By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 19 de marzo de 2014

Un caldero de migas colgado de las llaves


Yo vi escribir La Nacencia
 Aunque paisano de Luis Chamizo, no lo conocí personalmente hasta mis quince años. Estudiaba yo entonces el cuarto curso de Bachillerato y una epidemia de gripe obligó a cerrar el colegio aquel otoño de 1918. Fui con mi familia al campo, a Valdearenales, y nos instalamos en una casa cercana a la del poeta, que la tenía en la famosa «viña del tinajero» de sus poemas.
Ya entonces había cantado Chamizo a Valdearenales en ligeras seguidillas, por los años de su adolescencia. En ese otoño del 18 debía tener ya más de veinte años.
Chamizo había tomado contacto en Madrid con la poesía del tiempo a través de los corifeos más conocidos del modernismo en España: Salvador Rueda, Villaespesa, Nervo, Carrere. Aunque ya tenía afición a lo dramático y a lo pintoresco del color local, sus composiciones en extremeño eran raras y frecuentemente no se sostenía el dialecto a lo largo del poema, sino en diálogos o monólogos puestos en boca de los pastores y campesinos.--Por entonces él consideraba los alejandrinos de «Renunciación» como sus mejores versos.
Presentados, en el gran salón del campo, por un amigo común, recuerdo que me recitó dos poemitas: uno ligero y suave «¿Flores? ¿Mujeres?... Qué mas da?--Llenan de besos y perfumes--todo el jardín primaveral»; otro, recién compuesto, describiendo un amanecer en el campo:
Un caldero de migas colgado de las llares
sobre las jaras secas en combustión sonora.
Un cielo de amaranto flotando en el oriente.
Un almaizal de oro velando los lugares
Y un disco de rubíes, que, a la luz de la aurora,
semeja la tiara de un dios omnipotente.
Algunos de estos poemas fueron publicados en «La Semana», el periódico de Don Benito, dirigido por el Inolvidable Francisco Valdés.
Mi amistad con Chamizo continuó en los siguientes años. Durante los veranos solía yo subir a su casa, por las mañanas, con frecuencia. Me suministraba libros o los leíamos juntos. Eran principalmente libros de versos. Pero también allí leí, por vez primera, las «Meditaciones del Quijote» de Ortega y Gasset. En ocasiones, nos entreteníamos en puntuar.-de cero a diez, como ahora en el Bachillerato--los poemas de Villaespesa y Amado Nervo. En estas lecturas llegamos a Antonio Machado; pero hasta mi ida a Madrid no había de penetrar yo en la nueva modalidad poética, que a Chamizo le era desconocida.
Su genio alegre y realista le llevaba más a las formas vernáculas. Después del triunfo de «Los consejos del tío Perico», en los Juegos Florales de Almendralejo, es cuando encaminó sus pasos decididamente por el sendero regional.
En poco tiempo escribió los poemas de «El miajón de los castúos». Solía leérmelos al día siguiente de escribirlos, salvo «La nacencia», cuya escritura presencié. Llegué a su casa, como de costumbre, por la mañana y entré directamente a su despacho, que abría su puerta en primer término a la derecha, en el caño de casa. Estaba escribiendo.
«Siéntate un momento--me dijo--que estoy con otra poesía para el libro». Y me fue leyendo las estrofas del poema conforme salían, casi sin correcciones, de la pluma:
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s'agachó en un cerro,
y los artos cogollos de los árboles
d'un coló de naranja se tiñeron.
Pronto estuvo el libro dispuesto y salió a luz pública con el prólogo de Ortega Munilla. Fue una época brillante aunque breve. Desde el elogio exaltado de Santiago Vinardell, hasta las reservas de Salaverría sobre el baturrismo poético, la gama de juicios fue muy variada. Pero el hecho de haber ocupado este juicio columnas de los más importantes diarios madrileños, prueba, sin más, el éxito. Para mí adquirió éste cuerpo en el banquete que se le ofreció en Don Benito, 7 al que yo asistí, aunque todavía colegial, por bondad de Don José María Manzano. El discurso de Reyes Huerta y una poesía de Vicente Ruiz Medina decía cigüeña describe su parábola—por el ancho zafiro de los cielos»--me impresionaron particularmente en ese homenaje.
En sus viajes a Madrid, Chamizo tomó contacto con Ardavín, amigo de Valdés, y con RAMÓN y su tertulia de Pombo. Pero su modalidad poética estaba ya definida.
Emprendió la composición de un poema largo, donde palpitaban las virtudes de la raza. Lo concibió como una exaltación del extremeño y de la vinculación a la tierra, y tomó como motivo la antigua fiesta de la Candelaría, cuando se llevaban las candelas--tizones de las hogueras familiares-'- a la tierra vinculada a la familia.--EI poema se titularía «La Juguera». Después el poema cambió, y lo que, andando bastantes años, se publicó fue el poema «Extremadura», donde se inserta «La noche de las candelas». En relación con este poema, tengo que apuntar otro recuerdo personal. En otra de mis visitas al poeta, lo encontré escribiendo y me pidió que le copiara mientras él recitaba los Versos de turno. Fue en una sala frontera al despacho, y. recuerdo a Chamizo paseando y dictándome Un buen fragmento del que siempre he recordado dos versos, que figuran en el libro: «una mano en el talle del mozalbete: y otra mano en el talle de la vigüela».
Después de su matrimonio vi menos a Chamizo, pues aunque conservaba canciones de verano que yo pasé en mi pueblo fueron las del año 23, después de cursar segundo de Facultad. Por entonces había yo alcanzado el nivel poético de la época. No sólo me había familiarizado con Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, con los poetas americanos y con los parnasianos y simbolistas franceses, sino que conocía los primeros libros-entonces recién aparecidos--de Vicente Huidobro, Gerardo Diego, García Lorca, Dámaso Alonso, Juan Chabás y otros. Hablé de todo esto con Chamizo paseando por la plaza y hasta hube de enseñarle alguno de mis últimos poemitas. Aunque desvinculado de'este movimiento, dio muestras de su aguda sensibilidad poética. A los pocos días me leyó dos poesías en el nuevo estilo. Ciertamente se traslucía el modernismo de sus versos en castellano, pero la aproximación era innegable.
No he visto después a Chamizo, sino en dos ocasiones: una en Cáceres y otra, hace poco tiempo, en Madrid. Pero seguí su labor y no me sorprendió el éxito de «Las Brujas» pues conocía su maestría de versificador y su talento dramático. Hace muy poco la prensa volvió a recordármelo con motivo de su homenaje. El mío es de gratitud. Por él avancé en mi evolución lírica más deprisa que lo hubiera realizado por mi cuenta. Me desvinculó de los clásicos y románticos-desvinculación que considero tan necesaria como después el retorno a ellos--y me introdujo en la versificación de la época. Mi gusto por lo íntimo y universal a un tiempo, me alejaron de la poesía regional, aunque el campo extremeño sea todavía el manantial más fuerte de mis imágenes.
Chamizo estaba especialmente dotado para ello, y eligió sabiamente su camino, aunque podía haber ganado un puesto honroso en la poesía castellana. He querido escribir estos recuerdos como fluían de la memoria y del corazón, sin interponer papeles ni citas. Van vinculados a una época de mi vida todavía clara y serena, donde la ingenua alegría de los castúos no estaba envenenada por extrañas doctrinas. A esta alegría sin sombras se me vincula el nombre de Luis Chamizo, que la gozó y supo cantarla.

EUGENIO FRUTOS

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