By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 26 de diciembre de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 15

Amadeo de Saboya
Capitulo XV 
Bajo el cetro de Amadeo

Otros montpensieristas, menos acomodaticios, hicieron asesinar a Prim para vengar el que ocupase el trono de España Amadeo de Saboya en vez del esposo de la Infanta Luisa Fernanda. Y con ello, si no remediaron lo irremediable, que era el haber dejado sin corona al Duque de Montpensier, consiguieron que volvieso a ser ministro el más significado de sus partidarios. El entusiasta montpensierista Adelardo López de Ayala supo aprovechar la ocasión mira formar parte del Consejo de ministros de Amadeo I
Fué así. El Duque de la Torre había llamado a sus amigos para exponerles las circunstancias criticas por que atravesaba el país con la muerte del caudillo demócrata. Aquel partido que trajo al nuevo Rey, habiendo quedado sin jefe, estaba en malas condiciones para gobernar. ¿Se ayudaba a los demócratas, o no?... Esta era la pregunta que se hacía Serrano y les hacía a sus amigos. Y Ayala contestó por todos.
Pues Ayala asistía a la reunión. Ya había dejado de ser amigo de Montpensier, pasando a ser amigo del Duque de la Torre. Y, además, estaba dispuesto a hacerse amigo de don Amadeo. Eso fué lo que vino a decir.
Porque dijo textualmente: "Nosotros hemos introducido la agitación en este país, y no responderemos a la obligación que hemos contraído sino asegurando el orden o dejando nuestros cadáveres en las calles." Y asegurar el orden, para tan antiguos y acreditados monárquicos, era sostener el trono, ocupáselo quien lo ocupase, a fin de que no pudiera llegar esa cosa terrible y horrible que se llama República.
Convinieron, pues, Serrano y sus amigos en unirse a los demócratas bajo el cetro de Amadeo. Y el Duque de la Torre decidió que Ayala obtuviese una cartera en el Gobierno de concentración a formar. Esto era justo, ya que Ayala dió la fórmula de la unión, ¡ y la dió tan pátriótica!...
Pero además era útil. Lo era para la situación que se creaba, demostrando lo amplio de la concentración gubernamental con la entrada en el Ministerio hasta de un montpensierista. Y de que lo era para Ayala no hay que decir...
Ofreció, así, , Serrano una cartera a Ayala en el primer Gobierno de Amadeo, y Ayala la aceptó con sumo gusto y fina voluntad. La cartera era la de Ultramar, naturalmente, puesto que ya vimos podía considerarse al ex ministro del ramo como un técnico en los ultramarinos asuntos. Por ello, Ayala, al volver al ministerio de Ultramar, siguió cumpliendo sus métodos, incluso .aumentados.
Dió por fracasada la política de transigencia de sus antecesores e hizo frente con toda energía a los cubanos rebeldes. Confirió Facultades extraordinarias, al nuevo, capitán general de Cuba, Conde de Balmasedá para que, al substituir a Caballero de Rodas, militar liberal y transigente, procediera despótico y feroz. De perderse la isla, se perdería honrosamente.
¡La honra sobre todo! Indignado habló Ayala en el Congreso para negar que fuese a hacerse, que hubiese pensado en hacerse siquiera, algo que habría sido la salvación de muchos españoles hasta el año 1898 y de muchísimos cubanos hasta la consumación de los siglos. Pero vale la pena de referir en extenso el caso.
Fué que el diputado por Guernica, Sr. Vildósola, previa la venia del presidente de la Cámara y del ministro de Ultramar, pues aun no estaban constituidas las Cortes amadeístas, por tratarse "de un caso extraordinario que afectaba hondamente al crédito del país y a la dignidad del Gobierno", preguntó si era cierto que se hubiese ofrecido a los Estados Unidos la venta de las Antillas, según, había dicho un periódico de Nueva York, con referencia a cierta nota, que se suponía enviada al Gobierno de Wáshington por el ministro norteamericano de España.
Y Ayala se alzó como un león para rugir todo lo que sigue, pues el discurso merece copiarse íntegro:
"Yo hubiera querido, señores diputados, que la indicación que ha hecho el periódico a que se ha referido el Sr. Vildósola no hubiera necesitado para su señoría el mentís del ministro de Ultramar; yo hubiera querido que la hubiese desmentido previamente su conciencia de ciudadano español”. Pero puesto que el Sr. Vildósola ha creído que debía traer la pregunta a este sitio, yo doy las gracias a su señoría. Pero siento, repito, que no haya empezado su señoría por desmentirla; porque para acudir a la defensa de la dignidad de España todos los ciudadanos españoles son ministros de Ultramar.
"Pero ya que así no haya sido, su señoría ha hecho un verdadero servicio al Gobierno trayendo aquí esa calumnia; pues, aunque me repugna ocuparme de ella, aprovecho esta ocasión para que quede para siempre sepultada en este sitio”.
"Cúmpleme, ante todo, defender al representante de los Estados Unidos en España. Yo niego terminantemente que semejante noticia tenga este origen. Y después, ya que ha cundido la calumnia, ya que ha llegado a este sitio, para que dondequiera que se levante puedan perseguirla estas palabras, yo anuncio aquí solemnemente, en nombre del Gobierno y en nombre de la nación española, que lo mismo Cuba que Puerto Rico, que Filipinas, que todas aquellas tierras donde ondee la bandera de España, para el que quiera comprarlas no tienen más- que un precio: la sangre que hay que derramar para vencer en campo abierto al ejército, a la marina, a los voluntarios, lo mismo insulares que peninsulares, que han tomado las armas resueltos a perderlo todo menos la honra."
Como toda rectificación ministerial, ésta de Ayala negaba noticia cierta. El proyecto a que se refiriera la Prensa neoyorquina existió. Prim había pensado deshacernos por venta de la isla de Cuba; del asunto habló con el ministro de los Estados Unidos, y hasta llegó a fijarse el precio en cien millones de reales. Pero muerto Prim, el nuevo ministro de Ultramar no quería sino que las colonias siguiesen existiendo para seguir él ministrándolas.
Y del modo que en su rugiente rectificación señalara: dispuesto a que se perdiese todo menos España su honra y él su cartera. Para evitar estas dos catástrofes correría la sangre del ejército, de la marina y de los voluntarios, "tanto insulares como peninsulares", y, además, la de los cubanos, tan exigentes y abusivos, que no se satisfacían con que sus reclamaciones autonómicas se contestasen a estocadas y balazos. Así encauzó Ayala su gestión ministerial, declarándolo paladinamente reiteradas veces.
En el Congreso, contestando a sendas interpelaciones de los diputados Trelles y Labra, y en el Senado, respondiendo a una incitación del señor Méndez Vigo, dijo Ayala una y otra y otra vez que Cuba sería gobernada con mano de hierro hasta que los cubanos dejasen de reclamar o de vivir.
Muy largos son los tres discursos pronunciados por Ayala y por eso no juzgo posible transcribirlos. Sobre que sería inútil hacerlo, pues cuanto contienen de enjundioso dicho quedó en la furibunda réplica a Vildósola. Antes que ceder de modo alguno, el pleito colonial se resolvería anegándolo en sangre propia y ajena.
Y como lo decía, Ayala lo mandaba hacer. Siguiendo sus instrucciones, el intendente Alba oprimía y el general Balmaseda mataba. A eso llamaban los sostenedores del ministro de Ultramar ejercer "una política levantada y justiciera, digna de las gloriosas tradiciones de España, que así afirma y consolida la estrechaunión de la Metrópoli con sus provincias ultramarinas, como aleja para siempre todo propósito o tendencia a su separación de la madre patria". Pues Ayala, justo es decirlo, tenía quienes le sostuvieran con las palabras citadas precisamente.
Ayala, por sus declaraciones y los actos con que los delegados del ministerio de Ultramar las hacían buenas, en Cuba llegó a ser el ídolo de los elementos españolistas de la isla desdichada. Y señalado esto, ya se marca qué clase de ministro resultaba Ayala, pues bien sabido está la especie de gentes que tales elementos, los verdaderos autores de la pérdida de Cuba, eran por nuestro mal.
Pero no se trata tanto ahora de significar lo airado de la gestión de Ayala en esta su etapa ministerial del reinado de Amadeo, como de otra cosa indiscutiblemente peor. El transcurso de los años ha podido borrar las equivocaciones de una ministerial gestión; pero no borra ni borrará la inconsecuencia de una conducta política. Y aun cuando Ayala hubiese sido un excelente ministro de Amadeo, habría que reprocharle el que ministro con ese Rey hubiera sido, mientras Montpensier quedaba, defraudado y a los montpensieristas se perseguía.
Con esto Ayala acabaría de deshonrarse políticamente si no fuese porque todavía le quedaba por hacer algo más bajo en su vida política, que ya sabemos, y aun cuando no lo supiésemos podríamos suponerlo, hizo después.

Porque Ayala estuvo bajo el cetro de Am, dispuesto a ponerse bajo el cetro de cualqu que a continuación lo empuñara.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932 

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