Bocas de ira.
Ojos de acecho.
Perros aullando.
Perros y perros.
Todo baldío.
Todo reseco.
Cuerpos y campos,
cuerpos y cuerpos.
¡Qué mal camino,
qué ceniciento
corazón tuyo,
fértil y tierno!
2010 Centenario del Nacimiento de Miguel Hernández
Este año que acaba de comenzar, si las trifulcas entre sus herederos y las instituciones no lo impiden, conmemoraremos el primer centenario del nacimiento de Miguel Hernández. Desde luego, si todos los actos van a ser como el de esa empresa norteamericana, de cuyo nombre no me da la gana acordarme, que pretende enviar a la luna un ejemplar de Perito en lunas, apaga y vámonos; que para esa patochada, no hacían falta esas alforjas. No obstante, creo que la fuerza de la poesía de Miguel Hernández es tal que resistirá todos los homenajes (hasta los más desafortunados).
Uno siempre ha sido más partidario de los homenajes íntimos que de los de traca y mascletà. Por eso quiero proponer para Miguel Hernández el homenaje más sencillo y, al cabo, más fructífero: el de leer sus poemas en soledad; que la poesía, como dice Francisco Brines, no tiene público, tiene lectores. Y juntamente con la lectura de sus poemas, quiero recomendar la biografía del poeta escrita por José Luis Ferris: Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Ed. Temas de hoy). Aúna José Luis Ferris la erudición bien entendida y una prosa que atrapa al lector desde las primeras líneas. Es un libro muy interesante porque desmonta bastantes tópicos como, por ejemplo, el del poeta autodidacta.
Miguel Hernández tuvo una escolaridad mucho más extensa e intensa de lo que el extendido tópico le atribuye. Fueron casi 10 años de escolaridad, parte de los cuales corresponden a la sólida formación que recibió con los jesuitas. Otra cosa es que él, además, fuera un voraz lector y complementara por su cuenta su formación.
Al mismo tiempo, en el libro de Ferris algunos poetas “compañeros” de Miguel Hernández no quedan bien parados. Es el caso, por ejemplo, de García Lorca o de Rafael Alberti. García Lorca tuvo celos de la fama que iba adquiriendo el poeta de Orihuela. Cuenta Ferris que un día Lorca tenía la intención de ir a casa de Vicente Aleixandre para leerle su última obra, La casa de Bernarda Alba. Al enterarse de que en esos momentos estaba allí Miguel Hernández, le dijo al bueno de Aleixandre que con Miguel allí, él no acudiría. “Entonces, qué puedo hacer yo”, le dijo Aleixandre. “Échalo”, contestó secamente Federico. Aleixandre, que era bueno y generoso a carta cabal, no echó a Miguel. Por su parte, el enfrentamiento con Alberti es más que lógico. En los trágicos episodios de la Guerra Civil, quien pasó frío, hambre, sueño, miedo y demás penalidades en el frente de Andalucía, en el de Teruel (donde conocería la noticia del nacimiento de su primer hijo en las Navidades del 37) y en el de Madrid fue Miguel Hernández. Alberti, León Felipe y otros iban al frente de visita, pero por la tarde regresaban a Madrid. Y algunos, ni eso. En una ocasión Miguel Hernández ya no pudo más. En el edificio de la Alianza Antifascista estaban celebrando poco menos que un banquete. Miguel se dirigió a Rafael Alberti y le recriminó: “Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”. Alberti le dijo que, si se atrevía, que lo dijera más alto. Y Miguel, ni corto ni perezoso, lo escribió en una pizarra que había allí. Mª Teresa León, compañera de Alberti, se sintió directamente aludida, pues ella se había encargado personalmente de organizar la fiesta, y le arreó un tremendo bofetón. Lean también, por favor, quién realmente removió Roma con Santiago para conseguir la libertad de Miguel Hernández y quiénes han pretendido colgarse esa medalla: al César lo que es del César y a José María de Cossío lo que es de José María de Cossío. Y a quienes han leído la última novela de Manuel Vicent, León de ojos verdes, les interesará saber que en el hospital de campaña de Benicassim se conocieron Miguel Hernández y Antonio Buero Vallejo, que estaba allí destinado en labores sanitarias. Años más tarde Buero Vallejo fue quien realizó el famoso retrato del poeta cuando ambos compartieron celda en la cárcel madrileña de Conde de Toreno. Rindamos, pues, homenaje a Miguel Hernández en voz baja, sin hacer mucho ruido. Creo que se corresponde mejor con su drama vital y con su forma de ser.
Rafael Candelario Repisa
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