By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 2 de abril de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 22

Capítulo XXII  

Revista y explicación de Consuelo

Llega el momento de dar a conocer esa comedia dramática, que un día se creyó la producción cumbre del más eminente de nuestros autores teatrales. Y es momento de perplejidad. ¿Cómo hacer semejante cosa?... Los juicios de los críticos de entonces nos nos parecen admisibles. El que nosotros formásemos ahora tampoco habría de serlo. Interesados fueron los unos e interesado sería el otro. Explicadas están las circunstancias en que escribieron aquéllos, y con decir que tan interesadas son las en que escribimos nosotros... En su época había que alabar a Ayala, y en ésta hay que machacarle. Y no porque ambas épocas sean distintas, sino porque se parecen demasiado.
Pero estamos divagando. Y en camino de que la divagación nos lleve demasiado lejos. Dejemos de divagar, pues.
Es el caso concreto que no nos creemos en condiciones de juzgar Consuelo, ni admitimos qué se encontraran en condiciones de juzgarla los que a raíz de su estreno hicieron tal. ¿Remitimos los lectores a la obra?... Esto estaría bien si no fuese porque los lectores ni podrán ni querrán ir a ella.
No podrán, porque ni Consuelo ni las otras obras de Ayala se representan. ¡Hace tanto tiempo que se estrenó y se aplaudió! Considerad que no es contemporánea de las de Calderón, ni de las de Shakespeare, ni de las de Esquilo. ¡Es muy anterior! Es de nuestro final del siglo xix, el cual, literariamente, está mucho más alejado de nosotros que la misma Grecia quinientos años antes de Jesucristo. Asistir a una representación de Consuelo no cabe en lo posible.
Cabe, sí, leer la obra. Pero nos tememos que nadie va a querer. Sí, sí; vosotros lo prometeríais. Y nosotros ¡no nos fiamos! Sabemos, por dolorosa experiencia, lo duro que resulta eso. A la segunda escena del primer acto lo dejabais.
Sin embargo, hay un modo de que podáis enteraros de lo que Consuelo es, aunque no la veáis representar ni os sea necesario leerla. Y este modo consiste en dar un extracto, como el de los libretillos de las zarzuelas vendidos durante los entreactos. Vamos a daros la "revista y explicación de Consuelo, con todos los cuadros, chistes y cantables que tiene la obra".
Y reseña tal no va a estar hecha por nosotros. ¡No se piense que deformamos el argumento a nuestro gusto! La reseña que vamos a reproducir ha sido escrita por Armando Palacio Valdés. De su obra Nuevo viaje al Parnaso copiamos a la letra:
"Consuelo era uno de esos ángeles que piensan mucho en su porvenir " y no se empalagan nunca de sí mismos cuando se miran al espejo". Fernando la amaba con toda su alma, cómo aman los hombres sensibles y honrados, sin empalagarse jamás de pensar en ella. Fernando llega un día a casa de su amada después de la larga ausencia. Consuelo se desmaya al verlo. ¡Qué corazón tan puro! Examinad bien ese corazón, no obstante; dadle muchas vueltas en la mano y percibiréis en cierto, paraje una ligera picadura. Por ahí ha penetrado el gusano de la vanidad. Arrojad, arrojad pronto ese corazón. Dentro de él ya no hay más que podredumbre.
"!Pobre Fernando! Acaba de recibir la primera pedrada que el egoísmo arroja a la inocencia en este mundo. Consuelo, que había visto por primera vez sentada al piano, muy sorprendida y risueña
de que mano tan pequeña
moviese tan grande estruendo,
aquella niña que se había filtrado en su alma como un rayo de luz, no era un rayo de luz de los cielos, sino de las hogueras del infierno. El oro que Fernando despreciara por no manchar su conciencia lo había recogido Ricardo. Y Ricardo había decidido pedir la mano de Consuelo, por conducto de Fulgencio, el mismo día que llegó Fernando. Consuelo, a su vez, había decidido casarse con Ricardo. ¡Qué tiene esto de particular! ¿Acaso es la primera niña que deja un novio y toma otro? Así razona ella con profundidad que encanta y admira a Fulgencio, hombre muy bien afinado en el sentido moral predominante en nuestra sociedad”.
"Hay una escena violenta entre Consuelo, Antonia, su madre, y Fernando. Antonia, que amaba ya a éste como a un hijo, se desmaya; pero Consuelo se había comprometido a salir en carruaje con Fulgencio, la señora de éste y Ricardo, y no tiene más remedio que marcharse apenas vuelve su madre a la vida. ¡Ay! Fernando la ha perdido para siempre y su madre también. Así termina el acto primero”.
"Ricardo era un hombre frío, imperioso y egoísta. Nada tiene de extraño que Consuelo se enamorase de él perdidamente. Ricardo, pasada la luna de miel, considera a su mujer como un mueble más elegante de su casa. Una vez satisfecha su vanidad por esta parte, era imprescindible satisfacerla por otras, y al efecto, dedica su amor y sus brazaletes a una renombrada cantante. Consuelo sorprende una carta y paladea todo el amargor de los celos. Fulgencio, el dulcísimo Fulgencio, tiene la buena ocurrencia de convidar a comer en su casa (donde comían también Ricardo y Consuelo) a Fernando, ¡Con jovial indiferencia había escuchado Consuelo esta noticia! Al saber Fernando que va a sentarse a la mesa en compañía de Ricardo y Consuelo trata de irse”.
"Ya es tarde. Consuelo penetra en la habitación y experimenta una ligera sorpresa, de la cual bien pronto se repone. Mientras Consuelo habla con Fulgencio para informarse del concierto en que canta su rival, Fernando, apoyado en una silla, no despliega los labios. En este silencio, tan natural, tan delicado, tan conmovedor, se revela bien claramente lo poeta que es el señor Ayala. Un autor observador no hubiese dejado nunca de hacer prorrumpir al desdichado amante en desesperadas exclamaciones, que desvirtuarían enteramente el efecto de esta interesantísima escena”.
"Fernando no quiere quedarse a comer, y Consuelo le despide diciéndole:
Pues, Fernando, que nos veas
antes de irte; no seas
ingrato...”
"Todos nos hemos oído llamar ingratos de esta suerte por alguna hermosa dama; pero todos conocemos también la trascendencia de la suave y distraída sonrisa que suele acompañar a este adjetivo. Por eso Fernando cae desolado en una silla, cubriéndose el rostro con las manos. ¡Cómo la ama todavía!
"Consuelo, ofuscada por los celos, se arroja a dárselos a su marido con Fernando, suponiendo que éste, amante suyo en otro tiempo, era el mejor para el caso. En presencia de Ricardo le escribe una carta invitándole a que venga a visitarla, y entrega el billete a Ricardo para que lo remita a su destino (esto es, para que lo lea). Pero Ricardo no lee el billete, porque había leído ya todo lo que necesitaba en el alma de Consuelo, y lo deja intacto sobre la mesa. Llega Fernando, y Fulgencio, que había recogido el billete, se lo entrega”.
"!Por qué se había escrito una carta tan infame! Parece increíble que dos renglones de una letra menuda y desigual vuelvan el entendimiento y hasta el corazón del revés. Yo, sin embargo, lo creo a pies juntillas. Fernando se sorprende, se acalora, se llama infame, delira... y resuelve acudir a la cita. Da fin el acto segundo”.
"Es de noche. Lorenzo, el criado de Ricardo, después de haber acompañado al Teatro Real a Consuelo, se entretiene en coloquio amoroso con Rita, la doncella. Algunos tildan de larga esta escena. Yo la encuentro tan extraordinariamente bella, que nunca me he fijado en sus dimensiones. El suave donaire, el sosiego y la frescura de esta escena son medios artísticos para que la oposición del drama cause efecto más seguro. El drama aparece con la entrada violenta y repentina de Consuelo. Se dirige al armario de sus joyas y pide con voz temblorosa la llave a Rita. En el teatro ha visto a su rival luciendo un aderezo muy semejante a. uno suyo y viene a saber si es el mismo. El aderezo no está en el armario. En el mismo instante aparece Fulgencio, que, de acuerdo con Ricardo, era portador de otro aderezo igual y una mentira. El portador recibe en pago de sus buenos oficios algunas injurias, y Consuelo queda a solas con su amargura y sus celos abrasadores. ¡Cuán lejos estaba su pensamiento en aquel instante de Fernando! Y, sin embargo, en aquel instante Fernando entraba en la casa, subía la escalera, alzaba la cortina del gabinete. ¿Qué venía a hacer allí? Consuelo, la misma Consuelo, cuya mano había escrito una carta llamándolo, se lo pregunta con sorpresa”.
"Fernando venía a apurar las heces de aquel cáliz que el destino le presentó al enamorarse de Consuelo. Venía a saber que no sólo no había sido amado jamás, sino que su amor había servido en esta ocasión de señuelo para atraer al preciso e irresistible Ricardo. ¡Y la mujer que se cebara con tanta saña en su pobre corazón estaba allí, la tenía delante de los ojos, siempre ron su rostro dulce y angelical! Fernando se para a meditar el estrago que aquel rostro dulce y angelical ha hecho en su alma y se sienta con tranquilidad aterradora en una silla. ¿Qué intenta? ¿No repara que Ricardo vendrá muy pronto? ¡Qué importa! "Hoy habrá penas para todos", dice con sonrisa feroz el desdichado amante. Y ni las amenazas ni las súplicas de Consuelo le conmueven. Mas al fin, le disuaden de su propósito las lágrimas de Antonia, de aquella pobre madre que había. protegido su amor en otro tiempo.
¡Triunfa el crimen!
¿Quién lo duda? ¡Si hasta le prestan su ayud
a la virtud y la bondad!
exclama Fernando al partir. Llega Ricardo, y sin sospechar siquiera, o, si lo sospecha, sin dársele nada de los atroces tormentos que sufre Consuelo, se despide de ella para París. Se va a París con su querida. La infeliz esposa se arroja a los pies del marido, y con ruegos y con lágrimas quiere retenerlo. Todo es en vano. Las lágrimas pueden mucho con los hombres que tienen corazón, pero nada con los que no lo tienen. Se va Ricardo, y aparece Fernando, que, por haber hallado la puerta cerrada, tuvo necesidad de presenciar la escena anterior desde la habitación contigua”.
"A él se dirige la infeliz Consuelo pidiéndole perdón. Pero Fernando, el humillado y escarnecido Fernando, ¡cómo se ha de compadecer de sus tormentos! Se va Fernando como se había ido Ricardo. En aquel amargo trance, ¿a quién acudir? ¿Quién podía compartir con la desventurada esposa el dolor de aquel fiero abandono' Tan sólo su madre, su tierna madre, que ,tanto, la amaba. Mas al dirigirse a su habitación, Rita sale de ella dando gritos y pidiendo socorro.... !Su madre se había ido también a otro' mundo mejor!
¡Dios mío!
(exclama Consuelo desplomándose),
¡Qué espantosa soledad!"
Así es Consuelo. No; no digáis nada. Nosotros sí tenemos algo que añadir. Ese asunto desarrollado de tal manera, según indicamos, se dialogó con verso. Acaso sea cosa de añadir un juicio sobre los versos en que Ayala envolvió tan poética acción. Pero en la reseña copiada se han reproducido algunos. No muchos. A ver. Nueve y pico. Sin embargo, como para muestra basta un botón... Ya sabéis, pues, qué clase de versos. empleó en Consuelo su autor.
Los que tenía que emplear, desde luego. Versos prosaicos, ya que prosa y de la más vil habían do contener. Pero eran todos de recio metro y de rima rotunda. Con eso, al menos  estrepitosamente. Semejante ruido entonces del Rey abajo.
Y del Rey arriba. Parece ser que a Palacio Valdés también le gustó. Bien que entonces don Armando era un joven inocente.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932

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