente conocido en la villa Hispalense por su célebre peregrinación a Tierra Santa, iniciada el 24 de noviembre de 1518 desde el palacio de Bornos, villa que fue recuperada después de haber sido donada por D. Francisco Enríquez, su hermano a los monjes, fue especialmente reconocida esta peregrinación a los Santos Lugares, ya que fue la primera efectuada después de las Cruzadas; tras su regreso a Sevilla a su morada (actual Casa de Pilatos), se realizó un singular Vía Crucis que parece ser que con el tiempo dio origen a la actual Semana Santa sevillana.
Parece que este primer viaje le dejó marcado y su nostalgia le llevo de nuevo a Jerusalén, veinte años después volvió a peregrinar a Tierra Santa, ahora a sus 62 años de edad, los recuerdos de aquel primer viaje le atormentaban en sus sueños, y la búsqueda espiritual que había creído encontrar con su peregrinación a Tierra Santa, se le antojaba desde su regreso a Sevilla incompleta, llevaba pues veinte años de angustia buscando en su tierra lo que no pudo traerse de Jerusalén, el Paraíso.    
Don Fadrique recorrió el camino ultimo que hizo Jesús antes de llegar al Calvario, desde la Puerta de los Leones hacia el Oeste a través de la ciudad antigua y dirigió sus pasos hacia la iglesia del Santo Sepulcro, fue allí donde el peregrino, tras confesar sus pecados y participar en la Eucaristía creyó realizar su ansiado encuentro con el hijo de Dios.
Mediante una Bula del Papa Clemente VII reuniría en una sola a las tres antiguas parroquias de Alcalá de los Gazules, sede de la casa de los Ribera, siendo prueba de su preocupación por el buen gobierno de sus vasallos y redactando Don Fabrique las ordenanzas para esta villa en 1528.
Le fue concedido el título de primer marqués de Tarifa, en 1514 por la reina Doña Juana I; Las tierras común de los vecinos de Tarifa fueron ocupadas por una supuesta donación que Juan II hizo a Fabrique Enríquez el 6 de mayo de 1477 y la tenencia y señorío de Tarifa, en octubre de 1530 los habitantes de Tarifa en Juntas de Vecinos entablaron un pleito contra el Marqués por la posesión de las tierras, este litigio con la casa del Señorío de los Ribera ha durado varios siglos.
Falleció el 6 de noviembre de 1539, sin descendencia legitima, siendo enterrado en el panteón familiar de la Casa de los Ribera del Monasterio de la Cartuja de Sevilla y le sucedió en el Señorío ese mismo año, por su primo Per Afán de Ribera y Portocarrero.

Fuentes.-Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Provincia de Cádiz. Fundación Medinaceli, Historia y decadencia del Señorío de Ribera, Centro de Estudios Turolenses (historia del Siglo XVI) y autor.

sábado, 26 de mayo de 2012

Buñuel, el cineasta más callejero

Calle Luis Buñuel en Teruel
El director turolense tiene el récord de vías en España con su nombre

Luis Buñuel es el cineasta más querido en las vías españolas, con un total de 84 calles de nuestra geografía a su nombre, según un estudio de la compañía 11811, realizado con motivo del Festival de Cine de San Sebastián. A Buñuel le acompañan en la lista de los más recordados otros cuatro artistas hoy desaparecidos: la directora madrileña Pilar Miró, el intérprete murciano Paco Rabal, el cantautor y actor catalán Ovidi Montlllor, y José Isbert.
Las personalidades del mundo de la cultura tienen un importante hueco en las calles españolas, y los profesionales relacionados con la industria cinematográfica, especialmente directores y actores, cuentan con su propio espacio, como no podía ser de otra manera en un país con festivales de cine como el de San Sebastián o la Seminci (Valladolid).
Según el informe de 11811, en España hay cerca de 300 calles con nombres que homenajean a diversos actores y cineastas españoles. El talento de directores y actores patrios se reconoce en nuestra geografía, sobre todo con una mirada hacia las grandes figuras del pasado.
Así, el más recordado es el director turolense Luis Buñuel, con 84 vías a su nombre, 26 de ellas en Aragón. Le siguen, a gran distancia, Pilar Miró (28) y Francisco Rabal (25), el cantautor y actor catalán Ovidi Montllor (17), y José Isbert (13).
El fallecido Luis García Berlanga, con 11 vías, es el sexto cineasta del callejero, y Pedro Almodóvar, con 8 calles, el primer artista vivo de la lista, seguido por otros grandes cineastas como Juan Antonio Bardem (7), Carlos Saura (7), Fernando Rey (6), Sara Montiel (5), Imperio Argentina (5), Joan Capri (5), Edgar Neville (5), Mary Santpere (4), Chano Piñeiro (4), José Luis Garci (4), Fernando Fernán Gómez (4), Antonio Banderas (3), Agustín González (3), Alejandro Amenábar (3), Nuria Espert (3), Arturo Fernández (3), Pilar Bardem (3), Rafaela Aparicio (3), Santiago Segura (2), Gracita Morales (2), José Luis Borau (2) y Tony Leblanc (2).
Asimismo, son muchos los actores y directores españoles que tienen al menos una calle o avenida a su nombre. Entre ellos destacan José María Forqué, Alberto Closas, Álex de la Iglesia, Cassen, Imanol Uribe, Mateo Gil, Víctor Erice, Luis Escobar, entre otros.
En cuanto a las regiones con mayor número de calles dedicadas a artistas cinematográficos, como dato curioso destaca la localidad gaditana de Arcos de la Frontera, con diez vías dedicadas a personajes relevantes de este mundo: Carlos Saura, Edgar Neville, Fernando Fernán Gómez, García Berlanga, José Luis Borau, José Luis Garci, Juan Antonio Bardem, Luis Buñuel, Pedro Almodóvar, Pilar Miró y Francisco Rabal. La siguen el municipio murciano de Torre-Pacheco (7), Rivas-Vaciamadrid (7) y Almería (6).

Rafael Spínola
La fragua del pensamiento

miércoles, 23 de mayo de 2012

Una visita Real a Guadalcanal

La boda de Carlos V e Isabel de Portugal  en Sevilla

Sevilla fue el escenario de uno de los acontecimientos más importantes de la biografía personal del Emperador: su matrimonio con la princesa Isabel de Portugal, que se celebró en el Alcázar el 11 de marzo de 1526. Según el cronista Alonso de Santa Cruz, «por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía», determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla.
Cuando Carlos llegó a España, en su primer encuentro con las Cortes castellanas, éstas le piden que se case con una princesa española y lo mismo le piden los comuneros de la Santa Junta de Avila. Así, piensan los castellanos, se favorecería la hispanización del nuevo monarca que, nacido y educado en el extranjero, aparecía como un extraño a los ojos de sus nuevos súbditos españoles. Esta aspiración de sus vasallos se verá cumplida cuando concierta su matrimonio, después de largas negociaciones, con Isabel, hermana de Juan III de Portugal, a la sazón su cuñado por estar casado con su hermana pequeña Catalina.
Esta boda con su prima, que con 23 años estaba en  condiciones de darle un heredero, permitía conciliar sus necesidades económicas como Habsburgo con los deseos de las Cortes castellanas de 1525. La dote de Isabel era muy atractiva para las maltrechas arcas hispánicas: 900.000 doblas de oro mientras que Carlos otorgaba a su futura esposa en calidad de arras 300.000 doblas. Para ello tuvo que hipotecar las villas jienenses de Ubeda, Baeza y Andújar, signo evidente del deterioro de la economía. Además, continuaba la política de los Reyes Católicos de alianzas matrimoniales con la dinastía Avís portuguesa.
Cuando llegó la dispensa pontificia, el 1 de noviembre de 1525, ya que Isabel y Carlos eran primos carnales como he dicho -Isabel era hija de María, hija de los Reyes Católicos, y Manuel I el Afortunado de Portugal- y tenían que contar con la autorización papal para contraer matrimonio, se celebraron las ceremonias de esponsales por poderes, que hubieron de repetirse el 20 de enero de 1526 por insuficiencia de la dispensa llegada de roma.
Diez días más tarde, la ya Emperatriz emprendió viaje a Sevilla, pues se había concertado que el encuentro tuviese lugar allí. Una comitiva enviada por Carlos y compuesta por el duque de Calabria, el arzobispo de Toledo y el duque de Béjar, fue a recibir a Isabel a la frontera de Portugal. Entre Elvas y Badajoz tuvo lugar la ceremonia de entrega, el miércoles 7 de febrero. De allí se organizó un complicado y nutrido cortejo que, a través de Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, el Pedroso, Cantillana y San Jerónimo, llegó a Sevilla, haciendo su entrada solemne el 3 de marzo. Ortiz de Zúñiga describe así el recibimiento que le hizo la ciudad:
Salieron pues, los señores del Senado y regimiento de Sevilla a recibir a Su Magestad la Emperatriz, muy rica y lucidamente vestidos, con el señor asistente don Juan de Ribera y el ilustrísimo duque de Arcos, alcalde mayor de Sevilla. Salieron asimismo los muy reverendos señores del cabildo de la iglesia de Sevilla, y los egregios colegiales del insigne colegio de Santa María de Jesús; los caballeros y escribanos públicos, ciudadanos y mercaderes naturales y entrangeros, muy costosos y galanes, a mula y a caballo".
El encuentro con la representación de la ciudad se efectuó en la puerta de la Macarena, donde se había erigido un arco triunfal, y otros seis que marcaban el camino hasta el centro de la ciudad. La multitud se agolpaga al paso de la comitiva, tanto en la calle como en los balcones de las casas. Y así, flanqueada por una gran muchedumbre, la Emperatriz se dirigió al Alcázar, donde quedó alojada.
No menos solemne fue el recimiento que la ciudad dispensó al Emperador cuando llegó a Sevilla ocho días más tarde. Entró también por la Macarena y pasó bajo los mismos arcos triunfales hasta llegar a la Catedral; se apeó en la Puerta del Perdón. Allí, en un rico altar, de rodillas, juró el emperador guardar la inmunidades de la Santa Iglesia. La música entonó el Te Deum laudamus y un coro de niños lo fue cantando hasta la Capilla Mayor, donde había otro sitial y almohadas en que se arrodilló el emperador. Dichos en el altar los versos y oración por el arzobispo, lo acompañaron hasta la puerta de la lonja, donde habían pasado el palio y caballo, y entró en el Alcázar. Tras un primer y breve encuentro volvió el emperador ya engalanado y se desposó con la emperatriz por palabras de presente por manos del cardenal Salviati en la cuadra de la Media Naranja, el actual Salón de Embajadores.
A las doce se aderezó un altar en la cámara de Isabel. Dijo misa y los veló, a pesar de ser sábado de Pasión, el arzobispo de Toledo. Fueron los padrinos el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro, según aclara el profesor Gallego Morell. Acabada la misa, pasó el emperador a su aposento: en tanto estaba «en su cámara, se acostó la emperatriz, é desque fué acostada, pasó el emperador á consumar el matrimonio como católico príncipe». Con humor, como siempre, lo cuenta el bufón imperial Francesillo de Zúñiga:
"Las fiestas en la ciudad con motivo del acontecimiento duraron varios días, aunque menos grandiosas de lo que se preveía; se dijo que por la Cuaresma y por el luto por la reina de Dinamarca, hermana del Emperador. Hubo justas y torneos en la plaza de San Francisco, y también fiesta de toros y juegos de cañas en el mismo lugar. Las celebraciones se suspendieron con motivo de la Semana Santa. El día 13 de mayo salió la Corte de Sevilla con destino a Granada, visita especialmente importante para aquella ciudad, pues daría origen a la creación de la universidad granadina.
Parece que los cónyuges quedaron rápidamente prendados. En Granada, Carlos ordenó plantar unas flores persas que se convertirán en uno de los símbolos peninsulares: los claveles. En esta estancia granadina Isabel quedó embarazada. El parto tuvo lugar en Valladolid, el 21 de mayo de 1527, naciendo un niño que sería bautizado con el nombre de Felipe. Cuentan las crónicas que, deseosa de guardar la compostura, Isabel ordenó que apagaran todos los candelabros de la sala, tapándose el rostro con un ligero paño para evitar que los asistentes apreciaran el dolor en su rostro. La reina contenía como podía los gritos y la comadre que la asistía recomendó que soltara toda la tensión del momento gritando, a lo que Isabel contestó: "No me digas tal, comadre mía, que me moriré pero no gritaré".

Fuentes: Bibliografía (Factos de una boda real en la Sevilla del Quinientos. Estudio y Documentos.
Mónica Gómez-Salvago (universidad de Sevilla 1998) 

sábado, 19 de mayo de 2012

Paseo por el Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla

Loma de Hamapega y Rivera de Benalija

Rufino llevaba tiempo diciéndome que quería subir a la Loma de Hamapega, entre los pueblos de Alanís y Guadalcanal, dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla. Con Eugenio somos tres los que hemos quedado y nos vamos para allá el domingo 13 de noviembre. Desayunamos en Cantillana y, por El Pedroso y Cazalla, llegamos a Alanís y seguimos en dirección a Guadalcanal. En el kilómetro dos hay una carreterilla que lleva a una cantera, junto a ella he localizado por Internet un carril que nos puede llevar hasta arriba. No hemos hecho nada más que bajarnos del coche cuando llega una C-15 conducida por un paisano mayor, para junto a nosotros y empieza a hablarme con la ventanilla cerrada.
Como es normal no me entero de nada, y se lo digo con gestos. Abre la puerta y me dice que no se puede subir por ahí. Le pregunto por qué y me contesta que aquello es “nuestro”. Sale del coche y cierra la cancela del carril sin dejar ninguna otra opción. Como no tenemos ganas de bronca, desistimos de discutir con el testarudo serrano, y seguimos con el coche cinco kilómetros más por la carretera, hasta llegar a la altura de la pista que sube a unas antenas y al repetidor de televisión que coronan la Loma de Hampega, ya en el término de Guadalcanal (km 7).  
Subimos con el coche, aunque la pista estaba bastante mala, y aparcamos entre dos grandes torres, una con antenas y la otra con el repetidor de TVE.. El día está bastante nublado, pero, aún así, hacia el sur teníamos extensas vistas de las dehesas serranas. Abajo, siguiendo la falda de la loma, discurrían las vías del ferrocarril.
Un poco disgustados por no haber podido subir por donde queríamos, empezamos a buscar un senderillo que nos permitiera caminar por la loma, porque aquello era un verdadero mar de matorrales, entre ellos estaban las temidas aulagas, que no te permiten dar un paso sin pincharte. Junto a la gran antena del oeste encontramos una pequeña senda de cazadores que nos permitió internarnos entre la espesa vegetación.
Abundaban los madroños cargados de frutos maduros, así que, mientras caminábamos, nos íbamos comiendo algunos.
También nos fuimos encontrando puestos de cazadores, algunos estaban muy sucios, llenos de cartuchos abandonados.
Poco a poco, despacio, conseguimos ir avanzando por la loma. Al volver la vista atrás vimos las dos grandes antenas y, a lo lejos, Guadalcanal y la Sierra del Viento, donde está el punto más alto del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, La Capitana (959 m), que ya subimos en otra ocasión.
Llegamos a una casetilla que parecía abandonada, estábamos a 905 m de altura, casi tan altos como el vértice geodésico del Hamapega que esta a 909 m.
Bajamos un poco, por una zona que se ve que ardió no hace mucho, ya que de los árboles sólo quedaban los troncos secos y quemados; arbustos y matorrales han ocupado su lugar. Encontramos el carril por donde no nos habian dejado subir un rato antes, y quedaba comprobado que nos hubiera llevado hasta arriba.
Dejamos el carril, que bajaba haciendo curvas, y nos llegamos hasta otra pequeña elevación desde la que se veía muy bien el pueblo de Alanís.
A partir de aquí la loma bajaba hacia la cantera, así que decidimos volvernos. Por lo menos conseguimos, ya que no subir, caminar por la parte alta y así quitarnos el gusanillo montañero.
Las cornicabaras ponían una bella nota de color otoñal, estaban dispersas por toda la loma y por las laderas de la montaña.
Cuando pasamos junto al coche camino de la cumbre principal, Eugenio aprovechó para dejar los gallipiernos y madroños que había cogido por el camino.
Llegamos a las proximidades del antiguo repetidor de televisión y vimos que todo el recinto estaba vallado y cerrado, así que no pudimos hacernos la foto en el vértice geodésico.
Poco más de tres kilómetros, entre ida y vuelta, habíamos podido caminar por la Loma de Hamapega, pero tampoco aquello daba para mucho más. Bajamos y, después de un kilómetro, paramos junto a un castaño rodeado de zumaques que estaban con sus colores otoñales.
Unos metros más abajo había un endrino cargado de hermosos frutos, eran casi como uvas de grandes.
Cerca de la carretera vimos más castaños, un pequeño bosquete, parecía que no estaban cuidados para aprovechar sus frutos, sino, más bien, para aprovechar sus finas ramas para varear los olivos, ya que estaban podados como en Constantina.
Un par de horas echamos en esta rutilla. Después volvimos otra vez al kilómetro dos para hacer otra pequeña incursión por el río Rivera de Benalija.
Aparcamos junto a un cartel que daba información de la Cañada Real de Estaban Núñez o de las Merinas, que pasaba por allí. A unos metros teníamos las limpias aguas del río Rivera de Benalija, con un extraordinario bosque de ribera formado por chopos, sauces, olmos y álamos.
Eugenio -su fuerte es la botánica- me señaló unas pequeñas matitas en el suelo, eran collejas.
Todavía eran muy pequeñas para cogerlas, pero cuando crezcan estarán muy gustosas en una tortilla.
Por delante del cortijo pasa un arroyo, el Arroyo del Pueblo, que va a desaguar al Rivera de Benalija que se ocultaba detrás de una loma. Una cancela cerraba una pista que parecía dirigirse hacia el cercano Molino de Neto, según los mapas.
Si en ese momento hubiéramos sabido que por la cancela pasaba la Cañada Real de las Merinas estaba claro que nuestra exploración habría seguido por ese camino, pero lo que hicimos fue remontar el Arroyo del Pueblo que tenía buena pinta.
El problema era que olía mal y el agua se veía que estaba sucia. En pocos metros nos fuimos encontrando hasta tres caparazones de galápagos muertos. Seguro que la contaminación del arroyo (que pasa por Alanís) era la causa.
Una verdadera pena, porque el paisaje era muy pintoresco y se podía caminar sin gran dificultad por el sendero que iba por la orilla del arroyo.
Los cochinos ibéricos buscaban bellotas por las laderas correteando libremente.
Nos encontramos un laurel, pero estaba demasiado amarillo, seguro que al agua sucia, también, le estaría afectando.
Poco fue lo que pudimos caminar por allí, pronto nos encontramos las consabidas alambradas que cruzaban el arroyo de lado a lado. De todos modos no creo que quedara mucho terreno hasta la carretera, se escuchaban los inconfundibles sonidos de las motos cuando pegan los acelerones.
Desde que dejamos el coche habríamos caminado unos tres kilómetros en plan tranquilo, una hora más o menos. Eran cerca de las dos de la tarde y nos sentamos a comer los bocadillos. Es lamentable como nos estamos cargando la Naturaleza. No sabemos quién o quienes serán los responsables de estos vertidos, pero esto no debería ocurrir.
Después volvimos al coche, ya sin tantas pausas, en tres cuartos de hora estábamos de vuelta. Y así dimos por terminada esta visita a la Sierra Norte de Sevilla, donde hay bastantes problemas para la práctica del senderismo, salvo en aquellos pocos lugares habilitados para ello, la mayoría de las veces bastante masificados.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Un territorio sin fronteras

Los grandes poetas se han parado a hacerle preguntas a la pintura para progresar en su obra.

Como afirmaron, entre otros, Lessing o Praz, la pintura necesita a la poesía porque sin ella puede verse pero no puede ser leída, y la poesía necesita a la pintura porque sin ella puede leerse pero no ser vista. La pintura le aporta visibilidad a la poesía, la poesía le aporta inteligibilidad a la pintura: un acto de ensanchamiento hermenéutico que catapulta a ambas a territorios a los que difícilmente hubieran llegado por separado. Por eso, y aunque no siempre se lleven bien, son hermanas que comparten un mismo origen y que se encaminan a un mismo fin. Conviene, en este sentido, no confundir los intentos de la emblemática tradicional, el concepto de obra total de Wagner o las propuestas de ciertas vanguardias (el letrismo, los caligramas, los collages), que cosen por el tronco a pintura y poesía transformándolas en ese monstruo de feria que solían ser los hermanos siameses, con las relaciones históricas libres que han mantenido ambas a lo largo de los siglos: lo que comparten no las hace más lentas y torpes sino más veloces, más lúcidas, más ágiles, más estáticas y mejor afincadas en lo eterno.
Prácticamente todos los grandes poetas se han parado a hacerle unas preguntas a la pintura de cuya respuesta dependía en buena medida su propia validez y capacidad de progreso como tales poetas. Además, y en unos pocos casos, ciertos poetas han combinado su dedicación a las letras con su dedicación, más o menos profesional o notoria públicamente, a la pintura y al revés, ya que muchos grandes pintores, como por ejemplo Picasso, practicaron también la poesía.
Quizás el caso más llamativo de poetas-pintores es el de Wang Wei (701-761), uno de los grandes de la dinastía Tang, el período y el lugar más feliz de la historia para ser poeta, de cuyas pinturas, por desgracia, solo nos han llegado débiles reproducciones. Sobre él dijo otro poeta, Su Dongpo: “La poesía de Wang Wei es pintura; / la pintura de Wang Wei es poesía”. Considerado el padre de la Escuela del Sur, se inventó diversas técnicas pictóricas, entre las que destaca el shuismo, un procedimiento que sugiere los colores sin usarlos (sobre un fondo blanco se van dibujando los paisajes con diversos tonos del gris) y que, por eso, mejora la perspectiva. Como poeta haría algo parecido: sus imágenes no luchan por la primacía de un color sino que colaboran todas a que lo que quede realzado sea el conjunto. Como diría Kuo Hsi (1020-1090) siglos después, con palabras que podrían aplicarse a Wang Wei, “la poesía es un cuadro sin formas y una pintura es un poema con formas”.
El mejor heredero de esta tradición en el Occidente contemporáneo fue Henri Michaux (1899-1984), que se fijó en la técnica de la pincelada única formulada por Shih T’ao (1641-1717). Según este era un no-método gracias al cual cada golpe de muñeca conseguía que el pincel pusiera un poco de orden en el gran caos que es el Universo. Michaux, que también se inspiró en los garabatos, en el arte de los niños y en los estados mentales inducidos por las drogas, realizó varias series de dibujos, entre los que destacan Captar y Mediante trazos, para buscar ese punto de ingravidez original en el que el orden y el caos intercambian sutilmente sus cualidades y que, en su caso, se condensan en insectos inclasificables, tachaduras que solo se tachan a sí mismas y líneas que se desperezan en busca de su espiral. Como poeta buscó eso mismo inventándose decenas de seres y de pueblos a medio camino entre el sueño y la lógica: seres y pueblos imaginarios sin los cuales, una vez extraídos de su imposibilidad o de su latencia, se vuelven imprescindibles de tan reales.
Antes que él William Blake (1757-1827) trató en persona con los ángeles y con esos extramundos que catalogara Swedenborg. Fue un poeta y un pintor visionario que usaba sus visiones como otros usan manos y piernas: para comer, para no caerse, para coger algo, para subir una escalera. Sus visiones no le volvieron loco, aunque sí que hicieron de él una persona bastante rara, porque no le hablaban de lo ultraterreno como tal sino de lo ultraterreno como lo terrenal por excelencia, ese espacio (mental, poético, pictórico, filosófico) donde se abrazan el cielo y el infierno para crearnos a cada uno de nosotros (y a las piedras, los ríos, etc.)
Lorca y Alberti son iconos de una etapa de la literatura española y de la propia historia de España. Lorca, que expuso en Granada en una casa particular en 1925 y en Barcelona en la galería Dalmau en 1927, muestra en sus dibujos una sensibilidad contenida que en sus poemas acaba desbordándose, haciéndose poco a poco torrencial y expansiva. Sus dibujos son íntimos, confesiones en clave de pulsiones secretas que parece estar intentando visualizar y controlar (o quizás descontrolar a la manera de su amigo Dalí), como se ve en El joven y su alma y, sobre todo, en Escena de domador y animal fabuloso, dos de sus composiciones más logradas. Por su parte, Alberti, que siempre dijo que la pintura fue su vocación primera, tuvo una larga trayectoria como pintor con exposiciones individuales en Buenos Aires, Bogotá, Roma y diversos lugares de España. Picasso, gran amigo suyo, y al que dedicó su poemario A la pintura o los grabados de Los ojos de Picasso, fue su brújula en su paso por las vanguardias, en su constante experimentación e incluso en la elección de motivos. Su pintura se autodefinía como lírica (desde sus liricografías iniciales hasta series litográficas como El lirismo del alfabeto, de 1972), pero era más bien una especie de canto nerudiano a la existencia, a lo que ocurre fuera, y una explosión de vitalidad con matices incluso épicos.
Rafael Pérez Estrada estaba siempre dibujando: en cuadernos, en hojas sueltas, en cartas personales, con lápices, con bolígrafos, con pinceles, en mesas de bar, en estaciones, en el aire. Dibujaba cuando escribía y también cuando hablaba: pintura hecha carne, un verdadero animal visual que ensancha, y hace más resplandeciente y honda, la mirada de quienes se asoman a sus imágenes escritas o dibujadas. Obispos, unicornios, ángeles, animales fabulosos: los habitantes de un territorio sin fronteras, o cuyas fronteras lindan con lo infinito, que van saltando de sus poemas a sus cuadros y al revés en una salvaje danza civilizada a medias entre El Bosco y Nietzsche (y entre Miguel de Molinos y Nureyev). Su obra plástica, que se guarda en el Archivo Municipal de Málaga, está aún por descubrir.
Sylvia Plath y Jack Kerouac, como ha podido verse en las exposiciones póstumas dedicadas a ellos en Estados Unidos en los últimos años, pintaron para deshacerse de sus demonios. En sus poemas y en sus textos en prosa esos demonios los acosan sin tregua, sin piedad, constantemente. Quizás por eso ambos se suicidaron, una con gas, el otro con el alcohol. Los dos, en efecto, pintaron para encontrarle un sentido a la existencia que perdían nada más sentarse ante la máquina de escribir: pintaron para hacer las paces con la vida, para poner en un afuera digno de confianza esa roca negra que aplastaba sus corazones. Pintaron para salvarse pero no se salvaron, una urgente pregunta (la pregunta de la salvación, la pregunta por lo insalvable) que sus cuadros nos hacen a cada uno de nosotros.

JESÚS AGUADO

sábado, 12 de mayo de 2012

Como me lo contaron...


... ¡Voy a vivir!
¿Os dais cuenta?

No sé si fue leído, o visto en Televisión o si tal vez me lo contaron. De cualquier manera como lo recuerdo lo voy a contar.
Comienza la escena en una gran nave espacial conducida por un ángel... Y en ella viajan los ocho espíritus de ocho niños aun no nacidos que van camino de la Tierra, por el espacio infinito, mientras ocho madres embarazadas les esperan.
Y en el interior de la gran nave imaginaria, los ocho espíritus conversan entre sí.
—¿Dónde vas tú? —pregunta a otro, un espíritu pecoso, con el pelo revuelto y ojos vivarachos.
—Chico, no me fastidies. Voy a casa de un matrimonio millonario. Aún no he nacido y ya me siento aburrido. Debe ser cosa que se lleva en la masa de la sangre. Mi futuro padre es un hombre cansado, avejentado por el abuso de todo y mi futura madre es una mujer gastada por el egoísmo y la vanidad.Sólo viven pendientes de sí mismos; me engendraron casi sin querer, y ahora allá voy yo, a nacer cuando casi no tengo ganas ni de abrir los ojos... ¿La vida? ¡Bah, qué farsa!
—Pues yo —tercia otro espíritu en la conversación— seré el primer hijo de un matrimonio que lleva doce años de casados. ¡Ya os podéis suponer!: mimitos por aquí, carantoñas por allá... Me veo con veinte años cogidito de las faldas de mamá, vestido de marinero. ¡Harán de mí un inútil!
—¡Caramba, muchachos; no os comprendo! —les interrumpe el espíritu pecoso de ojos inteligentes—. Harán de ti un inútil y de ti un vago egoísta porque queréis vosotros. Yo voy a un hogar humilde, son ya seis hermanos. Yo haré el número siete y en mi futura familia no hay un duro ni por donde venga... ¡Bueno! ¿Y qué? ¡Voy a nacer! ¿Os dais cuenta? ¡Vivir, vivir! Saldré adelante, lo sé, ya lo veréis. Tal vez algún día nos conozcamos... ¿quién sabe? Fijaos bien en mis pecas, en mi pelo revuelto imposible de domar. ¡Me abriré camino! ¡Lucharé y sacaré a mis padres y a mis hermanos adelante!
—.Piensas ser futbolista?, porque si no ya me dirás cómo, chaval.
—Con voluntad, con constancia y esfuerzo. Aguantaré lo que sea y acabaré por abrirme camino; traeré suerte a los míos, yo, séptimo hijo... ¡Voy a vivir! ¿Os dais cuenta? Conoceré la vida, su lucha, sus tristezas, sus alegrías; conoceré el amor, al valor de una buena amistad, el cariño de mis padres... Veo el futuro, lo sé, les traeré la facilidad, la dicha que aún no han conocido...
—Envidio tus ganas de vivir y de luchar —intervino el cuarto—. Yo no soy tan pesimista como esos dos, pero tampoco me siento tan ilusionado, francamente. Todavía no sé qué es la vida.
—Algo maravilloso. No lo dudes. Abrirás los ojos en el regazo de tu madre y verás el Sol y los colores. Verás crecer una flor, te dará en la cara el viento del atardecer y sentirás el calor de un hogar. Oirás la sonrisa de tu madre, sentirás a tu cuerpo cómo se aferra a la vida...
De repente, la nave se detiene, oscilando en el espacio, y el ángel que la conduce se presenta a los ocho espíritus.
—Vamos —les dice—, ha llegado el momento de que nazcáis. Apretad con todas vuestras fuerzas, vuestra madre os ayudará...
Hay un algo extraño, como de tristeza en la voz del ángel al dirigirse al espíritu pecoso, de cabellos revueltos: «Espera», le dice con dolor.
Los siete restantes ya no están en la nave cuando la compuerta se cierra y quedan solos, frente a frente, el ángel y aquel espíritu pecoso, con unas ganar enormes de vivir, que mira interrogador sin comprender qué es lo que pasa. El ángel llora cuando le explica:
—Tú... no nacerás. Tu madre no te ha querido. Tenía ya seis hijos y ha decidido abortar..
—¡No! ¡Yo tenía el derecho a nacer. ¡Era un ser vivo! ¿Por qué me engendraron para matarme, así? ¿Para evitarme penas? ¡Mentira, mentira! Iba a nacer, a vivir; serían cincuenta, sesenta, noventa años y después vería a Dios eternamente, ¡Yo sé que existe y que...!
—Volverás a la nada.., lo siento. No te han querido. Quisieron el placer sí, pero. no el hijo.

La enorme nave imaginaria viró en redondo y se perdió a lo lejos, en los espacios infinitos de la nada.

Plácido de la Hera 
Revista Guadalcanal 1981 


A mi amigo Plácido (Jr.) por amar y respetar Guadalcanal como nos transmitieron nuestros padres.
Rafa Spínola

miércoles, 9 de mayo de 2012

Pasión por los libros, y especialmente por los raros y curiosos


Comentario breve de la historia de la bibliofilia


Como toda afición colectora, la pasión de la bibliofilia tiene sus desvaríos y sus singularidades
Una historia de la bibliofilia, aunque breve, es la historia de una de las muchas formas de coleccionismo. El bibliófilo colecciona libros, y manuscritos, al igual que otros atesoran cuadros, cerámicas, tapices y esculturas; cambia el objeto del deseo, pero casi nunca la actitud ni el carácter. Quizá la bibliofilia nació en el instante en que un individuo poseyó dos libros, pues hasta ese momento era el chamán o el sacerdote el encargado de conservar, nunca de poseer, el libro que contenía las ceremonias y los ritos de una comunidad. Cuando alguien, por placer, por herencia o por obligación, tuvo en su propiedad un par de códices, probablemente quiso tener otro más, quizá por curiosidad, quizá por diversificar los contenidos, quizá por una punzada de orgullo patrimonial. Fue un instante decisivo para la historia de la humanidad, porque desde la constitución de esta biblioteca primitiva, tal vez en Oriente y tal vez en una fecha que no concuerda con las del calendario romano, hasta que un bibliófilo inglés a caballo entre los siglos XVIII y XIX, Sir Richard Heber, acumuló cerca de 300.000 volúmenes repartidos en ocho casas por Europa –el catalogue de su venta, muerto el propietario, ocupa 13 tomos de apretada tipografía (Bibliotheca Heberiana, London, William Nicol, 1834-1837)–,la bibliofilia había escrito ya una larga historia de nombres señeros, colecciones fabulosas y bibliotecas desaparecidas. Los historiadores de esta larga memoria de los depósitos del papel impreso, y manuscrito, no se ponen de acuerdo en los motivos que llevan a un individuo a comenzar la acumulación de ejemplares. La bibliofilia está íntimamente asociada al poder económico del adquiridor, porque sin maravedís, escudos, libras o euros, el número de ítemsde una colección que se precie de serlo se resiente notablemente. No extrañe, entonces, que reyes, cardenales, dignatarios, aristócratas, estadistas y autoridades hayan sentido el coleccionismo impreso, y manuscrito, a los que modernamente habría que añadir empresarios, industriales, magnates y gentes con (muchos) posibles. Aunque ello no ha sido obstáculo para formar esa “biblioteca de libros, folletos y papeles humildes” que nos recordaba en su Ensayo..., así titulado, Francisco Giraldos (Barcelona, Imprenta Badía, 1931) en referencia a su propia colección. ¡Que le quiten el placer a un bibliófilo de completar los modestos 500 volúmenes de la Enciclopedia Pulga de las Ediciones G. P. de nuestra posguerra! Todo coleccionismo implica categorías, clasificaciones y límites conceptuales y de intendencia. Los bibliófilos, tradicionalmente y desde sus orígenes, han acaparado los libros, y los manuscritos, intentando construir esa biblioteca universal donde estuvieran representados los conocimientos de su época histórica (y pretérita). Perseguían la posesión de los saberes a través de los testimonios escritos, o impresos, depositados en ellos, y no puede extrañar la diversidad de materias y, por tanto, del número de ejemplares de las bibliotecas de Hernando Colón, quizá el primer bibliófilo confeso de nuestra patria; Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares; Lorenzo Ramírez de Prado o Nicolás Antonio; hasta llegar a Pedro Caro y Sureda, marqués de La Romana; a los Salvá, Vicente y Pedro; a Ricardo Heredia y Livermore, conde de Benahavís; a Bartolomé José Gallardo; a Joaquín Gómez de la Cortina, marqués de Morante; al Marqués de Jerez de los Caballeros y su hermano gemelo el Duque de T’Serclaes de Tilly; a José Lázaro Galdiano o al mismísimo Marcelino Menéndez y Pelayo, entre otros muchos nombres señeros que recogen Manuel Sánchez Mariana en Bibliófilos españoles: desde sus orígenes hasta los albores del siglo XX (Madrid, Biblioteca Nacional; Ollero & Ramos, 1993) y Francisco Vindel en Los bibliófilos y sus bibliotecas desde la introducción de la imprenta en España hasta nuestros días (Madrid, Imprenta Góngora, 1934; Madrid, Libris, 1992). Desde mediados del siglo XIX, ante el auge de las subastas y la edición de catálogos de ventas de los libreros europeos y americanos, se desarrolla la bibliofilia (digamos) temática y se empiezan a coleccionar determinadas materias, motivos o peculiaridades. Libros de cocina (Mariano Pardo de Figueroa, Doctor Thebussem), de novelas de caballerías (José de Salamanca y Mayol, Marqués de Salamanca), de música (Francisco Asenjo Barbieri), de toros (José Carmena Millán), de grabados y dibujos (Valentín Carderera), por no citar el entonces naciente coleccionismo cervantino y quijotesco; pero también ediciones de un determinado impresor (Ibarra, Bodoni, Sancha), de un determinado lugar, de una determinada cronología, o bien por formatos, por determinados encuadernadores, por su tirada, por ser solo primeras ediciones, etc. Como toda afición recolectora, la pasión de la bibliofilia también tiene sus desvaríos y sus singularidades; muchas de ellas, enmascaradas en unas leyendas de trasmisión oral que envidiosos y congéneres propagaron con una mezcla de envidia y autosatisfacción, otras, vividas por los suministradores de estas dosis impresas, y manuscritas, es decir: por los libreros, que en sus ocasionales memorias desvelaban los caprichos y las aficiones de sus clientes (siempre, cautelosamente, post mortem). Porque toda pasión tiene sus excesos, sus instantes de supremo placer y sus momentos de decaimiento y abandono, con la ventaja, en el caso de la bibliofilia, de no sentir jamás celos de ninguna nueva pieza, que convive educadamente con su antecesora, sin que por ello cambie el cariño que se le sigue profesando; por ello la anatomía emocional del bibliófilo, como titula Holbrook Jackson su conocido estudio: The anatomy of bibliomania (Londres, The Soncino Press, 1930), está sujeta a numerosas veleidades, manías y desafueros sobre los que se han escrito emotivas páginas desde que se fueron descubriendo los primeros síntomas de los pacientes aquejados por esta patología. Sirvan de referencia a quienes se interesen por ahondar en esta dolencia, casi siempre degenerativa, las páginas de Manuel Porrúa, Bibliofilia y bibliofobia (México, Manuel Porrúa, 1978); Nicholas A. Basbanes, A Gentle Madness: bibliophiles, bibliomanes and the eternal passion for books(Nueva York, H. Holt and Co., 1995); Francisco Mendoza Díaz-Maroto, La pasión por los libros: un acercamiento a la bibliofilia (Madrid, Espasa, 2002), que anda ya por su tercera edición, o Joaquín Rodríguez, Bibliofrenia o la pasión irrefrenable por los libros (Barcelona, Melusina, 2010). Hay afectados que han escrito su propio historial clínico con el único afán de rememorar los primeros síntomas de la infección, casos recientes y ya publicados son Las confesiones de un bibliófago de Jorge Ordaz (Madrid, Espasa, 1989) o Leer para contarlo: memorias de un bibliófilo aragonés de José Luis Melero Rivas (Zaragoza, Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2003), cuya lectura puede servir de testimonio para futuros contagios. El genoma de esta pasión lo describió admirablemente el senequismo poético de Fernando Pessoa: “No tengo ambiciones ni deseos, / ser coleccionista no es una ambición mía, / es mi manera de estar solo”.
VÍCTOR INFANTES.- Catedrático de Literatura y autor de La Biblia de los bibliófilos.

sábado, 5 de mayo de 2012

Cuentan de un sabio...


De viajantes en la Sierra Norte y sur de Extremadura en los años cincuenta del siglo XX
En homenaje a Juan Antonio Torre Salvador, “Micrófilo” (1857-1903), escritor maldito,autor de “Un capítulo del fol-klore guadalcanalense” (1891), a quien la intolerancia borró su nombre del callejero del pueblo.

La memoria,esa función cerebral exclusiva de nuestra especie, no deja de asombrarme en aspectos como el que da origen a este texto. Por eso me he preguntado muchas veces: ¿por qué recuerdo en su integridad sin el mínimo fallo, con el paso de los años, , las décimas “Cuentan de un sabio …” de Calderón de la Barca y “Admirose un portugués…” de Nicolás Fernández de Moratín, y de una cantinela guasona, que recitaban los viajantes en la Tienda de mi Padre hace casi 60 años, sólo puedo reproducir, y mal, una línea o verso?. En estas cuitas me hallaba cuando se me ocurrió acudir al Santo Buscador – intuirá el probable lector que no me refiero a San Antonio de Padua, sino al cibernético San Google – que mire Vd. por donde,tampoco me resolvió el problema, ya que si bien me llevó a un foro de un ciudadano de la vecina Fuente del Arco, le pasaba igual que a mí, pues sólo reflejaba la frase “En Llerena está la cosa buena”, que como veremos más tarde no era la exacta, y por supuesto al texto le faltaba casi todo, para estar completo.
De repente se me ocurrió telefonear al antiguo colaborador de mi Padre, exitoso empresario , gran amigo y excelente persona , que se llama Eduardo Saavedra Moreno. Cuando le conté el motivo de mi llamada, él que ha dedicado toda su vida al comercio, no tardó ni un segundo en repetirme el dicho, que circulaba por entonces en boca de los sufridos miembros del gremio de los viajantes que visitaban nuestra comarca.
La pequeña historia es la siguiente. Había un viajante con ínfulas poéticas, que necesitaba que su empresa le remitiera fondos y se los solicitó a su jefe con el siguiente telegrama en verso:

En Alanís,
negocio no conseguí
Cazalla,
está que estalla,
Constantina,
está que trina,
En Guadalcanal,
na,
mande fondos a Llerena,
por si está la cosa buena .

La respuesta del jefe, también por vía telegráfica , y que no se hizo esperar, fue la siguiente:

Devuelva usted las maletas
y váyase a hacer puñetas
no quiero viajantes poetas.

Penoso trabajo el de aquellos viajantes, gente dicharachera e ingeniosa que sobrellevaba con humor una dura profesión, que comportaba prolongados viajes en trenes arrastrados con máquinas de va porque lo ponían a uno perdido de carbonilla, cargados de maletas, y que les obligaba a pasar casi toda la semana lejos de la familia en las pensiones de los pueblos.
A decir verdad, aquellos viajantes algunos de cuyos nombres recuerdo (Martínez, Ossorio, Ramos .…, etc.), además de ser enormemente simpáticos tendían a considerarnos “catetos” por el mero hecho de ser de pueblo, -(en Madrid donde escribo, los castizos dicen ahora “pardillos”) -y a veces no dudaban en practicar el fino arte del vacile con los paisanos de la Sierra. Sobre un vacile practicado por un viajante publiqué, hace 18 años, en la Revista de Feria de 1991, el texto que reproduzco a continuación, firmado con un seudónimo que era un homenaje a mi Padre, José María Álvarez Medina, más conocido como Pepe el de la Tienda. La anécdota sucedió en la Barbería, que estaba situada en la Plaza, entre un viajante sevillano y Manolo Escote Gallego inolvidable amigo de mi padre y mío. La titulé “Cuernos en la barbería”, pero igual hubiera valido “El viajante viajantado” y decía así:

CUERNOS EN LA BARBERIA

Yerra el lector si supone, por el título de estas líneas, que el asunto se refiere a una infidelidad conyugal consumada en una peluquería, que en Guadalcanal, donde ocurrió la historia, se denomina con el vocablo cervantino cuando se trata del establecimiento de caballeros.
Los hechos ocurrieron una tarde de verano de los años 1950. Fueron protagonizados por ese singular y entrañable guadalcanalense llamado Manuel Escote, y por un viajante, cuyo nombre ni conocemos ni hace al caso. Baste saber que era sevillano, chaparrito y vacilón. El escenario fue la barbería de Manolo, sita en la impar plaza de España de Guadalcanal, frente a la estatua de A. López de Ayala, aquel que temía "más al olvido que a la muerte". Serían las prime ras horas de la tarde en las que la tranquilidad de la plaza, mientras los naranjos agrios aguantaban impávidos la canícula, era absoluta.
La barbería, como la tenía puesta Manolo, se diferenciaba muy poco de las de otros pueblos de Andalucía. El detalle distintivo era una hermosa cornamenta de ciervo, que había en la pared que quedaba a la derecha de la puerta, y que cumplía la utilitaria misión de perchero. Se trataba de las astas de una pieza no cobrad a por Manolo, sino de un regalo que le había hecho uno de sus hermanos* aficionado a la caza mayor, ya que nuestro protagonista, empedernido cazador, lo era de las especies pequeñas que abundan en nuestro término.
Aquella tarde Manolo, después de haberse levantado de la siesta, abrir la barbería, y haber leído el ABC, daba cuenta del crucigrama de Cova con la facilidad acostumbrada.
De pronto la cortina dejó entrar la luz de la plaza, y una voz netamente sevillana irrumpió en la estancia.
--Buenas tardes, maestro. Aquí vengo, a ver si me hace Vd. un buen arreglo.
Manolo, al mismo tiempo que se levantaba del sillón giratorio en el que se encontraba, contestó:
--Buenas tenga Vd. Veremos lo que podemos hacer.
El cliente se acomodó en el sillón del que Manolo acababa de levantarse. Manolo le aplicó el paño blanco, y tras ajustar el respaldo a la altura del cogote, empezó su faena, extendiendo jabón con la brocha sobre el rostro de su desconocido cliente. Éste, que ya había reparado en los hermosos cuernos que adornaban la pared de enfrente, no pudo reprimirse las ganas de vacilar con Manolo, y con la entonación ambigua que el caso requería, pausadamente dijo:
--Maestro, digo yo que buenos cuernos tiene Vd..... aquí.
--Mire Vd. qué casualidad -respondió Manolo sin inmutarse mientras continuaba su cometido-precisamente son del último viajante que pasó por aquí, que se los dejó olvidados.
El viajante, tras la sorpresa de la respuesta, encajó el golpe con deportividad. En Sevilla, en más de una ocasión tomando unas copas con amigos de su gremio, decía que había que andarse con cuidado con alguna gente de pueblo, porque había algunos, como el barbero de Guadalcanal, que no se cortaban un pelo.

PEPE SHOPSON Madrid, Julio 1991.

*Isidro, empleado jubilado de TVE, autor del libro “Vivencias y convivencias con la caza” recientemente publicado.
La cantinela del telegrama y la coña marinera de los cuernos son de una fecha que no puedo precisar, pero temo no equivocarme mucho si afirmo que se produjeron entre 1945 y 1950. Comprenderá el lector que en aquellos tiempos en que “España era una unidad de destino en lo universal”, la única forma posible de abordar los problemas sociales era mediante el humor, en su variante más genuina, el cachondeo celtibérico.
Por la misma fecha, un escritor neoyorkino, hoy famoso tanto por la calidad de sus textos, como por la que después fue su exuberante esposa, -el avisado lector habrá adivinado que me refiero a Arthur Miller (1915 -2005) – estrenaba el 10 de febrero de 1949 en el Teatro Morosco de Nueva York, su famosa obra “La muerte de un viajante” con Lee J. Cobb en el papel del protagonista, el viajante Willy Loman. Desde ese día no ha dejado de representarse en todo el mundo, habiendo quedado como una de las obras maestras del teatro norteamericano moderno.Recuerdo, hace ya bastantes años, haber asistido en el Teatro Bellas Artes de Madrid, a una representación dirigida tal vez por José Tamayo, en el que ese pedazo de actor llamado José Luis López Vázquez, interpretaba el papel del viajante y que poco tenía que envidiar a la maestría del actor americano antes citado. Cuando escribo estas líneas se repone una vez más en Madrid, en una versión del director argentino Mario Gas.
Las razones por las que en la misma fecha se abordaba, en dos lugares separados por miles de kilómetros, la figura del viajante en claves tan opuestas, humorista aquí y trágica en Nueva York, son tan obvias que me abstengo de comentarlas.
José María Álvarez Blanco
Madrid Julio 2009

miércoles, 2 de mayo de 2012

Noticias de Prensa antigua 1

Guadalcanal, provincia de Extremadura
A 6 de Septiembre de 1798

Ana Yanes, muger de Sebastian Hernández, falleció hoy aquí. Estaba embarazada de 5 o 6 meses; y deseando D. Paulino Rafael Caro Guerrero, del órden de Santiago, Vicario eclesiástico y Cura párroco en la misma villa, socorrer al feto con el santo sacramento del Bautismo luego que advirtió el peligro de la madre previno á D. Francisco del Villar, Girulano de la propia villa, para que se hallara presente al tiempo del fallecimiento, y tomó las demás precauciones y prevenciones para semejantes casos se previenen en la Embriología sagrada. Cerciorados el Párroco y Cirujano de la muerte de la madre, procedió. El segundo â practicar la operación cesárea, estando el primero próximo al cadáver con un vaso de agua en la mano. El facultativo executó la operación con tal destreza que en ménos de dos minutos presentó la cabeza, los hombros y brazos del feto, á quien por no manifestar señales de vida, bautizó el Párrroco baxo codición; pero extrayéndolo del todo lavándolo con vino, se halló que estaba vivo, y vivió algunos minutos. Este exemplar debe excitar el zelo de los Párrocos en favor de las almas de los fetos, cuyas madres fallecen ántes de darlos á luz. (SIC).

La odisea de un niño
En la estación de ferrocarril de esta villa ha sido detenido por la Guardia civil el niño de 11 años Rafael Fontán Durán, natural de Madrid y escapado de la casa paterna.
Su padre es el farmacéutico Sr. Fontán, funcionario excedente del Cuerpo de Aduanas.
Mientras viene su padre á recogerlo se ha hecho cargo de él el mancebo de la botica del Sr. Samá, por indicación del alcalde, que no ha querido meterle en la cárcel.
La historia del niño Rafael es interesante. Muerta su madre hace ya años, lleváronle á Guadalcanal sus abuelos y así permaneció separado de su padre hasta hace trece meses, época que le reclamó judicialmente, trayéndole á Madrid, de donde se escapó al poco tiempo, y pidiendo limosna, siguiendo el camino de la vía férrea, llegó á casa de sus abuelos.
Reclamóle el padre otra vez, y otra vez volvió á fugarse Rafaelito, llegando á Guadalcanal en jornadas á pie y escondido á veces en los retretes de los trenes.
Por tercera vez le reclamó el padre desde Valencia de Alcántara, y por tercera vez se escapó el niño, siendo detenido aquí al llegar á la estación.
Dice el niño Rafael que no quiere estar con su padre porque le trata con dureza, y siendo, como es, hijo natural, le hace pasar por sobrino al objeto de salvar las apariencias y conveniencias sociales.
El padre dice que el niño hace lo relatado influido por sus abuelos, que así creen lograr mejor sus propósitos de explotarle.
Se acaba de presentar el Sr. Fontán, y por medio del conductor del tren, Saldaña, ha enviado su hijo al correccional de Santa Rita, en Carabanchel.
El niño Rafael es vivo de expresión, inteligente y simpático.
En el vecindario de Guadalcanal ha causado penosa impresión el conocimiento de estas tristes aventuras infantiles. (SIC)
ABC, Domingo 14 de Junio de 1908
Por telégrafo de nuestro Servicio Particular