By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



martes, 24 de marzo de 2015

En el recuerdo de Eugenio Frutos

Yo vi escribir “La Nacencia”

Hace poco asistí a la conferencia del cronista oficial de Teruel Vidal Muñoz, ella versaba sobre su profesor de filosofía en la Universidad de Zaragoza, poeta y amigo Eugenio Frutos, terminada la conferencia y en una distendida charla me comentó que D. Eugenio (así lo llamaba y así debe de ser) tenía siempre en el recuerdo a su maestro de adolescencia y juventud Luis Chamizo, al comentarle que mi patria chica era Guadalcanal pueblo de adopción de Chamizo, me entregó una fotocopia extraída de la Biblioteca Virtual Extremeña que transcribo.
Rafa Spínola  
Aunque paisano de Luis Chamizo, no lo conocí personalmente hasta mis quince años. Estudiaba yo entonces el cuarto curso de Bachillerato y una epidemia de gripe obligó a cerrar el colegio aquel otoño de 1918. Fui con mi familia al campo, a Valdearenales, y nos instalamos en una casa cercana a la del poeta, que la tenía en la famosa “viña del tinajero” de sus poemas.
Ya entonces había cantado Chamizo a Valdearenales en ligeras seguidillas, por los años de su adolescencia. En ese otoño del 18 debía tener ya más de veinte años.
Chamizo había tomado contacto en Madrid con la poesía del tiempo a través de los corifeos más conocidos del modernismo en España: Salvador Rueda, Villaespesa, Nervo, Carrere. Aunque ya tenía afición a lo dramático y a lo pintoresco del color local, sus composiciones en extremeño eran raras y frecuentemente no se sostenía el dialecto a lo largo del poema, sino en diálogos o monólogos puestos en boca de los pastores y campesinos. Por entonces él consideraba los alejandrinos de “Renunciación” como sus mejores versos.
Presentados, en el gran salón del campo, por un amigo común, recuerdo que me recitó dos poemitas: uno ligero y suave “¿Flores? ¿Mujeres?... Qué más da?” Llenan de besos y perfumes, todo el jardín primavera”; otro, recién compuesto, describiendo un amanecer en el campo:
Un caldero de migas colgado de las llares
sobre las jaras secas en combustión sonora.
Un cielo de amaranto flotando en el oriente.
Un almaizal de oro velando los lugares
Y un disco de rubíes, que, a la luz de la aurora,
semeja la tiara de un dios omnipotente.

Algunos de estos poemas fueron publicados en “La Semana”, el periódico de Don Benito, dirigido por el Inolvidable Francisco Valdés.
Mi amistad con Chamizo continuó en los siguientes años. Durante los veranos solía yo subir a su casa, por las mañanas, con frecuencia. Me suministraba libros o los leíamos juntos. Eran principalmente libros de versos. Pero también allí leí, por vez primera, las “Meditaciones del Quijote” de Ortega y Gasset. En ocasiones, nos entreteníamos en puntuar, (de cero a diez, como ahora en el Bachillerato) los poemas de Villaespesa y Amado Nervo. En estas lecturas llegamos a Antonio Machado; pero hasta mi ida a Madrid no había de penetrar yo en la nueva modalidad poética, que a Chamizo le era desconocida.
Su genio alegre y realista le llevaba más a las formas vernáculas. Después del triunfo de “Los consejos del tío Perico”, en los Juegos Florales de Almendralejo, es cuando encaminó sus pasos decididamente por el sendero regional.
En poco tiempo escribió los poemas de “El miajón de los castúos”.
Solía leérmelos al día siguiente de escribirlos, salvo “La nacencia”, cuya escritura presencié. Llegué a su casa, como de costumbre, por la mañana y entré directamente a su despacho, que abría su puerta en primer término a la derecha, en el caño de casa. Estaba escribiendo.
“Siéntate un momento (me dijo) que estoy con otra poesía para el libro”. Y me fue leyendo las estrofas del poema conforme salían, casi sin correcciones, de la pluma:
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s'agachó en un cerro,
y los artos cogollos de los árboles 
d'un coló de naranja se tiñeron.

Pronto estuvo el libro dispuesto y salió a luz pública con el prólogo de Ortega Munilla. Fue una época brillante aunque breve. Desde el elogio exaltado de Santiago Vinardell, hasta las reservas de Salaverría sobre el baturrismo poético, la gama de juicios fue muy variada. Pero el hecho de haber ocupado este juicio columnas de los más importantes diarios madrileños, prueba, sin más, el éxito. Para mí adquirió éste cuerpo en el banquete que se le ofreció en Don Benito, 7 al que yo asistí, aunque todavía colegial, por bondad de Don José María Manzano. El discurso de Reyes Huerta y una poesía de Vicente Ruiz Medina “querida cigüeña describe su parábola ,por el ancho zafiro de los cielos”, me impresionaron particularmente en ese homenaje.
En sus viajes a Madrid, Chamizo tomó contacto con Ardavín, amigo de Valdés, y con Ramón y su tertulia de Pombo. Pero su modalidad poética estaba ya definida.
Emprendió la composición de un poema largo, donde palpitaban las virtudes de la raza. Lo concibió como una exaltación del extremeño y de la vinculación a la tierra, y tomó como motivo la antigua fiesta de la Candelaría, cuando se llevaban las candelas, tizones de las hogueras familiares, a la tierra vinculada a la familia -EI poema se titularía “La Juguera”. Después el poema cambió, y lo que, andando bastantes años, se publicó fue el poema “Extremadura”, donde se inserta “La noche de las candelas”. En relación con este poema, tengo que apuntar otro recuerdo personal. En otra de mis visitas al poeta, lo encontré escribiendo y me pidió que le copiara mientras él recitaba los Versos de turno. Fue en una sala frontera al despacho, y recuerdo a Chamizo paseando y dictándome un buen fragmento del que siempre he recordado, dos versos, que figuran en el libro: “una mano en el talle del mozalbete: y otra mano en el talle de la vigüela”.
Después de su matrimonio vi menos a Chamizo, pues aunque conservaba su casa de Guareña vivía habitualmente en Guadalcanal, las últimas vacaciones de verano que yo pasé en mi pueblo fueron las del año 23, después de cursar segundo de Facultad. Por entonces había yo alcanzado el nivel poético de la época. No sólo me había familiarizado con Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, con los poetas americanos y con los parnasianos y simbolistas franceses, sino que conocía los primeros libros, (entonces recién aparecidos) de Vicente Huidobro, Gerardo Diego, García Lorca, Dámaso Alonso, Juan Chabás y otros. Hablé de todo esto con Chamizo paseando por la plaza y hasta hube de enseñarle alguno de mis últimos poemitas. Aunque desvinculado de este movimiento, dio muestras de su aguda sensibilidad poética. A los pocos días me leyó dos poesías en el nuevo estilo. Ciertamente se traslucía el modernismo de sus versos en castellano, pero la aproximación era innegable.
No he visto después a Chamizo, sino en dos ocasiones: una en Cáceres y otra, hace poco tiempo, en Madrid. Pero seguí su labor y no me sorprendió el éxito de “Las Brujas” pues conocía su maestría de versificador y su talento dramático. Hace muy poco la prensa volvió a recordármelo con motivo de su homenaje. El mío es de gratitud. Por él avancé en mi evolución lírica más deprisa que lo hubiera realizado por mi cuenta. Me desvinculó de los clásicos y románticos, desvinculación que considero tan necesaria como después el retorno a ellos, y me introdujo en la versificación de la época. Mi gusto por lo íntimo y universal a un tiempo, me alejaron de la poesía regional, aunque el campo extremeño sea todavía el manantial más fuerte de mis imágenes.
Chamizo estaba especialmente dotado para ello, y eligió sabiamente su camino, aunque podía haber ganado un puesto honroso en la poesía castellana.
He querido escribir estos recuerdos como fluían de la memoria y del corazón, sin interponer papeles ni citas. Van vinculados a una época de mi vida todavía clara y serena, donde la ingenua alegría de los castúos no estaba envenenada por extrañas doctrinas. A esta alegría sin sombras se me vincula el nombre de Luis Chamizo, que la gozó y supo cantarla.

EUGENIO FRUTOS
Biblioteca Virtual Extremeña
Eugenio Frutos Cortés, Doctor, Catedrático de Filosofía Fundamental y poeta. Nació en Guareña (Badajoz) en 1903 y murió en Zaragoza en 1979 a los 76 años de edad. En medio de la diversidad de temas tratados en su vasta bibliografía, Frutos Cortés centró su reflexión sobre el ser humano y su amplia capacidad creadora.
Familia
Estuvo casado con la poetisa María Dolores Mejías de cuyo matrimonio tuvieron cinco hijos. Formación
En 1921 concluyó sus estudios de Bachillerato, en el colegio de San José de Don Benito (Badajoz), y pasó a estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, en la que se licenció en 1925 con Premio Extraordinario. Doctor en Filosofía en 1945 por la Universidad de Madrid, con una tesis sobre Las ideas filosóficas de Calderón como signo de su época, publicada con el título La filosofía de Calderón en sus autos sacramentales la cual obtuvo las máximas calificaciones.
En estos años tuvo maestros de la talla de Manuel García Morente, Américo Castro, o Ramón Menéndez Pidal; condiscípulos tales como, Dámaso Alonso, Emilio García Gómez o Joaquín Casalduero; compañeros de tertulias en el Ateneo y en la Residencia, como Rafael Alberti, Federico García Lorca o Pedro Salinas. Con muchos de ellos le ligaría una duradera amistad, y el ambiente intelectual del Madrid de las vanguardias dejó una huella indeleble en su pensamiento.
Docencia
Comenzó su actividad docente como profesor de los cursos para extranjeros de la Residencia de Estudiantes. En 1928 se incorporó, como Catedrático de Filosofía, al Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Institutos Nacionales de Enseñanza Media de España desempeñando su cometido en distintos institutos. Estancia en Cáceres
Por una permuta, pasó en 1930 a desempeñar la Cátedra de Filosofía del Instituto de Cáceres donde estuvo hasta 1941. Los años pasados en Cáceres resultaron de gran importancia en la vida de Frutos. No sólo desde el punto de vista intelectual, ya que entonces comenzó su producción filosófica propiamente dicha, sino también familiar, ya que aquí conoció a su esposa y nacieron tres de sus hijos. En Cáceres pasó la Guerra Civil que le resultó enormemente traumática, como reflejan su poesía y diversos aspectos de su pensamiento, y aquí escribió algunos de sus mejores libros poéticos.
Estancia en Zaragoza
Desde su llegada a la capital aragonesa, en 1942 compaginó su intensa labor en el instituto Goya como profesor de Filosofía, con el puesto de Profesor Auxiliar, encargado de la Cátedra de Filosofía, de la Universidad de Zaragoza. En esta década transmitió su magisterio a discípulos entre los que cabe destacar a Gustavo Bueno, Fernando Lázaro Carreter y Félix Mong. En 1951 obtuvo la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos de la Universidad de Zaragoza, que desempeñó hasta su jubilación en 1973.Desde 1949 fue profesor asiduo de los Cursos de Verano de Jaca y de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, así como ponente de la mayoría de los congresos y seminarios de filosofía organizados en España por aquellos años.
Cargos públicos
En Zaragoza, además de su labor intelectual y literaria, desempeñó varios cargos: de 1942 a 1957 fue el decano del Colegio de Doctores y Licenciados de Zaragoza, de 1945 a 1969 ocupó la Vicepresidencia del Consejo Nacional de Colegios Oficiales, relacionado con la política fue concejal y diputado provincial. Fue consejero numerario de la Institución «Fernando el Católico»; en esta institución organizaba unas “Jornadas Anuales de Aproximación científico-filosóficas”, reuniones en las que se daban cita los más eminentes especialistas en la materia.
Divulgación
Su extensa producción literaria fue el producto de una sólida formación escolástica y un profundo conocimiento de los autores contemporáneos (Sartre, Heidegger, Merleau-Ponty, Ortega).Ha colaborado en gran número de revistas universitarias y culturales nacionales y extranjeras, sobre filosofía de la historia, filosofía moderna y actual, antropología filosófica y pedagogía. Su extensa obra impresa (unos doscientos trabajos) es un índice del talante universal y profundamente humano de su quehacer intelectual.
Publicaciones
Si hubiéramos de encuadrar su pensamiento, podría decirse que se movió entre un existencialismo de corte heideggeriano y un historicismo y una antropología filosófica al estilo de Ortega y Scheler. Entre sus obras de filosofía destacan:
Ética elemental (1935), Teoría del conocimiento y Ontología (1942)La libertad (1961)Convivencia humana (1960),La persona humana(1962),Varias historias de la Filosofía y de la Ciencia, seis extensos volúmenes sobre Calderón de la Barca, en su aspecto filosófico y literario. El humanismo y la Moral en J. P. Sartre (1949),La sociología positiva de A. Comte (1956),Creación filosófica y creación poética (1958).

Trayectoria como poeta
En poesía se le puede encuadrar en la generación del 27, con cuyos representantes más conocidos mantenía una estrecha amistad: Jorge Guillén, Alberti, García Lorca, Gerardo Diego, Salinas, Cernuda, etc., a muchos de los cuales dedicó estudios publicados. A nivel local mantuvo buenas relaciones con su paisano Luis Chamizo. Destacó como pionero del más avanzado cultivo de la lírica española, colaboró en las revistas de proyección e influencia de las generaciones nuevas (como “Litoral”, “Índice”, “Fantasía”), de repercusión nacional y en otras muchas publicaciones literarias, sin olvidar las que existieron en Extremadura (“Alor”, “Alcántara”, “Gévora”, etc.)Respecto de su obra, estrictamente poética, la mayor parte de su producción en este campo permaneció inédita hasta su muerte. Lo único que editó en vida fue un libro de poesías, Antología (1974). El resto de su poesía se encuentra recogida en los siguientes títulos: Políptico de Cáceres y otros poemas (1980), Dictado de amor. Memoria de un idilio (1933-1950) (1988) y "Prisma" y otros asedios a la vanguardia (1990), así como en el apartado "Poemas inéditos" del estudio Introducción a la poesía de Eugenio Frutos de Ricardo Senabre, publicado en 1982.
Reconocimientos honoríficos
La diversa y fértil labor de Frutos, fue objeto del aprecio de quienes le conocieron o frecuentaron sus obras, recibió también en diversas ocasiones el reconocimiento oficial. De entre los galardones que le fueron concedidos, cabe recordar los siguientes:
Comendador para la Lengua Española de la Orden Constantiniana de San Jorge (1947)
Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros (1948)
Víctor de Plata del Sindicato Español Universitario (1952),
Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1958),
Socio de Honor de la Institución Jaime I el Conquistador, de Barcelona (1961),
Encomienda de la Orden de Cisneros (1965),
Encomienda con Placa de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1972),
Premio "San Jorge" de la Diputación Provincial de Zaragoza (1974).
El Instituto de Enseñanza Media de su ciudad natal Guareña lleva el nombre de “Eugenio Frutos” también lleva ese nombre la biblioteca municipal de Guareña.

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