By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 30 de abril de 2016

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 24

Capítulo XXIV 

Ese bellísimo discurso...

Pero preguntaréis: ¿será verdad  tanta belleza?... Y en conciencia hemos de responderos que ni con mucho.
Entonces se consideró tal, y tal ha venido considerándose luego. Quienes lo escucharon cuando se pronunció y quienes lo leyeron al siguiente día llegaron a equipararlo con las oraciones fúnebres de Bossuet. Después, tradicionalmente, se conviene en que constituyó una soberbia pieza parlamentaria. Ahora, que habría que confirmar las tradiciones.
Ha de advertirse que trátase de una improvisación, lo que le da ventaja sobre todos los bellos discursos, que suelen estar preparados, y sobados y ajados por eso mismo. Además, Ayala, al pronunciarlo, sentía emoción verdadera y fácil había de serle expresarla a los que la sentían también. El asunto, lo mismo para quien lo trataba que para aquello ante los que se trataba, era conmovedor hondamente.
¡Murió la Reina doña Mercedes! La joven y bella esposa de Alfonso XII, cuyo casamiento tanto alegró al viejo montpensierista y reciente alfonsino. Aquella novia soberana por la que España entera sintió simpatía y cariño. Y Ayala habló de eso el mismo día de la muerte; tres horas no más después.
Se abrió la sesión del Congreso con la lectura del comunicado participando la infausta nueva. Y el presidente, que llegaba a la Cámara desde el palacio mortuorio, habló así:
"Ya lo oís, señores diputados: nuestra bondadosa Reina, nuestra cándida y malograda Reina Mercedes, ya no existe. Ayer celebrábamos sus bodas; hoy lloramos su muerte.
"Tan general es el dolor como inesperado ha sido el infortunio; a todos nos alcanza; todos lo manifiestan; parece que cada uno se encuentra desposeído de algo que ya le era propio, de algo que ya amaba, de algo que ya aumentaba el dulce tesoro de los afectos íntimos; y al verlo arrebatado por tan súbita muerte, todos nos sentimos como maltratados por lo violento del despojo, por lo brusco del desengaño.
"Joven, modesta, candorosa, coronada de virtudes antes que de la real diadema, estímulo de halagüeñas esperanzas, dulce y consoladora aparición..., ¡quién no siente lo poco que ha durado!
"No sé, señores diputados, si la profunda emoción que embarga mi espíritu en este momento me consentirá decir las pocas palabras con que pienso, con que debo cumplir la obligación que este puesto me impone. No es porque yo crea sentir más vivamente el funesto suceso que ninguno de los que me escuchan, porque son tantas, son tan variadas, tan acerbas las circunstancias que contribuyen a hacer por todo extremo lamentable la desgracia presente, que no hay alma tan empedernida que le cierre sus puertas. Pero concurre una tristísima circunstancia, que nunca olvidaré, a que yo lo sienta con más intensidad en este momento.
"Testigo presencial de los últimos instantes de nuestra Reina sin ventura, aun tengo delante de mis ojos el lúgubre cuadro de su agonía; aun está fresca en mi mente la imagen de la pena, de la horrible y silenciosa pena, que con varios semblantes y diversas formas rodeaba el lecho mortuorio: he visto el dolor en todas sus esferas.
"Allí nuestro amado Rey, hoy más digno de ser amado que nunca, apelaba a sus deberes, a sus obligaciones de Príncipe, a todo el valor de su magnánimo pecho para permanecer al lado de la que fué elegida de su corazón, y para reprimir, aunque a duras penas, el alma conturbada y viuda, que pugnaba por salir a sus ojos.
"Allí los aterrados padres de la ilustre moribunda, viva estatua del dolor, inclinaban su frente ante el Eterno, que a tan dura prueba les sometía, y con cristiana resignación le ofrecían en holocausto la más honda amargura que puede experimentarse en la vida.
"Incansables en su amor, la Princesa de Asturias y sus tiernas hermanas seguían con atónita mirada todos los movimientos de la doliente Reina, como ansiosas de acompañarla en la última partida.
"Allí, la presencia del Gobierno de Su Majestad representaba el duelo del Estado; los presidentes de los Cuerpos colegisladores, el luto del país; y todos de rodillas, sobre todos se levantaban los cantos de la Iglesia, que, dirigiéndose al cielo, señalaban el único medio de consolar tantas y tan inmensas desgracias.
"Y en tanto, señores, todas las clases sociales llevaban el testimonio de su tristeza a la regia morada. En tanto,  de ella aparecía el pueblo español, magnánimo, como siempre;  de sus Reyes: con todos sus caracteres distintivos, partícipe de todas las penas generosas y compañero de todos los infortunios inmerecidos.
"¿Quién puede permanecer insensible en medio de este espectáculo? Intérprete de vuestro dolor, me atrevo a proponer que fue nuestra Reina, a la que ocupó el trono el tiempo sucintamente necesario para reinar sin límite en los corazones, en tanto que las exequias se verifiquen, esta tribuna permanezca muda en señal de duelo, convidando con su silencio al recogimiento y a la oración.
"Propongo, además, señores diputados, que una Comisión del seno de la Cámara, cuando las circunstancias tristes que nos rodean lo consientan, llegue a S. M. el Rey para significarle que todos participamos de su pena, que este es el único consuelo que cabe en tan grandes aflicciones.
"¿Quién será insensible a la presente? Sólo el infeliz que se encuentre incomunicado con la Humanidad."
Esto fué todo lo que Ayala dijo. Y, desde luego, no alcanza la elevación que El águila de Meaux. ¡Como que no tiene ni la gracia de los gorriones de Madrid! También la musa callejera tocó el asunto, venciendo al poeta laureado y finchado. Pero que venciéndole en toda la línea.
Comparemos lo que Ayala declamó en el Congreso con lo que cantaban los ciegos en las esquinas:
¿Dónde vas, Alfonso XII?
 ¿Dónde vas, triste de ti?
Voy en busca de Mercedes
que ayer tarde no la vi.
Si Mercedes ya se ha muerto;
muerta está que yo la vi:
cuatro Duques la llevaban
por las calles de Madrid.
Su carita era de virgen,
sus manitas de marfil,
y el velo que la cubría
era rico carmesí.
Los zapatos que llevaba
eran de rico charol;
se los regaló su madre
el día que se casó.
El manto que la envolvía
era rico terciopelo,
y en letras de oro decía:
Ha muerto cara de cielo.
Los faroles de Palacio
ya no quieren alumbrar
porque Mercedes ha muerto
y luto quieren guardar.
Junto a las gradas del trono
una sombra negra vi;
cuanto más me retiraba
más se aproximaba a mí.
No te retires, Alfonso;
no te retires de mí,
que soy tu esposa querida
y no me aparto de ti.
En toda la peroración del señor de la Cámara baja no hay una imagen tan deliciosa como esa del popular cantor los faroles de Palacio negándose para guardar luto por el prematuro fallecimiento. Y menos hay una sentencia tan como aquella de ”¡ También mueren los reyes!” que el gran predicador francés lanzó ante los cortesanos de Luis XIV y ante el propio Rey Sol.
Sin embargo, de lo que ponderativamente dijo cuando Ayala pronunció su lamentación funeraria puede admitirse todavía buena parte.
Sí; la frase por nosotros copiada y recopilada que constituye "el más bello discurso que oyó el Congreso". Porque el célebre discurso de Ayala no es  ninguna maravilla; pero el Congreso ha oído, oye y oirá tanta pedantería y estupidez...
                       
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX

Madrid, 1932

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