By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 4 de mayo de 2016

Los olvidados de Guadalcanal 3

Álvaro de Mendaña, Pedro Ortega e Isabel Barreto 3/3

Mendaña había expresado el deseo de ser enterrado en la iglesia que se había empezado a levantar en Santa Cruz pero su cuerpo fue llevado en la “Santa Catalina” hasta que se pudrió igual que el de todos los tripulantes que murieron a bordo 12.
Nuestro bravo marino, a pesar de su perseverancia, característica de todos aquellos valientes, murió sin conseguir su objetivo de llegar a las islas Salomón. En este sentido su expedición fue un fracaso pero debemos calificarlo como tal si consideramos los descubrimientos de nuevas islas que realizó.
Mendaña fue el último gran navegante en el Pacífico de ese gran rey que fue Felipe II, y que moriría tres años después de la suya.
A partir de aquí se forja el personaje épico de Isabel Barreto que toma el mando de la armada después de la muerte de su esposo.
Lorenzo, el hermano de Isabel, moriría en un enfrentamiento con los indígenas a los pocos días de la muerte de Mendaña con lo que Isabel quedó como autoridad con poder absoluto en la accidentada expedición, y en cumplimiento de la voluntad testamentaria de Mendaña. Los desembarcados en Santa Cruz pidieron continuar la navegación, pero en vez de ir a las Salomón proponían ir a Filipinas, dado que era el lugar más próximo y civilizado además de menos azaroso que las islas que estaban encontrando a su paso en la Polinesia.
Isabel Barreto accedió a esta petición aunque no está claro si tuvo que acceder dadas las circunstancias, lo cierto es que ejerció el mando, decidió la retirada y se comprometió a sí misma, una vez llegase a Filipinas, a gestionar una nueva expedición de regreso a las Salomón para cumplir el plan de su difunto marido y las capitulaciones.
Al mes de la muerte de Mendaña los tres barcos que quedaban zarparon de Santa Cruz rumbo a Filipinas bajo el mando de Isabel Barreto que desde el primer momento ejerció su autoridad con mano de hierro, siendo ella misma quien guardaba la llave de la despensa en la que llevaban los víveres y el agua que sólo daba a los que obedecían ciegamente y bajo amenaza de horca a los que se rebelasen. El trayecto duró tres meses escasos en los que recorrieron las mil leguas que desde allí hasta Luzón en Filipinas. Podemos imaginar, sin temor a equivocarnos, que no se trató de una navegación nada placentera.
El Piloto Mayor Fernández de Quirós lo refleja así en su diario:
“La paz no era mucha, cansada la gente de la mucha enfermedad y poca conformidad. Lo que se veía eran llagas, que las hubo muy grandes en pies y piernas; tristezas, gemidos, hambre, enfermedades y muertos, con lloros de quien les tocaba, que apenas había día que no se echasen a la mar uno o dos… Andaban los enfermos con la rabia arrastrados por lodos y suciedades que en la nao había. Todo el pío era agua, que nos pedían una sola gota, mostrando la lengua con el dedo, como el rico avariento a Lázaro. Las mujeres, con las criaturas a los pechos, los mostraban y pedían agua, y todos á una se quejaban de mil cosas. Bien se vio aquí el buen amigo, el que era padre ó era hijo, la caridad, la codicia y la paciencia en quien la tuvo, y se vio quien se acomodó con el tiempo y con quien así lo ordenaba”.
Estas son las palabras con que Fernández de Quirós describe el estado de la nao: Por tener las jarcias y velas podridas, por momentos había que remendar y hacer costuras á cabos; era el mal que no había con qué suplir. Iba el árbol mayor rendido por la carlinga; el dragante, por no ser amordazado, pendió á una banda y llevó consigo al bauprés, que nos daba mucho cuidado. La cebadera, con todos sus aparejos, se fueron á la mar, sin cogerse cosa de ella. El estay mayor se rompió por segunda vez: fue necesario del calabrote cortar parte y hacer otro estay, que se puso ayudado con los brandales del árbol mayor, que se quitaron. No hubo verga que no viniese abajo, rompidas trizas, ostagas, y tal vez estuvo tres días la vela tendida en el combés por no haber quien la quisiese ni pudiese izar, y trizas de 33 costuras. Los masteleros y velas de gavia, verga de mesana, las quitamos todas para aparejar y ayudar las dos velas maestras con que sólo se navegaba. Del casco del navío se puede decir con verdad, que sólo la ligazón sus tentó la gente, por ser de aquella buena madera de Guayaquil, que se dice Guatchapelí, que parece jamás se envejece. Por las obras muertas estaba tan abierto el navío, que á pipas entraba y salía el agua cuando iba á la bolina.
Los marineros, por lo mucho que tenían á que acudir, y por sus enfermedades, y por ver la nao tan falta de los remedios, iban ya tan aburridos, que no estimaban la vida en nada; y uno hubo que dijo al piloto mayor que para qué se cansaba y los cansaba; que más valía morir una que muchas veces; que cerrasen todos los ojos y dejasen ir la nao á fondo. Los soldados, viendo tan largos tiempos (porque ninguno es corto á quien padece), también decían su poco y mucho; y tal dijo que trocaría la vida por una sentencia de muerte en una cárcel, ó por un lugar de un banco en una galera de turcos, adonde moriría confesado, ó viviría esperando una victoria ó rescate…
La Salve se rezaba á la tarde, delante de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que fue todo el consuelo en esta peregrinación. Por tan escasas se tenían las probabilidades de que esta nao llegara á salvamento, que la galeota y la fragata la abandonaron hurtando el rumbo de noche. Sin embargo, así y todo, pasó entre las islas de los Ladrones, y recaló al cabo San Agustín en la de Luzón, donde acabaron de alborotarse los expedicionarios, pretendiendo embarrancaría por no emplear algunos días más barloventeando para entrar en la bahía de Manila, y por vengarse de la avaricia de la Gobernadora perdiendo el bajel. Lo impidió un alcalde de la costa, que trajo á bordo refrescos y sirvió de práctico hasta fondear en Cavite el 11 de Febrero de 1596. La gente de mar fue á visitar la nao como cosa digna de ver, admirada de que hubiese llegado al término del viaje.
Habían fallecido desde la salida de la isla Graciosa 50 personas, cifra que, unida á la de los muertos allá y á la de los desaparecidos, arroja un total de 270, al que hay que agregar las que embarcaron en la fragata, que nunca más pareció. La galeota fue á parar á Mindanao con extrema necesidad de vitualla.
A pocos días de la llegada á Manila murieron diez de los enfermos; otros cuatro acabaron para el mundo entrando en religión, y dio fin la tragedia como las comedias suelen acabar; pues siendo por entonces pocas las españolas que había en las islas Filipinas, las que llegaban viudas en la nao San Jerónimo se volvieron á casar á su gusto con hombres principales, sin excepción de la gobernadora Doña Isabel Barreto, que entregó su mano y jurisdicción á Don Fernando de Castro, caballero de Santiago y general de galeones de la Carrera de las islas, al cumplir el año de tocas.
Reparada en tanto la nave San Jerónimo, volvió á dar la vela de Cavite el 10 de Agosto de 1597, conduciendo al matrimonio y al piloto mayor Fernández de Quirós, algo tarde ya con relación á los tiempos de la derrota, como lo experimentaron, sufriendo tormentas é incomodidades; mas llegaron sin accidente al puerto de Acapulco el 11 de Diciembre, y antes que se dispersaran los testigos, en 23 de Enero siguiente, se formó en Méjico expediente é información de ocurrencias de la jornada”13.
La expedición mandada por Isabel Barreto alcanza Cavite en la bahía de Manila el 11 de febrero de 1596, allí Doña Isabel contrajo nuevo matrimonio a los pocos meses con Fernando de Castro, caballero de Santiago y general de galeones de la carrera de Filipinas, noble oriundo del partido judicial de Becerrea, gallego como ella, de tan solo 26 años es decir notablemente más joven que ella.
El matrimonio cambió la vida para ambos y al poco tiempo parten de Filipinas. El 10 de agosto del mismo año de la boda, en 1596, zarparon rumbo a Nueva España. El galeón que les acompañaba naufragó pero la pareja pudo llegar a Acapulco el 11 de diciembre acompañados en el viaje por Pedro Fernández de Quirós.
Tras la llegada a Nueva España el virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, ordenó a Fernando de Castro regresar a Filipinas para participar en la defensa del archipiélago, arte dejando a Isabel en Nueva España, pero tras su regreso juntos se trasladaron a Perú, donde Isabel tenía abierto pleito para que los derechos otorgados a su anterior marido Álvaro de Mendaña, que solicitaba ahora Pedro Fernández de Quirós, fuesen mantenidos y reconocidos a favor de los hijos que pudiera haber tenido con Mendaña o fuese a tener en su segundo matrimonio.
No existe ciencia cierta de si antes de morir Isabel fue a España al igual que no está claro si murió en Perú en 1612 y está enterrada en el convento limeño de Santa Clara.
En el año 2012 se llevó a cabo una exposición muy interesante en el Museo Naval de Madrid dedicada a la gesta española en América con el expresivo título: “No fueron solos”. En el panel principal a la entrada de esta exposición figuraban los nombres de cinco mujeres bajo el lema “Mujeres de armas tomar”. Por orden alfabético estas cinco mujeres seleccionadas eran Ana de Ayala, Isabel Barreto, Mencía Calderón, Catalina Erauso e Inés Suárez. Con toda seguridad hubo en América muchas más de cinco mujeres que merecieron esta distinción pero en cualquier caso el nombre de Isabel Barreto estaba bien elegido en esta selección.
La persona de Isabel Barreto ha llamado mucho la atención de estudiosos y curiosos, fue la primera mujer almirante de la armada española. Casada en dos ocasiones con navegantes españoles, Álvaro de Mendaña y Fernando de Castro. Isabel lideró la expedición encargada de buscar el quinto continente tras los descubrimientos de Colón.
Su apasionante historia ha sido recuperada por la escritora francesa Alexandra Lapierre en la novela Serás reina del mundo, en la que describe la vida de esta mujer pionera, a quien define en una periodística como “llena de libertad, coraje y curiosidad por el mundo”.
Su gesta fue haberse atrevido a soñar lo mismo que los hombres de una época “en la que las mujeres pertenecían a sus padres cuando eran vírgenes, a sus maridos cuando estaban casadas y a sus hermanos cuando eran viudas”.
Los hombres de su vida “hicieron posible su aventura”, dice la autora. “Primero su padre, quien la escogió entre sus hijos para llevar su apellido y continuar su obra, después su marido, Álvaro de Mendaña, quien osó lo que ningún navegante, llevarla con él”, el mismo que a su muerte “intentó protegerla de sus propios hombres confiriéndole todos los poderes”. Fue su segundo marido quien la “emancipó legalmente de su tutela, dándole la gestión de su propia fortuna”.
Así pues, Lapierre no tiene duda de que, de no haber sido por la “conducta revolucionaria” de estos tres hombres, Barreto “nunca habría podido hacer lo que hizo”.
Pese al reconocimiento que merece hoy esta navegante, Lapierre se apresura a afirmar que no fue la única heroína “entre las pioneras del Nuevo Mundo”, si bien sus nombres han pasado inadvertidos.
Tampoco ha gozado de toda la atención que merece el nombre de Isabel Barreto. Lapierre explica los motivos por los que ha sido olvidada: “Era una mujer y su palabra no tenía peso social, económico y legal.
Su peor enemigo, que era también su capitán, se esforzó por desacreditarla al escribir un texto terrible contra ella porque quería erigirse como el único héroe y conseguir así el nuevo mandamiento del rey. Y, por fin, influyó el silencio exigido a todos los navegantes, bajo pena de muerte, sobre sus descubrimientos para que las naciones enemigas no se sirvieran de sus hallazgos, conservados en cartas que se perdieron durante siglos”.
Isabel “no dejó nunca de ser una mujer que reivindicó su belleza y feminidad”, explica Lapierre, quien considera que fue una mujer entregada tanto en las aguas como en sus relaciones. “Cuando amó lo hizo con pasión. Sus matrimonios fueron verdaderas historias de amor”.
Los tres años de investigación invertidos por la autora en dar forma a esta novela le han deparado gratas sorpresas. “La visita que hice al convento de clausura de Santa Clara de Lima, donde Isabel vivió y quiso ser enterrada, fue la experiencia más emotiva y especial para mí”, afirma Lapierre. “Lo que más me impacta es que desde que conocí a Isabel mi vida ya no es como antes”, sentencia.
Hoy el recuerdo de Álvaro de Mendaña se mantiene en el pueblo de Congosto en el Bierzo leonés donde nació. El embajador Carlos Fernández Shaw se preocupó de la colocación de una estatua de Mendaña en este pueblo y llevó a una comisión de alcaldes de pueblos de las Islas, que descubrió Mendaña, para que la visitasen con motivo del IV Centenario del descubrimiento. En esta visita fue la primera vez que esos alcaldes polinesios vieron la nieve. En Honiara de Isla Guadalcanal, capital de las Islas Salomón, hay un hotel que recuerda al descubridor español con el nombre de “Solomon Kitana Mendana Hotel”.
Si en Estados Unidos se habla de la epopeya que vivieron los pioneros en busca del "Far West", los españoles, cuatro siglos antes, también tuvieron un "lejano Oeste" que les empujó, a partir de Cristóbal Colón y el descubrimiento de América, a la conquista de un Nuevo Mundo.
Los primeros europeos que tuvieron contacto con los habitantes de las islas polinésicas fueron españoles. Todavía quedan sus huellas, sus recuerdos, aunque otros que llegaron más tarde hayan querido ignorarlos o despreciarlos. En el inmenso Pacífico, la presencia española ha dejado enigmas y misterios que esperan ser desentrañados 14.
Álvaro de Mendaña personifica como nadie el esfuerzo explorador de España en el pacífico meridional 15. Fue Álvaro de Mendaña quién capitaneó en 1567 las naos que descubrieron el grupo insular de salomón, y en 1595 los archipiélagos de las Marquesas, Danger, Ellice, Tuvalu y Santa Cruz.
Esta última campaña en la que perdió la vida significó el acicate y precedente para que el Piloto mayor, Pedro Fernández de Quirós, emprendiera en 1605 y con los intentos de Luis Váez de Torres, a los avistamientos de Nuevas Hébridas o Vanuatu, la costa sureña de Nueva Guinea y los territorios septentrionales de la propia Australia 16.

12 LANDÍN CARRASCO, Amancio; SÁNCHEZ MASIÁ, Luis: Archipiélagos de Marquesas y Santa Cruz, en Descubrimientos Españoles en el Mar del Sur, Tomo II, Cap. XVI, Editorial Naval, 1992.
13 Hay copia en la Dirección de Hidrografía, A-I.a, Expediciones de 1519 a 1697, tomo 11.
Instituto de Historia y Cultura Naval, X, Islas Marquesas y de Santa Cruz, 1595-1598.
Existen tres relaciones de la expedición escritas por Fernández de Quirós, una que insertó D. Antonio de Morga en su obra Sucesos de Filipinas; otra que insertó Cristóbal Suárez de Figueroa entre Los hechos de D. García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, Madrid 1613, y la más extensa, publicada por D. Justo Zaragoza, con titulo de Historia del descubrimiento de las regiones australes, hecho por Pedro Fernández de Quirós, Madrid, 1876-1882; tres tomos que forman parte de la Biblioteca Hispano Ultramarina.
14 Misterios en el “Lago español”, por Alonso Ibarrola y Francisco Mellén, La Aventura de la historia, Nº. 52, 2003, págs. 70-75. www.laaventuradelahistoria.es
15 La expedición última de Mendaña y sus sucesores tiene en la historia de los descubrimientos una significación especial, porque cierra el ciclo de los grandes viajes llevados a cabo en el mar del Sur durante el reinado de Felipe II, muerto en 1598. Lo que viene después, incluidas las estupendas campañas de Quirós y Váez de Torres, son destellos de un panorama decadente, cuando España, agotada por un esfuerzo apenas concebible, pierde su protagonismo en el mayor de los océanos. He aquí los hallazgos de la empresa que acabamos de recordar: islas de Fatu Hiva, Mohotani, Hiva Oa y Tahuata, en el archipiélago de las Marquesas; islas de Pukapuka, Motu Koe y Motu Kavata, con el cayo de Toka, en el grupo de las Danger; la isla de Nurakita, la más meridional del archipiélago de Ellice o
Álvaro de Mendaña personifica como nadie el esfuerzo explorador de España en el pacífico meridional15. Fue Álvaro de Mendaña quién Tuvalu; las islas de Nendo, Tinakula, Tomuto Neo, Tomuto Noi y el grupo de Swallow, todas en el archipiélago de Santa Cruz, y las islas de Ponape [hoy Pohnpei], Pakin, Pagenema y otras menores, en el grupo de Senyavin, zona oriental del archipiélago de las Carolinas (Los hallazgos españoles en el Pacífico, de Amancio Landín Carrasco en Revista Española del Pacífico, Asociación Española de Estudios del Pacífico (A.E.E.P.), Nº. 2, Año II, 1992).
16 LANDIN CARRASCO, Amancio: La cuna de Álvaro de Mendaña, Revista de Historia Naval, Año XI, nº41, 1993.

 José Antonio Crespo-Francés es Coronel del ET en Reserva
Carta de España de Bachiller con todas sus posesiones de ultramar e islas adyacentes 1858, Fragmento se sustituya por estas de asentamiento y poblamiento.

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