By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 22 de agosto de 2015

López de Ayala o el figurón político-literario 6

Cándido Nocedal
Capitulo 6
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 A las Cortes convocadas por el Ministerio Narváez en 1857 asistió Adelardo López de Ayala, al cargo de representante del país por los trabajos que realizó con sus paisanos mientras estuvo retirado (¿?) en Guadalcanal y por la ayuda del gobierno. Esta, que fué factor decisivo en la elección, se la prestó el ministro Nocedal, tanto para premiar al defensor de El Padre Cobos como para dar, relieve en el partido a un escritor de fama.
Trajo, pues, Ayala a las Cortes filiación ministerial, y correspondió a ella no sólo sentándose en los escaños de la mayoría, sino dando su voto favorable a la a la contestación al discurso de la Corona y votando en contra de una proposición de D. Federico Santa Cruz, que pedía se investigase la conducta de los agentes del Gobierno durante las elecciones.
Pero el nuevo diputado no pasó de ahí. Vió Ayala que el camino de la lealtad es largo, y quiso echar por el atajo de la defección. El partido moderado, lo mismo que el partido progresista, tenía elementos contrarios al escalafón riguroso. Y estos elementos jóvenes de ambos viejos partidos iban a ponerse de acuerdo para crear un partido flamante. En él esperaban hallar todos acomodo fácil y preeminente.
Esta era la razón. Y era el pretexto constituir un grupo gobernante de gran amplitud. Ni tan retrógrado como el moderado ni tan avanzado como el progresista, y, por ende, más abierto a todas las ideas y a todos los idealistas. Ese partido sería la Unión Liberal, que implantaría leyes modernas dentro del orden antiguo, eterno. Vamos, un partido en el que pudiesen formar cuantos quisieran. ¡Cuantos quisieran mejorar de puesto!
Y Ayala quería. Siendo diputado del montón, se subiría al montón pateándolo, claro es, pues tal había de hacerse para quedar encima. A la primera ocasión daría las patadas.
El Gobierno dió un proyecto de Ley de Imprenta, bastante amordazador, desde luego. Pero ¿qué iba a esperarse del general Narváez, interpretado por D. Cándido Nocedal?... Ayala, sin embargo, hizo como que no esperaba eso.
Eso iba contra sus convicciones. ¿No había defendido él la libertad de la Prensa al hacer la defensa del popular libelo tantas veces citado?... Cierto que, al hacer semejante cosa, fué contra las ideas del partido moderado, para asunto meramente ocasional. Y cierto que, si triunfó, consiguió la victoria porque el adversario combatía contra su propia bandera. Los progresistas no podían pelear bien atacando una libertad, pues que las preconizaban todas. Como resultaba absurdo que los moderados -!con Nocedal y Narváez, gran Dios!- dejasen a los periódicos hablar libremente. Pero Ayala se olvidaría de tan lógico proceder. El defendió la libertad de Imprenta, y la seguiría defendiendo.
Así vistió de consecuencia lo que inconsecuencia era, pues el Gobierno le dió el acta, y con el Gobierno acudió al Parlamento, votando el programa gubernamental y rechazando incluso la investigación de los atropellos que para traer a los diputados de la mayoría —61 uno de tantos— se cometieron. Y así realizó el acto único en nuestra historia parlamentaria —con tener ésta infinitos ejemplos para excusa de convertidos— de que un novel diputado ministerial, la primera vez que hacía uso de la palabra, atacase ferozmente al Ministerio, poniéndole en trance de sucumbir.
Pues tanto consiguió Ayala con su imprevista agresión. En su estudio sobre estas; Cortes, dice Nido y Segalerva: "Sólo consiguió el señor Nocedal hacer triunfar la Ley de Imprenta; pero la discusión de aquella ley fué el golpe de gracia para la situación." Y añade que ese golpe lo dió "la voz vibrante y enérgica de Ayala".
Desde luego, la voz de Ayala era vibrante y enérgica. Mas aunque hubiese sido apagada y temblorosa, efecto igual habría producido. Un Gobierno contra quien se alzaba uno de los recién nacidos diputados ministeriales tenía que caer. Y el Gobierno moderado cayó a. poco. Las Cortes en que debutó Ayala sólo durarán meses.
Mas para Ayala no duraron ni eso. Ya no volvió a hablar en ellas, ni siquiera a asistir a sus sesiones. Otras Cortes habían de convocarse y a preparar la próxima elección se retire De nuevo partió para Guadalcanal, ¡yendo a deshacer las organizaciones electorales del Gobierno! Con lo que demostró que su discurso de oposición rabiosa no era un arranque en defensa de la libertad de escribir, sino todo un proyecto de destrozar al partido moderado. Tanto más cuanto que en ese tiempo no escribía nada. Única y exclusivamente se dedicó entonces a organizar las fuerzas extremeñas para la Unión Liberal. Sacando estos elementos de las agrupaciones que en Extremadura acaudillaban el general Infante y D. Antonio González, jefes moderados que en su elección le ayudaron. La traición de Ayala era total.
¿Y a quién se acercaba cuando de los moderados alejábase?... No a los progresistas, ciertamente; pero porque el partido progresista se deshacía en la oposición, igual que el moderado en el Poder. Sin embargo, a un progresista iba aproximándose. ¡Y qué progresista! El general O'Donnell. Aquel general O'Donnell, segundo de Espartero, tan cariñosamente tratado por Ayala en su artículo Relinchos. Ya no le importaba al articulista de El Padre Cobos que "presidiera la dirección de los negocios públicos de España. la raza caballar". Con que le fuese permitido montar en la grupa...
O'Donnell se lo permitió. Al formarse la Unión Liberal el mesías de los unionistas acogió amoroso al que había sido su profeta. Para semejante Cristo resultaba el Bautista correspondiente. Sobre que en un grupo de tránsfugas, como era esa asociación de ex moderados y ex progresistas, Ayala encuadraba bien. Por eso permaneció largo tiempo a ella acoplado, consecuente en su inconsecuencia. Aunque, para no olvidarse de traicionar, traicionó una significación propia. ¡La actitud de defensor de la libertad de Imprenta!
Elevada al Poder la Unión Liberal, el Gobierno de O'Donnell trajo a Ayala al Parlamento. No pudo ser ya diputado por Mérida, donde los electores de la derecha estaban dolidos con él y los de la izquierda de él desconfiaban. Pero logró el acta por Castuera, donde se le conocía menos y el influjo gubernamental no encontraba rencores ni recelos.
Sobre el lugar en el escaño, otro puesto tenían para Ayala las Cortes del 58. El Gobierno de O'Donnell había de modificar la Ley de Imprenta, de Nocedal. Y Ayala fué nombrado miembro de la Comisión encargada de preparar el nuevo proyecto de ley.
Esto era lógico. Ayala combatió ¡y de qué modo! la ley que de derogar se trataba. Pero lo que no era tan lógico fué el resultado de los trabajos de aquella Comisión. Vamos, lógico si era... En fin, diremos qué sucedió.
El Gobierno se encontraba muy bien defendido con la ley de los moderados, y no tenía excesivas ganas de derogarla. Por eso lo primero que procuró fué dar largas al asunto. Y así, la Comisión, de que Ayala era o debía ser verbo encendido, dejó pasar toda la primera legislatura sin emitir dictamen. Sólo al final de la legislatura segunda, ya en el año 61, dictaminó.
Este dictamen venía tarde, ¿verdad? Pero además, venía con daño. La nueva Ley de Imprenta dejaba vigentes los principales extremos de la anterior, combatida por Ayala. ¡Y Ayala afirmaba la propuesta de tal proyecto de ley! Ya se olvidó del amor a la libertad tan querida, que había defendido defendiendo a El Padre Cobos. Del Gobierno de los moderados se apartó por ese amor. Olvidaba, sin embargo, ese amor para seguir adherido al Gobierno de los unionistas. Mas es que este Gobierno prometía mucho al diputado de la mayoría... Hacía algo mejor que prometer: daba.
Sin obligarle a hablar —¿ qué hubiese podido decir, justificando la eternización de aquel dictamen, primero, y, luego, la forma en que se presentaba?— le iba colocando, situaciones preeminentes. Y, por fin, tras de haberlo ido pasando por puestos parlamentarios diversos, entre otros el preciado de miembro de la Comisión del Mensaje, le dió setenta y dos votos para una vicepresidencia del Congreso en la tercera legislatura. Esto equivalía a señalarle para ministro futuro, ya que entonces regía el criterio de conceder las carteras en las crisis parciales a los miembros de la mesa .presidencial.
Ayala, correspondiendo a estos favores, fué un ministerial, perfecto. Votaba en las Cortes con el Gobierno siempre y estrechaba su relación personal con O'Donnell. Hasta rompió a hablar en favor del uno y del otro.
La proposición de apoyo al jefe político y caudillo guerrero que pedía apelar a las armas contra el infiel marroquí, fué por Ayala defendida, y pudo el Gabinete sostenerse, con el entusiasmo que la campaña provocaba, y conquistar laureles el general, tejidos en forma de ducal corona.
Esperaba así, tranquilamente, Ayala subir hasta las cúspides de la política. Aun cuando preparado para alcanzar ésas como fuese. Ya sabía dar la vuelta, si el camino se cerraba, y con aplicar semejante método... Según se verificó, que dijo el clásico.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932

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