By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 27 de junio de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 2

Capítulo II
Brote y orientación

Si siete ciudades griegas se disputaron el honor de haber servido para cuna de Homero, dos provincias españolas podrían disputarse la honra de ser patria chica de Ayala, lo cual constituye un punto de contacto, que, aun cuando resulte levísimo, existe indudablemente entre el autor de La Iliada y el también autor de Consuelo. Y al objeto de comenzar actuando como buenos biógrafos, esto es, todo lo ponderadores que quepa en lo posible, señalamos la feliz circunstancia, que equipara, en cierto modo, a nuestro personaje con el gran aeda, quien, por lo demás, no obtuvo preeminentes cargos oficiales y hasta se dice que mendigaba.
El excelentísimo e ilustrísimo señor D. Adelardo López de Ayala paso algunas estrecheces en sus primeros tiempos y aun tuvo Zoilos que se permitieron censurar sus obras iniciales; pero pronto supo atrapar un empleo público, que le puso a cubierto de la miseria, y principiaron a lloverle elogios, rendimiento incondicional de la critica, diferenciándose ya para siempre del desdichado cantor ambulante heleno.
Mas señalar todo lo que separa a Ayala de Homero fuera larga labor, y, además, se trata de lo contrario precisamente, que es tarea corta. Vamos, pues, con esto, explicando por que dos provincias podrían querer contar entre sus hijos a nuestro biografiado.
Ayala nació el año de 1829 en Guadalcanal, pueblo que entonces pertenecía a la provincia de Badajoz, y que paso a ser muy luego de la de Sevilla, a la que pertenece actualmente. De ahí las dudas sobre si deben considerársele como extremeño o como andaluz, ya que si nació badajocense, vivió desde niño sevillano, y en definitiva, claro, sevillano murió.
Sin embargo, Ayala nos dispenso a los extrémenos el favor de declararse nuestro paisano. Siempre se tituló tal, aludiendo cuantas veces se le presentaba la ocasión —y aun algunas que la ocasión no se le presentaba— al origen de su familia, entroncada de antiguo, según el propio interesado, con la alta nobleza de Extremadura. Hasta cuando se aludía a sus fuerzas físicas, que fueron verdaderamente extraordinarias, gustaba recordar que así las poseyó García de Paredes, el llamado en la Historia Hércules extremeño, no ocurriéndosele compararse con los cargadores de los muelles del Guadalquivir, que también son forzudos. El paisanaje con Pizarro, Hernán Cortes, Vasco Núñez de Balboa y demás conquistadores procedentes de la región que yugulo America le enorgullecía. Tanto, tanto que incluso competir con ellos quiso, rigiendo los destinos de las Indias, al modo que en su tiempo esto se lograba. Y ya que no Virrey de México o del Perú, fue ministro de Ultramar, postrera forma de moler a los americanos. 
Pero todavía significó más su extremeñismo. Entre la aristocracia de Extremadura existían, existen y existirán, tipos que se asemejan en cuerpo y alma a los fidalgos portugueses, con los que, siempre tuvieron relaciones de frontera. Y Ayala adoptó las determinantes físicas y espirituales de esos hinchados señorones. Su figura, rechoncha tanto como fornida, se prestaba al empaque solemne, y e1 lo tomo. Además, dejándose la melena, el mostacho y la perilla, supo construirse una cabeza de caballero del siglo XVII. 
Para que el retrato estuviese hablando s6lo faltaba que Ayala hablase apropiadamente. Así hab1ó. Cuando en verso, con rotundas estrofas de conceptos magnificentes; cuando en prosa, con discursos ampulosos y resonantes. Hasta en la sencilla conversación... Su voz, bronca por naturaleza, la engolaba con artificio. Si; Adelardo López de Ayala era extremeño aportuguesado, que son los mas extremeños de todos.
Resueltas, pues, la dudas que sobre su procedencia pudiese suscitar el hecho del geográfico traslado, que el pueblo donde naciera hubo de tener, declarando, con arreglo a sus deseos y a sus esfuerzos extremeños a Ayala, ya podemos entrar en la vida de quien hemos colocado sobre la faz de la Tierra, dotado de patrias mayor y menor.
¿Que diremos de su infancia?... Con permisa de .los que, al biografiar, suponen a los protagonistas de este su género de obras poseedores, de infancias extraordinarias, creemos que todas las infancias son iguales. Primero, lloros y otras clases de humedecimientos; después, algunas monerías que hacen mucha gracia a la familia y los amigos de esta; más tarde, el sarampión, la escarlatina, acaso las viruelas... Finalmente, la entrada en el colegio, donde los chicos se resisten siempre a ir. Y ello es todo, y no, hay nada más.
Adelardito, como le llamaban sus íntimos —lamentando, claro esta, que no le hubiesen bautizado con nombre de diminutivo mas fácil—, debió de empezar, su existencia así, por la que, consignándolo, damos en la verdad seguramente.
Asegurase que sus primeros estudios fueron muy esmerados, y que a los catorce años conocía el latín a fondo, pudiendo leer con facilidad, en la lengua que escribieron, a los clásicos de la Literatura y de la Historia. Pero esto, que comenzaría por asegurarlo el, se trae a colación porque hubo luego de dedicarse al cultivo de las letras y al gobierno del país. Si se hubiese dedicado a la escultura, por ejemplo, lo que se aseguraría fuera que hacia figurillas con miga de pan.
Con todo, por muy esmerados que fuesen los estudios hechos en Guadalcanal, no podían dar al que los hiciera ningún titulo académico, y los padres de Ayala dispusieron que este se trasladase a Sevilla para que se graduara bachiller.
En la capital andaluza aprobó pronto el bachillerato, matriculándose luego como alumno de Derecho, carrera que hubo de cortarle un incidente estudiantil. Y ya si que puede hablarse de la vocación del joven Ayala, pues entonces se le presentó, y por duplicado, esto es, literario y político a la par.
Fue que el claustro de la Universidad de Sevilla, con ideas artísticoindumentarias mas severas que pintorescas, decret6 para los estudiantes la prohibición de usar sombrero calañés y capa corta. Ayala, inspirado sin duda por el amor a la libertad, que, según iremos viendo, en el latía siempre, aunque por lo general tuviera que reprimir semejantes latidos, se alzo en favor del derecho indudable que tiene todo ciudadano a vestir como quiera, incluso con capa corta y sombrero calañés, Si cree que tales prendas realzan su belleza y apostura. Y se hizo cabeza de motín, sublevó a las huestes universitarias contra el decreto de los profesores y organizo una revuelta que dio motivo a que la policía interviniese.
Siendo lo interesante del caso que, para soliviantar a los estudiantes, les arengó en octavas reales, con una brillante composición, famosa en los fastos estudiantiles de entonces, y que por desgracia se ha perdido hoy día, pues los coleccionadores de las obras completas de Ayala no creyeron del caso recogerla. Sin embargo, dan fe de la existencia de ese trabajo político poético, del que luego escribiría tantas paginas literarias y pronunciaría tantos discursos parlamentarios, Conrado Solsona, en el estudio que dedicó a la vida y hechos de López de Ayala, y Eusebio Blasco, en la conferencia que diera sobre el mismo, ocupando la tribuna del Ateneo de Madrid.
Resulta así absolutamente cierto que, desde el primer instante de su actuación, simultaneó la política y la literatura, apoyándose en una para medrar en la otra, y viceversa, quien nunca abandonó ya este doble juego, con el cual logró que los políticos le admirasen como literato ilustre y los literatos le respetaran como político influyente.
Fue una inspiración con la que dio los primeros pasos en el mundo y que le condujo a las cúspides mundanales hasta el fin de su vivir. De ella pudo haber sacado patente de invención para que sus herederos cobraran un porcentaje de los provechos que obtienen aquellos que hoy le copian el truco. ¡Cuan ricos serian ahora los causahabientes de Ayala si el hubiese patentado su invento! Y aun eso hubiera significado poco, para la enorme fortuna que tendrían, como su antepasado llegase a patentar también la productiva inconsecuencia que le hizo poder ocupar hasta sitio en el banco azul con el Gobierno Revolucionario, con Amadeo y con Alfonso XII, todo ello tras de haber servido a Isabel II, con los moderados y con la Unión Liberal, y de haber conspirado en favor de Montpensier... Pero no adelantemos los acontecimientos.
Estábamos en que Ayala presintió cuanto le serviría la labor literaria para hacerse lugar entre los políticos y la influencia política para colocar sus producciones poéticas. Y pretendíamos dejar bien marcado que ese presentimiento lo tuvo en plena juventud, sirviéndole ya de inicial guía, que siguió continuamente desde entonces.
Como resultas del referido motín, la autoridad intento prender al terrible revolucionario que alborotaba las masas con versos endecasilabos, y tuvo el poeta levantisco que esconderse primero y huir después, abandonando, respectivamente, las aulas, y la ciudad cuyo orden había alterado.
Vuelto a Guadalcanal, después de estos sucesos, dejó los estudios de la abogacía y dedicó sus ocios a escribir, perpetrando algunas comedias y múltiples poesías, que no juzgo merecedoras de dar al público. Solo conservo y presento luego, de su labor de entonces, la comedia Los dos Guzmanes y la leyenda Amores y desventuras, que dan muestras de la versificación sonora característica de toda su producción rimada.
Tornó a Sevilla, al cabo, con ánimo, Si no suyo, de su familia, de terminar la carrera de Leyes y licenciarse como abogado. Pero su vocación, sus vocaciones, pues hemos dicho y repetido que tenía dos, le hicieron que faltase a todas las clases y asistiese, en cambio, a cuantas reuniones políticas y literarias se celebraban.
Además, noche y día, dedicaba a escribir el tiempo que debiera dedicar a estudiar.
Allí y entonces concibió, planeo y realizo su obra Un hombre de Estado, drama en el que, como en las octavas reales de la estudiantil protesta, política y literatura marchaban paralelas, entretejidas.
El drama de Ayala es político en el asunto, pues su argumento lo constituyen complicaciones de gobierno e intrigas cortesanas, y se señalan en su dialogo conceptos que entonces habían de parecer muy atrevidos, como este trozo de conversación, Rodrigo Calderón y el Duque de Lerma: 

Calderón

Obstende plaza fuerte

Donde más de cien mil hallaron muerte

Por vos, desde la Corte, fue vencida.

Lerma
¿Por mí?
Calderón

Tal he pensado,

Porque vos, nada más, quedó premiado

por la grande victoria conseguida.

En cuanto a que haya literatura en la obra, ese mismo inverosímil discreteo literatura y solo literatura es. Como es literatura únicamente la falsedad de los caracteres históricos, las supuestas acciones llevadas a escena y la lentitud con que se desarrolla la trama extendida en tiradas de versos. Y no digamos nada de un prologo que puso Ayala al frente de Un hombre de Estado, cuando lo imprimió, explicando el pensamiento que le llevara a escribirla... Literatura nada más.
Ya en posesión de este manuscrito, con el que orientaba como entre dos rieles su marcha futura, no le bastó el esquivo estudiante faltar a las clases, sino que, ansiando trasladarse a Madrid en busca de campos propicios a su doble siembra, solicito el cambio de matricula con la Universidad madrileña, y como tardase en resolverse el oportuno expediente, abandonó sin mas esperas deberes y derechos y se vino a la capital, trayendo por todo bagaje sus aspiraciones duples. 
Plenamente las logro unidas. El aspirante a político llego a ser laureado dramaturgo y ocupante de un sillón de la Academia. El aspirante a literato fue ministro tres veces y acabo presidiendo el Congreso. Así, como lo digo; precisamente así.                           


Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932 

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