By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 12 de diciembre de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 14

General Serrano
Capitulo XIV

A  fuerza de arrastrarse

Momentos  terribles debió de pasar Ayala al verse clavado en tierra por efecto de tan tremenda caída. Pero fueron sólo momentos, pues pronto de la semi-sepultura en que yacía hecho una masa se arrancó. Y si no pudo alzarse del suelo aún, por el suelo fué arrastrándose.
Avanzaría nuevamente en política, aunque tuviera que tomar otro camino. Aquello le ocurrió por seguir fiel al Duque de Montpensier. Considerándolo, debió de reírse sarcásticamente Ayala en los mismos dolores del porrazo. Haberse caído él por semejante cosa... Se acabó su montpensierismo, como se había acabado su isabelismo, tras de agotar los diversos matices que fué adoptando mientras a Isabel II sirvió. Si fuera del Gobierno había quedado, pondríase  por lo menos, al lado del Gobierno.
Y lo hizo inmediatamente. El Duque de la Torre, cuarenta y ocho horas después de la catastrófica sesión, al dar cuenta de la renuncia (?) del ministro de Ultramar, tuvo en el Parlamento las consiguientes frases laudatorias para el hombre que tanto hizo por la causa revolucionaria. Recordó Serrano el viaje a Orotava de Ayala a bordo del Buenaventura; aludió a los conceptos expresados por su autor en el manifiesto de Cádiz, y significó los peligros que había corrido el parlamentario de Alcolea. Presentó, finalmente, la dimisión de Ayala como un homenaje de respeto a la Asamblea, para acabar diciendo que esperaba poder contar siempre con la ámiatad y aun con el concurso dé bien al Gobierno perteneció.
Podía Ayala haber guardado silencio, excusándose de dar las gracias por el elogio después del sacrificio. Y acaso debía, si en su monttensierismo fué sincero, recordar a Serrano que del destierro lo trajo en nombre de Montpensier. Pero lo que hizo fué decir que seguía unido al Ministerio del general y Duque, dispuesto a servirle como cuando desempeñaba en él una cartera.
Esto lo dijo con tanto fervor que hasta se excedió diciéndolo. Para presentarse tan revolucionario como el que más, aun cuando protestara contra los excesivos avances de la Revolución, quiso manifestar que no retrocedería. No; no se iría con los que ya empezaban a pensar con una restauración. "Cualesquiera que sean los azares del porvenir, yo no cometeré nunca la indignidad de buscar un refugio entre los escombros de lo caído." Tal frase pronunció en el calor del entusiasmo por lo que las Constituyente votaran.
No podía entonces suponerse que, si no Isabel II, su hijo el Príncipe Alfonso llegaría a reinar. Claro está que, de haber podido suponerlo, se hubiera guardado bien de lanzar tal frase. Pues "entre los escombros de lo caído" iba a buscar más que refugio, siendo ministro con Alfonso XII.
Pero a su debido tiempo hablaremos de las indignidades futuras de Ayala. Quedémonos ahora en la indignidad presente: en la que el ex ministro y ex montpensierista estaba cometiendo. Que era duplicada, ya que dejaba de defender la causa por que abogó, y hasta de defenderse él mismo, agraviado personalmente al abogar por aquella causa. Abandonando para siempre la candidatura de Montpensier, ofrecía incondicional apoyo al Gobierno que le arrojó de su lado.
Como diputado de las Constituyentes, ayudó desde entonces con su voto al general Serrano. Votó la Constitución, con el Regente que al país se daba, y votó a Amadeo de Saboya para Rey, hasta dejándose designar miembro de la Comisión que fué a Italia a ofrecer la corona. Más hubiera votado si más se le hubiera pedido que votase. Estaba dispuesto a, con una absoluta, completa y definitiva sumisión, hacer méritos para lograr cualquier cosa.
Y el Duque de la Torre hubiera querido dársela. Le estaba agradecido porque no le hubiese puesto en mal lugar recordándole ciertas cosas de la época prerrevolucionaria... Pero en política no podía ser aún. Dentro de las Cortes mismas que contra Ayala se habían alzado como un solo hombre, resultaba imposible. Por fortuna, el político fracasado tenía otra significación.
De nuevo sirvió a Ayala su doble personalidad. Aunque llevase varios años sin cultivar la literatura, podía recordarse que literato fué. El dramaturgo antes aplaudido era posible que cobrase el premio de los aplausos. E influyó el Gobierno, que siempre tuvo, tiene y tendrá la Academia bajo su dominio, para que Ayala fuese elegido académico. Era una compensación. ¿Justa? ¡ Oh, desde luego que justa, justísima!
Para ser ministro, Ayala se había hecho revolucionario. Y por no saber acompasarse al ritmo de la Revolución tuvo que dejar de ser ministro. Pero ya rectificaba su error, y al Gobierno revolucionario servía. Se arrastraba vencido. Y pues que a la Academia se llega, por lo general, a fuerza de arrastrarse...
Claro que ni la equivocación la tuvo en literatura esta vez, ni sus servicios retractadores los prestaba con la pluma. Más todavía; ya ni siquiera hablaba, con lo que la oratoria no le hacía limpiar, fijar, dar esplendor al lenguaje. No había vuelto a tomar la palabra en el Parlamento más que para decir "sí" y "no" cuando que votase se le pedía. Sin embargo, académico podía ser, aunque sólo fuese porque no podía ser otra cosa.
Y académico fué. ¡Inmortal! Se le eligió en la vacante de un político, D. Antonio Alcalá Galiano, para que no se dudase de que políticos eran el fracaso y las rastrerías que a la docta casa le llevaban. Pero Ayala quiso hacer creer que sus triunfos dramáticos eran los que le otorgaban la inmortalidad. Para ello, como de él se había dicho que reencarnaba a Calderón, con la gloria de Calderón hubo de cubrirse.
Ayala hizo su entrada en la Academia el 25 de marzo de 1870, y su discurso versó sobre el teatro de Calderón de la Barca, del que habló con el entusiasmo de la obra propia. Fué muy aplaudido por los asistentes y bastante elogiado par los periodistas amigos. No obstante, la animosidad que despertó en muchos periódicos el ex ministro de Ultramar con aquel discurso tremendo duraba aún y hubo sus críticas.
Pero odian atribuirse los regateos de mérito al autor dramático como influidos por la política. Aun cuando, precisamente, el influjo de la política era lo que encumbraba al retirado autor.
Con todo, en el camino de los puestos y honores estaba Ayala otra vez. Por él iría adelante dé nuevo, hasta donde había estado y aun más allá. Y, efectivamente, con su táctica, última llegó a coger la cartera de ministro por vez segunda.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX

Madrid, 1932 

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