By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 9 de enero de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 16

Manuel Ruiz Zorrilla

Capítulo XVI
Intermedio trágico
Sin embargo, Amadeo se sostenía en el trono. Y por más que el Ministerio de Conciliación se vino abajo, Ayala no se separó todavía del Monarca con que Prim substituyera a su candidato para Rey. Aun había de redactar un manifiesto donde se hablara de la necesidad de “velar por el prestigio de la dinastía de la ilustre casa de Saboya". De lo que se separó, claro está, es del Gobierno.
Y suponemos que con harto dolor de su corazón. Pero Serrano dimitía la presidencia del Consejo, llevándose a sus ministros, y no iba a quedarse quien, si en el Ministerio entró, fué a propuesta del Duque de la Torre. Sobre que no es de creer que Ruiz Zorrilla admitiese en su Gobierno radical a Ayala. Una de las cosas que se proponía ese Gobierno era cambiar completamente la política que en Ultramar venía realizándose. Por uno y otro motivo quedó fuera del Gobierno Ayala. Poniéndose en seguida frente a él, por el motivo eterno que llevaba a Ayala a combatir los Gobiernos de que no formaba parte. A que cayese aquél contribuiría.
Tal hizo en cuanto pudo. Ruiz Zorrilla suspendió, al encargarse del Poder, las sesiones de las Cámaras por dos meses. Y al reanudarlas, su Ministerio sucumbió.
El Gobierno presentaba candidato para la presidencia del Congreso a Rivero. Y los diputados eligieron a Sagasta, votando en su mayoría por derrotar al candidato gubernamental. Así votó Ayala, e indudablemente votó sólo por eso.
Ayala no tenía amistad ninguna con Sagasta, debiendo tener incluso enemistad si se considera que éste estuvo en la Revolución al lado de Prim. Y si no como antiguo montpensierista, como moderno serranista, nada le iba en el pleito que dividía el partido progresista entre las fracciones de partidarios de Ruiz Zorrilla y de Sagasta. Votando, pues, a Sagasta contra el candidato del jefe del Gobierno no hacía otra cosa que procurar que el Gobierno cayese.
Sucedido esto, formóse un Ministerio bajo la presidencia del brigadier Malcampo, quien trató inútilmente de unir la dividida mayoría. Y no logrado tal empeño, la Corona encargó del Gobierno a Sagasta, dándole el decreto de disolución de las Cortes. En las elecciones que Sagasta convocó y amañó, Ayala fué elegido diputado, esta vez por Fregenal.
El Ministerio sagastino no podía durar, y por saber esto, acaso, Ayala no lo combatió. Pues por agradecimiento a que Sagasta le hubiese dado un acta, desde luego que no sería. La especialidad de Ayala visto queda que consistía en atacar a los Gobiernos que le encasillaban. Pero, en fin, el caso fué que el, diputado por Fregenal no asistió siquiera a las sesiones del Congreso.
Estaba enfermo, además, la dolencia que padecía de tiempo atrás y que había de llevarlo a la tumba se recrudeció en aquellos días. Para atender a su curación se ausentó Ayala de la Corte, buscando el clima benigno de Guadalcanal. Y ocupado de su dolor físico, sintió sin duda menos el dolor moral que había de producirle el que volviese Serrano al Poder y no le confiase una cartera. Pues Sagasta cayó entonces, y el Duque de la Torre formó un Ministerio sin contar con Ayala.
Pero se acercaba el verano, trayendo mejoría al enfermo del aparato respiratorio. Y el general Serrano dejaba de gobernar por la negativa del Rey a suspender las garantías constitucionales. Las esperanzas que Ayala pudiese concebir de ser ministro en una crisis parcial se desvanecían. Desvaneciéndose, además, la certeza de seguir siendo diputado. Otra vez estaba en el Poder Ruiz Zorrilla, con el decreto de disolución empuñado ferozmente. Que los votantes contra Rivero no iban a obtener acta era seguro.
Repuesto Ayala de salud y colmado de indignación se arrojó a la pelea. Tenía que decir que aquel Gobierno resultaba imposible, ¡y lo dijo! Se formaba entonces el partido constitucionalista, con la unión de las gentes de Sagasta y Serrano. Un manifiesto se daría al país, siendo encargado de redactarlo Ayala.
Este escrito es el aludido en el párrafo primero del capítulo presente. Y para nuestra obra sólo tiene de interesante la frase que allí se reprodujo. Hacer saber que Ayala todavía consideraba ilustre la dinastía saboyana y .juzgaba un deber velar por su prestigio. De lo demás, no estando haciendo la crónica de la política de entonces, sino la biografía de don Adelardo... Diremos sólo que el manifiesto clamaba contra las reformas que el Gobierno de Ruiz Zorrilla anunciaba, suponiéndolas atentatorias al espíritu, si no a la letra, de la Constitución. Añadiendo únicamente, por todo comentario, lo divertido que debía resultar ver entrando en el partido constitucionalista a los que salieron del Poder ¡porque Amadeo no quiso suspender las garantías constitucionales! Si no se murió nadie de risa debió de ser porque todos estaban muriéndose de otras cosas.
Como era de esperar, Ayala no logró ocupar un escaño en las Cortes de 1872 y 73. El Gobierno de Ruiz Zorrilla no lo encasilló, y cuando no lo encasillaba un Gobierno; Ayala no salía diputado. Y respecto a esta exclusión del encasillado, hemos de rectificar una especie anteriormente insinuada. Acaso tal no ocurrió porque Ayala hubiera votado contra Rivero, sino debido a que no se encontraba ya distrito de Extremadura que darle. Agotados con las sucesivas representaciones de Ayala éstos, fuera excesivo, para región que no tuvo la culpa de que viniese al mundo, conferirle acta en ella. Si semejante consideración movió a Ruiz Zorrilla, de alabar es.
Y prosigamos. No formó parte Ayala de las Cortes referidas, y no pudo, por tanto, oponerse con su palabra a los avanzados proyectos que se discutieron en ellas. Sin embargo, uno de esos proyectos era tan liberal, tan democrático, tan noblemente humano, que Ayala no se resistió a la necesidad de combatirlo. Aludimos al de abolición de la esclavitud.
La esclavitud en tierra española estaba ya un tanto menguada; pero subsistía. Y el ministro de Ultramar, Sr. Mosquera, propuso que dejase en absoluto de existir. Según la ley que quería hacer votar, bajo la bandera española no quedaría un solo esclavo.
Los esclavistas se asustaron terriblemente.
¡Aquello era un horror! Ya habían aguantado que se declarase libre a los nacidos en territorio español, desde cinco años antes, y que se manutuviera a los mayores de sesenta años. Los niños y viejos después de todo no sirven para nada. También sufrieron pacientemente el que no pudiesen nacer esclavos en adelante, ni ser traídos de África. Esto pertenecía a lo porvenir que deja la esperanza de que se realice o no. Y hasta se encogieron de hombros al ver que se liberaban eslavos propiedad del Estado. Allá el Gobierno haciendo con lo suyo lo que quiera. Pero más de eso, ¡no hay corazón que lo resista! Entre paréntesis hemos de advertir que los esclavistas creían tener corazón.
Para evitar que les estallase las víscera cardiaca, con el sentimiento efervescente que había de producirles ver convertidos en hombres, en ciudadanos, los que eran sus bestias, sus cosas formaron una liga que de nacional atreviéronse a calificar. Y a fin de que, fuese encendido verbo de sus anhelos ardientes, buscando a Ayala, pues que, como poeta que era, por la Liga Nacional sabría entonar el himno del esclavizamiento.
Ayala aceptó el encargo sumamente complacido. No nos explicamos que dejara de cumplimentarlo en verso. Las octavas reales, que tan admirablemente sabia construir, estaban indicadísimas para el caso. Sin embargo, se decidió por la prosa. Pero ¡qué. prosa tan elevada, tan sublime, tan excelsa!
El alegato de Ayala para convencer a la nación de que libertar los esclavos constituiría una enormidad, encierra frases, conceptos y párrafos magnificentes. Todo, él es un monumento, junto al cual, desde las pirámides egipcias a los rascacielos neoyorquinos, cuanto ha producido el hombre, sobre la tierra resulta diminuto. Lo malo es que a su grandeza corresponde su extensión, y que, por esto último, reproducirlo íntegro ocuparía unas treinta páginas.
En clase de muestra sin valor consignaré que empieza diciendo: "Un nuevo infortunio, a cuyo solo anuncio se han convertido en desgracias secundaria las que no ha mucho tiempo parecían insufribles, pone en aventura el interés supremo de la patria." Leído lo cual, ya podéis suponeros adónde habrá de llegarse partiendo de ahí.
Avala llegó a decir que, libertando a los esclavos, se desalentaría a quienes defendían nuestra permanencia en tierras donde ésta hacía posible la esclavitud. Y que la ley que a los negros hiciera libre, con lesión de los intereses de sus propietarios, demostraría que no merecíamos poseer colonias. Así terminaba, tras de asegurar que el proyecto del Gobierno no conduciría más que a "poner en manos de los rebeldes los recursos morales y políticos que necesitan para robarnos el prestigio, la confianza, la unidad, el pan y la pólvora"... Así terminaba rotundamente: "Mayor desgracia aún que perder las Antillas será para España mostrarse digna de haberlas perdido."Como existe la publicación de este documento, el lapso de tiempo que Ayala permaneció, desde que fué ministro con Amadeo hasta decidirse a trabajar por la entronización de otro Soberano en cuyo Consejo introducirse, lleno de ansias grotescas y de temores ridículos, no puede llamarse intermedio cómico.
Ante la protesta de la Liga Nacional, el proyecto de Mosquera quedó sin aprobarse. Los esclavos permanecieron sometidos al látigo del negrero lo que tardó la República en venir a libertarlos. Para ellos, por lo menos, fué trágico el intermedio.
Y también lo fué para España. Rasgos de tragedia tiene para una nación que, quien pasaba por un político de altura, por un literato glorioso, pensase como Ayala al redactar su proclama esclavista. Porque esto no ocurría en tiempos bárbaros, sino el 10 de enero de 1873, cuya es la data del atroz documento.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
 

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