By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 16 de abril de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 23

Capítulo XXIII  

La gloria nacional se impone 


En las Aleluyas de Calderón de la Barca, publicadas con motivo de la celebración del III Centenario de su nacimiento, el año de gracia de 1900, tuvimos ocasión de leer las dos que siguen:
Y después de gran empeño
 estrena La vida es sueño.
Y la Prensa al día siguiente
 le da un bombo sorprendente.
Tal efecto nos produjo la lectura de estas aleas, verdaderamente magníficas, que se nos mearon grabadas en nuestro cerebro infantil. ahora, al cabo de treinta y dos años corridos, recordamos puestos a escribir sobre el escoyo de Consuelo.
El recuerdo es doblemente oportuno. Ya he-s visto que a. Ayala se le consideró un día Calderón resucitado. Y al siguiente de estrenarse su última obra la Prensa le bombeó bien, bien. Esto no lo vamos a ver, porque más vale no mirarlo. Ha sido, es y será el periodismo el amor de nuestros amores y sus extravíos nos acongojan. Apartemos la vista, pues, de los que cometieron los periódicos alabando esa comedia llamada dramática y bufa en realidad. Pero hay que aludir a esas alabanzas, diciendo siquiera que existieron.
Porque existieron, Ayala fué, mientras le duró el cargo, que ocuparía lo que le restaba de vida, un buen presidente del Congreso. Y es qué tuvo lo que para presidir cualquier reunión, incluso la de los diputados españoles, se necesita: autoridad. Ayala, apenas elevado al sitial congresil, fué confirmado gloria nacional por su triunfo escénico.
¿Quién con una gloria nacional se atreve?... Vamos a contarlo, sí. Vamos a contarlo, aunque sabemos que se indignarán muchos. Pero es más fuerte que nosotros esto de referir las cosas que nos vienen a la punta de la pluma. Ya nos ha causado tal debilidad disgustos serios. Conque... ¡uno más! Adelante, pues, y sea lo que Dios y los devotos de Pérez Galdós quieran.
Porque se trata de Pérez Galdós. Hemos de decir lo que opinamos de Pérez Galdós como novelista. Le creemos el más grande de España y uno de los mayores del mundo. Pero se puede ser eso y que le gusten a uno las mujeres hasta los alrededores del crimen, y aun hasta el crimen mismo. Don Benito no llegó a lo segundo; mas lo primero hubo de rondarlo varias veces. Y lo que nos ocupa ocurrió una de éstas.
El excelso novelista y mujeriego empecatado había seducido más o menos a una chulilla y la había abandonado del todo. Ella le perseguía encarnizadamente, y, aun cuando él la esquivaba con habilidad, al cabo se encontraron. Sucedió esto de frente y en sitio tan estrecho como lo es la acera de la calle de la Montera. El choque era inminente, teniendo que efectuarse con resultados catastróficos.
Porque, en efecto, la chulilla, al hallarse de cara ante su presunto seductor y abandonador cierto, prorrumpió en insultos. Insultos y amenazas tremendas, tras de lo que había de seguir la puñalada, el vitriolo o los arañazos por lo menos. Así lo esperaba tanto don Benito como el amigo que con él iba y a quien debemos la referencia.
Pero en el ánimo enfurecido de aquella mujer pesó lo que la Prensa decía del ilustre autor de los Episodios. Y refrenando su justa cólera con el tributo de admiración de los periódicos, le dejó pasar indemne, diciendo:
—Si no fueses una gloria nacional...
Este ejemplo —no muy ejemplar, nos apresuramos a confesarlo— prueba que atreverse con una gloria nacional es algo superior al descaro humano. Y apoya nuestra tesis de que siendo una gloria nacional aquel presidente del Congreso, sus presididos no tuvieron más remedio que acatarle y, venerarle. La autoridad de Ayala en el sitial de la Cámara popular jamás fue desconocida.
Cierto que contra Ayala se presentó un voto de censura en el Congreso. Pero el tal voto iba a molestar a Cánovas más que a ofender al presidente. Los diputados de la oposición se propusieron crear dificultades al Gobierno dividiéndole  la mayoría.
Era que el vicepresidente primero  del Congreso Sr.  Silvela, había dimitido. Para cubrir la vacante se presentaban varios candidatos y Cánovas no sabía por cuál decidirse. Dos de ellos contaban con fuertes apoyos entre, los diputados ministeriales. Y el jefe de todos se tomaba tiempo para decidir a quién debía elegirse. Sabido esto, la minoría constitucional planteó debate pidiendo la inmediata provisión de la vicepresidencia y censurando al presidente por no haberla puesto a votación en los días transcurridos. Claro estaba, contra Cánovas se procedía.
Pero Ayala dio el pecho al enemigo. No había puesto en la orden del día la elección de vicepresidente porque ponerla o dejarla de poner entraba en sus atribuciones. Y como creía  conveniente, dejar pasar un cierto espacio de tiempo antes de cubrir la vacante, lo había hecho así y así había de seguir haciéndolo. Tras de eso, que se votase la proposición, y si los votos iban a favor de ella, se elegiría presidente además de vicepresidente. Con el asunto no tenían nada que ver ni la mayoría, ni el Gobierno, ni el jefe de éste.
Planteado de tal modo el asunto, los propios firmantes de la proposición, señores Núñez de Arce, Balaguer, Barca, Sagasta, Marqués de Sardoal, Moyano y Marqués de la Vega de Armijo, la retiraron inmediatamente. Y todavía hubo más, pues otra proposición se presentó en el acto, por la que declaraba el Congreso que el presidente de la Cámara "le merecía la más absoluta confianza". Esta nueva proposición pasó a votarse, logrando doscientos ocho votos a favor contra sólo cuatro en contrario.
Triunfó, pues, Ayala plenamente en la única ocasión que, aun cuando con muy diverso objetivo, por razones de estrategia política, algunos diputados osaron combatir su labor presidencial. Por ello ha podido decirse, y se ha dicho, que "la figura de don Adelardo López de Ayala alcanzó el más alto relieve con el acierto en su gestión como presidente del Congreso. Mereció como tal la consideración, el respeto y la admiración de amigos y adversarios políticos; sirvió a la institución recién restaurada y al Gobierno en la suprema medida de la habilidad y de la fuerza, sin que en ningún instante provocase protestas su conducta, ni recelos ni suspicacias su actitud frente a ningún diputado. Hasta la suerte le acompañó en su empeño de mostrarse en todo momento imparcial y tolerante a la par que enérgico, y la casualidad hizo que fuera él algunas veces el encargado de resolver cuestiones que a otros pudieran afectar". Era que se imponía con el prestigio de su éxito literario.
El repetidamente citado Conrado Solsona dice sobre este punto: "La tolerancia y la energía eran los dos polos de su conducta. Convenía. fuera del sillón cuanto debía convenir con las oposiciones; acordaba fuera de la mesa cuanto debía acordar con el Gobierno; pero en el alto sitial ya no había oposición ni Gobierno; ya no había más que Ayala." Y Ayala, el glorioso autor de Consuelo, demostrado queda que resultaba indiscutible.
No se le discutió nunca más. Tras de las Cortes en que fué elegido presidente del Congreso, otras Cortes se reunieron, y en ellas presidente del Congreso volvió a elegírsele, primero para la mesa interina, y para la mesa definitiva después, sin que ya se pensase siquiera en que ningún otro diputado ocupase el sitial, que se consideró pertenecía a Ayala por juro. Pero antes de referir esto, corresponde ocuparse de algo que a la primera etapa presidencial de nuestro biografiado pertenece.
Y como este algo es de mucho bulto, un capítulo para ello solo vamos a dedicarle. Con que doblando la hoja pasemos a ver lo que se ha considerado como "el más bello discurso que oyó Congreso". Preparaos, lectores, a contemplar belleza tanta.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX

Madrid, 1932

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